7

Manual de Justin para la artista

Los cambios son la única constante en la vida. Recíbelos con los brazos abiertos

Stormy aparcó su automóvil y se echó a reír cuando Hunter se apeó.

—No sueles conducir mucho, ¿no?

Al guardia no le había hecho mucha gracia tener que ir a la tienda, pero tras enumerarle los peligros y no conseguir que la muchacha cambiara de opinión, la había acompañado sin quejarse demasiado. No debería estar riéndose de él. Bueno, quizá sí. Necesitaba dejarle claro que no la intimidaba. Sí. Por supuesto. A raíz de la debacle del abrazo.

—No me hace falta. Normalmente me transporto cuando lo necesito. Pero cuando conduzco no lo hago en una lata de sardinas —dijo señalando el Mini Cooper.

Stormy fingió una mirada amenazante mientras cerraba el maletero.

—No te metas con Fred.

—¿Fred?

—Fred Cooper. Mi automóvil.

—¿Lo has bautizado?

—Ayúdame con la compra. —Stormy se volvió hacia la casa, con los brazos repletos de bolsas de papel. Ya había hecho la compra y todavía tenía tiempo para pasar un rato en el estudio.

Justin salió a recibirles con el ceño fruncido.

—Ha venido el hombre este, quiere hablar contigo. —Su voz, normalmente amable, sonó más dura de lo habitual.

—Papá… —musitó Stormy.

—El idiota no te encontraba y se ha presentado en mi estudio, aporreando la puerta. No ha llamado, no, la ha aporreado. Quería saber dónde estabas y si podía dejarte un mensaje. —Justin cerró los puños con fuerza—. Ha tenido suerte de que no se me haya escapado el cincel.

—Oh, papá. Lo siento mucho.

—No es culpa tuya, cariño —la tranquilizó. Su enfado pareció disiparse, aunque un tic en el ojo delataba su estado de ánimo.

Hunter, también cargado con bolsas, apareció tras Stormy.

—¿Entonces Talbott está aquí?

—Le he dicho que esperara en casa. Ken ha ido a hacer un recado.

—Lo siento, papá. —Stormy se puso de puntillas y le besó en la mejilla—. Ya me ocupo yo de él.

Justin asintió y volvió al estudio, ubicado en otra sección de la propiedad.

Stormy dirigió su mirada hacia la casa. ¿Era demasiado pedir una tarde libre? Suspiró y se dirigió a su encuentro.

Ian estaba sentado a la mesa de la cocina con una expresión seria. ¿Es que aquel hombre tenía siempre cara de oler a pescado podrido? Stormy dejó las bolsas sobre la encimera.

—Llevo esperándote media hora —le reprochó Ian.

Las fosas nasales se le ensancharon de la indignación. ¿En serio? Siempre había pensado que aquello solo pasaba en las películas.

Haciendo uso de su habilidad, la muchacha lo miró lo más seriamente que pudo.

—Y un hombre con un cargo tan importante como el tuyo tiene cosas mejores que hacer que sentarse aquí a esperar —dijo y lo tomó de la mano.

—Sí, bueno, tu… —carraspeó—. Tu padre me ha dicho que estabas haciendo la compra. Creo que ha llegado el momento de que te des cuenta de cuál es tu nueva posición y de que dejes de lado el mundo terrenal —afirmó solemnemente, y curvó visiblemente los labios al pronunciar las palabras.

—Tendremos que comer.

—Pero no tienes que ir a comprar a sus tiendas. Tenemos tiendas arcanae. Así puedes evitar el contacto con… ellos.

No le gustaba lo que implicaban sus palabras.

—Pensaba que como hada madrina mi trabajo consistía en mediar entre los dos mundos.

—Sí, bueno, pero solamente una parte de tu trabajo implica a los terrenales —sentenció y un brillo ardiente centelleó en sus ojos.

Algo en aquella conversación le incomodaba. Le habría gustado mirar a Hunter para verle la cara, pero no se atrevió. Eligió sus palabras con cautela.

—Todavía tengo mucho que aprender. Qué suerte tengo de que me enseñes tú.

Ian se irguió.

—Lo que me lleva a la razón de mi visita. Me gustaría llevarte a una cena mañana por la noche. Creo que te parecerá interesante y educativa.

—Me apetece mucho —dijo, sonriendo.

—Perfecto —dijo Ian alegrándose—. Tengo que hacer algunos recados. Volveré más tarde para tu clase de magia. —Se inclinó hacia ella y adoptó un tono bromista—. A menos que tengas que hacer más compras —concluyó, echándose a reír ante su propio comentario.

—No —respondió ella.

—Entonces te veré a las tres. La próxima vez acude a un mercado arcanae. —Ian miró a Hunter y saludó levísimamente con la cabeza. Después desapareció de la cocina.

En cuanto se desvaneció, Stormy se volvió hacia el guardia. ¡Guau! Lo tenía muy cerca, casi podían tocarse. La pregunta que pensaba hacerle desapareció de su mente. Apartó la mirada y respiró hondo para no sonrojarse. Qué estupidez. ¿Sonrojarse ella? ¿Otra vez? Que no consiguiera olvidar la sensación de aquellos brazos rodeándola no quería decir que tuviera que comportarse como una adolescente. Solo había sido un abrazo, un simple abrazo. ¿Por qué le daba tanta importancia?

—¿Acaba de decir lo que creo que acaba de decir? —preguntó Hunter, interrumpiendo aquel torrente de pensamientos.

—¿Cómo? Ah, ¿te refieres a lo de las hadas madrinas y los terrenales? —preguntó. Menos mal que había hablado y que había preguntado exactamente lo que ella pretendía—. Sí, eso ha dicho.

—Mmm…

—¿«Mmm» es bueno o es malo?

—Es raro, sin duda. Se supone que las hadas madrinas tienen que mantener el contacto con los terrenales.

—Eso pensaba yo.

