Capítulo 13

Diez grandes nombres que cambiaron la historia de la magia

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Quizás la magia no sea la profesión más antigua, pero sí el más antiguo de los pasatiempos. Si los arqueólogos buscaran con suficiente atención, probablemente encontrarían pinturas rupestres de cavernícolas haciendo levitar huesos de mamut.

Pero la magia cambia de un lugar a otro y de un momento histórico a otro. En ciertas épocas, los magos han sido considerados figuras religiosas; en otras, representantes del diablo, y en otras apenas han sido unos tipos elegantemente vestidos con esmoquin. Este capítulo muestra diez personajes que hicieron leyenda en el mundo de la magia.

Robert-Houdin evita la guerra con un truco

Muchos consideran al mago francés Jean-Eugène Robert-Houdin (1805-1871) como el padre de la magia moderna. Antes de él, los magos se vestían con túnicas y realizaban encantamientos casi religiosos con objetos extraños. Robert-Houdin cambió todo ese panorama. Pasó a vestirse con el traje de noche de su época y utilizó objetos comunes y corrientes, acompañando sus trucos con un parloteo que parecía estar fundamentado en la ciencia. Robert-Houdin hacía levitar a su hijo, en cuestión de segundos lograba que un árbol diera naranjas, y construyó un autómata (una estatua mecánica capaz de moverse) que podía derrotar a los mejores jugadores de ajedrez del mundo. ¿Has oído hablar de Houdini? Pues tomó ese nombre para rendirle un tributo a su ídolo, Robert-Houdin.

En 1856, el gobierno francés pidió ayuda a este mago para sofocar los disturbios en el territorio de Argel. El motivo para acudir a él no fue su fortaleza física ni su astucia militar, sino su absoluta habilidad como mago.

Parecía que los morabitos, un grupo de sabios religiosos que además solían ejecutar trucos de magia, estaban incitando al pueblo en contra de los invasores franceses. El gobierno de Francia pidió a Robert-Houdin que viajara a Argel. Su misión era demostrar al pueblo argelino que la magia francesa era más poderosa que la local.

En una demostración de su poder, Robert-Houdin hizo el truco del baúl ligero y pesado. Invitó a una niña al escenario y le pidió que levantara un baúl pequeño, cosa que la niña hizo sin dificultad. Luego le pidió lo mismo al argelino más fuerte que encontró entre la concurrencia.

Pero después de unos pases mágicos, el forzudo argelino no pudo levantar el baúl ni un centímetro. Cuenta la leyenda que siguió intentándolo hasta que se le escapó un grito, y bajó del escenario con una hernia en la columna. Debido a sus esfuerzos por la patria, el gobierno francés entregó una medalla a Robert-Houdin.

Herrmann saca una moneda de un pan

Alexander Herrmann (1843-1896), con su negra cabellera peinada hacia atrás con fijador, su barbita puntiaguda y el bigote de manubrio de bicicleta, era el típico retrato del mago enigmático (o del mismísimo diablo). Fue famoso por sus dramáticos actos de ilusionismo y por su versión del peligroso truco de capturar una bala en plena trayectoria. Pero también destacaba en los caprichosos efectos de la magia de cerca.

Una vez, mientras esperaba su turno en una panadería, Herrmann hizo que una moneda de otro de los clientes desapareciera, para luego escoger un pan recién horneado del mostrador. Partió el pan, y dentro estaba la moneda. El panadero, sorprendido, entró en frenesí pensando que podía haber más monedas ocultas en sus panes. Empezó a destrozar cuanto pan encontró, en busca de más dinero.

Servais Le Roy, y sus sofisticadas ilusiones

Le Roy (1865-1953), cuyo nombre completo era Jean Henri Servais Le Roy, fue el cerebro que ideó un acto de magia famosísimo a finales del siglo XIX en los Estados Unidos. Combinaba prestidigitación y comedia, y se conocía con el nombre de Le Roy, Talma & Bosco. Pero lo que ha pasado a la historia es la inventiva de Le Roy a la hora de crear ilusiones sofisticadas, muchas de las cuales se ejecutan aún hoy en día.

Antes de Le Roy, muchos magos habían hecho levitar mujeres, pero su modificación fue retirar con un movimiento la tela que envolvía a la mujer, para revelar que había desaparecido. En otra de las creaciones de Le Roy, el mago envuelve una caja vacía con tres grandes pañuelos de seda, y luego éstos empiezan a danzar por todo el escenario. Al terminar el truco, tres asistentes emergen mágicamente tras cada pañuelo.

