Capítulo 19
—¿Estás segura? —le preguntó Anna Ash a Elaine—. ¿No estaríamos mejor en uno de nuestros apartamentos? Todos tienen hechizos de protección…
Elaine sacudió la cabeza con firmeza.
—El asesino sabe dónde vivís cada una de vosotras. No sabe nada de este lugar. Quedaos aquí, no hagáis ruido, permaneced juntas. Nuestro asesino no ha atacado a nadie que estuviese sola.
—Y si hay algo de lo que tengáis que preocuparos, mi perro os avisará —añadí—. Probablemente se siente encima de cualquiera que intente haceros daño, pero si se las da de Lassie y quiere que os marchéis, seguidlo todas y permaneced juntas hasta llegar a un lugar público.
Ratón empujó la mano de Anna con la cabeza y meneó la cola. Totó lo imitó, rodeó los tobillos de Anna y miró hacia arriba hasta que ella lo acarició también a él. Al menos aquello le arrancó una sonrisa.
—Si nos vamos, ¿cómo nos ponemos en contacto con usted?
—Os encontraré.
—¿Igual que ha encontrado al asesino? —espetó Priscilla.
La ignoré conservando una noble dignidad.
Elaine no.
Se acercó a Priscilla y se puso frente a ella.
—Desagradecida, impertinente y venenosa estúpida. Cierre la boca. Este hombre trata de protegerlas, igual que yo. Le agradecería que se ahorrara la ironía mientras hacemos nuestro trabajo.
El rostro de Priscilla se encendió.
—Disculpe, pero no le estamos pagando para que nos insulte o nos sermonee.
—Pero tampoco me pagan lo bastante para tolerar su brusquedad —dijo Elaine—. Siga así y no tendrá que preocuparse por mi factura. De hecho, no hará falta que se preocupe de nada más.
—¿Es una amenaza? —espetó Priscilla.
Elaine se puso un puño en la cadera.
—Es un hecho, imbécil.
Anna intercedió.
—Priscilla, por favor. Tú no eres la que paga. Soy yo. La necesitamos. Ella es la profesional. Si cree que hay que cooperar con el señor Dresden, eso es lo que vamos a hacer. La seguiremos tratando con respeto. Si no puedes ser amable, prueba a practicar el silencio.
Priscilla miró a Anna con los ojos entornados, luego se cruzó de brazos y firmó la capitulación apartando la mirada.
Elaine hizo un gesto de cabeza hacia Anna.
—No estoy segura de cuánto tiempo estaremos fuera. Se lo haré saber en cuanto lo tenga más claro —le informó.
—Gracias, señorita Mallory. —Pasado un momento se apresuró a añadir—: Y gracias, señor Dresden.
—Permanezcan juntas —insistí, y Elaine y yo nos marchamos.
Caminamos juntos hasta el aparcamiento.
—Dime que tienes un coche nuevo, por favor —me dijo Elaine por el camino.
Doblamos la esquina y allí estaba el Escarabajo en todo su esplendor guerrero.
—Me gusta este —dije al tiempo que abría la puerta para que entrara.
—Has cambiado el interior —me dijo cuando entré y arranqué el coche.
—Unos demonios se merendaron el viejo.
Elaine comenzó a reírse, pero luego parpadeó.
—¿Literalmente?
—Demonios fúngicos. Hasta el metal.
—Vaya, tienes una vida muy glamurosa —comentó.
—Elaine —dije—, creí haberte entendido que ibas a pasar desapercibida hasta que estuvieras preparada para enfrentarte al Consejo.
La expresión amistosa y burlona de su rostro se fundió con una de neutralidad.
—¿Es eso relevante ahora?
—Sí —dije—. Si vamos a ir ambos tras él, sí. Necesito saberlo.
Me miró con el ceño fruncido y se encogió de hombros.
—Tenía que hacer algo. Había gente a mi alrededor que estaba resultando herida. Estaban siendo utilizadas. Vivían con miedo. Así que tomé prestada tu profesión.
—Y le mentiste al centinela que fue a visitarte.
—Lo dices como si tú hubieras dicho siempre la verdad a los centinelas.
—Elaine… —comencé.
Sacudió la cabeza.
—Harry, te conozco, confío en ti. Pero no me fío del Consejo y dudo que lo haga nunca. Y, desde luego, no tengo intención de prestar servicio como soldado raso en su lucha contra los vampiros, que es como habría acabado si hubiera puesto todo mi empeño en las pruebas de Ramírez.
Nos miramos un momento.
—Por favor. Iré contigo. Te apoyaré ante el Consejo.
Puso una mano cálida y suave sobre la mía y me habló con voz calmada y firme.
—No, Harry. No permitiré que esos hombres dirijan mi vida. No permitiré que decidan si voy a vivir o no, o que elijan cómo debo hacerlo.
Suspiré.
—Podrías hacer mucho bien.
—Creía que eso era lo que estaba haciendo aquí —apuntó—. Ayudar a la gente. Hacer el bien.
Tenía razón.
—De todos modos, los centinelas se volverían locos si acudieras a ellos ahora y revelaras que les ocultaste tus talentos —consideré.
—Sí —convino—. Se volverían locos.
—Maldita sea —me lamenté—. Tu ayuda sería muy valiosa.
—No lo dudo —dijo. Su mirada se volvió dura y su voz, fría—. Pero no dejaré que me utilicen. Nadie lo hará. Nunca más.
Parpadeé y me volví hacia ella.
Alzó ligeramente la barbilla, sus ojos verdes brillaban a causa de las lágrimas que no caían.
—No, Harry.
Puse una mano debajo de las suyas y entrelazamos los dedos por el descuido de un viejo hábito.
