X

Es un día frío, pero soleado, de esos que le gustan. La noche ha sido intensa y siente como si llevara aún algo de Luciana en su piel. Ella se despertó primero, se vistió sin hacer ruido y lo besó antes de irse. Cuando Pablo abrió los ojos ya no estaba. Sintió una oleada de angustia, un déjà vu. Pero esta vez es distinto. Luciana no lo abandonó, simplemente ha ido a su trabajo. Y él debía hacer lo mismo, por eso está en su consultorio, para poner algunas cosas en orden antes de ir a ver a Camila. Hay pacientes que lo esperan y él tiene que organizar las cosas de modo tal de no perjudicarlos.

Helena entra trayendo el mate y lo ve con las historias clínicas en la mano.

—Bueno, veo que te acordaste de que hay otras personas que te necesitan. Pacientes con los que asumiste un compromiso. Hasta ahora eso siempre había sido algo importante para vos.

—¿Sabés? Estaba tomando el tiempo para ver cuánto tardabas en venir a criticarme. Pero bueno, al menos es algo, porque desde que entré casi no me dirigiste la palabra.

—¿Y qué querés, Rubio? Si desde que Paula Vanussi cruzó por esa puerta te olvidaste del mundo.

No sabe cómo tomar lo que Helena le dice. Por las dudas, se defiende.

—Paula Vanussi es muy hermosa, pero no me gusta, si es que a eso te referís.

—No sé si te gusta o no te gusta, y eso no es problema mío. Jamás me metí en tu cama. No es eso lo que me preocupa.

—¿Ah, no? ¿Y qué es exactamente lo que te preocupa?

Helena se sirve un mate y lo toma sin apuro.

—Ayer estuve hablando con Fernando.

Pablo deja las historias clínicas sobre el escritorio y se reclina en su sillón. La mira expectante.

—Le pregunté qué sabía de Roberto Vanussi y de su entorno.

—¿Y?

—Rubio, yo no sé cómo se te ocurrió meterte en esto. Ese tipo era capaz de hacer cualquier cosa por plata, o por poder. A ver si me entendés de una buena vez. Vanussi era un jodido que se rodeaba con gente tan jodida como él. Y, sin importar quién lo haya matado, todos le debemos un favor.

—¿Y qué más te dijo Fernando?

—Que si te metés con esa gente tu vida no vale nada. —Lo mira seriamente—. Pero eso no es todo. Porque si vos te querés suicidar es tu problema, pero quiero que sepas que con tu comportamiento nos estás poniendo en peligro a todos los que te rodeamos.

La mira asombrado.

—No entiendo a qué te referís.

Helena toma un sobre negro que estaba apoyado en la bandeja y lo pone delante de Pablo.

—A esto.

—¿Qué es?

—Miralo.

—¿Cómo llegó hasta acá?

—Se lo dieron al portero.

—Pero…

—Abrilo.

Pablo toma el sobre. Su corazón empieza a latir con rapidez y una sensación de angustia lo invade preparándolo para algo desagradable.

Como analista sabe que hay dos tipos de angustia.

La angustia automática, que es efecto de la pura descarga de una tensión acumulada, producto del advenimiento de una fuerza incontrolable que, al modo de una erupción se impone arrasando con todo. Esa angustia paraliza y deja a la persona indefensa y sin palabras. La otra forma de la angustia, la angustia señal, es más moderada, más manejable, no explota pero genera una sensación de temor y congoja, y su función es alertar a la psiquis ante la posibilidad de la aparición de un acontecimiento doloroso. De esta manera provoca que, de un modo inconsciente, los mecanismos de defensa se pongan en movimiento para proteger a la persona de un dolor que, de otro modo, le resultaría insoportable.

Pues bien, este mecanismo se ha activado en Pablo.

Intenta aparentar una tranquilidad que no tiene y abre el sobre. Saca cinco fotos que fueron tomadas con teleobjetivo y que muestran a Pablo al entrar en la Clínica Ferro, a Helena en la puerta del consultorio, a Fernando en su automóvil, a José en un bar y, ésta es la que más lo golpea, a Alejandra sentada sobre el pasto a la orilla de un río. No reconoce el lugar, pero no tiene dudas de que fue tomada en el pueblo en el que vive. Todos están tachados por una enorme cruz pintada en color rojo. Le cuesta reaccionar. Mira una vez más el sobre anónimo y ve una hoja de papel que no había notado. La saca y lee un breve mensaje: «¿Quiere seguir?».

Se hace un silencio pesado y prolongado que Helena interrumpe.

—¿Y… qué pensás?

—Que Javier Vanussi no puede ser el autor de esto, ¿no te parece?

Helena no dice nada, sólo lo mira con un gesto de contrariedad. Pablo no puede sostenerle la mirada. Ella se levanta y se retira a su escritorio sin decir nada. Al quedar solo, baja la cabeza y aprieta la cara contra sus manos. No tiene dudas. Esto no es un juego y deber terminar cuanto antes.

Se levanta, toma el sobre con las fotos y se dirige hacia la puerta. Pasa por al lado de Helena y se inclina a darle un beso. La mira y ve el miedo en sus ojos. Intenta una sonrisa y le acaricia la cabeza con ternura.

—Perdoname.

No recibe ninguna respuesta.

Sin decir palabra atraviesa el pasillo y sale del consultorio.

—Esto tiene que terminar —vuelve a decirse.

Sin embargo, mira su reloj. Seguramente el remís ya está en la puerta y Camila debe estar esperándolo.