XXIII
Una de las primeras cosas que descubrí fue que, entre tanto, Laurens Vandersloot había dejado de trabajar para el Centro Médico Mariahoeve hacía ya tres años. En la página web del hospital su cuñada, Muriel Vandersloot-Kerssemakers, seguía apareciendo como la directora y miembro del consejo de dirección. El nombre de su cuñado, sin embargo, no podía encontrarse en la composición del equipo del departamento de anestesiología. Una llamada telefónica fue suficiente para averiguar que se había puesto a trabajar por su cuenta. Para el proceso judicial no suponía ningún cambio, porque el hospital era la parte contraria en el pleito incoado por Mira y Frederik Roes, y la única vez que Vandersloot hubo de presentarse le representó su abogada. Sin embargo, aquí teníamos de nuevo un ejemplo de lo mal informados que estaban y de que no los tomaban en serio.
Vandersloot manejaba todavía la jeringuilla, pero ahora para una fuente de ingresos mucho más lucrativa. Según la página web de la Aestetica Injectables Kliniek Amstelveen, Vandersloot era un especialista médico con años de experiencia en la administración de inyecciones. Era verdad, pero con matices. Las inyecciones que ponía ahora estaban destinadas a embellecer el aspecto exterior de sus pacientes. Explicado con infinidad de fotografías del antes y el después del tratamiento, se aclaraban cuáles eran las posibilidades.
En palabras del propio Vandersloot: «¿Por qué me he especializado en inyectables? ¡Con las inyecciones se puede conseguir más de lo que se piensa! Con pequeños tratamientos de inyectables puedes conseguir un aspecto juvenil con un efecto sutil y natural, sin que cambie en absoluto la expresión del rostro. No se trata de poner una inyección sin más, sino de sacar al exterior lo mejor de un cara. Con unas inyecciones de garantía, una mirada cansada y preocupada, las comisuras de los labios hacia abajo o las mejillas fláccidas, el contorno de la mandíbula caído o las mejillas hundidas obtienen casi siempre una solución idónea. Incluso existe la posibilidad de enderezar una nariz torcida o de levantar las cejas. Una de nuestras especialidades es el desarrollo y puesta en marcha de tratamientos como alternativa a intervenciones quirúrgicas. Y siempre funcionan: el rostro es el punto de partida para la elección de inyectables, y no a la inversa».
Por primera vez veía también en esta página una foto de Vandersloot y se confirmaron mis sospechas: no era uno de los hombres que había visto en la estación. Pelo corto y lacio, peinado con una impecable raya, y un rostro un poco redondeado, lo que parecía indicar que también debía de estar metido en carnes. Lo más llamativo era una pequeña mosca negra de apenas un par de centímetros cuadrados bajo el labio inferior. Era presuntuosa y ridícula a la vez, probablemente pensada como expresión de una seguridad en sí mismo basada en el éxito.
Vandersloot no trabajaba solo, sino con dos colegas: uno, especializado en nalgas, y el otro, en pechos. Ellos también tenían su propio mensaje publicitario con fotos incluidas. Con esa combinación de especialistas, la Aestetica Injectables Kliniek Amstelveen era una especie de ventanilla única que con toda seguridad tenía muchos acuerdos deliberados entre los tres especialistas para un sinfín de posibilidades de venta cruzada. Había una lista muy detallada con indicaciones de precios para tratamientos. La inyección más barata costaba ciento cincuenta euros, y la más cara, setecientos; como era lógico, los inyectables con un efecto permanente eran más caros que los que debían repetirse al cabo de un determinado tiempo, y se dejaba claro que el precio exacto dependía de la cantidad del fluido que se inyectaba, habiendo descuentos para los tratamientos simultáneos en varias zonas. Además, se podía adquirir, por ejemplo, un «abono de bótox». Por último, se mencionaba que la clínica disponía de dos marchamos de calidad: el de las Clínicas Independientes de los Países Bajos y el de la Asociación Neerlandesa de Medicina Cosmética.
