CAPÍTULO XII
Melba Rischer tuvo un claro estremecimiento.
—¿Llevárselo al comisario, dices...? —exclamó.
—Sí —respondió Rory Brennan.
—¿Y si se despierta por el camino...?
—Lo ataré fuerte, no temas.
—Creo que sería mejor avisar al comisario, Rory.
—El videófono no funciona, ¿lo has olvidado ya? Además, el comisario no vendría. Para él solamente somos un par de chiflados, ya lo oíste. Sólo creerá en la existencia y en las intenciones de estos seres cuando tenga uno de ellos ante sus propias narices. Y ante ellas se lo vamos a poner.
Melba se mordió los labios nerviosamente.
—¿Con qué lo vas a atar, Rory?
—Con las ropas de Viviana. Ahora ya no le sirven, le quedan grandes.
Brennan le quitó la blusa y la falda, dejándole únicamente el slip.
—¿No te da asco tocarlo, Rory...? —preguntó Melba.
—Sí, pero me aguanto. Tengo que atarlo y que cargar con él, me repugne o no, así que...
El periodista hizo varias tiras de la blusa y de la falda, atando con ellas los pies y las manos del extraterrestre, éstas a la espalda, para que le fuera imposible intentar nada cuando se recobrara, si es que volvía en sí por el camino.
Una vez atado, cargó con él y se lo echó sobre el hombro izquierdo.
Luego, empuñó la pistola de rayos láser e indicó:
—Vámonos, Melba.
Echaron los dos a andar y salieron del salón.
—¿Vamos a salir por la puerta? —preguntó Melba.
—No, por la ventana que utilizamos para entrar. Es más seguro —respondió Rory.
Fueron hacia allí.
Melba no apartaba los ojos del extraterrestre.
Tenía la sensación de que Rory llevaba sobre su hombro a un animal.
Y temía que el animal se despertara.
El hecho de que estuviera atado de pies y manos, no tranquilizaba demasiado a la muchacha. Podía soltarse, atacar a Rory, y...
Melba se estremeció, sólo de pensarlo.
Ya habían alcanzado la ventana lateral que utilizaran para colarse en la casa.
Rory, antes de salir, echó una mirada al exterior.
Todo estaba silencioso.
Tranquilo.
A pesar de ello, el periodista no se fiaba un pelo.
Aquellos malditos seres solían aparecer de pronto, disparando sus extraños fusiles, y no debían descuidarse un solo instante si no querían verse sorprendidos por ellos.
Sorprendidos... y liquidados, porque los extraterrestres tiraban a matar sin pensárselo dos veces.
Rory saltó por la ventana, cargado con el alienígena.
No pasó nada.
Todo siguió en calma.
—Salta, Melba —indicó el periodista, en voz baja.
La muchacha obedeció.
Después, se alejaron rápidamente de la casa, ahogando sus pisadas.
No se tropezaron con ninguno de aquellos hombrecillos verdes. O no los había, vigilando la casa, o no habían sido descubiertos por ellos.
En cualquier caso, lograron alcanzar el helimóvil y subieron a él.
Rory depositó al extraterrestre en el asiento trasero.
Seguía inconsciente.
Al menos, tenía su único ojo cerrado y no se movía.
—Encárgate tú de vigilarlo, Melba. Y si se despierta, avísame en seguida.
—Descuida.
Rory puso el motor en funcionamiento y el helimóvil se elevó, alejándose del lugar a toda prisa.
* * *
Zeb Marvin paseaba por su despacho, con las manos a la espalda.
Solía hacerlo cuando se hallaba preocupado o de mal humor.
La historia que le contaran Rory Brennan y Melba Rischer...
No podía dejar de pensar en ellos, pese a no haber hallado prueba alguna de que lo que decían era cierto.
Es más, habían encontrado vivos a Viviana Sanford y los Wallace, lo que echaba por tierra la historia del periodista y de la sobrina del profesor Fellner.
Con todo, el comisario-jefe parecía olfatear algo raro en lo sucedido. Y es que raro era, también, que varios volcanes hubieran entrado furiosamente en erupción en los últimos días, después de haber permanecido tantos años apagados.
Nadie se lo explicaba.
El único que tenía una explicación, era Rory Brennan.
Y su novia, claro.
Pero era una explicación tan fantástica...
De repente, la puerta se abrió y el agente Holmes irrumpió en el despacho, gritando:
—¡Comisario!
Marvin se detuvo.
—¿Qué ocurre, Holmes...?
—¡Algo increíble!
—¿Has visto un fantasma?
—¡Un ser de otro mundo, eso es lo que he visto! —informó el policía, bailoteando de puro nerviosismo.
Marvin lo miró severamente.
—¿Qué has visto, Holmes?
—¡Un extraterrestre!
—¿Tú también con eso?
—¡Es cierto, comisario! ¡Está ahí fuera!
—¿El extraterrestre...?
—¡Sí, lo han traído Rory Brennan y Melba Rischer, atado de pies y manos! ¡Está inconsciente!
Zeb Marvin se quedó con la boca abierta.
Todavía la tenía así, cuando el periodista entró en el despacho, cargado con el ser de otro mundo. Tras él, entró Melba, casi tan nerviosa como el propio Holmes.
Rory dejó al alienígena en un sillón y dijo:
—Es uno de ellos, comisario.
Marvin contempló al extraterrestre con ojos dilatados.
Los pelos del bigote parecían temblarle, pero eran los labios lo que en realidad le temblaban.
—¿Se convence ahora, comisario...? —preguntó Rory.
—Sí —musitó Marvin, porque apenas podía hablar.
—Todo lo que le contamos, es cierto. Estos seres son mutantes, y tres de ellos adoptaron las personalidades de Viviana Sanford y los Wallace, para que ustedes nos tomaran por chiflados. El que le hemos traído, suplantó a Viviana. Lo descubrimos porque le hice una pequeña herida en la mano, para ver de qué color era su sangre. Y la tenía verde. Luchamos furiosamente y logré dejar sin sentido a la falsa Viviana. Entonces, al perder el conocimiento, recobró su físico natural. Y ya ve que es tal como nosotros se lo describimos. Un físico horrible, espantoso, espeluznante.
El comisario-jefe iba a decir algo, pero se interrumpió al ver que el extraterrestre se movía y abría su monstruoso ojo.
—¡Se está despertando...! —exclamó, haciendo un cómico gallo con la voz.