11

El señor Otis viene a cenar

—LOS vampiros beben sangre, duermen en ataúdes y evitan el ajo. —El señor Otis estaba frente a la clase, vestido con un traje negro y una capa barata de vinilo no muy distinta de la que Vlad se había puesto en Halloween. Apoyado en su escritorio, miró a su alumno con un extraño brillo en los ojos y sonrió antes de volverse hacia el encerado, donde había pegado varias interpretaciones artísticas sobre los vampiros en diferentes siglos. Vlad prestó especial atención a la condesa húngara y al príncipe transilvano. ¿Serían vampiros de verdad? ¿Parientes suyos?

El profesor sustituto dio media vuelta y lo miró directamente con cierta complicidad. Vlad se rebulló incómodo en su asiento. Varios de sus compañeros siguieron la mirada de su profesor hasta su compañero. El señor Otis pestañeó y regresó de la ensoñación en la que se había perdido durante un minuto.

—Vlad, quiero que me ayudes con algo antes de que hagas tu presentación. —Metió la mano en uno de los cajones de su mesa y sacó un recipiente de plástico cerrado. Se lo ofreció.

Con una rápida mirada a Meredith, Vlad se levantó de su asiento y avanzó hacia la pizarra. Cogió el táper y miró expectante a su profesor. El señor Otis parecía que estuviera conteniendo la respiración, pero cuando habló, su voz sonó como un grave y ronco susurro.

—Por favor, pasa las cabezas de ajo al resto de la clase, Vladimir.

Vlad contempló el envase que sostenía en las manos. Todo lo que había entre él y una de las plantas más mortales conocidas por los vampiros era un plástico amarillo mostaza de unos pocos milímetros de grosor.

—No puedo. —Devolvió el táper al profesor, que ladeó la cabeza y se cruzó de brazos frente a él.

—¿Por qué no? —preguntó mientras se daba golpecitos en el bíceps con un dedo y contemplaba el recipiente de plástico que Vlad sostenía con aparente indiferencia.

El joven vampiro lo dejó sobre la mesa del profesor.

—Soy alérgico al ajo. Si no me cree, pregunte en administración. Está todo en mi historial. —Se encogió de hombros e ignoró los carraspeos de algunos de sus compañeros.

El señor Otis guardó silencio durante un momento, luego volvió a meter el táper en el cajón de su escritorio y consultó el reloj antes de volverse hacia Vlad.

—De acuerdo. Vamos con tu presentación sobre lo que significa ser un vampiro. —Alzó una ceja. En su voz no hubo inflexión interrogativa. Tampoco le estaba pidiendo que expusiera «su versión» de lo que significaba ser vampiro. No, no había necesidad de disimulos porque ya no albergaba ninguna duda.

Sabía la verdad.

Vlad creyó que las piernas se le volvían de gelatina y una ola de frío le recorría el cuerpo, congelándole incluso la voz. Se veía incapaz de hablar.

Se concentró e intentó leer los pensamientos del señor Otis. Una imagen borrosa comenzó a tomar forma en su mente. Era roja, roja como la sangre. La sensación que la acompañaba era de miedo. La voz ronca de su profesor lo sacó del trance.

—Vamos, por favor, adelante con la presentación.

Vlad se aclaró la garganta y se volvió lentamente para dirigirse al resto de la clase. Miró de reojo a su escritorio vacío y deseó estar allí, luego carraspeó de nuevo.

—Me llamo Vladimir Tod y soy... soy un vampiro. —De repente, notó que las orejas le ardían. Miró al señor Otis y este le hizo un gesto para que prosiguiera. Pero entonces se quedó en blanco. No recordaba nada de lo que había escrito en su trabajo.

El profesor parecía molesto. Sus compañeros se agitaron inquietos en sus asientos.

Vlad decidió improvisar.

—No es fácil ser una criatura nocturna que se alimenta de sangre. Si saliera a la calle sin ponerme la crema protectora, probablemente me convertiría en un vampiro flameado.

Meredith rió. Y no era la única. De pronto, Vlad se sintió un poco más cómodo.

—A parte de los personajes que aparecen en los libros y los que conocemos de otras historias, y que no sé si fueron reales, estoy seguro de que soy el único vampiro que queda. Me siento muy solo, pero al menos no tengo que hacer cola en el banco de sangre. —Vlad sonrió. Sorprendentemente, aquello le estaba gustando—. Si me concentro, puedo flotar en el aire y a veces hasta leo la mente de la gente. Pero por lo general, ser vampiro es un rollo.