—Me pregunto qué estará planeando —dijo, encogiéndose de hombros—. Supongo que lo descubrirás mañana en tu cita.

Stormy levantó un dedo.

—No es una cita.

—No sé. Vas a cenar con él.

—Me va a llevar a una cena, no a cenar.

—Es lo mismo.

La frustración le hizo sentir calor en el rostro.

—Bueno, y yo te abracé. ¿Eso que quiere decir?

¿En serio había dicho eso? «Imbécil. Seguro que ni siquiera se acordaba», pensó Stormy.

Antes de que pudiera bromear sobre el tema o soltar un comentario ingenioso (aunque no tenía ni idea de cuál), el aire centelleó y Tank apareció en la cocina.

—«¡A la luz del sol, orgullosa Titania!» ¿O debería decir Stormy? —exclamó Tank, haciendo una reverencia exagerada.

Una distracción. Gracias a Dios.

—Creo que nunca había oído a nadie citar tan mal a Shakespeare —le increpó ella.

—No me he equivocado, he mejorado la versión para adaptarla a nuestra situación.

—¿Mejorar a Shakespeare? —intervino Hunter, arqueando una ceja—. Tu ego es enorme.

—Todo lo tengo enorme —respondió, haciendo un movimiento con las cejas.

Stormy se echó a reír. Sus temores se desvanecieron.

—Ian se acaba de marchar —añadió Hunter.

—Entonces hoy debe de ser mi día de suerte —sentenció Tank antes de ponerse serio—. Ya puedes irte, Hunt. Necesitas un descanso.

El guardia asintió.

—Me voy, pero como no me ha dado tiempo a mí puedes ayudar tú a Stormy a colocar la compra.

—¿Qué compra?

—Hemos ido a por comida. ¡Hasta luego! —Hunter titiló y se desvaneció.

Tank frunció el ceño hacia el lugar donde había estado Hunter.

—¿Qué ha querido decir con «comida»?

—¿No sabes lo que es?

Tank simplemente se la quedó mirando.

—Luego te lo explico. —Tomó la primera bolsa y empezó a colocar la compra, agradecida por la compañía—. Pero tiene razón. Tengo que ordenar todo esto. Después iré a trabajar al estudio.

—Otro día emocionante en la vida de un guardia. —Tank sacó una caja de natillas y se la enseñó—. Y esto es, más o menos, lo que describe mi vida.

Stormy miró detenidamente el telar. Llevaba horas allí y había encontrado todas las excusas posibles para no trabajar. El suelo estaba limpio, había ordenado los hilos y separado los abalorios en bandejas distintas. Ya no quedaba nada por limpiar ni por organizar. Y aun así no se sentía atraída por el telar.

Tenía demasiadas cosas en la cabeza. Todo su mundo había cambiado y aún no había lidiado con las consecuencias.

Algo revoloteó en su campo de visión. Cuando levantó la vista se encontró con Violet.

—No deberías estar aquí —dijo. Su voz tembló cuando susurró aquellas palabras, temerosa.

—Claro que sí. No me ha visto entrar. ¿Crees que puedes escaparte un ratito? —le preguntó.

No es que tuviera nada en contra de quebrantar las reglas cuando fuera necesario, pero normalmente intentaba no saltárselas. Marcharse era definitivamente ir contra las normas. Aun así, necesitaba aprender algunas lecciones que solo las hadas madrinas podían enseñarle. Y sentía curiosidad. Miró hacia la puerta. La silueta de Tank proyectaba su sombra sobre el vidrio.

—Supongo que sí. Cree que estoy trabajando.

—Entonces vámonos, jovencita. Tienes que conocer a un par de amigas —le informó Violet.

Aquellas palabras hicieron que en la boca del estómago se le formara un manojo de nervios. Se refería a las dos nuevas hadas madrinas. Stormy miró el telar. Bueno, de todos modos no estaba haciendo nada. Se levantó.

—Todavía no sé desaparecer.

—¿Desaparecer? ¡Ah! Transportarte —exclamó Violet—. No te preocupes. Yo te ayudo.

Stormy sacó pecho.

—De acuerdo. Muéstrame la puerta trasera.

Violet la llevó a la parte posterior del estudio.

—Dame la mano.

La muchacha obedeció. Entonces todas las luces a su alrededor se apagaron y notó como si los pulmones le dejaran de funcionar. Antes de que pudiera sentirse presa del pánico, las luces volvieron a encenderse y comprobó que se encontraba en un callejón. Tomó una bocanada de aire y se deshizo de los últimos vestigios de confusión.

—¿Dónde estamos?

—En Del Mar. Estamos en la parte de atrás de la pastelería Estrella Fugaz. Es de Reggie.

Perfecto. Reggie. Una de las «nuevas». Stormy observó el edificio de dos plantas frente a ella.

—Vamos. Te están esperando —la urgió la tía mientras abría la puerta trasera.

Stormy entró en un comedor con mucha luz. Había cuatro mujeres reunidas alrededor de una mesa.

—La tengo —saludó Violet.

Cuatro pares de ojos se posaron sobre ella. Reconocía dos de ellos. Los otros dos pares tenían que ser de las nuevas hadas madrinas. Stormy las examinó.

Lily se levantó para presentarlas.

—Stormy, me gustaría que conocieras a Kristin Montgomery y a Reggie Scott.

Una mujer de preciosa melena cobriza la saludó al oír el primer nombre. Kristin Montgomery tenía lo que parecía un iPad frente a ella, pero utilizaba la varita para tomar notas. Stormy no sabía que hubiera una aplicación para eso. Reggie asintió al oír su nombre, haciendo que sus rizos se movieran con gracia.

La sala se sumió en el silencio. No podía culparlas. Ellas tampoco la conocían. Existía la posibilidad de que las delatara. Aquella situación tan tensa no era precisamente como había imaginado que conocería a las otras dos hadas madrinas. Quizá tomando un café o picando algo. Ciertamente esperaba que la situación fuera un poco extraña, pero no tantísimo. Aun así, si un par de sonrisas tontas y miradas nerviosas servían como indicación, debajo del recelo debía de esconderse una amabilidad y una promesa de verdadera camaradería, y también cariño.

