La esencia
CINCO SIGLOS ANTES de que los pies del Mesías hollaran las arenas del desierto de Judea, los sabios atomistas griegos, según nos lo cuenta Lucrecio en su De rerum natura, ya sostenían que la materia estaba compuesta de átomos invisibles e indivisibles, que las propiedades de los objetos dependían del tamaño y forma de aquéllos y que todo cambio representa simplemente una variación en el agrupamiento atómico. La naturaleza y composición de esas indestructibles partículas microscópicas, que se creía constituían la entraña de la materia, era considerada como la misteriosa obra de Dios. Más tarde, pensadores tan eminentes como Francis Bacon o Descartes y científicos destacados como galileo o Newton se harían eco de estas nociones que fueron ley hasta bien entrado el presente siglo.
En los inicios de esta vigésima centuria, el descubrimiento del electrón y la radiactividad comenzó a levantar sospechas sobre la solidez del principio. Hoy sabemos que la materia está organizada en campos. Los átomos constituyen simplemente el campo en el que se organizan otras partículas menores, como los electrones, protones o neutrones, y, a su vez, están organizados en moléculas. Éstas se organizan en tejidos y éstos en órganos que, a su vez, forman cuerpos, sociedades, conductas, etc. La física cuántica ha llegado a la conclusión de que las partículas subatómicas constituyen otro campo que organiza expresiones de energía tan microinfinitesimales y efímeras que sólo pueden considerarse probabilidades. Aunque no hay constancia irrefutable ni prueba experimental de su existencia, se da por hecho que son doce y reciben el nombre de quarks. A partir de ahí, todo entra de nuevo en el insondable y especulativo ámbito de la metafísica.
Milenios antes de que Demócrito y Epicuro consolidaran en Atenas su teoría atómica, la cosmogonía védica ya establecía que la esencia última de todas las cosas estaba constituida por tres gunas, o cualidades últimas, denominadas sattua, rayas y tamas. Estas tres fuerzas, o tendencias intrínsecas universales, conocerían períodos de equilibrio y mutua neutralización (la noche cósmica, tras la disolución del universo), y otros de actividad que propiciarían el despertar de energías latentes, dando lugar a nuevas creaciones.
Sattua es pura, positiva, transparente y luminosa. Representa el equilibrio, la armonía, la estabilidad y la perfección.
Rayas es responsable del movimiento, la acción, el cambio y la energía. Tiene la capacidad de crear y destruir.
Tamas refleja un estado opaco, oscuro, inerte, aún no alcanzado por la actividad, la luz o la inteligencia.
Del mismo modo que mezclando tres colores el pintor puede obtener infinitos tonos, la interacción de las tres gunas crea la gama infinita de objetos, sensaciones y sentimientos que constituyen el universo conocido. Los quarks, electrones, átomos, células, tejidos, órganos, cuerpos, especies, sensaciones, conductas, etc. son resultado de la progresiva densificación de estas cualidades esenciales y de su fluctuante danza caleidoscópica. El más mínimo cambio en la dinámica de su interrelación es transmitido de inmediato, a través de los distintos campos, hasta alcanzar el propio pensamiento humano.
Nos encontramos así con que el carácter de los objetos, lugares y pensamientos viene determinado por la guna predominante en cada momento. Cuando es sattua la que prevalece, la mente experimenta lucidez, paz, amor, centramiento y euforia espiritual. Si se trata de rayas, aparecen la pasión, la ofuscación, la agresividad, el desatino y la desmesura. La influencia de tamas da lugar, finalmente, a la abulia, la pereza, la inercia, la dejadez, el abandono y la estupefacción. Curiosamente, el libre albedrío, propio de las criaturas humanas, tiene la facultad de modificar la relación de las gunas en destino. Así, un pensamiento deliberadamente positivo, generoso y preñado de amor puede revertir el proceso, afectando, por resonancia, los campos químicos, físicos y energéticos, hasta propiciar el establecimiento, en origen, de sattua.
Ninguna guna puede manifestarse en estado puro, por cuanto la presencia de las otras es inevitable, pero la fluctuación entre ellas es constante. Como constante es el cambio en toda naturaleza. Momento a momento, cuanto existe, muda; hasta el punto de que sería más apropiado hablar de procesos antes que de objetos, al referirnos a las cosas. Esta danza cósmica de la materia que resalta Fritjof Capra en su libro El Tao de la Física, es la que la iconografía hindú ha representado ancestralmente en la figura de Nataraja, el dios danzante con numerosos brazos que transmiten la idea del movimiento incesante.
Ese estado ideal que el hombre persigue con denuedo desde el origen de los tiempos, y que hemos dado en llamar felicidad, viene dado por la hegemonía de sattua. Las técnicas del yoga persiguen, con métodos milenarios la transformación de tamas en rayas, y de ésta en sattua. En la medida en que el yogui consigue vencer la pereza y apaciguar la pasión, entra en un estado de gran beatitud que se denomina samadhi, donde no caben la ignorancia, el egoísmo, la enfermedad ni el dolor.
Mientras llega ese ansiado paraíso, quizá convenga tomar buena nota de que los diferentes momentos del día, los lugares que frecuentamos, los alimentos que ingerimos, las lecturas que escogemos y las personas que frecuentamos, están imbuidas por la naturaleza de sus correspondientes gunas y ejercen un efecto mimético sobre nuestra propia mente, que reacciona en consonancia. La música sublime de Schubert produce en quien la escucha un efecto muy distinto al que produciría un concierto de rock duro. El ambiente rayásico de una discoteca predispone a la excitación y el desenfreno, mientras que el recogimiento y el silencio de una cartuja extienden un delicado bálsamo sobre el ánimo.
Cada uno se siente atraído por distintas compañías, lugares y situaciones, según la guna predominante en su carácter. Un místico no soportaría ni cinco minutos el ambiente infernal de un bar de copas, del mismo modo que un amante de la noche sufriría lo indecible con el recogimiento de la meditación. Pero, dejémoslo bien claro, no parece tratarse de opciones distintas, sino de grados de refinamiento y evolución.