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Aunque me ofrecieron viajar con ellos a Toledo en el confort de sus limusinas, decliné su oferta, prefería volver a un paso más tranquilo, a caballo, porque necesitaba repasar una serie de ideas que empezaban a formarse en mi cabeza. Al llegar a la ciudad estado consideré que mi presencia en las negociaciones era necesaria y que convendría que fuese vestido adecuadamente. Después de utilizar los baños públicos y pasarme por la barbería, donde tuve que soportar, de nuevo, las ideas empresariales peregrinas para montar una granja de ocas, me dirigí al Alcázar para recuperar mi traje y los demás complementos que, supuestamente, Benaquiel había remendado. Gonzalerría, por su lado, iría en busca de Kenyon, a quien parecía apreciar como compañero de juergas nocturnas.

En un mundo inestable daba seguridad comprobar que algunos cosas no cambiaban, y que, al golpear el aldabón de la puerta lateral del Alcázar, automáticamente aparecía el hombre bajito con la colilla en sus labios, para guiarme a través del sótano.

“¡Bolto!”, oí que me llamaba la voz de Benaquiel el historiador desde la oscuridad. “Tengo más información”. Sentí un golpe de adrenalina. Por fin llegaría una explicación a los crímenes que nadie era incapaz de solventar. El tono de excitación que Benaquiel daba a sus palabras me hizo presagiar lo mejor. Me equivocaba.

“Hemos podido encontrar más datos acerca de Felipe Argensola y estamos llegando a conclusiones extraordinarias sobre los inicios de la contabilidad de partida doble”, me agarró obligándome a tomar asiento en su pequeño cuchitril. Disimulé mi decepción e intenté interrumpirle. Esperaba que me hablase de sacrificios humanos y en su lugar me iba a dar una charla llena de erudición profundizando en los orígenes históricos de los asientos contables, algo que no me interesaba en absoluto. Sin embargo su entusiasmo era tal que no tuve el valor de defraudarle y dejarle con la palabra en la boca. Me preparé para escuchar y también para esperar al momento oportuno de hacerle un par de preguntas, sobre temas irrelevantes, pero que me tenían desconcertado. Por un lado, sería interesante ver su reacción a mi sospecha de que los últimos hermanos de la Orden de Calatrava en 1826 no estaban destruyendo su castillo sino buscando un tesoro. Por el otro, me gustaría saber cómo un hombre sin dedos podía disparar un arco.

“Por fin estamos empezando a saber quién era el caballero Argensola y apoyar la tesis que la contabilidad de partida doble se utilizaba en el reino de Castilla por lo menos cincuenta años antes de su primera aparición en Italia. Esto es un descubrimiento histórico”.

“En ambos sentidos de histórico”, le dije con una ironía que no percibió.

“Efectivamente”, continuó, “nos hace cambiar la fecha del inicio de la contabilidad moderna, además de su lugar de origen, y, con toda la modestia del mundo, pienso que se trata de un descubrimiento de especial relevancia para los historiadores. Hasta ahora el tratado Summa de Arithmetica, Geometria, Proportioni et Proportionalita escrito por el monje franciscano Luca Paccioli, en Venecia en 1494, era la referencia tomada como el punto de partida en este tema. Especialmente su exposición en el capítulo noveno del libro donde habla de De Computis et Scripturis. En él indica que para llevar bien un negocio hace falta estar suficientemente capitalizado, tener un buen contable, y, en tercer lugar, organizar convenientemente todas las transacciones con sus registros de débito y crédito. Si todos los apuntes se anotaban correctamente, entonces, al sumarlos en el summa summarium, el balance de sumas y saldos como lo conocemos hoy día, el total de los débitos sería igual que el de la suma de los créditos. En caso contrario, escribió Paccioli, sabríamos que hay un error en el balance, un error que se debe buscar con toda la industria e inteligencia que Dios nos ha dado.

En la segunda edición de su libro, impreso en Toscolano por el año 1523, Paccioli tuvo la generosidad de admitir que se limitaba a describir el método aplicado en Venecia y otras ciudades italianas: Adoptaré el sistema veneciano, el cual debe ser recomendado sobre cualquier otro, escribió. Es cierto que existen libros de contabilidad anteriores al Summa Aritmetica donde se ve la utilización de las partidas dobles. Incluso otro italiano, Benedetto Catragli, escribió un tratado sobre la necesidad de cuadrar las cuentas, aunque con una posterior publicación en el año 1573. Pero en ningún caso se había descubierto, hasta ahora, el uso de la contabilidad en la península ibérica en fechas tan tempranas, adelantándose incluso a los italianos, supuestos inventores del sistema”.