A pesar de que Le Roy inventó estos actos de ilusionismo en la misma época en que Henry Ford estaba revolucionando el mundo con su primer automóvil, todavía sorprenden a las multitudes de hoy en día.

Horace Goldin y sus rutinas veloces

En la actualidad, no es raro ver a un mago que hace su rutina de trucos a una velocidad supersónica, con lo cual mientras hace aparecer un pañuelo naranja en una mano, materializa una cacatúa en la otra, para luego hacerlos desaparecer rápidamente a lo largo de otros treinta miniclímax. El padre de ese ritmo frenético en la magia fue Horace Goldin (1873-1939).

El origen de este estilo apresurado fue la necesidad: Goldin, cuyo verdadero nombre era Hyman Goldstein, tenía un marcado acento polaco y era notoriamente tartamudo. Esas dos características provocaban que este mago no pudiera acompañar sus trucos con el habitual parloteo. En lugar de eso, agrupaba 45 trucos en un espectáculo de 17 minutos de apariciones, desapariciones y transformaciones. Su ilusión más famosa era la clásica de partir a una mujer en dos con un serrucho, truco que, según algunos, él inventó.

Houdini se vuelve peligroso

Harry Houdini (1874-1926), el mago más famoso de todos los tiempos, no siempre fue reconocido. Cuando estaba en sus comienzos, antes de dejar su verdadero nombre (que era Erich Weiss), Houdini ejecutaba trucos que implicaban pequeños efectos, casi siempre trucos de cartas y algún que otro número de escapismo, en los mal pagados escenarios de los pequeños museos de aquella época.

Cierto día, deprimido y en bancarrota, Houdini no tuvo dinero siquiera para comprar un billete de tren. La necesidad lo inspiró y tuvo una idea repentina. Con unas esposas se ató a los rieles, confiado en que el conductor del tren se detendría y, al ver su situación desesperada, lo llevaría a su destino. Sin embargo, eso no fue lo que sucedió: otro pasajero pagó el billete de Houdini, impaciente porque el tren arrancara de nuevo.

Además del viaje gratis, Houdini obtuvo algo más de ese episodio, algo mucho más valioso. Se dio cuenta en ese momento de que el riesgo vende. Poco después, empezó a incorporar elementos similares de circunstancias de vida o muerte a sus rutinas de escapismo. Al salir de los olvidados escenarios de los museos locales a lugares al aire libre, con mayores condiciones de riesgo, este mago se labró una fama internacional. Desde ese momento, los trucos de Houdini se hicieron cada vez más dramáticos: liberarse de una camisa de fuerza mientras pendía de una altura de treinta pisos, por ejemplo, o salir de un baúl cerrado que era sumergido en agua a temperaturas bajísimas.

Blackstone salva a su público

Más de un joven (o adulto) soñaba con hacer carrera como mago después de ver una función de Harry Blackstone (1885-1965), cuyo verdadero nombre era Har ry Broughton. Durante sus presentaciones, el famoso Blackstone ejecutaba proezas imposibles, como hacer levitar un foco o bombilla por encima del público o lograr que un pañuelo bailara por el escenario.

Un sábado cualquiera, en la función de la tarde, Black stone y su grupo recibieron la visita del capitán de bomberos, quien les pidió que evacuaran el teatro pues el local vecino, una farmacia, se estaba incendiando. Había varios recipientes de sustancias volátiles consumiéndose. Podía producirse una explosión y también existía el riesgo de que el teatro se llenara de gases venenosos.

Blackstone se dio cuenta de que el público, aterrado, podía salir en estampida y provocar heridas a la gran cantidad de niños asistentes. Con resolución, apareció en el escenario y dio las instrucciones de evacuación como parte de un truco. Anunció que quería ejecutar la mayor ilusión posible, pero que era tan grande que debían observarla desde fuera del teatro. Blackstone y sus ayudantes hicieron que el público formara filas, y los ayudaron a salir ordenadamente hasta dejarlos a salvo en el exterior.

Joseph Dunninger combina el mentalismo y los mass media

Dunninger, brillante y excéntrico mentalista (1892-1975), fue el primer mago que se aprovechó de la radio y la televisión.

Durante años, muchos mentalistas habían ejecutado trucos muy notorios, como leer la mente de los políticos o conducir por una ciudad con los ojos vendados, pero Dunninger elevó la escala de este tipo de actos.

