XII
El amor duele

«Love bites, love bleeds.

It's bringin' me to my knees.»

Love bites (Def Leppard)

SEGUÍA ESPERANDO el embarque del avión que me llevaría a Londres. Supongo que lo más seguro hubiese sido mandarle un mensaje sin más, pero no podía resistirme a llamarla, a escuchar su voz. Además tenía que preguntarle algo.

Susan descolgó casi sobre la marcha.

—Sí que has tardado en llamarme —refunfuñó.

—Lo siento, no he podido antes. ¿Estás en la otra casa? —pregunté.

—Ahora mismo sí…

—¿Pero estuviste primero en la nuestra?

—Si ya lo sabes, ¿para qué demonios lo preguntas?

«Demonios» no era exactamente un taco, pero en su caso como si lo fuese. Estaba cabreada. Yo no tenía mucho tiempo. Fui al grano.

—Hablaste con Eliot. ¿Qué te dijo?

—Nada. Me preguntó por ti. Le dije que no estabas. Supongo que dedujo que te habías largado del país.

Aquella versión era muy similar a la que me había dado Eliot lo cual era lógico si a) era verdad, o b) estaban compinchados. Joder, cada vez estaba más paranoico. ¿Cómo podía dudar de ellos dos?

—Sí, lo dedujo.

—¿Has hablado con él?

—Sí. Le llamé yo. Discutimos.

—Vaya.

—Se cabreó un poco cuando le dije que si me estaba tendiendo una trampa…

—¿Tú crees que él…?

—No. No lo sé. No tengo ni idea, pero no creo que sea cosa de él.

—Me dijo que te había avisado de que corrías peligro, que era normal que te hubieses largado.

Esa parte no me la había contado él a mí. Interesante.

—Si, en efecto. Fue él el primero en avisarme. Oye, necesito que no salgas mucho de casa estos días, sólo lo imprescindible. El trabajo, la compra y poco más.

Un suspiro al otro lado de la línea. Susan nunca había sido de montar escenas, otra cosa que me encantaba de ella, pero ahora parecía estar a punto de montar una. Deseé con todas mis fuerzas que no fuese así y esperé.

—¿Te das cuenta de que no me has dicho nada? Me llamas y no me dices ni siquiera que me echas de menos o que todo saldrá bien. Sólo te interesa con quién he hablado, qué he hecho, dónde estoy… Este trabajo tuyo me supera. Cada vez más.

No tenía que haberlo dicho, pero lo dije:

—Ya sabías que esto iba a ser así desde que nos conocemos. Bueno, casi desde que nos conocemos.

—Tienes razón. ¿Eso en qué lugar me deja? Menuda idiota…

—No eres ninguna idiota.

Una breve pausa.

—Te echo de menos.

—Yo… —dudé—. Yo también te echo mucho de menos. Ojalá pudiese cambiar las cosas pero sabes que no puedo. Y ahora estoy metido en algo muy gordo. No te puedo prometer que saldrá bien porque no lo sé. Van a por mí, y no quiero bajo ningún concepto que vayan a por ti. Por eso es por lo que te pregunto todo lo que te pregunto. ¿Lo entiendes?

—Sí —sonaba sincera—. Claro que lo entiendo. Lo que no sé es si puedo seguir soportándolo.

—Cuando vuelva hablaremos. Te lo prometo.

—¿Y si no vuelves?

—Volveré.

—¿Y si no?

—Te puedes quedar todos mis discos de rock.

Echó una pequeña carcajada.

—Siempre tienes que hacer bromas con todo…

—Sólo quería quitarle un poco de hierro al asunto.

—Ya lo sé.

—Tengo que colgar, estoy a punto de coger un avión.

—Y no me puedes decir el destino, ¿a que no?

—Sabes que no.

—Oye… tienes que volver. Por tus discos de rock aunque sea.

Sonreí.

—Y para darte lo tuyo.

Ella soltó otra carcajada.

—Sí, para eso también.

Para eso también.