Comencé comprobando los datos de la empresa. De su inscripción en el registro de la Cámara de Comercio resultaba que Vandersloot era uno de los tres directores de la sociedad de responsabilidad limitada Aestetica Injectables Kliniek Amstelveen. Los tres juntos tenían el treinta por ciento de las acciones de esa empresa, mientras que el setenta por ciento restante estaba en manos de una sociedad de responsabilidad limitada que se llamaba COSMED. Esa empresa resultó que era propietaria de unas quince clínicas semejantes repartidas por todo el territorio de los Países Bajos, COSMED SRL formaba parte de un holding que llevaba el nombre tan poco elocuente de medcare. Ese holding ejercía innumerables actividades, cada una alojada en distintas sociedades, que de alguna manera podían definirse como médicas: investigación de enfermedades pulmonares; una agencia de viajes para make-over holidays, combinaciones de operaciones estéticas y vacaciones en países tales como los Estados Unidos, México, Turquía y Sudáfrica; investigación de los efectos de medicamentos; desarrollo y venta de equipos médicos; hasta unas cuantas clínicas privadas para tratamientos médicos normales y las clínicas para cirugía estética, de las que Aestetica Injectables Kliniek Amstelveen formaba parte, MEDCARE era a su vez propiedad de la CARE INVEST luxemburguesa, una sociedad limitada que se regía por las leyes de Luxemburgo. De esa empresa, en cualquier caso, no podría hablar con nadie: habían encargado la dirección a una de las muchas oficinas que hay en los Países Bajos que se ocupan de la gestión de conglomerados de empresas, en este caso la Oficina General de Trust de los Países Bajos (ATLL). Por una remuneración determinada, ATLL se encargaba de la dirección, llevaba la contabilidad y el pago de impuestos anuales y organizaba la junta general de accionistas cada año. Seguro que todo estaría en perfecto orden e impecable, incluido el abono de impuestos a su tiempo y el registro de las cuentas anuales, pero una cosa seguía estando sin aclarar: ¿quién o quiénes eran los propietarios de todo lo que había debajo, incluido el setenta por ciento de la clínica donde trabajaba ahora Vandersloot?
Amstelveen: decidí pasarme por allí. Estaba tan cerca que podía ir en bici. Aunque ya había oscurecido, no llovía, y el aire frío de la calle me haría bien. Tal vez pudiera volver a dormir a pierna suelta durante una noche entera.
La clínica se hallaba en la planta baja de un moderno edificio de empresas de tres pisos. Tras una fachada principal con mucho aluminio y cristal azul oscuro a través del cual no podía verse el interior, se encontraban proveedores de servicios tales como abogados, notarios, actuarios y asesores fiscales, pero también dos empresas de internet y, más en el ámbito de Vandersloot, una especialista en belleza y una dietista. A esta hora ya no había nadie, y pegué la nariz al cristal de la puerta giratoria. Los visitantes entraban en un vestíbulo amplio y de techos altos, donde debían dar sus datos en recepción. Miré a mi alrededor y llegué a la conclusión de que podía encontrar un buen lugar para aparcar el coche frente al edificio, observar el inmueble y, pese a todo, no llamar la atención. El edificio en el que se encontraba la clínica se hallaba en una calle de sentido único que corría paralela a un ancho canal limitado a ambos lados por una franja de hierba y jalonado con elevados árboles. Al otro lado del aparcamiento había un centro comercial en el que pude ver desde donde estaba un supermercado Albert Heijn y una tienda de bebidas. Un ajetreo suficiente y los elevados árboles procurarían también cierta protección. No era mal lugar para vigilar desde allí el trajín.
En el viaje de regreso, fui con la bicicleta por el Bosque de Ámsterdam. Un impulso me llevó a torcer a la altura del Bosbaan, la pista de competición para remo. A la luz de las farolas, brillaba el pavimento aún irregular después de la abundante lluvia caída anteriormente durante el día y había charcos por todas partes. Seguí pedaleando hasta llegar a la cabecera del Bosbaan y dejé allí apoyada la bicicleta contra un árbol. Aparte de un único hombre haciendo jogging, no había nadie en la calle, y en el club de remo también estaban todas las luces apagadas. Cuando empezó a llover de nuevo, salté una valla y crucé corriendo el césped hacia la caseta de salida que había junto a la pista. Allí pude guarecerme bajo una marquesina. Me encendí un cigarrillo y me puse en cuclillas, apoyando la espalda en la pared. Fumé despacio y miré al agua, en la que las gotas cavaban durante la fracción de un segundo un hoyuelo que las absorbía poco después. Eileen y yo habíamos venido aquí alguna vez en invierno a patinar sobre el hielo. Hacía ya mucho tiempo, cuando éramos jóvenes. Conservaba una vaga imagen de nuestro aspecto de entonces. Una imagen como de otro mundo, irreal, no unida a este momento, tal como estaba yo aquí ahora, en la oscuridad. Si se remaba ahora, si se volvía a patinar, lo harían otros jóvenes. Eileen y yo, los amigos con quienes salíamos, no éramos más que recuerdos: los circulitos alrededor de las gotas que ya habían desaparecido, que aún se extendían un poquito para volver a perderse en el agua. Me embargó la tristeza o la melancolía, ni siquiera sabía cómo debía llamarlo.
Cuando terminé de fumar, esperé todavía un rato a que escampara, pero seguía lloviendo. En el cielo oscuro tampoco pude leer si el chaparrón estaba a punto de finalizar, así que volví por la bicicleta. Me mojaría, pero cuando llegara a casa podría ducharme y sentarme junto a la estufa.