9

Al despertarse Leo percibió tres cosas: aquel perfume insolente que desprendía el cuerpo de Andrey, haciéndole contener la respiración; la habitación iluminada y unos golpecitos suaves.

—Buenos días —le susurró Andrey.

—Buenos días. ¿Por qué tienes que oler tan insultantemente bien? Me pones a cien —contestó mientras miraba hacia la ventana, donde la persiana estaba levantada y el cristal chorreando agua.

—¿Por qué has levantado la persiana? ¿Está lloviendo?

—Te has despertado muy preguntón.

—Es que necesito respuestas —le sonrió mientras le besaba el pecho—. El olor de tu piel me vuelve loco, y no puedo comprender como está lloviendo de esa manera, con la noche tan hermosa que hacía, cuando llegamos de nuestro viaje especial.

—Si te digo la verdad, me alegro —le besó en la cabeza—. Las nubes son muy densas y no va a parar de llover en todo el día, eso logra que no tenga que estar encerrado en casa.

—Es cierto. Hoy la naturaleza te da un respiro —lo abrazó—. Gracias por quedarte conmigo.

—Has dormido como un bebé.

—Estaba agotado, demasiadas emociones vividas en una sola noche. Y este cuerpo —lo acarició—, aunque un poco duro, es una buena almohada.

Andrey le sonrió y en décimas de segundo, estaba frente a la ventana, contemplando como la lluvia golpeaba los cristales. Leo se quedó mirándolo. Disfrutó durante unos segundos de aquella desnudez maravillosa. De cómo cada músculo se marcaba en su ancha espalda, de sus nalgas bien formadas y elevadas, y de aquellas piernas potentes, donde sus pies masculinos se asentaban en el parquet.

Abrió la ventana y las gotas de agua salpicaron el cuerpo de Andrey. Leo se levantó y se abrazó a él por detrás.

—Nada como un día lluvioso en verano. Hace calor y el agua refresca un poco el ambiente.

—Sí. Hoy podré salir a la calle. Hoy podré actuar como un humano más —se giró y abrazó a Leo—. Hoy el día me sonríe, te tengo a ti y me hace sentir libre.

—Pues aunque suene poco romántico, a mí me vas a tener muy poco. Tengo que prepararme para ir al trabajo. Los humanos hacemos eso, ¿lo sabías?

—Claro que lo sé. El trabajo os mantiene distraídos.

—El trabajo no nos distrae solamente, sino que nos da de comer. Porque también comemos.

—Estás peleón en las palabras, qué te parece si…

—No. Las sesiones contigo me gustan largas y no hay tiempo. Pero te propongo una cosa, sal, diviértete, pero regresa aquí. Me gustaría encontrarte en casa cuando vuelva del trabajo, y entonces…

Andrey besó sus labios sonriéndole.

—¿Eso es un sí?

—Claro. Hoy nada me impide poder hacer lo que me plazca y en esos deseos entras tú.

Leo se giró hacia la habitación, buscó ropa y se vistió. Se aseó con rapidez en el cuarto de baño y se despidió de Andrey.

—¿Me dejas las llaves de tu coche?

—Claro. ¿Sabes conducir?

—Por supuesto. Lo sé hacer todo —levantó una ceja mientras se lo decía—. He tenido tiempo para aprender muchas cosas.

—Está bien.

Buscó dentro de un recipiente y le tiró las llaves.

—Es el Audi A4 que está en el garaje.

—Me gusta ese modelo.

—A mí también y tuve la suerte de comprárselo a un amigo de segunda mano. Está nuevo, así que cuídalo bien.

—Lo haré —le besó en los labios.

Leo salió corriendo por la puerta. Cuando Andrey escuchó el sonido de cierre, se asomó de nuevo a la ventana. Sacó la cabeza y su pelo se empapó. Respiró hondamente.

—Sí, es un gran día. Se me están ocurriendo dos cosas. La primera, dar una sorpresa a Leo, le prepararé un buen almuerzo y la segunda, alimentarme, para poder estar más libre y más concentrado en lo que deseo. Hoy no quiero que nada salga mal.

Cerró la ventana y se vistió. Volvió a mirar hacia la ventana y abrió el armario de Leo. Encontró un chubasquero fino. No le apetecía llevar paraguas, él con esos artilugios no sabía moverme y tampoco era cuestión de estar empapado por la calle. Por él, no le importaba, todo lo contrario, le encantaba, pero no le gustaba que la gente le mirase más de lo normal.

