XVI
A la mañana siguiente me desperté agitado e inquieto. Lo primero en que pensé fue en Jaap, y seguía sin tener respuesta a la pregunta que me había hecho el día anterior. Seis meses se pasaban volando, pero no era propio de nosotros cambiar de un día para otro el carácter de nuestra relación. Al mismo tiempo, me sentía incapaz de comportarme como si no hubiera pasado nada.
Además, tenía que ponerme en contacto con Kalman Teller. Sin haber firmado con él ningún contrato, ya tenía a Peter Redig trabajando para mí.
El «al habla Teller» con que me respondió al teléfono sonó tan poco acogedor que me pregunté quién se atrevería a llamarle una segunda vez, pero se transformó de inmediato cuando oyó mi voz.
—Así que ha estado hablando con Sunardi. Siento mucha curiosidad.
—Sigue sin querer decir más de lo que ya sabíamos. Fue categórico al respecto y creo que entiendo la razón: tiene mucho miedo. No sé de qué, pero ya he tomado medidas. He encargado a alguien que le vigile y que siga sus pasos.
—¿Le pareció necesario?
—Sí.
—Me fiaré de su experiencia entonces. Por lo demás, la reacción de Sunardi tal como usted la describe me hace albergar esperanzas. Eso confirma nuestras sospechas de que aquí está pasando algo. ¿He de entender entonces que acepta el trabajo?
—Sí, pero tenemos que hablar todavía de las condiciones. Este es un asunto poco habitual para mí y puede generar muchos gastos. Si luego resulta que hay más personas implicadas, deberé buscar más ayuda. Yo solo no puedo vigilar a todo el mundo y tampoco soy bueno en este aspecto. De ahí que ya haya colocado a alguien con Sunardi. Y es una persona que no trabaja gratis precisamente.
—Ante todo, no se preocupe por mi economía. Tengo una buena pensión de la Shell y de vez en cuando gano algo como consultor ofreciendo consejos estratégicos. Pero esto no es lo único. ¿Tiene papel y lápiz a mano?
—¿Para qué?
—Vaya a buscarlos y pronto le quedará claro.
Primero me dio la dirección de una página web y después unas cuantas abreviaturas y cifras que necesitaban alguna aclaración. Después dijo: «Consulte la página mañana por la tarde, a las tres y media. Si se abre con los datos que le acabo de facilitar, he ganado dinero. Entonces comprenderá mejor que la última de mis preocupaciones es cómo le voy a pagar. Mañana ocurrirá algo que tendría que haberse producido hace mucho tiempo, pero que sorprenderá a un montón de gente».
Por un breve instante, su reserva habitual había dejado paso a la petulancia, pero esta volvió a desaparecer cuando dijo:
—Hay algo que considero mucho más importante: si trabaja para mí, cuento con que lo esté haciendo al cien por cien. ¿Será capaz?
—¿A qué viene esa pregunta?
—Parece como si estuviera con la cabeza en otra parte. Por mucho que me guste contar con sus servicios, solo quiero trabajar con usted si va a esforzarse al máximo.
Encendí el ordenador y fui a la página web que me había dado: la New York Mercantile Exchange. La mayor bolsa de mercancías del mundo, en la que también se comerciaba con petróleo mediante los llamados futuros: contratos a plazo. Me había dado los valores para dos clases de petróleo: West Texas Intermediate y Brent Crude Oil. Kalman Teller había hecho una predicción sobre algo con lo que un montón de personas podían especular, de manera razonada o irracional, pero que era imposible que alguien supiera al cien por cien con seguridad, porque aún debía producirse: las cotizaciones de apertura del día siguiente. Aunque no lo había expresado directamente, comprendí que ganaba dinero especulando con la futura evolución de los precios. Mañana podría comprobar lo bueno que era con estas predicciones.