Capítulo 21

En general, no es que haya sido muy divertido desempeñar mi labor de centinela del Consejo Blanco. No he disfrutado demasiado como un soldado en la guerra contra las Cortes Vampíricas. En la batalla contra las fuerzas del…

Iba a decir «mal», pero cada vez estoy menos seguro de dónde encuadrar a los que me rodean en la escala Jedi/Sith.

Luchar contra las fuerzas que tratan de matarme a mí, a mis amigos o a gente que no puede protegerse por sí misma no es como en las películas de acción veraniegas. Es una pesadilla. Todo es violencia y confusión, miedo y rabia, dolor y regocijo. Todo pasa muy deprisa, nunca hay tiempo para pensar ni estar seguro de nada.

Es terrible, de verdad, aunque debo admitir que he sacado algo positivo de esta situación: he adquirido un montón de práctica en combates mágicos.

Y, desde lo de Nuevo México, no tengo ningún reparo a la hora de destrozar necrófagos con mi magia. El más cercano era la mayor amenaza, pero no la mejor oportunidad. No obstante, si no le daba lo suyo enseguida, me arrancaría la cabeza, o me entretendría lo bastante para que sus colegas me atacaran. En circunstancias normales, le haría tragarse una descarga de fuerza telequinética del anillo de plata que llevaba en la mano derecha, ese que recogía un poco de energía cada vez que movía el brazo y quedaba inútil tras su uso.

Pero no podía hacerlo porque había sustituido aquel único anillo de plata por otros tres soldados en una única banda, también de plata, cada uno con la misma energía potencial que el anillo original.

¡Ah!, y tenía una de aquellas nuevas bandas en cada dedo de mi mano derecha.

Alcé mi bastón colocando el puño hacia fuera, apuntando los anillos hacia el necrófago.

—¡Nos vemos! —bramé mientras liberaba la energía del primer anillo.

La fuerza bruta golpeó al necrófago, lo lanzó por la borda del Escarabajo de Agua y le hizo impactar contra el frontal del barco que nos bloqueaba con la fuerza suficiente para romperle la espalda. Se oyó un crac; el grito de batalla del necrófago se convirtió en un agónico lamento de dolor, y desapareció en las frías aguas del lago Míchigan.

El primero de sus colegas estaba ya en el aire, abordando el Escarabajo igual que hizo el otro. Esperé medio segundo para tener en cuenta el arco del salto y, antes de que sus pies tocaran el barco, repetí mi ataque. Esta vez el necrófago salió volando hacia atrás y chocó contra dos de sus compañeros, que estaban ya en el aire. Los tres cayeron al lago. Cinco o seis de los necrófagos eran hembras, cosa que no me importaba lo más mínimo. Los puse a remojo en el lago con otras dos descargas.

Aquel fue su final.

De repente, cuatro de ellos saltaron a la vez (probablemente por casualidad, no creo que lo planearan) y solo pude derribar a dos. Los otros dos llegaron a la cubierta y se lanzaron hacia mí con las garras extendidas.

No había tiempo para trucos. Giré mi bastón en el aire, planté el extremo inferior contra la pared de la cabina de mando y apunté con el otro extremo hacia los dientes del necrófago que estaba más cerca. Impactó en el monstruo con el tremendo poder suministrado por su propia fuerza y velocidad sobrenatural. La cubierta quedó salpicada con los pedazos rotos de sus colmillos amarillentos cuando el necrófago cayó abatido. El segundo saltó sobre su compañero y se encontró en primer plano el revólver del 44 que había sacado del bolsillo de mi guardapolvos con la mano izquierda. El cañón rugió, impulsó la cabeza del necrófago hacia atrás y la inercia del disparo hizo lo propio con todo mi cuerpo. Me golpeé la espalda contra la pared de la cabina con tal fuerza que me quedé sin aliento, pero el necrófago había caído a la cubierta y se retorcía gritando como loco.

Le disparé dos veces más desde medio metro de distancia y vacié el resto de balas en el cráneo de la hembra que había dejado atontada antes con mi bastón. Una sangre marrón acuosa salpicó la cubierta.

Para entonces, otros tres necrófagos estaban ya en el barco. Oí unos sonidos en el costado del buque; dos de los demonios que había tirado al agua habían clavado sus garras en los tablones del Escarabajo de Agua y comenzaban a escalar hacia la cubierta.

Lancé al necrófago más cercano otra descarga procedente de mis anillos, que lo envió volando hacia sus compañeros, lo cual solo me consiguió el tiempo suficiente para elevar mi escudo y formar un brillante cuarto de cúpula plateada. Dos demonios se estrellaron contra ella rastrillando sus garras y rebotaron hacia atrás.