La clase rompió en aplausos. Incluso el señor Otis sonrió.

Vlad se dispuso a volver a su pupitre y mientras caminaba, miró de reojo a su profesor. El señor Otis extendió el brazo para coger su taza de café y, al subirse la manga de su chaqueta, Vlad pudo ver los trazos de un tatuaje en la cara interna de la muñeca. La tinta era negra y densa.

Intentó disimular su sorpresa. Se parecía mucho al símbolo que había visto grabado en el porche del señor Craig y que últimamente veía casi en todas partes. La única diferencia era que las líneas se inclinaban en sentido contrario.

El agudo sonido del timbre marcó oficialmente el final de las clases. Vlad cogió sus libros y salió a toda prisa del aula sin mirar atrás.

Henry lo esperaba en las escaleras de la entrada. Llevaba la mochila colgando de un hombro, y un pulgar enganchado en una de las trabillas de sus vaqueros. Sonrió a Vlad, pero su expresión cambió en cuanto vio a su amigo de cerca.

—¿Qué pasa? Estás pálido.

Aunque normalmente se reía de las bromas de Henry, esta vez ignoró el chiste y lo cogió por la camisa.

—Creo que el señor Otis mató a mis padres.

Henry lo miró atónito.

Vlad le soltó la camisa y se inclinó hacia él. Echó un vistazo por encima del hombro de su amigo para comprobar que no lo oía nadie y luego, mirándolo a los ojos, añadió:

—Y al señor Craig también.

Henry, recuperándose de la impresión inicial, dijo:

—Pero Vlad, ni siquiera sabemos si el señor Craig está vivo o muerto. Lo que dices es una locura.

De camino a casa, se lo contó casi todo; le habló de su visita a la casa del señor Craig, del sombrero de copa en el perchero, del misterioso símbolo que había identificado en otros cuatro lugares antes, y de la marca similar que había descubierto en la cara interna de la muñeca de su profesor. También le refirió que en el diario, su padre hablaba de su intención de borrarse el tatuaje con luz del sol y por último, le relató la conversación que escuchó entre el señor Otis y un hombre vestido totalmente de negro que respondía al nombre de D´Ablo.

Henry negó con la cabeza, pero no discutió sus teorías.

—Entonces ¿qué es? ¿Miembro de alguna banda? ¿Un asesino de la mafia?

Vlad negó con la cabeza y se apartó el flequillo de los ojos.

—Es un vampiro.

Henry rió, pero se detuvo en seco para estudiar a Vlad.

—No puedes hablar en serio.

—Ya lo creo. —Redujo el ritmo cuando se acercaron a su casa. Miró el edificio y se preguntó si Nelly habría llegado ya—. Me parece que quiere hacerme daño. En su diario, mi padre habla de...

—Tío, déjalo ya. O sea, sé que echas de menos a tus padres y al señor Craig, pero ¿acusar a tu profesor de ser un vampiro? Es d´abólico. —Henry sonrió, complacido por su ingenio, pero la sonrisa desapareció de su rostro al comprobar que a su amigo no le había hecho ninguna gracia—. Aunque fuera un vampiro, y no digo que no lo sea, si quisiera hacerte daño, ¿no lo habría hecho ya?

—No si piensa que me necesita para encontrar a mi padre.

—Pero tu padre está...

—¡Ya lo sé, Henry! ¡Fui yo quien los encontró! —Estaba fuera de sí. Cogió con fuerza el asa de su mochila y se volvió hacia la casa—. Muertos. Mis padres están muertos. ¿Por qué todo el mundo se empeña en recordármelo?

Henry abrió la boca para contestar, pero su amigo aceleró el paso y cerró la puerta de su casa de un portazo. Una vez dentro, arrojó el diario sobre la mesa, con tan mala suerte que golpeó la lámpara que había en un extremo de la misma, y la tiró.

Vlad se asomó a la calle de nuevo.

—¿Henry?

Su amigo se limitó a mirarlo con expresión dolida. La misma que tenía Vlad.

—¿Me crees, verdad?

Henry examinó el agujero en la zapatilla de Vlad antes de mirarlo a los ojos.

—Creo que estás asustado y que tiene que haber una razón. Así que... claro. ¿Por qué no van a ser vampiros?

—En el diario, mi padre habla de todo un mundo de vampiros, ciudades enteras llenas. No pueden haber desaparecido todos, ¿no?

