Capítulo 15
Nada de umbral, lo cual era bueno. Ni de hechizos, lo que era incluso mejor. Capa Gris no había entrado en una zona habitada, sino en la ciudad subterránea.
Chicago es una ciudad vieja, al menos para el estándar americano. Llevaba en pie, de una forma u otra, desde las guerras francesas e indias, antes de que existieran siquiera los Estados Unidos. Siendo Chicago lo que es desde un punto de vista estrictamente geográfico, un gigantesco pantano, los edificios tendían a fijarse a la tierra pasados muchos años. A las viejas calles de madera les pasaba lo mismo, así que tuvieron que construirse otras nuevas sobre capas sucesivas.
Donde la tierra no está formada por un barro que se desplaza a cámara lenta, hay roca sólida. Los túneles y las cuevas convierten el lugar en un acertijo. El Proyecto Manhattan estuvo ubicado durante un breve periodo de tiempo en aquellos túneles, antes de ser reubicado en la mitad de ninguna parte. Alguien del Gobierno mostró un incalculable buen juicio al considerar la obviedad de que era muy mala idea desarrollar una maldita arma nuclear en medio de la segunda ciudad más grande de América.
Todo aquello había dejado un enorme laberinto de pasajes, cuevas, viejos edificios medio derruidos y túneles en ruinas que parecían a punto de venirse abajo. Estaba oscuro, los seres humanos casi nunca iban allí, y, a raíz de ello, Subciudad se había convertido en hogar, refugio y escondite de todo tipo de criaturas depravadas, seres que ningún mortal, ni siquiera un mago, habían visto nunca. Algunos de esos seres, a su vez, habían expandido varios de los túneles y cuevas, estableciendo así territorios celosamente protegidos que nunca veían la luz del sol ni oían los susurros del viento. Allá abajo está oscuro, hace frío, huele a cerrado y las sensaciones que se despiertan son terribles. El hecho de estar habitada por seres que no tienen ningún aprecio por la humanidad y la potencial existencia de radioactividad no hacían mucho por impulsar la industria turística de aquel lugar.
Capa Gris se introdujo en una grieta de la pared trasera del edificio para dirigirse hacia los túneles de Subciudad. Cuando lo hizo, su figura se tornó más difusa. Tenía que acercarme a él y me costaba un esfuerzo de voluntad cada vez mayor poder hacerlo. Pequeño Chicago no tenía modelada con precisión Subciudad, en parte porque no había mapas de allí, y aventurarse a tomar muestras para incorporarlas al modelo habría sido un acto cercano al suicidio. En realidad, nunca había pensado en hacerlo, por eso no había ocurrido.
Todavía podía ver a mi verdadero yo de pie junto a la ciudad, a través del velo translúcido de tierra, piedra y ladrillo. Mi mano seguía extendida, pero me temblaban los dedos y el sudor me cubría la frente. Era extraño que no sintiera la tensión en mi cuerpo. No lo tenía previsto. Era muy posible que pudiera haber seguido adelante sin ser jamás consciente del esfuerzo que me estaba costando. Podría matar a mi cuerpo físico y terminar…
No sé cómo. Puede que eso acabara conmigo directamente. O que mi cuerpo físico muriera mientras mi mente se quedaba varada aquí. Puede que mi conciencia se convirtiera en una especie de patético fantasma.
Sé duro, Dresden. No empezaste en esta carrera para salir huyendo al primer indicio de fatiga.
Seguí adelante, pero miraba hacia arriba tan a menudo como podía para comprobar mi estado.
Capa Gris no tardó mucho en alcanzar su meta. Encontró una estrecha hendidura en una pared de roca, se deslizó dentro y apoyó las manos y los pies contra la pared del interior de la grieta y escaló con veloz precisión. A dos o tres metros de altura se llegaba a una habitación con tres paredes de ladrillo y una de tierra; un sótano parcialmente derrumbado, supuse. Contaba con algunas comodidades: un colchón hinchable, un saco de dormir, una linterna, una barbacoa en miniatura junto a una bolsa de papel con carbón y varias cajas de cartón que contenían víveres.
Capa Gris colocó una pesada caja delante del agujero por el que acababa de subir y la fijó con varias piedras del tamaño de bloques de cemento. Después abrió un paquete, le quitó el envoltorio a un par de esas barritas sustitutivas de comida que la gente utiliza para castigarse cuando cree que tiene sobrepeso, se las comió y se bebió de un trago un botellín de agua. Era una información de valor incalculable. Me alegré de arriesgar mi cuello metafísico para reunir pistas tan vitales como aquellas.
Miré por encima del hombro. Mi rostro se había puesto blanco y estaba cubierto de sudor.
Supuse que Capa Gris se acostaría, sin embargo, lo que hizo fue bajar la linterna, abrir un segundo paquete, sacar una placa del tamaño de un plato de comida y ponerla en el suelo. Se trataba de una simple base de madera con un anillo de un metal rojizo incrustado, probablemente cobre.