Con las llaves en la mano bajó en el ascensor hasta el garaje. Encontró el coche y se acomodó dentro. Lo arrancó y salió tras abrir el portón.

La conducción era lenta, provocada por la fuerte lluvia que hacía trabajar en exceso a los limpiaparabrisas. Andrey contempló la masa de gente que se desplazaban por las aceras. Los más atrevidos sin paraguas, buscando no mojarse. Quienes llevaban aquellos artilugios, incómodos por no saber como esquivarse los unos a los otros. Los había, que como él, optaron por chubasqueros, algunos demasiado llamativos en sus colores. Comprobó en sus rostros que no estaban tan alegres como un día normal y que caminaban deprisa, buscando con ansiedad llegar al sitio en el que estar a refugio.

Andrey se encaminó hacia aquel lugar que bien conocía, aunque siempre de noche: El matadero. Allí, cuando no le apetecía ir de caza, podía saciar su sed.

Dejó el coche a una distancia prudencial para que no fuera detectado, y en una carrera de las suyas, vista y no vista, estaba en la sala donde los tanques mantenían a la temperatura adecuada, la sangre de los animales, para que no se coagulara. Sangre que estaba destinada a la venta para producir entre otros alimentos, las sabrosas morcillas.

Se aseguró que no era observado y dio un gran salto hasta una de las columnas donde escondía un recipiente. Una vez con él en las manos, abrió con sumo cuidado una zona del contenedor y lo llenó tres veces. Saboreó aquel líquido rojo y pastoso, percibiendo como todo su ser se apaciguaba. Cuando creyó que era suficiente, volvió a dejar la vasija en su sitio y con la misma velocidad, sin que nadie en el gran local se enterase, salió regresando al coche. Entró en el interior y arrancó, volviendo al caótico tráfico del centro de la ciudad.

—Sí. Ahora estoy bien. Anoche, con tantas… Se me olvidó cenar —se sonrió—. Pero ahora ya tengo reservas. Estoy pensando que dejaré el coche en el garaje e iré andando. Con todo este tráfico es imposible aparcar en ningún lado. Tengo que pensar qué prepararle para el almuerzo —se quedó meditando—. Nunca he cocinado, espero hacerlo bien.

Continuó con sus pensamientos en voz alta hasta llegar al edificio. Abrió el portón e introdujo el coche. Se aseguró que estaba bien cerrado y salió a la calle por la puerta principal, después de abandonar el ascensor.

Caminó con su chubasquero puesto, pero sin la capucha. Le gustaba sentir como su melena se empapaba con la lluvia. Anduvo entre las gentes y sonrió. Se encontraba feliz, vivo, sí, esa era la palabra, vivo e integrado, aunque fuera por unas horas y toda aquella magia pereciera cuando el sol volviese a brillar. Pero ahora, quién pensaba en el sol. Él sabía que aquellas nubes eran lo suficientemente plomizas y densas, como para no irse en todo el día. Si algo conocía bien, era la naturaleza y sus cambios climáticos.

Cruzó calles, escuchó el sonido de los coches, las voces de los viandantes, el entrar y salir de las bocas de metro, el vaciarse y llenarse los autobuses. Observó las prisas de muchos de ellos, sus semblantes congestionados, aunque la temperatura fuera más que agradable. La ciudad estaba llena de vida. Aquel centro, presentaba un ambiente exultante de humanos que destilaban olores muy distintos, los unos de los otros. Aromas que embriagaban su ser y le despertaban el lado animal del que estaba compuesto, pero estaba tranquilo, no tenía sed y además, sabía controlar su instinto, lo había demostrado en incontables ocasiones y en los últimos días con Leo. Un Leo que le provocaba más allá de lo controlable. Pero las décadas y el deseo de no causar muerte a un humano, habían sido su objetivo y lo había conseguido, era un vampiro evolucionado y además romántico, lado que le otorgó su gran amor del pasado.

Madrid le pareció, cuando llegó a ella, una ciudad infernal para su ser. Demasiadas horas de sol y en ésta época, con una temperatura muy elevada. Le encantaba el calor, pero no que cayese sobre él a plomo por aquel gran astro, que provocaría en su piel lesiones incurables. Su mayor aliado, sin ninguna duda, era el agua.

