Capítulo 9
Nelson, el novio, había sido procesado dos horas antes. Su fianza se fijó en una cantidad lo bastante alta para que me alegrara de haber adquirido la costumbre, desde el año anterior, de llevar un fajo de dinero en efectivo por si acaso lo necesitaba con urgencia. Una enfermera de la oficina me examinó con cautela mientras contaba los billetes de veinte. Ella los contó también.
—Gracias —le dije—. Es una sensación maravillosa esta de sentir que confían en uno.
No pareció hacerle gracia mi comentario. Me tendió algunos papeles.
—Firme aquí, por favor. Y aquí.
Firmé, mientras Molly esperaba nerviosa en un discreto segundo plano, sujetando la correa de Ratón. Luego nos sentamos a esperar. Molly siguió inquieta hasta que trajeron a su cariñito para firmar el último par de papeles antes de ser puesto en libertad.
Nelson no resultó ser como yo esperaba. Era tres o cuatro centímetros más alto que Molly. Tenía un rostro largo y estrecho, y me lo hubiera pensado dos veces antes de tocar sus pómulos por temor a cortarme los dedos con ellos. Era delgado, pero no denotaba fragilidad, era más bien esbelto y fibroso. Se movía bien, y lo catalogué como un esgrimista o un artista marcial de algún tipo. El pelo oscuro le caía igualado por la cara. Llevaba unas gafas cuadradas con montura de plata, pantalones de algodón y una camiseta negra con otro logo de ¡SplatterCon! Se le veía cansado y necesitaba un afeitado.
En el momento justo en que estuvo libre, se apresuró hacia Molly y ambos se abrazaron y se susurraron algo al oído. No traté de escuchar. No me parecía correcto invadir su intimidad. Además, el lenguaje corporal me dijo suficiente. El abrazo se alargó uno o dos segundos más de lo que Molly quería. Entonces, cuando Nelson inclinó la cabeza para besarla, ella sonrió dulcemente e interpuso la mejilla entre sus labios. Después de aquello, él acabó por entenderlo. Se mordió un poco el labio inferior y dio un paso atrás, frotándose las manos en el pantalón como si no estuviera seguro de qué hacer con ellas.
—Sálvame de este incómodo melodrama —le murmuré a Ratón, y me acerqué a un teléfono público para llamar a un taxi. Al ser un sabio experto en hechicería, había descubierto la cura ante las complicaciones de las relaciones en una vida ordenada: no tener una relación. Era mejor así.
Si me lo repetía a mí mismo muchas veces, casi llegaba a creérmelo.
Molly y su novio Nelson se acercaron a mí un minuto después. Nelson no me miró cuando me ofreció su mano.
—Bueno, supongo que debo darte las gracias.
Le estreché la mano y apreté con fuerza suficiente para hacer un poco de daño. Yo macho alfa molesto, grrr.
—¿Cómo iba a rechazar una tan amable y sencilla petición de ayuda? —Le arrebaté a Molly la correa de Ratón. La chica miró hacia otro lado con el rostro de nuevo encarnado.
—No quiero parecer desagradecido —dijo Nelson—, pero he de irme enseguida.
—No, no vas a ninguna parte —ordené autoritario.
Él ya había comenzado a dar el primer paso, y me miró parpadeando.
—¿Perdona?
—Te acabo de sacar de la cárcel. Ahora viene la parte donde me dices lo que ha pasado. Entonces podrás irte.
Entornó los ojos y cambió de postura para centrar su equilibrio. No cabía duda de que era un estudiante de artes marciales.
—¿Me estás amenazando?
—Te estoy diciendo cómo funciona esto, muchacho. Así que habla.
—¿Y si no lo hago? —exigió saber.
Me encogí de hombros.
—Si no lo haces, tal vez tenga que darte una buena tunda.
—Me gustaría verte intentarlo. —Me provocó con evidente rabia en la voz.
—Como quieras —dije—. Nos está viendo el policía del mostrador de entrada. Probablemente no se dé cuenta de quién lanzó el primer puñetazo. Acabas de salir en libertad bajo fianza. Volverán a encerrarte, tal vez por asalto, un delito cometido a los dos minutos de ser liberado. No habrá un juez en la ciudad que consienta otra libertad bajo fianza.
