Capítulo

2

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Minerva llegó a su casa ya pasadas las cinco de la tarde, no había llegado nadie, estaba sola. Se dirigió a su habitación y se acostó por un momento, miró la fotografía que tenía de Leonardo en la mesita de noche y la tomó entre sus manos, acarició su cara a través del vidrio y los recuerdos comenzaron a martillarle la cabeza, haber visitado su tumba la había dejado más vacía y al visitar a sus suegros su estado de ánimo se agudizó. Cada rincón de esa casa le recuerda a él, las fotografías que adornan cada mesa y cada esquina de ella era el más fiero tormento al que se podía enfrentar, creyó haber llorado lo suficiente pero se dio cuenta que no era así, se cumplían dos años de ese día fatal en la que su felicidad fue arrebatada y comenzó a desahogarse de nuevo. Recordó la tarde con sus suegros.

—Gracias por venir querida. —La saludó con un fuerte abrazo Abelardo Zablah—. Me alegra mucho verte.

—A mí también don Abelardo, gracias a ustedes. —Minerva suspiró para intentar mostrarse fuerte, su corazón palpitaba con desesperación, la temperatura de su piel bajó y sus sentidos la alertaron, el olor del ambientador y las fotografías no le hacían bien, mucho menos los recuerdos, por un momento le pareció escuchar la voz de Leonardo entre los pasillos como cuando salía del despacho hacia la sala y también sintió verlo bajar por las escaleras corriendo para abrazarla. Sacudió la cabeza, se mordió el labio, tragó en seco e intentó curvar sus labios para parecer normal ante el que hubiera sido su suegro.

—Ven querida, vamos a sentarnos un momento, ya le avisaron a Elisa de tu llegada enseguida bajará. —Abelardo abrazó a la que hubiera sido su nuera y la llevó al sofá de cuero—. Dime ¿Cómo has estado?

—Pues no puedo decir que bien —contestó la chica suspirando—. Vivo porque tengo que vivir no porque lo quiera.

—Lo sé, disculpa mi tonta pregunta. —Se sentaron y enseguida Abelardo pidió que les trajeran té helado de limón con durazno—. En lo personal como hombre te admiro ya que siendo una mujer tan bonita y joven, no seguirías sola desperdiciando cada minuto de tu vida.

—Yo no tengo cabeza para nada más que no sea mi trabajo —dijo Minerva bajando la cabeza y jugando con la correa de su bolso—. Leonardo fue y sigue siendo el amor de mi vida—. Intentaba no mostrar sus sentimientos pero no pudo evitar que los ojos se le aguaran—. Él está presente en mí, a cada momento a cada instante, lo siento, me duele y no podré olvidarlo, su ausencia me consume y yo sólo quisiera… —la chica se detuvo porque el nudo de su garganta la estrangulaba—. Estar con él.

No pudo evitar que una lágrima rodara la cual limpió de inmediato, no quería mostrar sus sentimientos ante su suegro.

—Debes vivir Minerva, no sobrevivir. —Le levantó la cara sujetando su barbilla—. Te agradezco enormemente la abstinencia que muestras pero también reconozco, que sería muy egoísta de nuestra parte permitir que te quedaras sola. Nosotros amamos a nuestro hijo, era nuestro primogénito y único varón, el día que vino al mundo fui el hombre más orgulloso del planeta y lo fui hasta el último momento, mi campeón era mi orgullo en todos los sentidos y al ver el cambio que tuvo cuando te conoció fuimos doblemente dichosos porque él era muy feliz, deseaba que llegara el día de la boda, me decía que ese día iba a ser tan feliz que no sabría como contener tanta dicha dentro de él, anhelaba ser padre y…

Minerva no pudo seguir escuchando más, llevó sus manos a su cara y lloró sin poder controlarse;

—Perdón cariño fui un estúpido. —Alcanzó una servilleta de la charola y se la ofreció a la vez que la sujetaba de los hombros, el hombre también contenía sus lágrimas—. Lo que intentaba decirte es que nosotros no podremos superar esto, nunca lo haremos, Clara es nuestra hija menor y la adoramos y aunque aún no esté casada mi apellido se perderá, tenía mis esperanzas puestas en ustedes y sé que le hubieras dado a Leonardo los hijos que te pidiera pero ya no podrá ser. Minerva lo que quiero decir es que vivas y que vivas intensamente, me duele decirte esto pero deseo que tengas una pareja y te des la oportunidad de amar y que te amen de nuevo.

—Es un poco difícil —dijo la chica calmándose—. Yo aún lo amo, a veces me hago la idea de que está de viaje y que pronto va a volver, prefiero no pensar en nada ni en nadie.

—Pero…

—Minerva querida mía qué bueno que estás aquí, me da mucho gusto verte. —Una de las sirvientas ayudaba a bajar a Elisa y al verla Abelardo se apresuró a encontrar a su mujer, besó su frente y la llevó al sillón.