Vlad debía de parecer aterrorizado porque Henry bajó la voz y asintió con la cabeza.

—Es posible que haya más por ahí. Y quizá sean gente horrible. Quizá tengas razón, pero no te pongas histérico por una cosa que, de momento, no puedes demostrar. Descubriremos qué sucede, tío. Pero... ten cuidado. —Y tras asentir de nuevo, dio media vuelta y se marchó.

Vlad alzó la vista y dejó escapar un gemido. Se había olvidado por completo de que aquella era la noche en que el señor Otis venía a cenar. Dejó que la mochila se escurriera por su hombro y la arrastró al interior.

Tras tirar la bolsa y la chaqueta en su cuarto, se cambió de camiseta y bajó las escaleras. Calentó una bolsa de sangre en el microondas, la mordió y absorbió el dulce y cálido líquido, moviéndolo alrededor de la lengua antes de tragárselo.

En una ocasión vio en el centro comercial un libro llamado Demonios chupasangre. No recordaba quién era el autor, ni siquiera sabía de qué iba, aparte de que hablaba de vampiros, pero de repente se puso a pensar en esa descripción de su especie y se preguntó si la gente hablaría de él como «demonio» si alguna vez se descubría su verdadera naturaleza. La idea al principio lo molestó, pero después de un rato el término lo atrajo. Desde luego chupaba sangre, y que le pusieran delante el título de demonio no le parecía tan terrible.

Se disponía a subir las escaleras justo cuando Nelly cerró la puerta con el talón. Iba cargada con bolsas de comida.

—¿Qué le ha pasado a la lámpara?

—Habrá sido Amenti.

La regordeta gata maulló en señal de protesta.

Nelly negó con la cabeza al ver la camiseta de su sobrino.

—No te puedes poner eso.

Vlad se miró la camiseta negra y las letras en rojo que chorreaban por su pecho imitando la sangre. Decían: «Chúpate esa, vampiro». Se la regaló Henry las últimas Navidades. Vlad sorbió un poco de sangre del pulgar.

—¿Qué? A mí me gusta.

Nelly lo miró con cara de «vas listo si crees que te voy a dejar que te salgas con la tuya en esta» y llevó las bolsas a la cocina. Vlad la siguió.

—¿Qué hay para cenar?

Su tía sacó un paquete de carne picada de una de las bolsas y Vlad se quedó mirando el jugo rojo que bailaba dentro de su envoltorio de plástico.

—Pastel de carne. ¿Podrás fingir durante la cena? Ya sé que no te gusta la carne cocinada, pero...

—No importa, tía Nelly. Como si no llevara toda la vida fingiendo que soy normal. —Alzó la comisura de la boca en una media sonrisa, sacó los huevos y el arroz de una bolsa y los dejó sobre la encimera.

Nelly lo miró con cierta reprobación.

—Fingiendo que eres humano. Normal eres, Vladimir. Un vampiro adolescente sano y perfectamente normal. Algunas personas son vegetarianas, tú bebes sangre, no es raro ni extraño, ni siquiera anormal. Simplemente, diferente del resto. —Dejó la carne picada junto a los huevos y suspiró—. Me preocupa cómo reaccionarían todos si supieran la verdad. La gente teme lo que no comprende, y el miedo nos hace actuar de forma violenta.

Su tía estaba en lo cierto, claro. Tendría que seguir fingiendo ser lo que no era hasta que ya no fuera peligroso... algo que no sucedería nunca, tal y como Vlad lo veía. Observó a Nelly guardar la comida y se preguntó por qué habría invitado al señor Otis a cenar. Estaba a punto de plantearle esa cuestión cuando de repente se le ocurrió que también podía meterse en su cabeza y verlo por sí mismo. Se concentró con fuerza y empujó con su mente.

Nelly presionó la palma de la mano contra la frente.

—Me duele un montón la cabeza.

Vlad frunció el ceño y lo intentó de nuevo, pero no pasó nada. Nelly cogió el ibuprofeno de la encimera y se metió dos pastillas en la boca, luego miró a su sobrino con curiosidad.

—¿Estás nervioso porque tu profesor viene a cenar?

—Profesor sustituto. —Pasó un dedo por el paquete de carne picada y se lo chupó. Podía sentir la presión de sus colmillos alargándose y tuvo la tentación de dejarlos a plena vista durante toda la visita del señor Otis. Quizá un encuentro cercano con otro demonio chupasangre haría que aquel hombre soltara todo lo que sabía sobre él—. Aún no han encontrado al señor Craig.