Ahora, por el contrario, se encontraba cómodo. Tenía un amigo, o un amante, o quién sabía lo que era en realidad Leo. Desde luego que junto a él, veía la vida desde otro ángulo. Una perspectiva que le traía recuerdos de aquel pasado donde fue feliz junto a otro hombre. Añoraba en tantas ocasiones a Olivier, que no le había dejado de acompañar a través de las décadas, por mucho que intentara evadir sus pensamientos con su trabajo. «Olivier, seguirás siempre en mis recuerdos, aunque sé que mi vida, mi destino, hasta el día que me llegue la nueva hora, deberé buscar otro amor, pues con el amor nos alimentamos, nos hacemos fuertes y reforzamos los vínculos con los sentimientos» fueron los pensamientos antes de internarse en los grandes almacenes.

Se detuvo unos segundos tras pasar las puertas de metal y cristal. Se detuvo y contempló con admiración todo aquel movimiento, el trajín del ir y venir de empleados y clientes. Se internó entre ellos, buscó las escaleras para ir a la planta baja, donde se hallaba el supermercado.

Aún no había decidido qué comprar para preparar su primera comida, cuando sus ojos se iluminaron ante la gran variedad de platos preparados que se presentaban en uno de los puestos. Sí. Sonrió. Para qué cocinar, si ante él se presentaban exquisitos manjares preparados y bien elaborados.

Se acercó a la cristalera. Ojeó las bandejas con los diversos alimentos, mientras los clientes que estaban delante de él, iban pidiendo. ¿Cuánto comería un humano? Se preguntó. Aunque les había visto comer, ya no recordaba de la cantidad que se componía cada plato. Bueno, pediría varias raciones y que Leo decidiera. Seguro que lo sobrante, lo podría aprovechar para la cena. Porque esa noche, también había decidido quedarse con él.

Llegó su turno y fue señalando los platos que le parecieron más exquisitos y elaborados. Pagó y se fue. Los olores de aquellos productos cocinados le desagradaron. Demasiados aromas concentrados en un mismo recipiente. Pero era la comida de los humanos, de la que él ya se había olvidado que en otro tiempo, también digería.

Al llegar a casa y tras sacar todos los recipientes de las bolsas y guardarlos en el frigorífico, decidió darse una ducha. Todos aquellos olores se habían impregnado en sus fosas nasales y pensó, que su cuerpo desprendía los mismos aromas. No, tal vez a Leo le gustara comer aquellos víveres, pero deseaba atraerle con su propia esencia.

Durante el pequeño descanso en la oficina, Leo decidió llamar a Teo. Salió a la calle a fumarse un cigarrillo y marcó su número en el móvil.

—¿Teo?

—Sí. Dime. ¿Ha sucedido algo?

—No, nada importante. He estado pensando que hoy te voy a presentar a Andrey. Quiero que os conozcáis. Pienso que ya va siendo hora.

—¿Estás seguro?

—Sí. Lo estoy. En esta historia estamos todos y lo mejor es ir conociéndose. Incluso he pensado en hacer una reunión en mi casa para buscar, si es qué se puede buscar, una estrategia y descubrir al asesino.

—He estado hablando con el policía, amigo mío. Están desesperados. Les están presionando mucho y por lo visto van a traer refuerzos de un departamento especial.

—Esperemos que Chueca no se convierta en un estado de sitio. Si la gente empieza a tener miedo, si hay demasiados policías en la zona, el asesino puede buscar a sus víctimas en otro lugar, e incluso abandonar Madrid.

—No lo creo. Quieren atraparlo aquí. Así que si sales por Chueca y te ligas a algún tío, ten cuidado, no vaya a ser un policía encubierto —se rió y provocó la risa en Leo.

—Eres un cabrón. De momento ya tengo con quien follar y estoy muy a gusto.

—Cuéntame eso —le interrogó con voz picarona.

—Es con Andrey —le contestó y suspiró.

—¡¿Estás follando con el vampiro?! ¡Estás loco amigo mío! ¡Pero que muy loco!

—Tranquilo. No pasa nada. Anoche me hizo vivir la noche más maravillosa del mundo. Estuvimos volando por el centro, sentados en tejados, contemplando el ir y venir de la gente y coches desde la parte más alta del edificio de Telefónica, nos zambullimos en el lago, me arrojé en caída libre desde una de las Torres KIO. En fin, fue una noche mágica.

