EL VÉRTICE
I
En el lugar más encumbrado del macizo promontorio que separa Verona de Trento, sobre la cima del Monte Veldo, un cuervo se posa sobre la carne todavía fresca. Antes de hundir su pico en aquella abundante carroña, huele el olor que más le gusta. Se diría que es aquella la comida más largamente deseada. Pica un ojo y lo sacude hasta sacarlo de su cuenca. Lo aleja un poco y en un momento lo devora. Ahora camina sobre el pecho de aquella carroña y hunde el pico en la herida desde donde, como una estaca, surge un cuchillo. Come hasta saciarse. Antes de elevarse y lanzarse hacia Venecia, antes de volar hacia el Canal Grande desde donde, de un momento a otro, como todas las mañanas, habrá de pasar la barcaza que recoge a los muertos, se posa sobre un dedo de aquella carroña hinchada y picotea hasta desprender el pulpejo. Por primera vez, Leonardino ha comido, sin tener de qué temer, de la mano de su amo.
Mañana habrá de volver por el resto.
FIN