En ese instante, los necrófagos que subían por los laterales del barco llegaron a la cubierta, desde detrás del límite de mi escudo, y me golpearon por los flancos. Unas garras me arañaron. Sentí un dolor caliente en la barbilla y varios impactos cuando las garras alcanzaron mi guardapolvos. No podían perforarlo, pero ejercían una fuerza considerable. Era como si me clavaran con fuerza los extremos redondeados de varios palos de escoba.

Me agaché y pateé una rodilla. Se quebró, crujió y se dislocó, arrancando un grito de rabia al necrófago, pero su compañero cayó sobre mí y me obligó a protegerme la garganta con el brazo izquierdo para evitar que me la destrozara. Mi escudo parpadeó y se apagó, y los demonios reaccionaron emitiendo alaridos de hambriento júbilo.

Una voz de mujer sonó como un grito desafiante. Se produjo un estruendo de luz y sonido y un poderoso destello de luz verde. El necrófago que tenía encima se retorció cuando su cabeza desapareció de sus hombros salpicando sangre marrón y maloliente hacia todas partes. Me quité de encima como pude su aún espasmódico cuerpo y me puse en pie, al tiempo que Elaine se situaba delante de mí y empezaba a dar vueltas a aquella cadena suya en el aire, sobre su cabeza.

¡Aerios!

Algo que parecía un tornado en miniatura, iluminado desde el interior por una luz verde y un poco torcido hacia un lado, se formó en el aire frente a ella. El pequeño tornado comenzó a desplazarse en el aire con tal rapidez que tuve que apartarme de la potente succión del hechizo.

El extremo más alejado del tornado convirtió el aire en una gimiente columna de viento tan fuerte que, al desplazarse adelante y atrás por la cubierta del barco, dispersó a los necrófagos como si fueran trozos de palomitas de maíz frente a un ventilador. También tuvo el efecto de despejar el asfixiante y denso humo de las escaleras que conducían a la parte inferior de la cubierta. No me había dado cuenta de lo mareado que estaba.

—¡No podré aguantar esto mucho tiempo! —gritó Elaine.

Los demonios comenzaron a tratar de rodear el hechizo. Algunos de ellos escalaban por los lados del barco después de haber sido lanzados de nuevo al lago. Yo no podía usar mi fuego allí, entre tantos barcos de madera fina, muelles y depósitos llenos de combustible, además de las personas que andaban rondando por la zona. Así que tuve que conformarme con usar mi bastón, sin magia. Esa es la belleza de llevar encima un palo grande y pesado. Cada vez que hace falta, tienes a mano un arma para romper cabezas lista para su uso.

Empecé a jugar al béisbol con las cabezas y las manos de los demonios que trataban de regresar al barco; los sacudía en cuanto aparecían por la borda.

—¡Thomas! —grité—. ¡Tenemos que salir de aquí!

Apenas podía ver nada a través del humo, pero distinguí las formas de algunos de los demonios trepando al muelle para cortarnos el paso a la orilla.

—¡Suelta el barco! —gritó Elaine.

El humeante barco de los demonios se empotró contra la parte trasera del Escarabajo de Agua y el impacto me obligó a aferrarme a la cabina de mando para mantenerme en pie… pero me tambaleé hacia el otro lado un segundo después, cuando el Escarabajo se estrelló contra el muelle.

—¡Imposible! ¡Está muy cerca!

—¡Agáchate! —gritó Thomas, y sentí que su mano me empujaba el hombro hacia abajo con fuerza. Me agaché y vi el acero azulado de su escopeta recortada pasar junto a mi cara. La cosa rugió, el sonido fue dolorosamente audible, y tuve la certeza de que no escucharía nada por ese oído durante un largo periodo de tiempo. La ráfaga alcanzó a un necrófago que había conseguido encaramarse al tejado de la cabina de mando y estaba a punto de saltarme sobre los hombros.

—¡Uf! —le grité a Thomas—. ¡Gracias!

—¡Harry! —gritó Elaine aún más alto, desesperada.

Miré tras ella y comprobé que su ciclón mascota estaba aminorando la velocidad. Varios de los necrófagos se las habían arreglado para clavar sus garras en la cubierta y aguantar el remolino, evitando salir despedidos.

—Esto es malo, esto es malo, esto es malo —dijo Thomas.

—¡Lo sé! —le grité. Una mirada por encima del hombro fue suficiente para ver el pálido rostro de Olivia en las escaleras y a las otras mujeres y niños detrás de ella—. No podremos sacarlos de aquí a pie. Tienen cortados los muelles.

Thomas miró alrededor del barco.

—¡Tampoco podemos zarpar! —declaró.