—Elaine, lo siento. No quería presionarte. No me había dado cuenta…
Mantuvo los ojos cerrados y apartó la mirada.
—No, soy yo la que debería disculparse. Me he puesto neurótica contigo. No quiero eso. —Miró la ciudad por la ventanilla.
—Después de que mataras a DuMorne, me pasé un año con la misma pesadilla. La misma todas las noches. Estaba segura de que era cierto. Que seguía vivo. Que venía a por mí.
—No era así —le dije.
—Lo sé. Lo vi morir, igual que tú. Pero tenía tanto miedo… —Sacudió la cabeza—. Huí a la Corte del Verano por ese motivo. Huí, Harry. No podía enfrentarme a ello.
—¿Eso es lo que estás haciendo? ¿Saliendo a la luz? —pregunté—. ¿Enfrentándote al pasado?
—Tengo que hacerlo —dijo. Su voz fue ganando firmeza—. Me asusta una barbaridad. Y estos años… he tenido problemas con las multitudes. Con los espacios cerrados. Con las alturas. Con los espacios abiertos. Terrores nocturnos. Ataques de pánico. Paranoia. Dios, a veces pienso que he tenido todo lo que acaba en fobia.
Lo que Elaine me describió era lo esperable en alguien cuya mente había sido invadida por una voluntad externa. Puedes meterte en la cabeza de la gente con magia, pero si decides empezar a redecorarla a tu gusto, no hay forma de evitar infligir daños a la psique. Dependiendo de varios factores, alguien que haya estado sometido a esa clase de control puede, en el mejor de los casos, quedar conmocionado y errático; en el peor, totalmente catatónico o disfuncional.
Y había que considerar también un elemento tan corriente como el dolor emocional. Elaine había perdido en una misma noche todo aquello que amaba: su novio, su padre adoptivo y su hogar.
Perder un hogar significa mucho más para un huérfano que para la mayoría de la gente. Sé de lo que hablo. Como yo, Elaine había pasado la mayor parte de su infancia de un orfanato a otro. El hecho de encontrar un hogar real, una casa de verdad, una figura paterna real, era la consecución de un sueño casi desesperado. Fue una terrible pérdida para mí, y eso que Justin no se había metido en mi cabeza. Para Elaine, aquella sucesión de eventos había sido infinitamente más poderosa y terrorífica.
—Dejé que el miedo controlara parte de mi vida —dijo Elaine—, se enraizó y comenzó a crecer. Pero tengo que involucrarme, Harry. Tengo que utilizar lo que sé para cambiar las cosas. Si no lo hago, lo único que habré sido en mi vida es un títere acobardado de DuMorne. Su pequeña arma. No volveré a permitir que nadie me arrebate el control de mi vida. No puedo. —Se encogió de hombros—. Y tampoco puedo quedarme quieta sin hacer nada. Fallé en las pruebas y no me arrepiento. No voy a disculparme por ello, ni ante ti ni ante nadie.
Gruñí.
—¿Y bien? —me preguntó.
—Creo que lo pillo —dije.
—Entonces, ¿estás dispuesto a trabajar conmigo?
Le apreté un poco la mano.
—Por supuesto.
La tensión en sus hombros se relajó y me devolvió el apretón.
—Es mi turno —dijo cambiando el tono.
—¿Tu turno?
Asintió.
—Reconociste al asesino cuando miraste la foto.
—¿Qué? —dije—. No, no es así.
Puso los ojos en blanco.
—Vamos, Harry. Soy yo…
Suspiré.
—Sí, bueno.
—¿Quién es? —me preguntó.
—Thomas Raith —dije—. Corte Blanca.
—¿De qué lo conoces?
—Es… —No había mucha gente que supiera que Thomas era mi hermano. Era más seguro para los dos mantener esa información controlada—. Es un amigo. Alguien en quien confío.
—¿Confías? —dijo Elaine en voz baja—. ¿En presente?
—Thomas no le está haciendo daño a nadie —aseguré.
—Es un vampiro, Harry. Le hace daño a la gente cada vez que se alimenta de ellos.
Últimamente estaba muy ocupado con eso.
—Conozco a Thomas —dije obcecado—. No es un asesino.
Elaine frunció el ceño.
—La traición duele, Harry. Créeme, lo sé.
—No hay pruebas de que Thomas esté detrás de esos asesinatos —insistí—. Podría ser otra persona u otra cosa disfrazada de él. No es que andemos escasos de metamorfos que puedan hacerlo.
—Un poco enrevesado, ¿no crees? —dijo Elaine. Señaló con la cabeza las fotos que descansaban en el salpicadero—. La explicación más sencilla suele ser la correcta.
—Tarde o temprano me encontraré con un caso en el que todo sea sencillo. No creo que este lo sea.
Elaine exhaló lentamente, estudiando mi rostro.
—Él te importa mucho, ¿verdad?
No había razón para negar aquello.
—Sí.
—Y él también confía en ti, supongo.
—Sí.
—Entonces, ¿por qué no te ha dado una explicación? —me preguntó—. ¿Por qué no se ha puesto en contacto contigo?
—No lo sé. Pero sé que no es un asesino.
Asintió de forma pausada.
—Pero ahí lo tienes, con Olivia.
—Sí.
—Entonces, estarás de acuerdo conmigo en que debemos encontrarlo.
—Sí.
—¿Puedes?
—Sí.
—Pues estupendo —dijo al tiempo que se ponía el cinturón de seguridad—. Lo encontraremos. Hablaremos con él. Trataré de tener la mente abierta. —Me miró—. Pero si resulta ser él, Harry, hay que detenerlo… y espero que me ayudes.
—Si resulta que es él —sentencié—, Thomas querría que lo hiciera.