XXIII
De ratones y hombres
«Los mejores planes de ratones y hombres
a menudo se frustran y no nos dejan más que
sufrimiento y dolor por el gozo prometido.»
Robert Burns
HABÍAN PASADO YA unas horas desde mi conversación con Eliot. Aún no le había llamado, quería darle algo de tiempo, así que seguía sin saber nada del calvo de la cicatriz. Pero no había estado parado. Ni mucho menos.
Nada más colgar, seguí trazando en mi cabeza lo que comenzaba a denominar internamente mi «plan maestro». El asunto era sencillo: uno o varios de los actores de este drama en el que se había convertido mi vida en los últimos días era un traidor. La cuestión era saber quién y por qué. Pero sobre todo quién. O quiénes.
En mi lista había seis nombres. Por otra parte estaba el Ruso. Todo se reducía a resolver el rompecabezas, hacer encajar las piezas. Estaba claro que era algo personal. El Ruso podría perfectamente secuestrar a Susan para conseguir el dinero, cierto, pero algo en mi interior me decía que era otra cosa. El dinero era lo de menos. Aquello sonaba a venganza. Y yo me sentía por momentos como Liam Neeson en la película homónima: estaba dispuesto a todo por rescatarla. Absolutamente a todo.
Sabía que si actuaba de forma visceral tenía las de perder. De ahí que estuviese urdiendo mi plan maestro. Eso requería una nueva llamada telefónica.
—¿Diga?
—Ya lo he consultado con la almohada.
William se quedó un poco desconcertado. Sin contexto, era normal que no me entendiese.
—Lo del robo —aclaré—. Voy a hacerlo.
—Ah, vale, genial. ¿Sigues en el país?
—No. Y además voy a regresar. A casa.
—¿Para el robo?
Ambos escogíamos con cuidado nuestras palabras. Los «espías» somos así. Nunca decimos más de lo que queremos decir. Salvo cuando nos equivocamos. Es como jugar al ajedrez, si mueves la ficha que no toca, jaque. Si fallas varias veces, jaque mate.
—Voy a regresar y tendré el dinero.
—Entendido. ¿Qué quieres de mí?
—Que muevas los hilos.
—¿Quieres que se sepa? ¿Me pides que haga ruido para que el Ruso se entere?
—El Ruso será el primero en enterarse. No te pido eso.
—¿Entonces?
Los dos estuvimos en silencio un buen rato.
—¿Estás tendiéndole una trampa a alguien? ¿Es eso?
—A los ratones siempre les tienta el queso —dije, queriendo resultar enigmático.
—Qué poético…
—Tú hazlo.
—¿Así que regresas?
—Eso parece.
Segundo paso listo. Ahora a por el tercero.