La furia asomó a sus ojos cuando pensó en ello, y he de reconocer que aquello me impresionó. Muchos hombres de aquella edad no se molestarían en pararse a pensar en una situación semejante. Finalmente sacudió la cabeza.
—Estás mintiendo. Te detendrían a ti también.
—Ni por asomo, muchacho —dije—. ¿Cuándo te caíste del guindo? Me interrogarán. Les diré quién comenzó la pelea. ¿A quién piensas que van a creer? Estaré fuera en una hora.
Los nudillos de Nelson se hicieron visibles cuando apretó los puños. Me miró y, a continuación, al edificio detrás de él.
—Nelson —le instó Molly en voz baja—. Está tratando de ayudar.
—Tiene una manera muy particular de demostrarlo —escupió el chico.
—Solo estoy equilibrando un poco la balanza —dije mirando a Molly. Entonces suspiré. Nelson se estaba aferrando a su orgullo. No quería amilanarse delante de su novia.
Inseguridad, tu nombre es adolescente.
No me iba a matar ayudar a Nelson a salvar un poco de su orgullo.
—Vamos, muchacho. Dame cinco minutos para hablar contigo, te pagaré el transporte de vuelta a donde quiera que vayas luego. Vamos a por algo de comida rápida, yo invito.
El estómago de Nelson rugió y el chico se relamió los labios, al tiempo que miraba de reojo a Molly. Relajó su postura cautelosa y asintió mientras se pasaba la mano por el pelo. Dejó escapar un largo suspiro y dijo:
—Lo siento. Simplemente… ha sido un mal día…
—Yo también he tenido algunos de esos —afirmé—. Dime, ¿cómo has terminado en la cárcel?
Negó con la cabeza.
—No estoy seguro de lo que ocurrió realmente. Estaba en el cuarto de baño…
Levanté la mano, interrumpiéndole con el gesto. Chúpate esa, merlín.
—¿Qué cuarto de baño? ¿Dónde?
—En la convención —dijo.
—¿La convención? —le pregunté.
—¡SplatterCon! —intervino Molly. Se señaló su pecho con un gesto y luego hizo lo propio con la camiseta de Nelson—. Es una convención sobre películas de terror.
—¿Hay convenciones sobre eso?
—Hay convenciones sobre todo —dijo Nelson—. En esta ponen películas de terror, invitan a directores, a gente de efectos especiales, actores… También a escritores. Hay grupos de debate, concursos de disfraces y un mercadillo. Los fans acuden a la convención para reunirse y conocer a los invitados de la industria. De eso se trata.
—Ajá. Entonces eres un fan de esos temas.
—Soy miembro del personal —dijo—. Se supone que estoy a cargo de la seguridad.
—Bien —dije—. Volvamos al cuarto de baño.
—De acuerdo —dijo—. Bueno, había tomado un montón de café, patatas, galletitas saladas y esas cosas, así que estaba sentado allí con la puerta del inodoro cerrada.
—¿Qué pasó?
—Escuché entrar a alguien —continuó—. La puerta chirriaba mucho. —Se lamió los labios nerviosamente—. Y entonces empezó a gritar.
Enarqué una ceja.
—¿Quién?
—Clark Pell —dijo—. Es el dueño de la vieja sala de cine junto al hotel. Nosotros se la alquilamos el fin de semana para proyectar las películas en pantalla grande. Un buen tipo el viejo. Siempre apoya a la convención.
—¿Por qué estaba gritando?
Nelson dudó un segundo, claramente incómodo.
—Él… tienes que entender que no vi nada en realidad.
—Claro —dije.
—Sonaba como una pelea. Se oían forcejeos. Le escuché emitir un sonido, ¿sabes? Como si alguien le hubiera sorprendido. —Sacudió la cabeza—. Entonces empezó a gritar.
—¿Qué pasó?