—Hola, soy Stormy —levantó las manos—. Y hace tres días que soy un hada madrina.

El grupito rió por lo bajo.

—No es como esperabas, ¿verdad? —asintió Lily.

—Nunca esperé nada. Era una terrenal y ni siquiera había oído hablar del ciclo de renovación —contestó, encogiéndose de hombros.

—Bienvenida al club —dijo Kristin—. Yo soy una singular.

—¿Qué es una singular? —preguntó la muchacha.

—Un arcanae hijo de terrenales. Ni siquiera sabía que existía la magia hasta hace dos meses —contestó Kristin, negando con la cabeza.

—Todo esto es fascinante —interrumpió Violet—, pero no nos podemos quedar aquí. Podrían estar espiándonos.

—Por supuesto, tienes razón —asintió Lily—. ¿Damos un paseo, señoritas?

—¿Un paseo?

—Es más difícil que nos localicen si nos movemos —le informó Reggie—. Tommy y Joy se quedarán aquí por si los guardias te siguen.

—Seguro que lo harán. Si son competentes, y estoy segura de ello, encontrarán el portal. —La voz de Violet contenía una nota de resignación.

—En ese caso quizá quieras dejarles una nota, querida —propuso Rose—. No queremos que tus guardias se preocupen.

—Sí, sí que queremos —la contradijo Violet—. Les está bien empleado.

Mientras escribía, Stormy cayó en la cuenta de lo que suponía vivir en una huida constante. Aquellas mujeres eran fugitivas y tenían que tomar toda una serie de precauciones que ella ni siquiera habría imaginado. ¿Sería aquello tan importante como para arriesgarlo todo para verla?

—Vámonos. —Lily las empujó hacia la puerta y hacia las calles de Del Mar.

Hunter buscó en su armario una camiseta limpia y lanzó la toalla al cesto de la ropa sucia. Una ducha de agua caliente marcaba la diferencia. Se secó las últimas gotas de agua del pelo. Comería algo y estaría listo para volver al trabajo.

Aquel encargo estaba resultando más duro de lo que esperaba. Cuando algo es demasiado sencillo existe un peligro real; los guardias se sienten satisfechos con su trabajo y pierden toda agudeza mental. Tank ya se estaba quejando de eso. Si bien es cierto que las anteriores hadas madrinas se habían dado a la fuga, tampoco era necesario que dos de los mejores guardias tuvieran que proteger a una mujercita.

Resopló. «Mujercita» no era el mejor término para describir a Stormy. Esa «mujercita» era capaz de levantar un huracán cada vez que intentaba hacer magia. Excepto aquella vez.

«Borra esa sonrisa ridícula de tu cara, Hunter».

Vigilar a la muchacha y mantenerla a salvo «parecía» una tarea fácil y agradable, aunque precisamente eso era lo que lo convertía en un trabajo duro. No exactamente duro. Stormy le sorprendía constantemente, y para ser francos también le divertía. Se detuvo un momento. ¿En qué momento aquel encargo había pasado de ser un fastidio a algo que anhelaba hacer cuando estaba descansando?

Lo que suponía un segundo problema. Se estaba acercando demasiado a ella. El encargo no suponía ningún reto, pero la señorita en sí misma había resultado ser uno enorme.

Aquella interesante naturaleza suya era digna de estudio. Su habilidad para engañar a Sophronia Petros, para arreglárselas con Ian o encandilar a Luc LeRoy demostraba que era más camaleónica de lo que su conducta indicaba.

Ante aquel pensamiento todo indicio de desinterés desapareció de su mente. Luc era un enigma y los enigmas podían ser algo peligroso en su profesión. Stormy era el sujeto, su responsabilidad. Merecía que la protegieran de las hadas madrinas, de aquel tipo y, maldita sea, hasta de Ian, si hacía falta. Aunque Stormy era lista, aquella situación resultaba totalmente nueva para ella. A pesar de que era buena actriz, también era muy inocente, sin dobleces: lloraba cuando tenía que llorar, reía cuando tocaba reír, abrazaba cuando… , bueno mejor dejarlo ahí. El caso era que no sería difícil pillarla por sorpresa. Solo hacía falta ver lo eufórica que se había puesto cuando le había enseñado a controlar su magia. Si se paraba a pensarlo, todavía podía sentirla en sus brazos. Podía recordar su calor, su olor…

Basta. Los sentimientos estaban obstaculizando su trabajo.

Se puso la camiseta negra que formaba parte de su uniforme de trabajo. En cuanto la insignia de la varita y la espada rozó su piel le hizo una señal. Tank necesitaba su ayuda.

Sacó la varita del bolsillo y se transportó. Reapareció en el jardín, frente al estudio. Ian y Tank le estaban esperando.

—¿Dónde estabas? —le preguntó Ian en un tono de superioridad que no dejaba lugar a dudas. Estaba cabreado.

Hunter lo ignoró.

—¿Qué ha pasado?

—No está. —En el rostro de Tank no había rastro de su habitual expresión relajada. En sus ojos centelleaba un chispazo letal. El depredador había vuelto.

El cambio fue instantáneo. El entrenamiento hecho instinto se apoderó de la mente de Hunter. Un compromiso movido por la frialdad y la lógica hacia el sujeto. Por sus venas empezó a correr una firme determinación: la encontraría.

Y algo más. Para su fastidio y sorpresa, su respuesta se vio salpicada por una pizca de miedo. Miedo por lo que pudiera ocurrirle a Stormy.

Su reacción le preocupó. No tenía tiempo para emociones caprichosas. Le distraían de su cometido. Se evadió de esos pensamientos y se concentró en el problema.

—¿Cómo ha sucedido?

—Si lo supiéramos no estaríamos perdiendo el tiempo aquí contigo —le espetó Ian.