Gracias al cubrimiento de los medios, como radio y televisión, tuvo a su alcance un público mucho mayor para presenciar sus hazañas. Ante todos los televidentes de los Estados Unidos, leyó la mente de celebridades como el jugador de béisbol Babe Ruth, el papa Pío XII, Thomas Alba Edison y Franklin Delano Roosevelt. Dunninger también escogió lugares muy particulares para sus actos de magia. Por ejemplo, una vez adivinó el nombre y la dirección del destinatario de una carta que el jefe nacional de correos tenía en su mano en la central de correos. Otra vez, leyó la mente de las personas que se lanzaban en paracaídas desde una torre en el parque de diversiones de Coney Island, en Brooklyn.

Cardini y la magia muda

Richard Valentine Pitchord, cuyo nombre artístico fue Cardini (1899-1973), se convirtió en modelo para muchos magos.

Su acto era inolvidable. Vestido con esmoquin y un monóculo, Cardini entraba en el escenario tambaleándose, simulando ser un caballero inglés borracho y bajo algún hechizo. Al tratar de quitarse los guantes, de sus dedos empezaban a brotar abanicos de naipes, una y otra y otra vez. No importaba cuántas veces dejara caer las barajas en el escenario, pues aparecían más en sus dedos, al parecer en contra de su voluntad. Cientos de cartas cubrían el suelo del escenario, mientras el pobre Cardini, “borracho”, intentaba quitarse los guantes.

Y las cartas no eran lo único que le enredaba la vida al mago. También aparecían cigarros, desaparecían cigarrillos, había bolas de billar que cambiaban de color, flores de solapa que se giraban, pañuelos de seda que se desataban solos, todo con la inimitable gracia de Cardini, que no pronunciaba una única palabra.

Slydini, un mago para públicos pequeños

Al igual que muchos otros magos cuyos trucos se describirían como micromagia, Tony Slydini (cuyo verdadero nombre era Quintino Marucci, 1901-1991) nunca llegó a ser conocido entre el gran público. La razón era muy sencilla: casi siempre hacía sus sesiones de magia en una mesa, rodeada por un pequeño grupo de espectadores, y no en enormes auditorios, lugares más adecuados para los grandes ilusionistas. Pero entre los magos, Slydini tuvo una influencia gigantesca e inspiró a decenas de magos a imitar sus elegantes trucos de micromagia, que no requerían prácticamente de ningún otro objeto.

No había muchos magos que se presentaran en público en Argentina, donde se crió Slydini. Debido a esto, el recursivo joven tuvo que crear sus propios movimientos, sutilezas y rutinas. Con sólo unas cuantas monedas, algunas hojas de papel, una baraja, cigarrillos y el cierre de una antigua cartera ya rota, Slydini creó unos de los trucos más elegantes y originales de su época.

Ed Marlo y la obsesión de las cartas

Edward Malkowski (1913-1992) tuvo una influencia muy poderosa en el loco mundo de la cartomagia. Bajo el nombre de Ed Marlo, su pseudónimo artístico, escribió más de sesenta libros que tratan sobre todos y cada uno de los aspectos de magia con cartas, y contribuyó con más de dos mil trucos y variaciones a esta forma de arte.

Obviamente, Marlo estaba obsesionado con las cartas. Por ejemplo, una noche dos magos colegas suyos, junto con sus esposas, invitaron a Marlo y a su mujer a cenar para celebrar su cumpleaños. De camino al restaurante, uno de los magos le contó a Marlo un nuevo truco que había visto, ante lo cual Marlo sacó una baraja y empezó a imaginar la manera de hacerlo, y se aisló del resto del mundo. Al llegar al aparcamiento, Marlo tenía las cartas esparcidas en todo el asiento trasero del coche.

El mago que conducía le entregó las llaves al vigilante, y el grupo se bajó para ir al restaurante. Al poco de entrar, uno de los magos se detuvo en seco y preguntó: “Un momento. ¿Dónde está Ed?”.

Corrieron de vuelta al aparcamiento, buscaron al muchacho que había aparcado el coche, y le preguntaron: “Disculpe: ¿vio al caballero que venía con nosotros?”. El vigilante asintió. “¿Se refiere al tipo de las cartas? Está en el coche. Se quedó en el asiento trasero. Jugando cartas”.

Los magos corrieron escaleras arriba y encontraron el coche. Allí estaba Ed Marlo, encorvado sobre las cartas. Abrieron la puerta y le gritaron: “¿Qué haces, Ed?”.

Y todo lo que respondió Ed fue: “Estoy tratando de averiguar el método número veinte”.