“¿Y qué?”, pregunté sin pensar. Me arrepentí de haberlo hecho porque, para Benaquiel, la importancia de su descubrimiento era tan evidente que no requería una mayor explicación. Ignoró mi pregunta y continuó con su narración.

“Con todo esto hemos llegado a la conclusión que Argensola era un experto contable que utilizaba, o incluso había desarrollado, un método desconocido en Castilla. Esto es un hecho cierto y lo trataremos como tal. En cuanto al origen de la contabilidad de partida doble yo estaría dispuesto a defender mi tesis y dejar el nombre de Argensola en el lugar que le corresponde”.

Todo esto me parecía estupendo pero no me llevaba a ningún lado.

“Si nos adentramos en su vida también intuimos que, sin ser uno de los grandes protagonistas de su época, su nombre aparece en una serie de situaciones cuanto menos interesantes. Ya te adelanté que había sido detenido por la Santa Inquisición y que de alguna manera escapó de ser quemado en la hoguera. Aún no hemos encontrado su confesión, a pesar de que tenemos la seguridad de haber estudiado todos los documentos pertinentes a ese período en Toledo. Esto es algo de por sí muy extraño, puesto que quien no hacía pública su culpa era inexorablemente torturado y quemado. Por otro lado, en el registro de acusaciones sí existen más detalles sobre Argensola que amplían nuestros conocimientos sobre él”.

En ese momento Benaquiel me acercó un gran libro, que abrió y donde pude ver anotaciones a mano, tan ilegibles e incomprensibles a mis ojos como reveladoras para mi interlocutor.

“Mira”, me dijo, y yo miraba pero no veía nada. Finalmente pude descifrar el nombre de Argensola y la palabra desviato subrayada.

“Aquí lo tienes junto con la acusación genérica de desviación. Un crimen que lo mismo servía para un roto que para un descosido. En primer lugar vemos que nuestro protagonista era el tercer hijo de Praxímides Coccolini, un marchante della Toscania en papiros e curtidos, y Catalina Argensola única hija del Infanzón Joannes. Indicándonos que la unión entre la riqueza del mercader y la sangre noble fue el motivo del matrimonio a sus progenitores. Con el origen italiano de su padre, y su trabajo como comerciante, es lógico que Felipe tuviese acceso a un aprendizaje en los técnicas contables que él fue capaz de desarrollar más adelante. Es igualmente interesante ver que renunció al apellido de su padre para utilizar el de su madre. Sería ridículo insinuar que pudiera haber ocurrido algún tipo de conflicto entre padre e hijo que llevasen a este último a tomar esa decisión, ni hay ni podríamos encontrar algún documento que lo refrendase. Por otra parte sería más corriente, y lógico, que Argensola tomase esa decisión para tener un acceso más fácil a la corte donde un apellido de cristiano antiguo le abriría más puertas que el de un comerciante italiano.

La sustentación del encarcelamiento de Argensola por desviado se basa en su xoroba maligna, tocata por Beelzebub, y su pie de cabrio, apoyado en artiluxios de hebreos. En otras palabras, nuestro amigo tenía un físico deplorable, era cheposo y una de sus piernas estaba deformada, lo que le obligaba a utilizar un soporte rudimentario para poder andar. No me extraña que fuese un judío quien fabricase ese mecanismo ortopédico, eran los médicos y artesanos de la época por excelencia, aunque esto fuese en contra de Argensola, de cara a su defensa con la Inquisición. Como ya te dije anteriormente el hecho de que tenía como amigo a un arquero sin dedos, que, cuando llamado a testificar había desaparecido, no ayudaba a probar su inocencia.

Sin embargo, las deformaciones físicas de Argensola, utilizadas por Torquemada y sus secuaces para condenarle a por su relación con el diablo, no dejan de ser unas justificaciones espurias. Argensola hubiese podido vivir tranquilamente, con su joroba y cojera, sin que nadie le acusase de nada, a no ser que hubiese hecho algo que le convirtiese en un peligro para la Inquisición o para la reina Isabel la Católica, en cuyo caso sus deformidades se convertían en la excusa perfecta para vincularle con Satanás y mandarle a la hoguera.

Debemos buscar los verdaderos motivos para su detención en otro lado”.