—Déjanos hacer nuestro trabajo. —Hunter se volvió hacia Tank.

—Si hubierais hecho vuestro trabajo no la habríamos perdido —dijo Ian colocándose entre los dos guardias—. Ahora yo estoy al mando. —Con una nota de triunfo en la voz, Ian alzó la barbilla tratando de adoptar una pose arrogante.

El imbécil se había propuesto entorpecer la búsqueda. Hunter intercambió una mirada con Tank y asintió.

—De acuerdo. ¿Qué hacemos primero?

—¿Cómo? —De repente, Ian pareció aturdido.

—Estás al mando. ¿Qué hacemos primero? —volvió a preguntar Hunter, observando al hombrecillo.

—Bueno… Yo… Creo que aquí no está, ¿no?

—Brillante, Sherlock —apuntó Tank y dio unos pasos alrededor—. El hechizo de protección está intacto.

—Exacto. Y en el estudio no hay puerta trasera… —La voz de Hunter se fue apagando cuando Tank levantó la cabeza—. Una puerta trasera.

Salieron disparados hacia el estudio y comenzaron a buscar.

Ian les siguió.

—¿Qué estáis buscando?

—Una puerta trasera —respondió Hunter sin siquiera mirarle.

Ian observó la pared del fondo.

—No hay ninguna puerta trasera. Solamente la que hay…

—No una de verdad. —siseó Tank, revelando que le faltaba poco para perder la paciencia con el imbécil—. Si quieres jugar un partido serio con nosotros ponte al día.

—¿Jugar? No voy a…

—¿Te quieres callar y dejarnos trabajar? —Hunter le dio un empellón a Ian y rozó el telar con su varita. Allí no estaba.

Visiblemente colorado, Ian se ajustó el abrigo.

—Mirad…

Tank se volvió hacia él de repente.

—No, mira tú. Maldita sea, siempre estás en medio. Apártate.

Ian abrió y cerró la boca como si fuera un besugo. Hunter no le prestó ni la más mínima atención. Concentró todos sus sentidos. La magia dejaba huella. Siempre lo hacía. ¿Dónde estaba la marca? Cerca de la puerta desde luego que no, era demasiado cerca, demasiado fácil de detectar, así que debía de estar en la parte trasera…

Se volvió hacia la pared del fondo. Se aseguró de tener el camino despejado, cerró los ojos y dio un paso al frente. Y otro. Y otro más. Hasta que encontró la señal.

—La tengo.

Tank se unió a él de inmediato, cerró los ojos y asintió. Avanzaron juntos hacia la fuente de energía. La huella se fue intensificando a medida que avanzaban. Quienquiera que hubiera creado aquella puerta trasera tenía un entendimiento sofisticado de la magia. No todo el mundo contaba con la capacidad de lanzar un hechizo así. Tenía que haber sido un guardia o un hada madrina.

—Mierda. ¿Cómo hemos podido ser tan tontos? —exclamó Tank. Hunter supo que su compañero acababa de llegar a la misma conclusión.

—Tiene sentido que hayan hecho esto. Necesitaban hablar con ella —dijo. Sintió una mezcla de enfado consigo mismo y de furia hacia las mujeres que habían alejado a Stormy (¡maldita sea, al sujeto!) de ellos.

—¿La habéis encontrado? —preguntó Ian, un tanto sumiso.

—Aún no, pero no tardaremos en hacerlo —contestó Tank mirando a Hunter.

—Mirad… —Ian se colocó frente a los guardias—. Creo que debería…

—…dejar de jugar a ser un héroe y apartarte de nuestro camino —terminó Hunter, apuntándole con la varita.

Ian tragó saliva y se apartó a toda prisa.

—Aquí —dijo Tank tras barrer la zona, apuntando con la varita al aire.

Hunter se unió a él.

—Si quieres hacer algo útil quédate aquí por si vuelve.

No esperó a que respondiera. Sacó un frasco pequeño de uno de sus bolsillos y un ramito de salvia del otro. Esparció unas gotas del contenido del frasco sobre la planta y la colocó frente a la punta de la varita de Tank. Esta comenzó a lanzar destellos rojizos y a continuación desprendió una luz tan blanca que Hunter tuvo que apartar la mirada. Cuando se volvió de nuevo, de la salvia brotaba una espiral de humo espeso y azul que se desviaba ligeramente y desaparecía frente a ellos en la nada: la puerta trasera.

—¿Listo? —preguntó Tank.

Hunter asintió.

—¿Pero cómo sabéis a dónde ha ido? —preguntó Ian antes de que pudieran atravesar el portal.

—Cada puerta lleva siempre a un único sitio —respondió Hunter. Después desapareció.

Se sumió en la oscuridad. El familiar zumbido al transportarse por el portal se apoderó de él y lo trasladó a través del espacio. Antes de que tuviera tiempo siquiera de tomar aire posó los pies en el suelo y aterrizó en la parte trasera de una pastelería. Tank apareció a su lado.

No esperaba encontrar a Stormy al otro lado. Aquel era solo el principio de la búsqueda. Analizó el entorno. El olor a mar era más intenso y la fachada del edificio típica de una casa de campo al estilo inglés le facilitó la tarea de identificar el lugar. Bueno, aquello y la pastelería.

—Del Mar. —Hunter apuntó con la cabeza hacia la pastelería—. Aquí vivía Regina Scott.

—Vamos a intentarlo aquí primero —dijo Tank.

Hunter se acercó a la puerta a zancadas e intentó abrirla. Estaba cerrada. Tocó el pomo con la varita y oyó que el cerrojo cedía. Nada de hechizos ni escudos.

Abrió la puerta. Una escalera conducía al piso de arriba y otra puerta supuso que a la pastelería. Miró su reloj. Casi las cuatro de la tarde. La pastelería Estrella Fugaz cerraba a las tres. Como sabía que los clientes ya se habrían marchado optó por abrir la puerta. Señaló hacia el piso de arriba. Tank asintió y subió por las escaleras.

