XXVI
Vuelta al plan inicial

«You can run, and you can hide,

but I'm not leaving

less you come with me.

We've had our problems

but I'm on your side,

you're all I need, please believe in me.»

Something happened on the way to heaven
(Phil Collins)

CUANDO TE PASAS MEDIA vida disimulando tus emociones, acabas por convencerte a ti mismo de que no tienes. Yo, de puertas afuera, me había labrado una reputación. Entre los polis, entre los de La Fábrica, con mis contactos de aquí y allá… Y ahora mi castillo de naipes estaba a punto de desmoronarse. Todo por culpa de Susan.

No. No era culpa de ella, eso lo tenía claro. Era culpa mía por habernos permitido llegar a esta situación. Nunca debí dejarla entrar en mi vida. Nunca debí dejar que se enamorase de mí. Y, sobre todo, nunca debí enamorarme de ella.

Recuerdo la primera vez que la llevé al Jardín Botánico. Era verano, hacía un calor considerable y se me ocurrió que quizá le gustaría hacer algo distinto. Todo un acierto. Resultó que a los dos nos encantaba la naturaleza. Llevaba una camiseta de pico de color azul celeste, con un escote no muy pronunciado pero lo suficiente como para vislumbrar las maravillas que había debajo.

Me cogió de la mano. Yo no solía hacerlo, pero dejaba que ella lo hiciese siempre y cuando estuviésemos lejos de mi zona de actuación y, por tanto, no supusiese un peligro para ella.

—¡Mira qué bonito! —dijo señalando un sauce con unas hojas de una tonalidad amarilla muy intensa—. Deberíamos hacernos una foto ahí debajo.

Esperamos a que pasase alguien por aquella zona y le tendimos la cámara.

—Sonreíd.

No hacía falta que nos lo pidiese: Susan tenía una sonrisa perenne y yo, estando con ella, no podía evitar contagiarme de su entusiasmo y felicidad innatos.

Le acaricié su larga melena, negra como el carbón.

—¿Siempre va a tener que ser así? —me preguntó.

—¿Así cómo?

—Nuestros momentos especiales. Furtivos. A escondidas. Entre árboles y matorrales. Lejos de los ojos de la gente.

—Sabes que es peligroso que nos vean juntos por la ciudad. Ya sabes a lo que me dedico. Conoces perfectamente la situación.

—Supongo que tienes razón.

La volví a acariciar sin decir nada.

—En ese caso, supongo que deberíamos aprovechar el momento.

Me besó con mucha pasión. Me encantaba cuando tenía aquellos arrebatos.

Carpe diem —contesté cuando nuestros labios se despegaron. Y esperé que aquello no terminase como en El club de los poetas muertos.

Lo que me hizo volver a la realidad. Era tarde para lamentaciones.

Travis trabajaba ya en lo que le había pedido. Le había mandado el vídeo en el que se veía a Susan retenida para que a su vez se lo hiciese llegar a un amigo suyo hacker que controlaba a las mil maravillas toda clase de tecnologías. Necesitaba que averiguasen desde dónde se había mandado el vídeo o, lo que es lo mismo, dónde narices estaba encerrada Susan.

Yo, entretanto, había cogido un coche que me había prestado Travis y conducía rumbo a La Fábrica, aunque antes debía hacer una pequeña parada, en un bar de carretera, donde alguien me estaría esperando. A Travis le había contado que pensaba retomar mi idea inicial de recuperar el dinero del Ruso y dejar saldada esa deuda, pero evidentemente ésa sólo era una pequeña parte de mi plan.

Estaba a medio camino cuando me llegó un nuevo mensaje. No tenía el móvil al alcance de la mano y no esperaba nada de nadie, al menos aún, así que seguí conduciendo hasta el punto de encuentro. Se me olvidó por completo el mensaje. Ahora es fácil decirlo pero debería haber mirado el puñetero teléfono antes.