6
Shatov, de pie junto a la puerta cerrada, escuchaba lo que pasaba en la escalera. De pronto dio un salto atrás.
—¡Ya sabía yo que vendría aquí! —murmuró con rabia—. Ahora temo que lo tengamos encima hasta medianoche.
Descargaron sobre la puerta unos puñetazos fortísimos.
—¡Shatov, Shatov, abre! —aulló el capitán—. ¡Shatov, amigo mío!
He venido a saludarte
porque el sol ya está en lo alto
y con su luz cegadora
los bosques hace vibrar;
y a decir que estoy despierto
—y que te lleve el demonio—,
Despierto bajo las ramas…
—¡Bien puede ser un abedul, ja ja!
Toda avecilla muere de sed
y ahora, amigo, a beber tocan…,
beber…, pero ¡no sé qué!
… ¡Bueno, al diablo con la estúpida curiosidad! Shatov, ¿te das cuenta de lo hermoso que es vivir en este mundo?
—No conteste —susurró de nuevo Shatov.
—¡Vamos, abre! ¿Te das cuenta de que hay algo más noble que la riña… entre los hombres? Hay momentos en la vida de una persona hon-ra-da… ¡Shatov, que soy una buena persona! Te perdono… ¡Shatov, al diablo con la propaganda política! ¿Eh, qué dices?
Silencio.
—¿Te das cuenta, so asno, de que estoy enamorado y de que he comprado un frac? Míralo, el frac del amor, que me ha costado quince rublos. El amor de un capitán exige buenos modales… ¡Abre! —rugió de pronto como una fiera, volviendo a golpear la puerta con furia.
—¡Vete al infierno! —gritó Shatov a su vez.
—¡Es-cla-vo! ¡Esclavo miserable! ¡Y tu hermana también es una esclava, una sierva… y una ladrona!
—¡Y tú vendiste a tu hermana!
—¡Mentira! Vengo aguantando esa acusación falsa cuando con una sola palabra podría… ¿Te das cuenta de quién es ella?
—¿Quién? —Shatov se acercó con curiosidad a la puerta.
—¿Te das cuenta?
—Me la daré si me dices quién es.
—Pues me atrevo a decirlo. Nunca me muerdo la lengua en público.
—Lo dudo —dijo Shatov provocativamente, haciéndome una señal con la cabeza para que escuchara.
—¿Que no me atrevo?
—Digo que no.
—¿Que no me atrevo?
—Anda, habla, si no le tienes miedo a la vara de abedul de tu amo. ¡Eres un cobarde, por muy capitán que seas!
—Yo…, yo…, ella…, ella es… —tartamudeó el capitán con voz agitada y temblorosa.
—¡A ver! —Shatov aplicó el oído a la puerta.
Durante medio minuto por lo menos reinó silencio.
—¡Ca-na-lla! —retumbó al fin la voz detrás de la puerta. El capitán se batió en retirada escaleras abajo, resoplando como un samovar y tropezando estrepitosamente en cada escalón.
—No. Es hombre astuto y no hablará aunque esté borracho —Shatov se apartó de la puerta.
—¿De qué se trata? —pregunté.
Shatov se encogió de hombros, abrió la puerta y se puso de nuevo a escuchar si había ruido en la escalera. Estuvo escuchando un rato y hasta bajó con cautela unos cuantos escalones.
—No se oye nada —dijo al volver—. No hay paliza. Lo que significa que se quedó dormido en cuanto llegó. Ya es hora de que se vaya usted.
—Oiga, Shatov, ¿qué conclusión debo sacar de todo esto?
—Saque la que guste —respondió con voz de cansancio y hastío al tiempo que se sentaba a su escritorio.
Me marché. En mi mente iba arraigando cada vez más una idea inverosímil. De pensar en el día siguiente se me oprimía el corazón…