El corazón le iba a mil por hora. Si Stormy estaba en peligro…

¿Dónde se había dejado la objetividad? Estaba en una misión y no debería ni estar nervioso por verla ni preocupado por ella.

Con la varita en alto dio un empujón a la puerta. La pastelería estaba impecable, pero no desierta. En una de las mesas había dos personas. Cuando lo oyeron entrar se volvieron hacia él. El joven tenía unos ojos vivos y unas facciones dulces y redondas, propias de quienes padecen síndrome de Down. La muchacha tenía los ojos almendrados y rasgos infantiles. Parecía seria pero interesada. Hunter bajó la varita.

—Tú debes de ser Hunter —dijo el joven sonriendo.

La muchacha tiró de la camisa de su compañero.

—Podría ser Tank.

El muchacho asintió.

—Tienes razón —se volvió hacia Hunter—. ¿Eres Hunter o eres Tank?

El guardia intentó suavizar su expresión.

—Soy Hunter. ¿Quiénes sois vosotros?

—Yo soy Tommy —se presentó el muchacho, y le tendió una mano. Hunter se la estrechó—. Y esta es Joy. Reggie y la tía Lily nos han dicho que vendríais.

¿Cómo lo sabían?

—Ha sido Stormy la que nos ha dicho cómo os llamáis. —Joy miró a Tommy y frunció los labios.

Hunter no sabía cómo reaccionar.

—¿Stormy ha estado aquí?

—Sí —asintió Tommy—. Es la siguiente hada madrina, ya sabes, igual que Reggie. La pastelería está cerrada, pero Stormy nos ha dicho que te ofrezcamos café. Lo acabamos de preparar. —Tommy se dirigió a la cafetera y le sirvió una taza—. Ha dicho que estarías enfadado, pero que no nos preocupemos porque… Toma, lee.

Joy sacó una hoja de papel de uno de sus bolsillos y tendió la nota a Hunter. El guardia desdobló el papel. Dios, hasta la letra de Stormy parecía de artista.


Queridos Tank y Hunter:


Sé que me estáis buscando, pero estoy a salvo. Sentaos y tomad una taza de café. Prometo estar de vuelta en unos minutos. Volveré a casa en son de paz. Intentad no enfadaros demasiado.


Stormy



Tommy frunció el ceño, preocupado.

—Pareces enfadado.

—Lo estoy, pero no con vosotros —le tranquilizó Hunter, y hasta logró dedicarles una sonrisa.

Joy miró a Tommy intentando, claramente, lanzarle un mensaje.

—Sí, ve a buscarlo. Reggie ha dicho que los tratáramos como si fueran invitados —le indicó Tommy, un tanto impaciente.

Joy fue al mostrador y volvió con una bandeja de pastitas, panecillos y pasteles. La colocó sobre la mesa. Después volvió a mirar a su compañero.

Tommy suspiró.

—De acuerdo, ya se lo digo yo. Reggie ha dicho que te sirvas lo que quieras. Volverán pronto. Puedes esperarlas aquí —se inclinó hacia Hunter—. Joy a veces es un poco tímida, especialmente con extraños. Pero es una pastelera muy buena.

Joy sonrió y volvió a bajar la mirada.

Hunter observó la expresión amable y abierta de Tommy y a continuación dirigió la mirada a la comida que había sobre la mesa.

—Gracias por todo, pero necesito encontrar a Stormy y…

De pronto se oyó un rugido proveniente de las escaleras.

—¿Qué quiere decir que tu compañero está abajo? Como le haya hecho algo a Tommy o a Joy…

La puerta se abrió de repente y en la sala apareció un gnomo que solo tenía un brazo y una melena larga y canosa, al igual que su barba. Hunter arqueó las cejas. El hombre no le llegaba ni a las caderas. Tank iba tras el gnomo, frotándose el vientre.

—Apártate de mí, pe… —gruñó el hombrecillo con evidente acento escocés—. Ellos son inocentes. ¿Cómo os atrevéis a venir aquí y…?

—Este es Alfred —dijo Tommy sin borrar la sonrisa de su cara—. Le encanta refunfuñar.

El gnomo miró detenidamente a Hunter y después se volvió hacia Joy. Su cara se transformó. Una expresión cariñosa y enternecedora reemplazó la severidad que su rostro mostraba segundos antes. Levantó una mano y le acarició la mejilla.

—¿Estás bien, mi niña preciosa?

—He sacado la comida —asintió Joy—, como me ha dicho Reggie.

—Qué muchachita tan obediente. —El gnomo le guiñó un ojo y le hizo un gesto de aprobación con los pulgares antes de volverse de nuevo y comenzar a murmurar por lo bajo—. No me importa si es un hada madrina, pienso darle un sermón a esa muchacha…

—Mmm… Alf, ¿no? Dinos dónde está Stormy y nos marcharemos…

El gnomo levantó un dedo.

—Alfred. Solo mis amigos me llaman Alf y definitivamente tú no eres uno de ellos. —Levantó un segundo dedo—. No eres nadie para presentarte aquí y aterrorizar a gente inocente. —Un tercer dedo se unió a los otros dos—. Si has asustado a Tommy o a Joy te las vas a ver conmigo. No te creas que no soy capaz de protegerles. Si no pregúntale a tu muchachito —sentenció y señaló con el pulgar hacia Tank.

El guardia sacudió la cabeza.

—Me ha dado un puñetazo en el estómago y no ha cerrado la boca desde que me lo he encontrado en el piso de arriba.

—Maldita sea, pues claro que no. A ver si te crees que puedes aparecer aquí de repente y asustar a estos inocentes que…

Hunter tenía que detener aquel aluvión verbal de alguna manera.

—Tommy, ¿estás asustado?

—A Alf le encanta preocuparse —contestó el aludido negando con la cabeza.

—Claro que no, Tommy, eres un valiente. —De nuevo la transformación en la expresión de Alfred fue casi mágica. Su voz se tornó suave cuando le dio la razón. Después miró a Hunter y volvió a gruñir—. Más te vale que los respetes.

