VI
Huida

«'Cause tramps like us,

baby we were born to run.»

Born to run (Bruce Springsteen)

SEGUÍA EN CASA de Travis, medio amodorrado por la paliza recibida, y esperando a que mi amigo me consiguiese la documentación para poder largarme de allí lo antes posible. No podía posponer más la llamada. Saqué el teléfono móvil y seleccioné su nombre en la agenda.

—¡Hola! Sí que has tardado, ¿dónde estás?

—En casa de un amigo.

—Vale. ¿Y cuándo vendrás a casa?

—Mira, ha surgido algo. Voy a tener que estar fuera unos días. No es nada grave, no te preocupes.

Me fastidiaba mucho tener que mentirle pero tenía que protegerla. Nada en el mundo me haría más daño que que le hiciesen algo a ella.

—¿Es por trabajo?

Ella era la única persona a la que le había contado que era un agente encubierto. Y en realidad no se lo conté, digamos que ella... lo adivinó. Eso no viene al caso ahora. Ella sabía que mi trabajo era peligroso, por más que yo siempre le quisiera suavizar la situación.

—Sí, además no puedo hablar mucho ahora, tengo que organizar algunas cosas y marcharme. Cuanto antes me vaya, antes regresaré.

—Eso ya lo has dicho otras veces —replicó. Su voz era suave, dulce. Todo en ella lo era. Por eso me resultaba aún más complicado tener que mentirle—. ¿Tiene que ver con el mafioso ese, el Ruso?

Joder. No me acordaba de que ella estaba enterada de eso. Cuando pasas un tiempo infiltrado, mintiéndole sistemáticamente a todo el mundo y sólo contando pinceladas de verdad de cuando en cuando, se hace muy complicado recordar qué es lo que sabe cada persona. Y eso en mi profesión es un problema bastante grave.

—No tiene que ver con nadie que tú conozcas o de quien te haya podido hablar —dije, esperando resultar convincente—. Tú no te preocupes por nada, ya te llamaré en cuanto pueda. Sólo una cosa más.

—¿Sí?

—Necesito que vayas a la otra casa, ya sabes. —Nos referíamos así a la casa de sus padres—. Es posible que alguien vaya a la nuestra y estaría mucho más… tranquilo si tú no estás allí. Sólo por unos días.

—Joder. —Casi nunca decía tacos. Era otra cosa que me encantaba de ella. Cuando los decía, mal asunto—. Así que es grave y quieres ponerme a salvo para que nadie vaya a por mí, ¿no?

Tragué saliva. Con el resto del mundo podía aparentar ser fuerte y no tener apenas sentimientos. Con ella no.

—Te mandaré un mensaje en cuanto pueda.

—Más vale que lo hagas —amenazó bromeando—. Te quiero.

Bajé la voz para que Travis, que entraba y salía del salón mientras yo hablaba, no pudiese oírme.

—Y yo a ti.

Colgué con un nudo en el estómago. Ya había pasado por esos trances otras veces pero algo me decía que ahora era diferente. Sentía que mi vida realmente corría peligro, lo cual no voy a decir que me diese igual, pero sobre todo sentía que quizá no volvería a verla. Y eso me preocupaba mucho más.

—¿Cómo va la cosa? —pregunté a Travis por hablar de algo.

—He hablado con un par de colegas. En una o dos horas tendrás la documentación.

—Te debo una.

—Yo te debo más de una a ti, así que dejémoslo estar.

No le contradije, tenía razón, yo le había echado un cable más de una vez, aunque eso nunca te garantiza que alguien te vaya a ayudar a ti cuando lo necesitas. Travis era un tío legal.

—Voy a dar un paseo. Vuelvo en un rato —dije y salí de la casa. Necesitaba algo de tiempo a solas para ordenar mis ideas.

Fui al centro comercial y compré algo de ropa y algo de comer. Volví con varias bolsas de frutos secos, patatitas y porquerías similares. También me traje un par de hamburguesas con patatas fritas. Me encanta la comida rápida; sé que no es muy saludable pero, teniendo en cuenta a lo que me dedico, es mucho más probable que me maten en un tiroteo o de un navajazo que por comer mierda precocinada. Y además sabe muy bien, qué narices.

—¿Ya estás de vuelta? Aún no tengo los papeles.

—No te preocupes. He traído la cena. —Posé las bolsas con las hamburguesas sobre la mesa del comedor—. No sé tú pero yo estoy muerto de hambre.

Mientras cenábamos charlamos de lo típico: los viejos tiempos, cómo cambiaba la vida, cómo todo iba a peor… La misma cantinela de siempre.

Poco después de cenar, recibió una llamada. Ya me había conseguido los billetes de avión, sólo necesitaba un pasaporte nuevo y ya podría largarme. Se estarán preguntando que, siendo poli infiltrado, cómo demonios no tengo varios pasaportes falsos… los tengo pero los he utilizado tantas veces en los últimos tres o cuatro años que preferí conseguir uno nuevo, ahora que la cosa se ponía fea.

Media hora después llamaron al timbre. Un hombre negro, alto y corpulento emergió en el umbral de la puerta, habló brevemente con Travis, le dio un sobre cerrado y se marchó. Ya tenía todo lo que me hacía falta para poner pies en polvorosa. Ahora me faltaba lo más difícil: trazar un plan para averiguar qué había pasado con Tyler y cómo trincar al Ruso y sus secuaces. Esto no había hecho sino empezar.