—Me levanté para ayudarle, pero… —Se le pusieron rojas las mejillas—. Ya sabes. Estaba en mitad de algo. Me tomó algo de tiempo salir del lavabo.
—¿Y?
—Y el señor Pell estaba allí —dijo—. Estaba inconsciente y sangrando. No mucho en realidad. Pero parecía que le habían dado una buena paliza. Tenía la nariz rota, y tal vez también la mandíbula. Lo llevaron al hospital.
Fruncí el ceño.
—¿Pudo entrar o salir alguien?
—No —dijo Nelson, y su voz sonó segura en aquel punto—. La maldita puerta chirría cada vez que se abre o se cierra.
—¿Pudo entrar alguien al mismo tiempo que Pell? —pregunté.
—Tal vez —dijo—. La primera vez que se abrió la puerta. Pero…
—Ya lo sé —dije—. Tuvo que abrir la puerta para salir. —Me froté la barbilla—. ¿Pudo alguien sostener la puerta?
—La sala estaba llena de gente. Se les podía escuchar cuando la puesta estaba abierta —dijo Nelson—. Y había un policía fuera. De hecho fue el primero en entrar.
Gruñí.
—Y sin ningún otro sospechoso obvio, te culparon a ti.
Nelson asintió.
—Sí.
Medité durante un momento.
—¿Qué crees que pasó? —le pregunté.
Sacudió la cabeza varias veces.
—No lo sé. Alguien debió de entrar y salir de alguna manera. Tal vez haya un conducto de ventilación o algo.
—Sí —dije—. Tal vez fuera eso.
Nelson miró su reloj y tragó saliva.
—Oh, Dios mío, tengo que ir al aeropuerto. Debo recoger a Darby en treinta minutos y llevarlo al hotel.
—¿Darby? —pregunté.
—Darby Crane —intervino Molly—. El productor y director de películas de terror. Es el invitado de honor de la ¡SplatterCon!
—¿Ha hecho algo que pueda haber visto? —pregunté.
Molly asintió.
—Tal vez. ¿Has visto La cosecha, la del espantapájaros?
—Ah —dije al tiempo que hacía memoria—. ¿Uno que entra por la pared de un convento y se come a las monjas y luego un bibliotecario prende fuego a la biblioteca y el malo arde con los libros?
—Esa es.
—Ah —dije—. No está mal. Pero me quedo antes con cualquier película de Corman, sin dudarlo.
—Lo siento —dijo Nelson—, pero de verdad que debo irme.
Mientras hablaba, el taxi que había llamado se detuvo junto a la acera. Comprobé si el tipo que me vigilaba seguía en su lugar, detrás de mí, y así era, paciente e inmóvil.
Ratón soltó otro gruñido casi inaudible.
Mi sombra no se estaba esforzando mucho para no ser descubierto, lo que significaba que casi con total seguridad no era un asesino a sueldo. Un asesino haría todo lo posible para permanecer invisible, preferiblemente hasta varias horas después de que yo estuviera muerto y frío. Claro que podría estar practicando la psicología inversa. Sin embargo, aquel tipo de razonamiento circular podría desembocar en un orgasmo paranoico e inducirme a un comportamiento descabellado.
Lo más probable era que su misión, fuera quien fuese, consistiera en echarme un ojo. Era mejor, pues, tenerlo a la vista que tratar de darle caza. Era más feliz sabiendo dónde estaba que preocupándome por no saber dónde estaba. Jugaría bien las cartas, le concedería un poco de tiempo mientras trataba de descubrir qué se proponía. Asentí para mí mismo y salí a la acera con Ratón a mi lado.
—Muy bien, chicos —dije por encima del hombro—. Entrad en el taxi. —Ratón y yo nos sentamos detrás. Molly no le dio a Nelson la oportunidad de elegir. Entró por la puerta del copiloto y su novio se instaló junto a mí en el asiento trasero.
—¿A qué aeropuerto? —pregunté.
—O’Hare.