El guardia se quedó estupefacto.

—Nunca se me ocurriría hacer lo contrario.

Pero ni así consiguió apaciguar al gnomo.

—Conozco a los de tu clase. A los guardias, al Consejo —dijo, casi escupió al pronunciar la última palabra—. Ya hemos tratado con ellos antes.

¿Qué les había pasado? Sabía que los guardias habían aparecido en aquella pastelería varias veces antes de que Regina Scott se diera a la fuga, ¿pero qué les habían hecho? Intercambió una mirada con Tank, que parecía tan perplejo como él.

—No sé qué ha podido ocurrir en el pasado, pero nosotros no somos igual.

—Bueno… —Alfred pretendía expresar sus dudas.

—Mira, si nos dices dónde ha ido Stormy nos marcharemos —aseguró Tank.

Alfred volvió a levantar un dedo.

—No sabemos dónde está. La trajeron aquí y se marcharon. —Levantó un segundo dedo—. Nos han dicho que os mantengamos aquí porque volverán a traerla cuando hayan terminado. —De nuevo un tercer dedo—. Y, por último, no es nuestro deber ayudaros.

Hunter no sabía si echarse a reír o si gritar. No hizo ninguna de las dos cosas.

—También podéis sentaros y disfrutar de las especialidades de Joy. No habéis probado nada igual en vuestra vida —el tono del gnomo se volvió obsequioso de repente.

A Hunter no le gustaba la idea, pero lejos de amenazar a los dos pasteleros, cosa que no pensaba hacer, no le quedaba otra opción. Claro que no le faltaban ganas de amenazar al gnomo. En un acuerdo tácito, los dos guardias se sentaron a la mesa.

—Por fin un poco de sensatez —sentenció Alfred—. Tommy, a mí tampoco me importaría tomar una taza de tu delicioso café.

En las calles de Del Mar, bordeadas por árboles, se notaba la brisa propia de aquella zona tan cercana a la playa. El cielo azul resplandecía sobre la cabeza de Stormy, al igual que los diamantes que parecía componer el océano frente a ella. Nadie prestaba atención a aquel grupo formado por tres mujeres mayores y tres jóvenes. Como en muchas de las calles del sur de California, los peatones apenas pisaban el asfalto y los turistas y vecinos de la zona que ocupaban la acera estaban demasiado entretenidos mirando escaparates de lujo y restaurantes concurridos. Lo que era de agradecer, porque si alguien hubiera prestado atención a su conversación se habría quedado pasmado. O quizá no. Las charlas sobre frustraciones, trabajo duro y sentimientos de incomprensión no eran muy diferentes en otras culturas. Excepto por el hecho de que las hadas madrinas también hablaban sobre hechizos, varitas y magia.

—La cuestión es que puedo llegar a entender a lo que se refiere Lucas —admitió Kristin—. Lo de sentirse atraído ante la idea de declarar la libertad de los arcanae.

—Dicho así parece que sus ideas sean nobles —añadió Lily.

—La palabra «libertad» es una de esas palabras que se dicen como si todo el mundo entendiera su significado, pero no es así —intervino Reggie frunciendo el ceño—. Hace que el secretismo de los arcanae parezca algo vergonzoso.

Stormy entendía todo aquello del secretismo. Cuando todavía era muy pequeña sus padres le habían explicado que ninguno de sus compañeros de colegio podía saber que tenían poderes mágicos. No se avergonzaban de ser arcanae, simplemente la tolerancia no era algo de lo que los terrenales pudieran presumir. Y no solo los terrenales. Muchos arcanae tampoco eran muy tolerantes. Ser diferente generaba odio y temor en parte de la gente.

—Quienes le apoyan piensan que tiene razón. Que esconderse es algo malo. Que ya va siendo hora de que los arcanae ocupen el lugar que les pertenece en el mundo.

—Sus seguidores nunca han oído que me haya ofrecido ser la reina de la nueva orden. —Kristin soltó una bocanada de aire, complacida.

Stormy sintió una sacudida de sorpresa. Era la primera vez que oía que Lucas pretendía instaurar algún tipo de monarquía.

—Todavía no entiendo por qué la gente no ve que Lucas los está conduciendo hacia un camino de conflicto y dictadura —afirmó Violet.

—Porque es muy listo —respondió Reggie—. Las veces que le he oído hablar del asunto públicamente nunca dijo nada de eso. Introducía un tema y dejaba que los demás expresaran lo que se les pasara por la cabeza.

—Manipulador… —espetó Violet.

—Mientras tanto, a las que buscan es a nosotras —suspiró Rose—. En serio, qué injusto es todo esto.

—Quejarnos no nos llevará a ningún lado —aseveró Violet—. Stormy tiene que saber lo de mañana.

—¿Mañana? —preguntó la muchacha visiblemente sorprendida.

Lily la tomó de la mano y le dio una palmadita cariñosa.

—Stormy, cariño, sé que te hemos dicho que te daríamos tiempo, pero se ha presentado la oportunidad perfecta y necesitamos tu ayuda.

—Mis padres organizan una cena mañana por la noche y estás invitada —dijo Reggie.

—¿Yo? —la sorpresa hizo que recobrara la seriedad de repente—. ¿Por qué?

—También han invitado a Lucas. Necesitamos saber qué está tramando —explicó Reggie.

—No puedo ir. Ian me va a llevar a otra cena —Stormy no quería decepcionarles, quería ayudar. Qué demonios, ella también quería descubrir más sobre Lucas Reynard. Hasta Hunter parecía interesado por él.

—Espera. ¿Ian? ¿Ian Talbott? —preguntó Reggie.

—Sí, es mi prefecto —contestó. Cuando miró a Reggie recordó lo que Hunter le había contado sobre Ian—. ¡Ah! ¡Claro! Se supone que iba a ser tu cuñado.

