Hora de marcharse.

Todo está empaquetado. Toda la documentación necesaria, a buen recaudo en bolsillos y bolsos. El tiempo ha pasado rapidísimo. Dedica un momento a echar la vista atrás y lamentar todas las cosas que no llegaste a hacer, todos los lugares que no llegaste a visitar. Lo que no viste. Prométete: Quizá la próxima vez.

Dando por supuesto que seguirán aquí cuando por fin regreses.

A veces las cosas desaparecen.

El aeropuerto es una más de las muchas salidas convenientemente ubicadas. En las bellas terminales puedes partir hacia cualquier lugar del mundo. Los nombres de las compañías aéreas los clasifican según el destino. Muévete y haz lo que te dicen. Llegar a casa es solo cuestión de tiempo.

Siéntate.

Cuando hables de este viaje, que lo harás, porque ha sido toda una experiencia y has presenciado muchas cosas, ha tenido sus altos y sus bajos, repentinos reveses de la fortuna y escapatorias en el último minuto, algo impresionante, verás a tus amigos asintiendo como si entendieran. Dirán: Eso me recuerda a…; y dirán: Sé exactamente a lo que te refieres. Saben de qué estás hablando antes de que las palabras salgan de tu boca.

Hablar de Nueva York es un modo de hablar del mundo.

Despierta. Deshazte definitivamente del sueño con un estremecimiento. Imposible que esta criatura gigantesca haya despegado. Esta gárgola inverosímil de alas imposibles. Hay que ver las vueltas que damos a veces. Acomódate para el trayecto y olvida. Por favor, olvida. Intenta olvidar poco a poco, te será más fácil. Déjalo atrás. Entonces el avión se inclina en su huida y por encima del ala gris la ciudad se expone repentinamente a la vista con todos sus kilómetros y sus agujas y su ajetreo inescrutable y al intentar abarcar todo ese espectáculo comprendes que en realidad nunca has estado allí.