CAFÉ DE

WHISTLE STOP

WHISTLE STOP (ALABAMA)

3 DE FEBRERO DE 1939

El local estaba atestado de empleados del ferrocarril a la hora del almuerzo, así que Grady Kilgore optó por asomarse a la cocina a pedir lo suyo.

—Ponme un plato de tomates verdes fritos y té frío, ¿quieres, Sipsey?, que tengo prisa.

Sipsey le pasó un plato a Grady y él fue a sentarse con su almuerzo.

En 1939, Bill el del Ferrocarril llevaba cinco inviernos consecutivos saqueando los trenes. Al pasar Kilgore por su lado, Charlie Fowler, un mecánico de la Southern Railroad, le saludó.

—Eh, Grady, he oído que Bill el del Ferrocarril limpió anoche otro tren. ¿Es que no vais a atrapar nunca a ese tipo?

Todos los presentes se echaron a reír al sentarse Grady a comer en la barra.

—Podéis reír todo lo que queráis, pero no tiene gracia. Ese hijoputa ya ha limpiado cinco trenes en las dos últimas semanas.

Jack Butts rió entre dientes.

—Ese negro de mierda —dijo— os lleva de cabeza, ¿eh?

Wilbur Weems, que estaba a su lado, sonrió mordisqueando un palillo.

—He oído que vació todo un vagón lleno de latas de conservas entre aquí y Anniston, y que los negros salieron a recogerlas antes de amanecer.

—Sí, y no sólo eso —dijo Grady—. Ese hijoputa lanzó desde el tren diecisiete jamones propiedad del Gobierno de los Estados Unidos, y en pleno día.

Sipsey no pudo contener la risa a la vez que le servía el té frío.

—Pues no tiene ninguna gracia, Sipsey —dijo Grady alcanzándose el azúcar—. Va a venir un inspector del Gobierno desde Chicago, y me la voy a cargar yo. Tengo que salir ahora mismo a recibirlo a Birmingham. Joder. Y eso que ahora han puesto seis agentes más. Al final me van a echar por culpa de ese hijoputa.

—Lo que nadie se explica —dijo Jack— es cómo sube a los trenes y cómo sabe cuáles llevan comida; ni cómo baja de los trenes sin que tus chicos logren atraparlo.

—Grady —añadió por su parte Wilbur—, es que lo gordo es que parece que ni siquiera habéis estado nunca a punto de cogerlo.

—¿Cómo que no? Art Bevins casi lo detiene la otra noche en las afueras de Gate City. Se le escapó por dos minutos. Tiene los días contados; acuérdate de lo que te digo.

—Eh, Grady —dijo Idgie al pasar—, si quieres os mando a Muñón para que os ayude. No me extrañaría que él lo atrapase antes.

—Mira, Idgie —dijo Grady—, calla la boca y tráeme más —añadió tendiéndole el plato vacío.

Ruth estaba detrás de la barra dándole el cambio a Wilbur.

—La verdad, Grady —le dijo—, es que no veo qué daño hace. Esa pobre gente se muere de hambre, y de no ser porque él les viene echando carbón, muchos habrían muerto congelados.

—En cierto modo, estoy de acuerdo contigo, Ruth. Poco pueden importarle a nadie unas cuantas latas de alubias y un poco de carbón. Pero es que la cosa se está desorbitando, tanto que, entre aquí y la línea estatal, la compañía ha puesto a doce hombres más, y yo tengo que doblar el turno por la noche.

Smokey Lonesome, que estaba al otro extremo de la barra tomando café, metió baza.

—¿Doce agentes para un pobre negro? Eso es como matar moscas a cañonazos, ¿no te parece?

—No te preocupes —dijo Idgie, dándole a Grady una palmadita en la espalda—. Sipsey me ha dicho que es natural que tus chicos no puedan detenerlo, porque se convierte en zorro o en conejo siempre que quiere. ¿Qué te parece? Igual es verdad, ¿no, Grady?

Entonces Wilbur preguntó a cuánto ascendía la recompensa.

—Pues mira —contestó Grady—, hasta esta mañana eran doscientos cincuenta dólares, pero no me extrañaría que llegase a quinientos.

—Coño —dijo Wilbur, meneando la cabeza—, eso es mucho dinero… ¿Qué aspecto creéis que tiene?

—Bueno, según los agentes que lo vieron, es un joven negro corriente con un gorro de punto.

—Y tan corriente —apostilló Smokey.

—Bueno. Muy bien. Pero, mira lo que te digo: en cuanto coja a ese negro hijoputa no va a poder correr más. Coño ya; que llevo semanas que no puedo dormir en casa ni en broma.

—Bueno, no te pongas así, Grady —dijo Wilbur—, que según tengo oído eso no es nuevo.

Todos se echaron a reír.

—Sí, tiene que ser un fastidio —metió baza Jack Butts, que era también miembro de la Peña del Hinojo—, porque también he oído quejarse a Eva Bates —añadió, haciendo que las risas subiesen de tono.

—Hombre, Jack —dijo Charlie—, debería darte vergüenza insultar a Eva de esa manera.

Grady se levantó entonces y miró en derredor.

—¿Sabéis lo que os digo? Que todos vosotros sois unos ignorantes de mierda en este café. ¡Más que ignorantes!

Fue entonces hacia el perchero a coger su sombrero y se dio la vuelta.

—A este local tendrían que llamarlo el Café de los Ignorantes. Terminaré por ir a otro sitio.

Y todos, incluido el propio Grady, rieron con ganas, porque en Whistle Stop no había ningún otro local. Grady enfiló entonces la puerta, hacia Birmingham.

Tomates verdes fritos
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