—Ya veo que te has divertido, pero recuerda, que aunque sea un vampiro bueno no deja de ser un vampiro.

—Ya he visto sus colmillos. Ya he contemplado sus ojos de fuego. Ya he olido su perfume cuando se enciende como el vampiro que su ser quiere mostrar. No me provoca el menor temor. Creo… Pienso… Estoy casi seguro, que me he enamorado.

Hubo un gran silencio en la otra parte del teléfono.

—No espero que lo entiendas, porque yo mismo aún no comprendo nada. Pero me hace sentir bien y seguro. Dormimos juntos y me estuvo protegiendo rodeándome con sus brazos.

—Cómo bien has dicho, no lo comprendo, pero si eres feliz, me alegro. Simplemente una advertencia de amigo. Ten mucho cuidado.

—Lo tendré. No te preocupes y gracias. Me apetecía compartirlo con alguien y para mí eres ese alguien especial.

—Gracias por la parte que me corresponde.

—Y ahora, después de habernos comido la polla los dos, con tanto halago. ¿Te importa que lleve a Andrey al gimnasio?

—No. No me importa, además quiero conocer al hombre que te ha robado el corazón. Pensándolo bien, es preferible que te robe el corazón de esa manera, que no te vacíe el cuerpo de sangre.

—Yo también. Aunque también sé, que cuando termine su misión, se irá. Ya me lo ha dicho. Madrid tiene demasiadas horas de sol para él y no le gusta estar encerrado entre cuatro paredes. Ahora te dejo, cuídate y nos vemos esta tarde.

Apagó el teléfono y suspiró. Se sentía liberado. Aquellas palabras cómplices con Teo, sacaron de su interior una desazón que precisaba liberar. No quería pensar en el día en que Andrey abandonara Madrid. Era preferible no hacerlo y tal vez, con aquella confesión a Teo, serviría para aliviar su dolor, cuando el cuerpo, la mirada, la sonrisa, las palabras y el olor de Andrey, ya no estuvieran junto a él. Pero mientras tanto, seguiría disfrutando de su presencia, de esos momentos irrepetibles que estaba viviendo con él. Sí, Andrey le gustaba, no sólo por su físico, que resultaba espectacular, sino por su forma de ser y hacerle ver la vida desde otro prisma. Era un gran hombre, aunque fuera vampiro.

Mientras regresaba a su puesto de trabajo, pensó por unos instantes en aquellas palabras que un día le dijera Andrey. A su clan, sólo se convertían a las personas que se amaban y cuando el mortal era consentidor de ello. ¿Qué pasaría si le propusiera a Andrey que le convirtiera en vampiro argumentando lo que sentía hacia él? ¿Sentiría Andrey algo parecido a lo que en su corazón comenzaba a germinar? Movió la cabeza de lado a lado repetitivamente. Se estaba volviendo loco. Convertirse él en un vampiro, no poder disfrutar de los rayos solares, estar siempre oculto o semioculto a la sociedad. Y además, estaba el peligro de perderlo, como él perdió a Olivier; entonces su existencia no tendría ningún sentido y la eternidad se volvería en su contra. No, él era un mortal y más le pesara, debía vivir como tal, pero Andrey… Detuvo sus pensamientos al entrar en la oficina. Se sentó en su mesa y dejó a un lado sus reflexiones, ya habría tiempo para volver a meditar, si es que había motivo para ello.

El teléfono sonó en la casa de Leo, Andrey dudó por unos instantes si contestar o no. En realidad, aquella no era su casa y si llamaban a su amigo… Dejó de sonar y al instante volvió aquel sonido. Se levantó de la silla que había colocado frente a la ventana y descolgó esperando que hablase la otra persona.

—¿Andrey? —Preguntó Leo—. Soy yo.

—Dime. No sabía si responder o no a la llamada.

—¿Te vas a quedar hoy? —Suspiró—. Lo digo porque si es un sí, que eso espero —sonrió—. Llamaré a Adrián para que haga la ronda esta noche.

—¿Ronda? ¿Qué ronda? Claro que me quedo, estoy deseando que llegues a casa. Añoro tu presencia.

—Yo también y ya te explicaré lo de la ronda. Estaré ahí en unos 15 minutos.