—Pobrecita… Lo siento por ti —admitió Reggie—. Es un verdadero gilipollas.

Stormy sintió una gran afinidad hacia ella.

—Ya me he dado cuenta. Aunque conmigo es más bien un poco pretencioso.

—Entonces no ha cambiado nada —dijo Reggie.

—A Hunter y a Tank tampoco les gusta —confesó la muchacha.

—¿Quiénes son Hunter y Tank? —preguntó Kristin. Se había perdido las instrucciones que Stormy había dado a Tommy y a Joy anteriormente.

—Mis niñeras —Stormy se frotó la frente—. Los guardias que me han asignado.

—Ah… Eso es porque debes de ser alguien importante. Un hada madrina o algo —en los labios de Kristin se dibujó una sonrisa burlona.

—Ian no es problema. Mis padres también le han invitado. Tiene que ser la misma cena a la que te quiere llevar.

—¿Por qué invitan tus padres a Ian? —preguntó Stormy.

—Están demostrando a todo el mundo que no le culpan por la indiscreción de sus hijas. En realidad es una técnica muy inteligente. —Reggie sacudió la cabeza—. Mi madre está empezando a asustarme.

—Entonces hemos destrozado la puerta trasera para nada —Lily parecía disgustada. Frunció los labios ligeramente.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Stormy.

—La hemos utilizado para poder traerte hasta aquí. Los guardias la encontrarán y la desmantelarán.

Por el rabillo del ojo la muchacha captó un destello dorado. Se volvió para ver qué había llamado su atención y vio a una madre y a sus dos hijos caminando hacia la playa. La madre llevaba un refrigerador pequeño y una bolsa hasta los topes de toallas y juguetes. La niña llevaba puesto un pareo azul de princesas y sandalias de flores, mientras que el niño llevaba un bañador corto y una toalla de Spiderman alrededor del cuello.

Entonces se dio cuenta de que todas las hadas madrinas también se habían dado la vuelta.

—Oh… ¡Qué dulce! —exclamó Rose.

¿Qué era dulce?

—Esa es la peor parte de todo este lio. —Lily observaba a los niños—. Que ya no estamos rodeadas de niños.

—Hace dos semanas que no concedo ningún deseo —dijo Reggie, y bajó los hombros en un gesto de fastidio.

Stormy levantó una mano.

—Un momento. Todas habéis visto algo, ¿no?

Las cinco mujeres se la quedaron mirando.

—Nunca has visto un deseo, ¿verdad? —preguntó Kristin.

—¿Cómo se ve un deseo?

—Mira a los niños. —Lily se colocó de espaldas a la familia.

Y al instante la vio. Una corona dorada flotando encima de la cabeza de la niña. Stormy volvió la cabeza rápidamente hacia las hadas madrinas.

—¿Lo habéis visto todas?

—Sí, cariño. Eso son deseos. —Rose sonrió.

Stormy volvió a mirar a la niña, pero la corona ya había desaparecido.

—¿Y ahora qué?

—¿Ahora qué de qué? —preguntó Reggie.

—¿Qué pedía? —señaló a la niña.

—Tienes que escuchar —dijo Kristin, sonriente.

Stormy la miró, dudosa.

—¿Cómo se supone que voy a oírla desde aquí? Además, no ha dicho nada.

—Tú escucha. Confía en nosotras —dijo Reggie colocándola de frente a la niña.

La familia seguía su rumbo, pero las mujeres tampoco habían ralentizado su paso. Poco después apareció una corona sobre la cabeza del niño.

«Ojalá pescara una ballena».

Al pensarlo, el niño zarandeó el cubilete de plástico.

Stormy abrió la boca de par en par.

—¡Lo he oído! —gritaba, eufórica—. ¡Lo he oído!

—Claro que sí. Es tu trabajo —la animó Lily.

—Bueno, lo sería si no tuviéramos que ocuparnos de Lucas primero —murmuró Violet.

—No eches a perder su momento —le reprendió Rose.

—De acuerdo —dijo Stormy sin que le importara—, he oído el deseo. ¿Pero ahora qué pasa? No puedo usar la magia para dejarle pescar una ballena.

Habían llegado a la playa. Estaban en Seagrove Park, frente al mar. La familia se abría paso por la pendiente que llevaba al agua.

—Obviamente no podemos concederle una ballena. No sería práctico —dijo Lily—. Así que lo modificamos un poquito. —Escondiéndose detrás de Rose y de Violet, Lily sacó la varita, la agitó y exclamó: ¡Cetum voco!

Parecía latín. Stormy esperó, aunque no sabía exactamente a qué. Y entonces ocurrió. Los gritos se extendieron entre la gente que caminaba por el paseo y entre los que jugaban en la arena cerca del agua. Todo el mundo dejó de hacer lo que fuera que estuvieran haciendo y todos empezaron a señalar hacia el agua, lanzando gritos.

Stormy siguió sus miradas. Una ballena pequeñita nadaba plácidamente en la costa, cerca de la playa. Cerca del animal un grupo de delfines surfeaban las olas.

—¡Mira, mami! —el niño tiró del brazo de su madre y señaló hacia la playa.

El momento fue sublime. El pequeño no era el único que estaba emocionado, sino que todo el mundo en la playa miraba maravillado a la magnífica criatura, que se exhibía para que la observaran. Los delfines aportaban la nota cómica con sus piruetas.

Poco después la ballena desapareció y los delfines siguieron su ruta, pero en la playa no cesó el frenesí de voces animadas, risas y gritos entusiasmados.

—Ha sido alucinante —admitió Stormy.

En Seagrove había un parque. La muchacha observó a los niños que jugaban en él y detectó más coronas. Se concentró.

«Ojalá mi hermana dejara de incordiarme».

«Ojalá ahora viéramos tiburones».

«Ojalá fuéramos a Disneyland en vez de a casa de la abuela».

Stormy sonreía al escuchar las peticiones de los niños.

«Ojalá mi papá no bebiera tanto».