Nelly negó con la cabeza.

—No sé si aparecerá. Pobre hombre.

Vlad extendió la mano y la posó sobre la de su tía.

—¿Tía Nelly? Tengo que hablar contigo sobre el señor Otis.

Le contó todo: lo del libro, lo del sombrero del profesor, lo del diario de Tomas, y lo del tatuaje. Cuando hubo terminado, Nelly le dio unas palmaditas en el hombro.

—Has soportado demasiado estrés, Vladimir. No me sorprende que veas vampiros por todas partes. Fíjate, el otro día me pareció ver...

—Por todas partes no. Solo en la clase de lengua. —Sacó el pedazo de papel que había cogido del sombrero de Otis unas semanas antes, el que tenía escrito «licántropo» y ahora decía «vampiro».

Nelly leyó la horrible letra del profesor y suspiró.

—Cariño, a todos nos preocupa el señor Craig, pero esa no es razón para cogerle manía al profesor sustituto. Dale una oportunidad. —Le apretó un hombro y después dio una palmada, como para indicar que había tomado una decisión—. Más vale que empiece ya o la cena no estará a tiempo.

Vlad se apartó, asombrado de que su tía no solo no lo creyera, sino que ni siquiera se tomara en serio sus sospechas. Pero no tenía sentido discutir con ella. Debía conseguir pruebas esa misma noche. Entonces Nelly y Henry lo creerían.

Se tocó uno de los colmillos con la yema de un dedo y se estremeció cuando el afilado esmalte penetró en su piel. Absorbió la sangre durante un momento y se encogió de hombros ante la mirada de preocupación de Nelly. Lo miraría así siempre si no hacía algo para calmar sus miedos. Se obligó a sonreír.

—¿Te echo una mano con la cena?

Sacó sartenes y cazos, cascó varios huevos y vertió su pegajoso interior en un gran cuenco de cristal. Contempló a Nelly mezclar el arroz y la carne sin dejar de pensar en el tatuaje de la muñeca del señor Otis. Se parecía mucho al símbolo del porche. Tenía que ser algún tipo de maldición, claro, o algo que usaran los vampiros para señalar a sus víctimas. Los pensamientos de Vlad regresaron al cilindro negro y al símbolo grabado cerca de su base. No estaba seguro de dónde encajaba aquello, pero era evidente que alguien había encontrado a Tomas antes que D´Ablo. Y ese había sido el señor Otis.

Nelly metió el pastel de carne en el horno. Fijó el temporizador para dentro de una hora, limpió la encimera con un trapo húmedo y se lavó las manos. Vlad miró con disgusto toda aquella sangre desperdiciada. Últimamente tenía más hambre de lo habitual, algo que él atribuía al estrés y su tía a las hormonas. Cuando hubo terminado de limpiar, abrió la nevera y le lanzó una bolsa de sangre antes de subir a su cuarto para cambiarse.

Vlad mordió la bolsa, pasando del microondas, y se bebió la sangre fría, luego se sentó frente a la televisión. No había nada, pero de todas formas tampoco le apetecía ver la tele. Temía la inevitable llegada de su invitado y elucubraba sobre las razones que podría tener el señor Otis para matar a su profesor favorito.

Sonó el timbre de la puerta.

Vlad fue corriendo a abrir. Distinguió la silueta del señor Otis de pie, en el porche, mientras seguramente planeaba la aniquilación de un niño inocente y de su confiada tutora.

Sintió que una mano le apretaba el hombro y se sobresaltó. Nelly arrugó el ceño.

—Déjalo pasar, Vladimir. No seas grosero.

Vlad tragó pese al nudo que se le había formado en la garganta. Debía pensar con rapidez.

—Creo que tengo la gripe. ¿No le puedes decir al señor Otis que venga otro día?

Nelly le tocó la frente con el dorso de la mano y lo miró antes de negar con la cabeza.

—Vladimir, no tienes la gripe. No puedes tener la gripe, ¿recuerdas? Solo estás nervioso. No sé de ningún chaval del planeta que quiera cenar con su profesor. Te prometo que no hablaremos del instituto, ¿vale? —Y abrió la puerta.

El señor Otis sonrió alegre. Vlad vio con horror que su profesor llevaba el sombrero de copa.

—Buenas noches, Nelly... Vlad. Gracias por invitarme.

Nelly le devolvió la sonrisa.

