XIX
Mi jefe el bueno

«Cuando alguien te da su confianza,

siempre te quedas en deuda con él.»

Truman Capote

DESCARTADA LA OPCIÓN del robo, había decidido desplazarme a Mánchester. Allí había estado involucrado en una operación en el pasado —una operación exitosa en este caso— y me parecía mejor escondite que Londres.

Una vez más, le di vueltas a mi lista. Hasta el momento había tenido en consideración a cinco personas pero había anotado más nombres en el maldito papel. ¿Les he hablado de mi primer jefe? Bueno, técnicamente no fue el primero que tuve desde que entré en el Cuerpo, sino el primero de mi etapa en Homicidios y el que me recomendó para mi puesto actual.

Emmett era un policía honrado, sincero, de los que ya no quedan. Me acogió como si de un hijo se tratase y se molestó en hablar conmigo, orientarme, encauzarme, tratar de llevarme por el buen camino. Ahora, como ya no sabía a qué atenerme, lo había incluido en el sexto lugar de mi lista.

¿Razones? Tenía un pálpito. Sí, sé que sonará absurdo pero, a tenor de los últimos acontecimientos y también en parte por aquel sueño que había tenido sobre el escurridizo pelirrojo, me había dado por echar la vista atrás y pensar en quién era la persona con menos papeletas para poder querer tenderme una trampa. Ya saben, como en las novelas o en las películas, la vieja cantinela de que el asesino es siempre el más inesperado.

Emmett tenía ya sesenta y tres años. Sólo le quedaban dos para jubilarse. Era un tío de mediana estatura, ancho de espaldas, con muchas canas en las sienes y la parte central de la cabeza totalmente despejada. Hacía varios años que no sabía de él. Había sido quien me había allanado el terreno para trabajar infiltrado pero luego apenas habíamos coincidido.

Recuerdo la última vez que nos vimos. A mí no me gustaba mucho el sitio porque siempre sonaba jazz o soul y yo soy más de rock, pero de vez en cuando me dejaba caer por allí para charlar de cualquier cosa con él y algún otro compañero. Antes de que estuviese metido en operaciones secretas y toda esta mierda, me refiero.

Me acerqué a la barra y pedí una cerveza. Emmett estaba solo, con la vista perdida en el infinito. Me senté a su lado.

—¿Cómo lo llevas?

—Bien… dentro de lo que cabe.

No sentía interés morboso por los casos que no me correspondían pero aquel era especial. Acababan de matar a una chica adolescente. A cuchillazos. Y era amiga de la sobrina de mi jefe. Sabía que le había afectado.

—¿Tenéis algún sospechoso?

—Ha sido algo personal —cruzó sus ojos con los míos—. No un juego de críos, no una disputa de enamorados. Han ido a por ella y la han… sacrificado.

Reconozco que aquel crimen me repugnaba tanto como a él, pero en este oficio nos han enseñado a intentar dejar a un lado nuestros sentimientos. A intentarlo.

—¿Estaría metida en alguna historia?

No quise entrar en detalles, pero había oído rumores. La chica tenía sólo dieciséis años pero ahora cada vez maduraban primero. O se exponían más que antes, no sé.

—Si te refieres a si… ejercía, no, joder. ¡Tenía sólo dieciséis años! Ni era puta ni estaba enganchada a las drogas ni ninguna mierda que hayas podido oír por ahí.

—Lo siento. ¿Qué tal tu hermana?

—Fatal. Y mi sobrina ya te puedes imaginar…

—¿Quieres que indague por ahí a ver de qué me entero? Extraoficialmente, por supuesto.

Me dio una palmadita en el hombro.

—No hace falta, no te preocupes. Ya tienes bastante con ocuparte de tus casos.

—Como quieras.

Según voy recordando la conversación me he dado cuenta de que aún no les he explicado el porqué de mi pálpito. Es por esta frase:

—¿Qué tal Susan?

—Bien, como siempre.

—Cuídala bien. No dejes que esta mierda de trabajo nuestro joda lo que tenéis.

No sé por qué me había venido a la cabeza todo esto, pero supongo que influyó mi sueño en el que insinuaban que Susan era la que me iba a traicionar. En realidad Emmett no había dicho nada en su contra, sólo la había mencionado… La última vez que nos vimos. Hace varios años. Y ahora, sin saber muy bien por qué, me había vuelto a la cabeza y había distorsionado mis ideas.

¿Realmente había hecho bien en incluir a mi exjefe como número 6 de mi lista? ¿Me estaría volviendo completamente loco? Traté de dejar la mente en blanco por unos instantes. Me disponía a sacar el billete de tren para Mánchester cuando me vibró el móvil. Un nuevo mensaje. Uno muy inesperado.