—A mí también me da mucho gusto. —Minerva se limpió la cara y se levantó para recibir y abrazar a su suegra.

—Querida ¿Cómo estás? Te veo delgada y pálida ¿Estás enferma —la dulce voz de la señora era una caricia para Minerva.

—No, no estoy enferma —contestó mientras se sentaban—. Es sólo que… como a la fuerza, no me da apetito y el trabajo pues… a veces me desvelo escribiendo en el monitor pero eso es todo, a eso se deben las ojeras.

—Debes comer y dormir bien —dijo Abelardo.

—Claro que sí, debes cuidarte —secundó Elisa—. Si no Leonardo me pondrá quejas, debes verte bien para él ¿Por cierto donde está que no ha llegado?

Minerva se desconcertó y se paralizó al escuchar eso, su suegra la miraba sonriendo y Abelardo le hizo señas para que disimulara, obviamente Elisa no estaba bien.

—¿Porqué no me contestan? —insistió—. Abelardo no me digas que Leonardo se quedó trabajando en su oficina, por Dios es sábado como le haces eso a tu propio hijo, además ya Minerva está aquí, llámalo y dile que venga, es una desconsideración.

—Elisa recuerda que… él no puede venir. —Abelardo respiró intentando buscar el valor y evitar llorar y más al ver la expresión de Minerva que no podía disimular.

—El almuerzo está servido. —Anunció una de las sirvientas—. Pueden pasar al comedor cuando gusten.

—Ahora mismo —dijo Abelardo aprovechándose de la excusa para desviar el tema—. Vamos. —Levantó a su mujer la que también se aferró del brazo de Minerva y los tres juntos avanzaron al comedor.

—Ay querida… —Elisa le dio palmaditas a la mano de Minerva—. Tienes que llenarte de toda la paciencia del mundo para soportar a estos hombres, disculpa la ausencia de mi niño, sabes que él te adora y no se perdonará quedarte mal, seguramente hay muchos pendientes, pero no te preocupes, él te va a compensar como tú quieras.

Minerva asintió en silencio e intentó sonreír, Abelardo suspiró intentando controlarse, los tres se sentaron en la mesa e intentaron almorzar como una familia.

Antes de marcharse Minerva se sentó un momento con sus suegros en la sala, ver el estado de Elisa la había preocupado y no sabía cómo actuar ni qué hacer.

—Promete que volverás pronto querida —dijo Elisa—. Es una lástima que no quieras esperar a Leonardo, no te molestes con él, seguramente te llamará más tarde y te irá a buscar no te preocupes, para él nada es más importante que tú aunque su trabajo lo absorba. Abelardo tú tienes la culpa ¿Por qué dejaste que se quedara? Vas a tener que arreglar las cosas, no es justo que Leonardo haya dejado plantada a Minerva en un almuerzo, ¿Te imaginas si lo hace el día de su boda?

Abelardo tomó la mano de su mujer en señal de hacerla callar y la besó largamente suspirando, para Minerva las palabras de su suegra eran un puñal que le atravesaba el corazón, ya no lo soportaba más, frunció el ceño y tragó en seco, acarició la mano de su suegra.

—Querida di algo, no te quedes callada, no te pongas triste, no vayas a llorar, él…

En ese momento se quedó callada y su semblante cambió;

—¿Dónde está Leonardo? —comenzó a temblar—. Abelardo ¿Dónde está? No está en la oficina, no está aquí, las bodegas…

Minerva y Abelardo sabían que iba a descontrolarse, la situación de Elisa no era fácil;

—Mi Leonardo, ¡Abelardo llámalo!

Minerva no pudo detener sus lágrimas y Abelardo tampoco pudo aguantarse;

—Mi hijo… —Elisa se levantó del sillón y Abelardo junto con ella—. Mi hijo no está aquí, mi Leonardo…

—Calma Elisa, tranquilízate…

—No, no. —Se soltó de él y comenzó a mecerse, a mover la cabeza, ver hacia el techo y a abrazarse sola—. Mi Leonardo no está aquí, está en…

Minerva no podía detener sus lágrimas y se tapó la boca para no gritar, sentía una opresión en el pecho que la estaba ahogando.

—Mi hijo, mi hijo, mi niño está… no, no. —Elisa se acercó a la ventana y cuando se dirigía a la puerta Abelardo la detuvo—. Mi hijo, mi hijo, el cementerio, Abelardo, ¿Qué fuimos a hacer al cementerio?

Las lágrimas corrían por las mejillas de Abelardo, temía por la salud mental de su mujer.

—Calma doña Elisa —dijo Minerva dirigiéndose a ella y abrazándola—. ¿Quiere que la acompañe a su habitación? ¿Quiere descansar?