—Estamos encantados de que hayas venido, Otis. Espero que te guste el pastel de carne. —Lo condujo hacia el comedor y Vlad se quedó junto a la puerta, contemplando la puesta del sol con ansiedad. En aquel momento preferiría estar en cualquier otro lugar. Cerró la puerta con una patada y volvió al cuarto de estar, a ver la televisión.

La voz de su tía llegó flotando desde el comedor.

—Vlad me ha contado que antes de venir a Bathory enseñabas mitología en Stokerton.

—Oh, sí. Y disfruté mucho. Por supuesto, no digo que no me guste este instituto. La verdad es que los alumnos son de lo mejor.

Escuchó ruido de platos, Nelly debía de estar poniendo la mesa.

—¿Por qué lo dejaste, si no es indiscreción?

Otis guardó silencio durante un largo momento y Vlad se preguntó si iba a contestar. No es que le importara, pero aun así, aquel silencio resultaba bastante incómodo. El profesor se aclaró la garganta.

—Pues para ser sincero, necesitaba un cambio.

A falta de diez minutos para que empezara una reposición de Buffy, Cazavampiros, Nelly lo llamó desde el comedor.

—Vlad, la cena está casi lista.

Pulsó un botón del mando a distancia y la pantalla se apagó, pero no se movió del sillón. La idea de cenar con el hombre que posiblemente le había arrebatado a sus padres y a su profesor lo aterrorizaba.

Nelly apareció en el cuarto de nuevo con aquella mirada de preocupación arrugándole el ceño.

—¿Va todo bien?

Vlad la miró y, en voz baja, para que su invitado no se enterara, añadió:

—¿Tengo que cenar con él?

—Por supuesto que sí. Vamos, sé un buen anfitrión mientras se hacen los panecillos. —Sus ojos rebosaban comprensión y cariño. Vlad quería que reaccionara, alejarla de aquel monstruo, pero ¿de qué serviría? En lugar de eso, arrastró los pies hasta el comedor.

—¿Va todo bien? —El señor Otis estaba sentado a la mesa. Se había quitado el sombrero y el abrigo y lo observaba con una intensidad que hizo que se le cerrara el estómago.

Apretó los labios con fuerza y redujo el paso. No, nada iba bien. No desde hacía tres años, desde que el señor Otis le arrebatara todo lo que le importaba.

A sus espaldas, oyó la alegre voz de su tía.

—Está nervioso porque va a cenar con su profesor.

Vlad se hundió en su asiento y murmuró:

—Profesor sustituto.

El señor Otis no apartó los ojos del chaval.

—No tienes por qué estar nervioso, Vladimir. Estoy deseando conoceros mejor a ti y a tu encantadora tía.

Nelly sonrió y desapareció en la cocina.

—Seguro que sí. —Vlad lo fulminó con la mirada.

El señor Otis carraspeó.

Vlad no apartó los ojos de su profesor.

El señor Otis volvió a toser.

—Me ha gustado mucho tu exposición de hoy. Has demostrado que tienes un don para el pensamiento creativo.

Vlad resopló y recolocó sus cubiertos.

—Sí, así soy yo, me encanta contar historias.

—Seguro que estarás de acuerdo conmigo en que todos los cuentos tienen cierto punto de verdad, ¿no te parece? —El profesor se reclinó en su silla y miró hacia la cocina, donde Nelly sacaba los panecillos del horno.

Vlad se encontró con su mirada y la aguantó durante un momento. El ambiente en la habitación estaba cada vez más cargado.

—Supongo.

El señor Otis unió las manos y, con los dedos entrelazados, miró a su alumno con una siniestra sonrisa.

—También estoy seguro de que estaremos de acuerdo en que los vampiros no son más que una leyenda, ¿verdad?

—¿Adónde quiere llegar?

El profesor guardó silencio, como si estuviera poniendo sus pensamientos en orden, y agregó:

—Me gustaría hablar contigo del diario de tu padre.

—Eso no es asunto suyo.

—Yo creo que sí.

—Ya, pues perdone la grosería, señor Otis, pero que le den. —Vlad golpeó la mesa con el tenedor—. Esa es la verdadera razón de que haya venido esta noche, ¿verdad?

El profesor se relajó en el asiento. Su expresión parecía de genuina sorpresa. Chasqueó la lengua.

—Vaya, vaya. Así que me has descubierto. Eres un chico listo.

Nelly entró en el cuarto con una cesta de humeantes panecillos.