Hundió una uña en su propia encía superior. Cuando la retiró, en la punta del dedo destacaba una gota de sangre que parecía mucho más sólida y real que la persona de la que provenía. Tocó el círculo con aquel mismo dedo y empezó a entonar un canto que no reconocí.
Una leve bruma se arremolinó en el círculo de cobre y, a través del hechizo, logré ver el patrón formado por la magia bruta; un vórtice que desapareció debajo de la placa.
Un segundo más tarde, la niebla se resolvió en una figura en miniatura, una forma apenas humanoide que ocultaba todo posible detalle de su apariencia bajo una pesada túnica.
Excepto por el hecho de que ya lo había visto antes, o a alguien que vestía exactamente como él.
La última vez que vi a Cowl estaba reaccionando de manera salvaje al enorme e increíble poder provocado por un hechizo llamado Darkhallow. Era imposible que aquel hombre hubiera sobrevivido a semejante hechizo. No podía ser, ni por todos los demonios del infierno. Era imposible que siguiera vivo después de aquello. No podía tratarse de la misma persona.
¿No?
Seguro que era otro tipo. La apariencia de nazgul no es que fuera demasiado rara entre aquellos que se las daban de magos oscuros, de un tipo o de otro. Bien podría tratarse de alguien completamente diferente sin ninguna conexión con Cowl o mi teórico Consejo Negro.
Por otro lado, las acciones de Cowl fueron lo primero que me hizo pensar en la existencia del hipotético Consejo Negro. ¿Formaba parte del Círculo que Capa Gris había mencionado? Después de todo, cuando le tiré un coche a la cabeza apenas parpadeó. Si estaba tan bien protegido, ¿pudo haber sobrevivido a las salvajes energías de aquel desintegrador Darkhallow?
Peor aún, ¿y si no lo había hecho? ¿Y si este personaje formaba parte de un grupo de personas tan dementes y peligrosas como aquel?
Comencé a ponerme más nervioso todavía.
—Mi señor —dijo Capa Gris al tiempo que hacía una reverencia y mantenía la cabeza inclinada.
Se produjo un largo silencio antes de que Cowl hablara.
—Has fallado —sentenció.
—El éxito no ha llegado todavía —respondió Capa Gris, mostrándose en educado desacuerdo—. El telón no ha caído.
—¿Y el imbécil que te acompaña?
—Puedo mantenerle con vida o deshacerme de él, como crea oportuno. —Capa Gris respiró hondo y continuó—: Ha involucrado al mago. Parece ser que existe una especie de vendetta entre ellos.
La pequeña figura nebulosa emitió un sonido seseante.
—Idiota. La muerte de Dresden no supone el suficiente beneficio para que merezca la pena arriesgar la operación.
—No me consultó sobre ello, mi señor —dijo Capa Gris con otra reverencia—. Si lo hubiera hecho, lo hubiera disuadido.
—¿Y qué pasó después?
—Traté de eliminarlo, junto a la última pieza del sacrificio.
—¿Dresden interfirió?
—Sí.
Cowl seseó.
—Eso cambia las cosas. ¿Qué precauciones has tomado?
—No me ha seguido físicamente, mi señor, de eso estoy seguro.
Cowl alzó una mano en miniatura para pedir silencio; un gesto que parecía, de alguna manera, tenso y dolido. Su capucha escrutó la habitación.
La mirada de la figura se encontró con la mía y fue como un golpe literal y físico, un certero puñetazo en el pecho.
—¡Está ahí! —espetó Cowl. La nebulosa figura se dio la vuelta para colocarse frente a mí y levantó ambas manos.
Una extraña y fría presión me impactó con la fuerza de una ola y me impulsó varios metros hacia atrás antes de que pudiera reunir mi voluntad y contrarrestarla. Me detuve a poca distancia de Capa Gris y Cowl.
Las manos de Cowl se convirtieron en garras.
—Chico insolente. Voy a destrozarte la mente.
—¡Vamos, Darth Albornoz! —exclamé, casi desgañitándome, al tiempo que plantaba mis etéreos pies en el ficticio suelo.
Cowl me gritó algo. Dijo una palabra que retumbó en mi cabeza y en los brumosos confines del escondite de Capa Gris. Aunque me había protegido para reunir mi voluntad y aislarme contra la suya, su siguiente impacto me golpeó como un tren de mercancías. No tuve ninguna posibilidad de resistirme, era como luchar contra la marea de un océano, y sentí que volaba.
En aquel último segundo antes de ser expulsado de allí, reuní toda la fuerza que me quedaba y la concentré en Capa Gris para intentar conseguir una visión nítida de su rostro. Lo conseguí, aunque fuera durante un mísero instante: vi el rostro de un hombre en la treintena, alto, esbelto y de semblante lobuno.
Entonces me sobrevino un géiser de dolor escarlata, como si alguien me hubiera agarrado de ambas mitades del cráneo para abrírmelo en dos.
Lo siguiente fue oscuridad.