Elisa asintió con la cabeza y entre ella y Abelardo la subieron con cuidado, al llegar Minerva la acostó y la arropó como a una niña, Elisa comenzó a llorar.

—Ya lo recuerdo, mi niño, mi Leonardo se fue y no va a volver. —Se descontroló—. ¡Ay que dolor tan insoportable Dios!  —clamaba gritando—. Mi Leonardo ya no volverá, ¿Por qué te lo llevaste, por qué?

Minerva y Abelardo la acompañaron en el llanto.

—Hija dime porqué. —Insistía, Minerva la abrazó y lloró con ella—. Dime porque sucedió esto.

—No lo sé… —Minerva no podía hablar.

—Era tan bello, tan feliz y lleno de vida, ¿por qué no te embarazaste de él? un hijo suyo sería nuestro consuelo, nuestro nieto, el hijo de mi hijo, nuestra sangre…

—Ya mujer ya no te atormentes ni atormentes a Minerva —dijo Abelardo—. Además ya es tarde y ella ya se va.

—No hija no te vayas, todavía no, por favor. —Rogaba Elisa aferrándose a las manos de Minerva—. No estoy loca, no pienses eso.

—Nadie ha pensado eso —dijo Abelardo.

—No se preocupe doña Elisa, tranquila.

—Minerva hija, nuestro sufrimiento no se compara con nada pero también sé que has sufrido y sé que sigues amando a mi Leonardo, aunque él ya no esté le guardas respeto a su memoria, gracias. Te agradezco la consideración.

—Él es el único hombre para mí. —Minerva besó las manos de su suegra—. No hay ni habrá otro, no lo amé, lo amo todavía y sigo tan enamorada de él como desde el primer momento, sé que no amaré a nadie como lo amé a él y sé que nadie me amará como él me amó. Nadie ocupará su lugar, nadie.

—Minerva… —Abelardo quiso interceder pero ella le pidió con los ojos que no dijera nada.

—Eres muy linda querida. —Elisa acarició la cara de Minerva—. Pero estoy consciente que… algún día alguien nuevo llegará y…

—No me interesa nadie nuevo. —La interrumpió Minerva—. Leonardo fue y seguirá siendo el único hombre para mí.

Ambos señores suspiraron y bajaron la cabeza un momento.

—Yo te agradezco esto… —dijo Elisa tomando la mano de Minerva y besando el anillo de compromiso—. Que aún lo lleves en tu dedo.

—Deseo hacerlo, mi corazón y mi amor están con él. —Minerva suspiró.

—Bueno ahora sí, despídete de Minerva —le dijo Abelardo besando la cabeza de su mujer—. Recuerda que maneja y no me gusta que lo haga de noche, no quiero que se oscurezca el día.

—¿Volverás a vernos querida? —Rogó Elisa.

—Mujer recuerda que ella pasa muy ocupada por su trabajo.

—¿El libro? —Replicó Elisa—. Querida, ¿Ya lo publicaste?

Por un momento Minerva se desorientó, había olvidado que Leonardo le había mencionado a sus padres que ella escribía un libro sobre ellos.

—No, todavía no, lo he enviado a varias editoriales y hasta ahora sólo me han contestado dos, casualmente hoy me llegó un correo de una de ellas y lo rechazaron.

—Idiotas —refunfuñó Abelardo—. Prefieren respaldar cada porquería de perversión que aparece y dejan escapar a escritores con mucho talento, no hay duda de que se venden. Yo tengo algunos contactos si quieres…

—No don Abelardo muchas gracias, no quiero llegar a una editorial por influencias quiero hacerlo por mis propios méritos.

—Ya me lo había dicho Leonardo y respeto tu decisión, pero recuerda que si él estuviera ya hubiera movido cielo y tierra para que tu libro estuviera publicado.

—Igual no se lo hubiera permitido, era un trato entre él y yo.

Minerva se despidió de su suegra y salió de la habitación acompañada por Abelardo, cuando iban caminando él le explicó sus temores en cuanto a Elisa.

Por momentos se descontrolaba y comenzaba a preguntar por Leonardo, su mente se iba y parecía perder la razón pero al momento regresaba a la realidad y entendía todo, al parecer era un efecto del sedante pero según el médico que la atendía eran secuelas del shock recibido, si se le suspendía el tratamiento el asunto podía complicarse por lo que estaban llevando las cosas con calma e intentar suspender el medicamento poco a poco hasta que ya no fuera necesario que dependiera de él. Cuando Minerva regresó de sus pensamientos se levantó de su cama y se dirigió al baño, se recogió el cabello y se dio una larga ducha tibia para intentar relajarse, después de eso se pondría su pijama y se sentaría frente a su portátil para revisar su libro y ver qué era lo malo que miraban las editoriales y que ella no lograba ver.