Se lo repetí al conductor, que arrancó el coche para ponerse en camino. Vi a mi sombra a través de vagos reflejos en las ventanas. Las luces del coche nos siguieron todo el camino hasta O’Hare. Llevamos a Nelson a tiempo para encontrarse con su magnate de la serie B y prácticamente salió del coche de un salto. Molly abrió la puerta para seguirlo.
—Espera —le dije—. Tú no.
Ella me lanzó una mirada por encima del hombro, con el ceño fruncido.
—¿Qué?
—Nelson está fuera de la cárcel, me ha contado lo sucedido y ha llegado a tiempo para recoger a Darby Crane. Creo que más o menos he cumplido con lo que dije que iba a hacer.
Arrugó su carita mona.
—Sí. ¿Y qué?
—Así que ahora es tu turno. Cierra la puerta.
Sacudió la cabeza.
—Harry, ¿no ves que está metido en un problema? Y él no cree en… —Miró al taxista y de nuevo a mí—. Ya sabes.
—Tal vez sea así —dije—. Tal vez no. Voy a pasarme por la convención esta noche para ver si hay algo de sobrenatural en el asalto al señor Pell. Inmediatamente después de que hablemos con tus padres.
Molly se puso pálida.
—¿Qué?
—Teníamos un acuerdo —dije—. Y a mi juicio, Molly, tenemos que ir a verlos.
—Pero… —farfulló—. No es que te haya pedido que me pagaras a mí la fianza.
—Deberías haber pensado en eso antes de llegar conmigo a aquel acuerdo —dije.
—No voy a ir allí —dijo, y se cruzó de brazos—. No quiero.
Sentí el frío pétreo que invadía mi semblante y el timbre de mi voz.
—Señorita Carpenter. ¿Existe alguna duda en su mente, la más mínima, de que puedo llevarla a su casa quiera o no quiera?
El cambio de tono le pegó duro. Parpadeó sorprendida ante mi reacción, con los labios entreabiertos pero vacíos de sonido.
—Te voy a llevar a verlos —le dije—. Porque es lo más inteligente. Lo legal. Lo que hay que hacer. Estuviste de acuerdo antes y, por todas las estrellas del cielo, si intentas escabullirte de mí te envolveré en cinta adhesiva, te meteré en una caja y te enviaré por UPS.
Ella me miró en un estado de shock total.
—No soy ni tu madre ni tu padre, Molly. Y estos días no estoy siendo una persona muy agradable. Ya has abusado de mi amistad esta noche y has desviado mi atención de un trabajo que podría haber salvado vidas. Gente que realmente necesita de mi ayuda puede resultar herida o morir a causa de este truco estúpido. —Me incliné hacia ella con la mirada fría, y ella se apartó para rehuir el contacto visual—. Ahora ponte el puto cinturón.
Lo hizo.
Le di al taxista la dirección y cerré los ojos. No había visto a Michael en… casi dos años. Lamentaba aquello. Por supuesto, no ver a Michael implicaba no ver tampoco a Charity, cosa que no lamentaba. Y ahora iba a llegar a su casa en un taxi con su hija. A Charity le iba a gustar tanto esto como a mí limpiar la mierda de Ratón en nuestros paseos. En sus ojos, mi mera presencia cerca de su hija me haría culpable de innumerables (si bien imaginarias) transgresiones.
El sello angelical en mi palma izquierda ardió y picó con ganas. Me rasqué a través del guante de cuero, pero no sirvió de mucho. Tendría que dejarme el guante puesto. Si Michael veía el sello o sentía la sombra de Lasciel recorriendo mi cabeza reaccionaría de una manera similar a la de su mujer; y eso sin tener en cuenta el deseo paternal de proteger a su… físicamente madura hija de cualquiera que deseara… eh… invadirla.
Preveía fuegos artificiales de una u otra clase. Diversión, ¡viva!
Si sobrevivía a aquel reencuentro, iría a una convención de películas de terror donde puede que hubiera ocurrido un ataque sobrenatural mientras me seguía un misterioso extraño y un desconocido asesino en ciernes andaba suelto por ahí, probablemente practicando sus habilidades automovilísticas para quitarme de en medio la próxima vez que nos encontráramos.
Corrían buenos tiempos.