RECOMPENSA TARDÍA

Ernest A. F. Ruska, ingeniero eléctrico alemán, compartió en 1986 el Premio Nóbel de Física con otro científico. ¿Qué hizo para merecer el premio? Construyó el primer microscopio electrónico eficaz.

Los microscopios ordinarios, por los que ustedes y yo hemos mirado alguna vez, emplean ondas de luz. Estas ondas son enfocadas por las lentes del microscopio de manera que objetos demasiados pequeños para ser observados a simple vista se amplían de modo que pueden ser examinados con detalle. Pero no se les puede aumentar más. El microscopio ordinario sólo puede hacer visibles aquellos objetos que como mínimo son tan grandes como una onda de luz. Una onda de luz salta simplemente sobre un objeto más pequeño que ella y no puede hacerlo visible.

Supongamos que enfocásemos rayos X en vez de luz. Los rayos X tienen ondas diminutas de una milésima o menos del tamaño de las ondas luminosas. Entonces podríamos ver objetos mil veces más pequeños que los que podemos ver a través de los microscopios ordinarios. Lo malo es que los rayos X son demasiado energéticos. Atraviesan los objetos diminutos que deberían hacer visibles, y no los vemos.

Pero en 1924 se descubrió que los electrones (que todo el mundo consideraba entonces minúsculas partículas de materia) en realidad también tenían las propiedades de las ondas.

Usando campos electrónicos de la manera adecuada, podían enfocarse los electrones de la misma manera que las ondas luminosas. Además, las ondas de electrones no eran más grandes que los rayos X, pero no atravesarían la materia atropelladamente como hacían éstos. Los electrones rebotaban en la materia como la luz, y así podíamos «ver», gracias a las diminutas ondas de electrones, mucho más de lo que revelaban las ondas de luz más largas.

Siete años más tarde, en 1931, Ruska construyó el primer microscopio que realmente podía «ver» con electrones. Pero si esto fue así, ¿por qué no se concedió entonces el Premio Nóbel a Ruska? ¿Por qué no lo consiguió hasta 1986, cincuenta y cinco años después, cuando tenía ochenta? Desde luego el primer aparato era tosco y no funcionó tan bien como los microscopios ordinarios, pero estableció el principio y condujo con toda seguridad a grandes adelantos. Entonces, ¿por qué semejante retraso?

Cuando murió Alfred B. Nóbel en 1896 y dejó dinero para unos premios anuales, su propósito fue que se honrase cada año a los científicos por algo que hubiesen hecho durante el año anterior. Pero resultó que no siempre era fácil determinar exactamente qué descubrimiento realizado el año anterior podía resultar importante.

Algunas veces, algo parecía magnífico pero luego empezaba a fallar lentamente. Por ejemplo, un físico francés, Gabriel J. Lippmann, recibió en 1908 el Premio Nóbel por un procedimiento de fotografía en color que en definitiva no fue nada.

En 1903, un médico danés, Miéls R. Finsen, recibió el Premio Nóbel en recompensa por un tratamiento con luz de enfermedades de la piel, que resultó no tener la menor importancia.

En 1926, otro médico danés, Johannes A. G. Fibiger, recibió el Premio Nóbel por haber descubierto que ciertos tipos de cáncer podían ser causados por un gusano parásito, pero más tarde se comprobó que el gusano no tenía nada que ver con la dolencia.

Los que otorgaban los premios Nóbel aprendieron por experiencia que era mejor no precipitarse. Por muy interesante que pudiese parecer un descubrimiento, era mejor esperar y asegurarse de que la promesa no era infundada. Naturalmente, hay veces en que un descubrimiento parece del todo seguro y los jueces no pueden esperar. En 1956, dos jóvenes físicos chinos descubrieron que algo llamado «paridad» no tenía que conservarse necesariamente. Esto trastornó ciertas reglas muy fundamentales de la física, y al año siguiente recibieron muy merecidamente el Premio Nóbel.

Pero en general hay que esperar. Albert Einstein explicó en 1905 el efecto fotoeléctrico por la teoría de los cuantos, y contribuyó con ello a establecer una de las dos grandes teorías físicas del siglo XX. Recibió el Premio Nóbel dieciséis años más tarde, en 1921. (Por aquel tiempo había establecido la validez de su otra gran teoría física, la relatividad, una hazaña todavía más grande pero que no fue la que le valió el premio.)

En 1911, el médico americano Francis P. Rous descubrió un virus que parecía producir el cáncer. Fue un descubrimiento útil e importante, pero no recibió el premio por ello hasta 1966, después de cincuenta y cinco años de espera, como Ruska. Rous tenía entonces ochenta y seis años.

Desde luego, algunas veces los científicos no envejecieron tanto y nunca recibieron el Premio Nóbel, aunque su trabajo lo merecía sobradamente. En 1914, un físico inglés, Henry G. J. Moseley, descubrió lo que llamamos «números atómicos». Esto explicaba muchas cosas de los elementos químicos y era absolutamente merecedor del Premio Nóbel. Lo cierto es que varios científicos, que prosiguieron los trabajos de Moseley en años posteriores, lo recibieron por lo que había hecho él.

Pero Moseley no recibió el premio por una sencilla y trágica razón. En el mismo año de su descubrimiento estalló la Primera Guerra Mundial y Moseley se alistó inmediatamente.

En 1915 murió en Gallípoli. Tenía sólo veintisiete años. Una de las inteligencias jóvenes más preclaras de su época fue sacrificada inútilmente en una batalla mal dirigida: todo un símbolo de la locura y futilidad de la guerra.

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