—¡Harry! —jadeó Elaine. La luz de su hechizo comenzó a menguar, el aullido del viento a disminuir y el negro y denso humo a recuperar terreno.

Los necrófagos no son fáciles de matar. Yo me había encargado de un par, Elaine de un tercero, pero los que quedaban estaban bastante enfadados; habían recibido unos cuantos azotes de energía en el culo seguidos de chapuzones en el lago.

El gélido lago.

Un plan.

—¡Toma esto! —grité, y le pasé mi bastón a Thomas—. ¡Gana unos cuantos segundos! —Me giré hacia Olivia y grité—: ¡Qué todo el mundo esté preparado para seguirme de cerca!

Olivia le transmitió mi orden a las mujeres que tenía detrás mientras yo soltaba los nudos que aseguraban mi vara al interior del guardapolvos. La saqué y miré por el costado del barco más alejado de la orilla. Lo único que me separaba de la vaga silueta de la cercana fila de muelles eran diez metros de agua.

Thomas vio la vara y farfulló algo, pero giró en el aire mi bastón con gracia y estilo (como todo lo que hace prácticamente) y dejó atrás el moribundo hechizo de Elaine para comenzar a batear necrófagos.

A veces es difícil para mí recordar que Thomas no es humano, da igual que lo parezca y que, además, sea mi hermano. Otras veces, como esta, recuerdo forzosamente su verdadera naturaleza.

Los necrófagos son fuertes y asquerosamente rápidos (con énfasis en lo de asquerosos). Thomas, sin embargo, gracias a su naturaleza oscura, los hace parecer unos extras sin cara de una peli de Arnold Schwarzenegger. Se movía entre ellos como el humo. Mi pesado bastón de roble volteaba, bajaba, golpeaba y volvía a girar en el aire, cerniéndose sobre los atacantes con un poder sobrehumano. Quería luchar a su lado, pero hacerlo no nos libraría de aquella emboscada, y esa era nuestra única oportunidad de sobrevivir.

Así que, en lugar de precipitarme en su ayuda, me aferré a mi vara, concentré mi voluntad y comencé a invocar toda la energía que podía. Aquel hechizo iba a necesitar de una enorme cantidad, pero, si funcionaba, estaríamos a salvo. Me recordé aquello mientras estaba allí de pie, quieto, con los ojos entornados, mientras mi hermano luchaba por salvar nuestras vidas.

Thomas superaba a cualquier necrófago al que se enfrentaba, pero, a pesar de que podía causarles mucho daño, una herramienta contundente no era, en realidad, el mejor arma para matarlos. Era necesario que les rompiera varias vértebras o el cráneo para conseguirlo. Si se concentraba en acabar con un solo necrófago temporalmente indefenso, el resto se le echarían encima. Él lo sabía. Ellos también. Luchaban con la eficiencia inconsciente y sin sentido de una manada, con la certeza de que en algún momento la presa se acabaría cansando.

No había ni que contar con aquello. No haría falta tanto tiempo. Cuando el humo recuperara su lugar, aguantaríamos apenas dos o tres minutos, cansados y exhaustos como estábamos ya. Los disparos y los gritos habrían causado una docena de llamadas a las autoridades. Estaba seguro de que se oirían sirenas en cualquier momento, si es que el oído que mi hermano me había dejado sano apuntaba en aquella dirección. Entonces, reparé en algo.

Alguien permanecía aún en el otro bote, bloqueando al Escarabajo contra el muelle. Alguien que había traído a los necrófagos, que había estado esperando cerca de Thomas. A los necrófagos les encanta la violencia, pero no son muy buenos haciendo planes sin un líder que les dé las órdenes. Desde luego, no se toman la molestia de ser sutiles. Así que quienquiera que estuviese conduciendo el otro bote no era un necrófago.

¿Capa Gris, tal vez? ¿O su colega, el Pasajero?

Entonces me di cuenta. Ni siquiera teníamos aquellos dos minutos que el humo necesitaba para rodearnos. Una vez llegaran las autoridades mortales, quien estuviera al mando de los necrófagos los incitaría a un ataque más coordinado, y así acabaría todo.

La garra de un necrófago rompió los vaqueros de Thomas y le desgarró la piel por debajo de la rodilla. Perdió el equilibrio durante un segundo, lo volvió a recuperar y siguió luchando como si nada hubiera pasado. Sin embargo, su sangre, demasiado pálida para ser humana, caía en un flujo constante a la cubierta del Escarabajo.

Apreté los dientes cuando el poder aumentó dentro de mí y se me erizó el vello del brazo. En el interior de mis tímpanos sentía una especie de zumbido causado por la presión. Se me estaban tensando los músculos hasta tal punto que sentía calambres por todo el cuerpo. Cuando alcé la vara, multitud de estrellas atravesaron mi campo de visión.

