De capital significación y concerniendo al vaso de la naturaleza, reaparecen los dos signos encontrados sobre las estampas ⇒ VI y ⇒ VII y que, vertidos de sus botellas respectivas, ocupan ahora los dos platillos de una balanza. Este utensilio ha sido depositado sobre la mesa, tal como lo será de nuevo sobre la decimotercera imagen. Como nos muestra su ástil y su aguja en ángulo oblicuo de treinta o cuarenta y cinco grados frente al gancho de suspensión, ¿no estaría ahí la indicación sutil de proporciones que irían del simple al doble? Es en todo caso la posición que presentan, de nuevo y singularmente, estando la balanza a la espera de la pesada, sus platillos de nivel sobre la plancha ⇒ XIV. Hay lugar para estar perplejos, de tal suerte que se estaría también fuertemente inclinado a deducir que los dos ingredientes fuesen de pesos semejantes, o que la balanza ordinaria no fuese de ninguna ayuda.

A la izquierda pues, está el asterisco del armoníaco, a la derecha, la corola del oro filosófico; evocando ésta el azufre y aquél la sal. Con muy grande habilidad la mujer los vierte juntos, en el mismo matraz inmediatamente marcado con los dos jeroglíficos. El operador que dispone ampliamente de mercurio, enriquecido sobre la plancha precedente y conservado en un frasco panzudo, el operador, decimos, añade este primer principio a los otros dos ya mezclados, y se aplica, con su compañera, a establecer lo mejor posible las proporciones y los pesos de la naturaleza.