—¿Va todo bien por aquí?

Otis sonrió. Vlad la miró furioso.

Nelly miró a uno y luego al otro.

—Me pareció oír un ruido.

—No te preocupes, Nelly. A Vlad se le cayó un cubierto en la mesa. Fue sin querer, ¿verdad, Vladimir? —Otis alzó una ceja. Su sonrisa se le antojó al joven retorcida y amenazante. Pero no dijo nada y permaneció impasible durante el resto de la cena, mientras escuchaba la conversación y mareaba trozos de carne en la boca, como si comiera.

Nelly lo miraba de vez en cuando con cara de reprobación, pero él no le hizo caso. Cuando su profesor alabó el talento de Nelly en la cocina, los ojos de su tía brillaron y le recordó a su madre por un momento. A veces le resultaba extraño lo mucho que se parecían en los gestos, a pesar de que no fueran parientes.

—Voy a refrescarme un poco. Vlad, quita la mesa.

Nelly subió las escaleras y Otis sonrió a sus espaldas.

—Tienes una tía asombrosa. Sería una pena que os pasara algo a cualquiera de los dos.

La presión en las encías de Vlad fue inmediata e intensa. Sus colmillos crecían por el hambre y la ira.

—Largo.

—¿Cómo dices?

—Fuera de mi casa, vamos. Y no vuelvas más.

El señor Otis no se mostró disgustado. Nelly entró en la habitación, y para sorpresa de Vlad, el profesor le sonrió, amable.

—Será mejor que me vaya. ¿Te importa si utilizo el servicio?

Nelly pareció decepcionada por aquella repentina marcha.

—Claro que no. Arriba, la segunda puerta a la izquierda.

Cuando su invitado hubo salido, Nelly se inclinó sobre el pomo de la puerta.

—¿Qué has hecho?

Vlad abrió mucho los ojos.

—¡Nada!

—Ya, ¿no me lo vas a contar?

Vlad se pasó la lengua por los afilados colmillos.

—Pues no.

—¿Estás bien?

—Estupendamente. —Pero no era cierto. Necesitaba estar a solas, tenía que pensar en cómo podía enfrentarse a un vampiro que no solo era mucho más grande que él, sino que además tenía la costumbre de matar gente. Vlad subió corriendo las escaleras hasta su cuarto. Cerró el puño sobre el pomo, pero se detuvo cuando escuchó un ruido al otro lado. Era el sonido de unas uñas rascando madera. Entornó la puerta y se asomó. Su profesor estaba frente al vestidor, de espaldas a él, agachado sobre el primer cajón de su armario. El ruido cesó y Vlad se ocultó tras la puerta cuando el señor Otis volvió la cabeza para escuchar mejor. Luego avanzó de espaldas hasta el baño y desde allí aguardó a que su invitado dejara la habitación y bajara las escaleras.

Vlad salió del baño y atravesó el cuarto hasta el vestidor. El corazón le golpeaba el pecho a toda velocidad. Abrió el cajón, pero no vio nada descolocado. Calcetines, calzoncillos, cinturones, y su caja secreta. Estaba cerrando de nuevo el cajón con expresión de perplejidad en el rostro, cuando abrió los ojos como platos al reparar de nuevo en su caja secreta. Se la regaló su padre cuando tenía solo cuatro años y, hasta que encontró el diario, fue la posesión más preciada de Vlad. La cogió, la sostuvo en el aire y examinó su base. Allí, labrado sobre la madera, descubrió el mismo símbolo que su profesor lucía en la muñeca.

A punto estuvo de dejar caer la caja, pero la sujetó con más fuerza y la guardó otra vez en el cajón. Salió del cuarto y cruzó la biblioteca, intentando mantenerse en las sombras en lo alto de las escaleras, donde su tía y el señor Otis no lo pudieran descubrir. Los observó despedirse, en pie frente a la puerta. Nelly le ofreció su sombrero de copa y sonrió.

—Ha sido estupendo, Otis. Espero que lo podamos repetir alguna otra vez.

—Sería un placer. —El señor Otis se puso el sombrero y a continuación, mientras se colocaba el abrigo, dijo—: Ha sido muy revelador hablar contigo, Vladimir. —Alzó la vista hacia las escaleras y lo miró a los ojos—. Nos vemos mañana en clase.

Vlad se quedó helado.

—Por cierto... me encanta esa camiseta. —Le dedicó un guiño cómplice y desapareció por la puerta principal.