Andrey colgó el teléfono y se sentó en la silla. A través de la cristalera disfrutó del día lluvioso. Escribió algo en una parte del cristal, lo borró sonriendo y se dejó llevar por sus pensamientos.

Leo marcó el teléfono de Adrián, éste contestó rápido.

—Adrián, me tienes que hacer un favor hoy. Sé que me toca hacer la ronda, pero… Tengo un invitado muy especial en casa y me gustaría poder estar libre esta noche.

—¿Un invitado especial? ¿Ese invitado tiene largos colmillos?

—Sí. Es Andrey. Sé que es una locura, pero necesito estar el mayor tiempo posible junto a él. Quiero que se sienta…

—No hace falta que me expliques nada. Te conozco muy bien, demasiado bien, diría yo. Y lo entiendo. Disfrutad del día y no te preocupes, yo me encargo. Le estoy cogiendo gustillo a salir por las noches entre semana.

—No te aficiones cabroncete, que tienes mucho peligro.

—Te prometo que sólo follaré con los que tengan la sangre caliente y por supuesto un buen culo. Ya me conoces, soy muy exigente.

—Sí, por eso tú y yo nos damos buenos homenajes cuando nos apetece. La verdad que eres un buen contrincante en la cama, pero cuidado, por favor, cuídate mucho.

—Soy perro viejo en el ambiente. Nadie me va a dar gato por liebre, y lo sabes muy bien.

—Lo sé. Claro que lo sé, pero nunca es suficiente el estar precavido.

—Anda, disfruta de tu vampiro y nos vemos pronto.

—Gracias amigo, esperemos que toda esta pesadilla termine pronto.

—Sí. Pillaremos al puto mierda y le daremos su merecido. Me da morbo clavarle la estaca a una escoria como esa. Que fuerte, presenciar la muerte de un vampiro en pleno siglo XXI. Eso no me lo quiero perder por nada del mundo.

—No desvaríes, y tú también ten un buen día.

Leo abrió la puerta de la casa y tras cerrarla, disfrutó de una imagen onírica. Al fondo del salón, frente a la ventana y sentado en una silla, se encontraba Andrey en su completa desnudez mirando a través de aquellos cristales. La pierna más próxima a la pared, la tenía sobre la silla y apoyado sobre la rodilla, su codo, cuya mano sujetaba de forma sutil la mejilla. La otra pierna la mantenía estirada dejando ver todo su sexo. Aquella polla de gran tamaño adornada con su pubis negro y abundante. La tensión de sus abdominales y torso, le hicieron soñar con la más bella de las esculturas, a través de un suave contraluz.

Estaba seguro que le había escuchado, pero no se había inmutado, por lo que decidió atravesar despacio el pasillo mientras se despojaba de sus ropas. Llegó ante él completamente desnudo. Andrey no dejó su posición y Leo se arrodilló frente a él. Tomó su pie, el que reposaba en el suelo y lo besó, lo lamió dedo a dedo y entonces el rostro de Andrey se volvió hacia Leo sonriéndole. Leo no dejó de acariciar aquel hermoso pie y fue lamiendo poco a poco toda la pierna. Al llegar a la polla, Andrey le detuvo.

—Gracias por estas caricias, pero no es hora de follar. Antes debes de alimentarte.

—¿Me vas a dejar con el calentón?

—Sí —se levantó de la silla—. Es hora de que te alimentes. Yo ya lo he hecho.

—Está bien —Leo también se incorporó—. Ya que no me has esperado para comer —le dispensó una sonrisa socarrona—, me prepararé algo rápido.

—No. Siéntate en la silla. La mesa, si no te has fijado, ya está puesta. Yo te serviré.

—¿Has cocinado tú?

—No me he atrevido a tanto. Pero estoy seguro que te va a gustar.

—Como quieras. Hoy soy todo tuyo. Adrián ya está avisado y hará la ronda.

—Me tienes que explicar qué es eso de la ronda —comentó Andrey mientras se dirigía a la cocina.

—Cada noche, uno de nosotros sale durante unas horas por Chueca, para intentar descubrir al asesino.

—Estáis locos —intervino Andrey mientras traía en una bandeja parte de la comida ya calentada.

Andrey colocó aquellos alimentos sobre la mesa. Los había dispuesto en bandejas. Leo frunció el ceño y lo miró.

—¿Dónde has comprado todo esto?

—Tú come y no preguntes —le respondió mientra regresaba a la cocina y volvía con más comida.