De pronto se le cortó la respiración. Se volvió hacia el resto de mujeres.

Lily asintió.

—No todos los deseos son felices.

Rose miró a los niños con una expresión de cariño y melancolía.

—No podemos concederles a todos sus deseos, de hecho algunos de ellos ni siquiera deberían ser concedidos.

—No pienso hacer que aparezcan tiburones —sentenció Violet.

Todas se echaron a reír.

—Pero hacemos lo que está en nuestra mano para ayudar —dijo Lily.

Kristin se escondió detrás de Reggie y levantó tímidamente la varita.

—Necesita un amigo.

La niña cuyo deseo había roto el corazón a Stormy fue hacia su madre. La mujer parecía exhausta. Iba cargada con varias bolsas de la compra. De repente, de una de ellas brotó lo que parecía la melena de una muñeca.

—La encontrará cuando lleguen a casa y creerán que alguien la ha dejado en su bolsa por equivocación, o que se han confundido en la tienda —explicó Kristin—. Una muñeca no solucionará el problema, pero al menos ahora la niña tendrá con quién hablar.

Aunque Stormy se moría de ganas de conceder un deseo no se atrevió. Seguro que intentaba darle un cucurucho a un niño y provocaba una tormenta de nieve en agosto. En San Diego.

—Aunque ha sido maravilloso tenemos otras cosas de las que preocuparnos. Ya podemos dar por hecho que la puerta trasera ha desaparecido. ¿Cómo vamos a comunicarnos contigo? —preguntó Lily.

—Las burbujas son demasiado lentas y poco fiables —dijo Violet, frunciendo el ceño.

—Y no podemos utilizar el móvil, nos podrían rastrear. —Rose arrugó la frente, era la máxima expresión de fastidio a la que podía aspirar.

—¿Qué tal Twitter? —propuso Stormy.

Reggie y Kristin la miraron, después se miraron la una a la otra y sonrieron.

—Podría funcionar.

—Siempre y cuando desactivemos la opción de localización —añadió Stormy.

Kristin empezaba a entusiasmarse.

—Ya saben que estamos en San Diego.

—Me gusta —afirmó Reggie—. Podríamos abrirnos cuentas falsas.

Rose se acercó a Stormy y le dio una palmadita en la mano.

—¡Qué lista, qué buena idea!

Stormy se encogió de hombros.

—Antes vivía pegada a mi ordenador —dijo e hizo una mueca con los labios.

Kristin soltó una risita.

—Es alucinante lo rápido que se desvincula uno del mundo terrenal. Precisamente por eso creo que al Consejo no se le ocurrirá.

Cuando encontraron un banco vacío las tías tomaron asiento y Stormy y Reggie formaron un escudo frente a ellas. Kristin invocó su iPad. Durante la hora siguiente crearon perfiles para todas, no sin antes dar extensas explicaciones a las tías.

—¿Seguro que podemos apañárnoslas con esto? —preguntó Lily.

—Si tenemos cuidado sí —respondió Kristin.

—De acuerdo. Y como vamos a utilizar alias no deberíamos tener ningún problema para comunicarnos y poder vernos. No vamos a utilizar ningún código, solo tenemos que ser listas —explicó Reggie—. No es infalible, pero puede funcionar.

—Usadlo solo cuando sea absolutamente necesario —les advirtió Lily.

—Va en serio —añadió Violet—. Y hablando de lo que es necesario… ¿No creéis que ya va siendo hora de que devolvamos a Stormy?

Kristin comprobó la hora en la parte superior de la pantalla y Lily hizo lo mismo en su reloj. Las dos soltaron un grito ahogado.

—Ya tendríamos que haberte llevado de vuelta —Kristin apagó el iPad y le dio un golpecito con la varita. Este desapareció.

—Ya la acompaño yo —se ofreció Reggie—. Quiero ver a Tommy y a Joy.

—Buena idea, cielo —le dijo Rose—. Dales recuerdos de mi parte.

Violet saludó a la muchacha.

—Cuídate, Stormy.

Lily le lanzó un beso al aire.

—Hasta pronto, Stormy —dijo Kristin, y la abrazó—. Ten cuidado, ¿de acuerdo? Intenta no creer todo lo que te cuenten mañana.

—Tranquila —respondió.

—¿Estás lista? —Reggie le tendió una mano tras llevarla a un lugar apartado.

En cuanto Stormy la agarró, la oscuridad se cernió sobre ella y el aire abandonó sus pulmones. Antes de que pudiera tomar aire de nuevo volvieron a aparecer en la parte trasera de la pastelería.

Reggie la soltó y tomó varias bocanadas de aire. Tenía los ojos cerrados.

—Todavía odio transportarme. Me marea mucho —dijo sacudiéndose—. Tendrás que entrar tú sola. Los guardias siguen ahí.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó la muchacha.

Reggie señaló hacia una luz encima de la puerta. Estaba iluminada en color rojo.

—Es la señal de Alfred de que todavía hay moros en la costa. Cuando se marchen estará verde. Así es como visito a Tommy y a Joy.

—Tiene sentido. —Stormy no tenía claro si alguna vez sería capaz de pensar de aquella manera tan secreta y sigilosa. Supuso que debería empezar ya si no quería que atraparan a las hadas madrinas.

Reggie la escudriñó un instante.

—Ojalá pudiéramos conocernos sin toda esta locura de por medio.

—Ojalá… —Aunque no conocía de nada ni a Reggie ni a Kristin se había sentido a gusto nada más verlas—. Yo… —No supo qué decir.

—Lo sé. Es raro y un poco forzado, pero también es lo correcto. Cuídate —dijo Reggie sonriendo con simpatía—. Venga, vete.

Stormy atravesó la puerta sola y entró en la pastelería. Las cinco miradas se clavaron en ella al mismo tiempo. Tommy, Joy y Alfred sonreían. Hunter y Tank se pusieron en pie de un salto.

La joven saludó.

—Hola, muchachos. Ya he vuelto.