—¿Estás pensando en cebarme? Aquí hay comida para un regimiento.

—Yo ya no recuerdo las cantidades que coméis los humanos. Así que he preferido no quedarme corto. Si sobra…

—¿Si sobra? —Se rió a carcajadas—. Tío, con esto podrían comer seis personas y estarían a reventar. Eres un animal.

Andrey frunció el ceño y su rostro se endureció. Leo comprendió aquella última frase y se levantó abrazándolo.

—Es una expresión humana. Nada tienes de animal sino del ser más maravilloso que he podido conocer —suspiró mientras se despegaba de su cuerpo y cogiendo su cara entre las manos le besó—. He pensado mucho en ti durante todo el día. Sé que te quiero, o tal vez debería decir que te amo.

—Está bien. Ahora come.

Leo volvió a sentarse y Andrey lo hizo frente a él. Mientras Leo saciaba su apetito, permanecieron en silencio, aunque sus miradas no dejaban de hablarse. Aquella comunicación resultaba fluida entre ambos y los dos suspiraban de vez en cuando, al unísono. Sin duda, la complicidad entre ellos se había acrecentado, sin darse cuenta el uno y el otro. Terminada la comida y sin recoger, Leo propuso continuar con aquel juego que buscó al entrar en la casa. Ambos se tumbaron sobre la cama. La polla de Leo se levantó a la primera caricia que dispensó a su compañero y el abrazo que le ofreció Andrey.

—Se te ha puesto dura.

—Es que ya conoce al macho que me está abrazando y lo desea más que yo —le besó en el torso y percibió que su piel comenzaba a calentarse ligeramente. Sonrió. Gateó hasta encontrase con su rostro y lo besó.

Andrey lo abrazó con fuerza y Leo siguió besándolo hasta fundirse sus lenguas dentro de sus bocas. Sus pollas jugaban duras, la una contra la otra, y Leo comenzó a descender por el cuerpo de su amante. Andrey suspiraba con aquellas caricias, los pequeños mordisquitos en sus pezones y cuando lamió su rabo duro como el metal.

A Leo le encantaba deleitarse con su glande, sonrosado, grueso y perfecto como la punta de una flecha. Nunca había visto una polla tan bonita. Aquella piel tan suave, blanca, poco venosa, ancha y dura como un tronco. Suspiró y abriendo la boca la intentó tragar de una vez. Como casi siempre, le dio una arcada pero volvió al ataque y la tragó hasta que aquel pubis abundante rozó sus labios. Andrey suspiró y le agarró por la cabeza follándole la boca a su gusto. Luego le pidió que subiera por su cuerpo, se besaron y Andrey le giró en un movimiento rápido dejando ante sus ojos, las poderosas nalgas de Leo. Leo continuó mamando mientras Andrey disfrutaba de aquel ojete, que ante su potente lengua, se abría a su voluntad. Los dos se fueron excitando cada vez más, hasta que Leo se giró, se sentó sobre la polla de Andrey y se la fue introduciendo poco a poco. Suspiraban a la vez y Andrey agarró aquellas nalgas haciéndolas subir y bajar. Leo ahogaba sus gritos de placer y cierto dolor, ante la potente polla de su adversario, hasta que éste le inundó en sus entrañas, con aquella cantidad de leche que siempre le colmaba de placer. Leo cayó sobre el torso de Andrey, pero éste no sacó su rabo. Lo giró y levantándole las piernas, lo volvió a penetrar. Leo se agarraba con fuerza a la almohada e intentaba sonreír al paladín que le estaba embistiendo. Estiró sus manos y acarició aquel torso marmóreo y perfectamente tallado, más con la tensión que presentaba cuando le hacía el amor. Sacó la polla del culo de Leo y le salpicó toda la cara y cuerpo con la leche que volvía a surgir de su hermoso tronco. Leo se incorporó y antes de que terminar de regarlo, introdujo aquel rabo en su boca, para degustar el néctar que brotaba de él. Lo saboreó hasta la última gota, dejando aquel glande brillante y limpio. La polla de Leo estaba muy dura. Andrey estiró sus piernas y se introdujo aquel rabo en su ano. Leo suspiró. El interior de aquel culo le enardecía, le volvía loco, sobre todo, cuando sus duras nalgas caían sobre sus muslos. Era el placer absoluto. Rozar el nirvana. Andrey posó sus tibias manos sobre el pecho caliente y sudoroso de Leo y le miró con deseo. Comenzó a follarse el mismo, a un ritmo desenfrenado. Leo sentía arder su polla con aquel entrar y salir del interior de su compañero. Suspiró con fuerza, su cuerpo se tensó y llenó el interior de Andrey. Lo fue tumbando sobre la cama, sin sacar la polla, levantó sus potentes piernas y entonces sacó el rabo. La leche comenzó a brotar con el movimiento del esfínter y Leo saboreó su propio semen, salido de aquel cuerpo al que amaba.

—Vuélveme a follar —le pidió Andrey.

Leo no lo dudó al comprobar que su polla seguía muy dura. Se la metió de golpe y Andrey aulló. Volvió a colocar las piernas de Andrey sobre sus hombros y mientras seguía con la penetración, le comió los pies. Le encantaba acariciar aquellos pies masculinos y perfectamente formados. Saboreó cada dedo y la planta de ellos. La polla de Andrey estaba de nuevo dura, por aquel placer que le provocaba su compañero, quien no dejaba de embestirle. Con su mirada le pidió que acelerara más y Leo obedeció. Colocó una mano a cada lado del cuerpo de Andrey e inclinando su cuerpo y levantándolo lo folló sin control. Andrey lanzaba gritos de placer y uno de aquellos gritos fue ahogado al entrar en contacto los labios de Leo con los suyos. Sacó la polla y giró el cuerpo de Andrey, tumbándolo sobre la sábana boca abajo. Besó sus nalgas antes de metérsela de golpe. Andrey mordió la almohada y Leo, estirado sobre el cuerpo de su compañero y de nuevo con las manos a los laterales, volvió a la carga. A una penetración fuerte y sin medida.

—Dale fuerte —suspiraba Andrey—. Dale fuerte hasta que inundes mis entrañas.

Leo sudaba a mares por la frente y el torso, y cuando el semen reventó, saliendo como el magma de un volcán, se desplomó sobre la fuerte, dura y tibia espalda de Andrey. Permaneció en aquella posición durante un largo rato, abrazado a él y con la cabeza sobre aquella piel, que ahora, con su temperatura, aliviaba el fuego que desprendía la suya.

—Te amo, te deseo —susurró muy suave.

No vio la cara de Andrey, pero éste, con la cara pegada a la almohada, sonrió. Sonrió por aquellas palabras, pues las compartía por completo con él.

Leo dejó de abrazar el cuerpo de Andrey. Cayó boca arriba en la otra parte de la cama y se quedó dormido. Andrey lo miró en aquella postura. Podía escuchar los latidos de su corazón, como un gran tambor, bombeando la sangre por todo su cuerpo. El sudor que su piel desprendía, junto aquella excitación que aún continuaba en él, lo enloquecía. Sus genitales, ahora dormidos, le provocaban el deseo de acariciarlos y besarlos. Era hermosa su polla y sus grandes huevos. Sí, su humano tenía un aspecto envidiable. Un buen macho, como se llamaban entre ellos y era suyo, al menos por un tiempo. Aquel humano lo amaba y él también, pero…

Los dedos de Andrey bordearon las formas del pecho de Leo, se detuvo en sus pezones, en aquellos pezones pequeños y sonrosados, continuó bajando por el centro de su cuerpo y dibujó sus abdominales, que se marcaban por es esfuerzo y los ejercicios mantenidos en el gimnasio, rozó su pubis y dejó que sus dedos jugaran entre el vello abundante, acarició el tronco de aquella polla dormida hasta llegar al glande, donde aún quedaba una última gota de semen, la tomó en uno de sus dedos y se la llevó a la nariz, esnifó el olor que desprendía y sintió una fuerte erección. Aquella gota fue saboreada, al posarla sobre la punta de su lengua. Cerró los ojos y suspiró. Su olor, aquel aroma humano, de un humano lleno de vida y con un perfume tan embriagador que sería capaz de distinguirlo entre millares de humanos, aunque estuviera a miles de kilómetros. Aquel olor era parte de él, lo fue desde el mismo instante en que lo conoció en el pub, donde su humano parecía ausente ante su presencia. Cómo le había dicho, sí, se había fijado en él, pero seguía viendo aquella película porno de temática gay, mientras el resto de la clientela, babeaban por una caricia, un beso, un revolcón con él. Pero Leo se había comportado de forma distinta y aquella primera conversación, sentados en las escaleras de la plaza Vázquez de Mella, le resultó la más cercana a la de dos amigos.

Dejó de acariciarlo, no deseaba despertarlo. Le encantaba verlo dormir. Cuántas noches, sin Leo saberlo, había pasado horas y horas en aquella habitación, disfrutando de sus sueños, o mejor dicho, de la tranquilidad que el sueño le proporcionaba.

Aquella respiración sosegada, emitida por un corazón en reposo, confería a su cuerpo, en las horas de descanso, un aspecto bucólico, mágico ante sus ojos. Tantas veces sintió la tentación de tumbarse junto a él y acariciarlo, besarlo, admirarlo, como ahora lo tenía ante él.

Si pensaba, por unos instantes, jamás se había enamorado de un humano y posiblemente tampoco cuando él lo era. No. Aquellas sensaciones, aquellas emociones, aquella chispa que percibía junto a Leo, sólo un ser se la proporcionó en toda su existencia: Olivier. Olivier, en un pasado tan lejano y tan cercano a la vez para él, le traía los recuerdos de las risas, de los juegos, de las miradas, de las pasiones que ahora afloraban de nuevo junto a Leo. En cambio con Leo era distinto, porque en realidad era un mortal y los mortales son imprevisibles.

Se levantó dirigiéndose a la ventana, continuaba lloviendo. Los cristales estaban ligeramente empañados y dibujó un corazón que borró al instante. Un corazón que en su pecho no latía y por unos segundos se maldijo por ello. Deseaba compartir los latidos de Leo con los de él; de esa forma sabría que estaba vivo, que eran un igual por igual y nada les podría alejar jamás, salvo la muerte, una muerte que en él estaba presente desde hacía décadas y que ahora renegaba de ella. «Quisiera estar vivo» soltó en un susurro y su aliento frío golpeó el cristal apareciendo de nuevo el corazón borrado. Abrió la ventana y humedeciendo su mano derecha, volvió a borrar el corazón. «No son mis lágrimas, pero podrían serlo, porque tal vez, entre los millones de gotas, que el cielo hoy derrama, están las que nunca he podido desprender, desde que soy el que soy».

Sacó al exterior su cabeza y dejó que el agua empapara su melena, como el borracho, que tras la embriaguez, intenta despejarse, liberarse del alcohol que ha consumido, que ha envenenado su sangre. Sí, su sangre estaba envenenada por un pasado, por una promesa, por un amor, de los que no renegaba. Pero en su sangre no había ahora alcohol, sino el néctar del amor, del amor que un día Olivier le transmitiera, le entregara, le ofreciera con libertad y él aceptó.

Maldijo al destino juguetón mientras levantaba la cabeza, mientras las gotas que calaban sus cabellos saltaban al espacio, mientras el agua azotaba con fuerza su rostro, que no enfrió, pues era más fría su piel. Piel fría, sentimientos ardientes. Que terrible contradicción para un inmortal, para un vampiro. La evolución era positiva, pero dolía y él no deseaba sufrir. No. ¿Por qué se ha de sufrir, cuando uno es feliz, como él lo era ahora?

Miró al cielo, cubierto con aquellas nubes densas, plomizas, grises ceniza, que ocultaban un sol que Leo amaba y él no podía disfrutar en su esplendor. Se dejó llevar, sin pensar en más. Sus ojos, ahora ahogados en gotas de lluvia, parecían llorar, suplicar, entonar un adagio desgarrador, necesitando respuestas, esperando una palabra de aliento.

Un rayo rasgó el firmamento seguido de un trueno y la lluvia se hizo más intensa. Un nuevo rayo y otro trueno más atronador, pareció hablarlo en un idioma desconocido. Permaneció inmóvil, como estatua tallada, como ser onírico o sacado de una leyenda ancestral, que al contrario de provocar pavor, ofrecía relax en el semblante que ahora presentaba a la naturaleza, pues nadie más lo veía.

Sintió un abrazo cálido, un contacto con un cuerpo que se pegaba a su espalda y lo hacía estremecer, un beso en el cuello que le devolvió a la realidad del presente, pues en aquellos instantes que vivió, ni él mismo supo en que lugar se encontraba.

—¿Disfrutando de la tarde?

—Disfrutando de la vida e intentando entenderla —le contestó.