—¡Harry! —masculló Elaine casi sin aliento—. ¡No seas estúpido! ¡Vas a matarnos a todos!

La oí, pero el hechizo estaba ya demasiado avanzado para poder responder. Tenía que funcionar. Es decir, había funcionado antes. En teoría, debería funcionar de nuevo si lograba hacerlo un poco más grande.

Levanté la cara y la vara hacia el cielo, forcé la garganta y con un estentóreo alarido grité:

—¡Fuego!

Una columna de fuego de un rojo vivo salió de la punta de mi vara; una llama del grosor de mis caderas. Subió hacia el humo, apartándolo a su paso, y formó una fuente de fuego que ascendió hasta una altura de unos veinte pisos.

La magia obedece siempre a ciertos principios, y muchos de ellos se aplican a todo el espectro de la realidad, ya sea científica, arcana o de cualquier otro tipo. En lo que respecta a los hechizos, lo más importante es el principio de conservación de la energía. La energía no puede simplemente crearse; si uno quiere hacer una columna de fuego de veinte pisos lo bastante caliente como para vaporizar un tubo de acero de gran calibre, la energía de todo ese fuego tiene que venir de alguna parte. La mayoría de mis hechizos hacen uso de mi propia energía, lo que puede describirse como pura fuerza de voluntad. Sin embargo, la energía para tales fines también puede provenir de otras fuentes externas al poder del mago; este hechizo, por ejemplo, estaba elaborado a partir de la energía térmica absorbida de las aguas del lago Míchigan.

El fuego rugió con la repentina y ensordecedora detonación del aire, y la onda expansiva sorprendió a todo el mundo, causando un silencio sepulcral. El lago dejó escapar un repentino gruñido, crepitó enfadado. En un instante, las aguas entre la posición donde yo estaba y el muelle contiguo se congelaron, formando una repentina placa de hielo duro y blanco.

La fatiga me empujaba hacia abajo. Canalizar tanta energía a través de mi cuerpo era un acto que invitaba al trauma y al cansancio. Una repentina debilidad en los miembros me hizo tambalearme.

—¡Vamos! —le grité a Olivia—. ¡Sobre el hielo! ¡Corred hasta el próximo muelle! ¡Las mujeres y los niños primero!

—¡Matadlos! —gritó una voz de hombre procedente del barco enemigo.

Los necrófagos aullaron y saltaron hacia adelante, enfurecidos al ver a su presa dándose a la fuga.

Me apoyé en la barandilla y observé la huida de Olivia y compañía. Corrían por el hielo, resbalando aquí y allá. El hielo crujía a veces a sus pies a modo de protesta. Varias fracturas en forma de tela de araña comenzaron a extenderse por el suelo, de manera lenta pero implacable.

Apreté los dientes. A pesar de que el lago Míchigan es de agua fría, estábamos en pleno verano, e incluso en el espacio limitado que yo había congelado existía una enorme cantidad de agua que había de ser enfriada. Imaginad la cantidad de fuego que se necesita para calentar una tetera hasta que hierva y recordad que esto funciona igual pero a la inversa; hay que eliminar el calor del agua de la tetera si queremos que se congele. Ahora, multipliquemos esa cantidad de energía por, aproximadamente, un trillón, pues esa era la masa de agua que estaba tratando de congelar.

Olivia, las demás mujeres y los niños llegaron al muelle opuesto y huyeron en un apropiado y muy bien asesorado estado de pánico.

—¡Harry! —gritó Elaine. Su cadena arremetió contra un necrófago que se había deslizado junto a Thomas.

—¡Están a salvo! —exclamé—. ¡Vamos, vamos, vamos! ¡Thomas, salgamos de aquí!

Me estiré y preparé mi brazalete escudo.

—Vamos —dijo Elaine agarrándome del brazo.

Negué con la cabeza.

—Soy el más pesado —le dije—. Iré el último.

Elaine parpadeó y abrió la boca para protestar, pero se puso muy pálida y asintió. Saltó la barandilla y corrió hacia los muelles.

—¡Thomas! —grité—. ¡Abajo!

Thomas llegó a la cubierta sin mirar atrás. Los necrófagos se estaban acercando.

Activé el resto de los anillos cinéticos, todos a la vez.

Los necrófagos volaron por los aires y cayeron. Pero aquello solo nos hizo ganar un poco de tiempo.

Thomas se dio la vuelta y saltó por la borda. Comprobé que Elaine había llegado al otro muelle. Thomas saltó sobre el hielo como uno de esos dibujos animados japoneses de artes marciales; incluso dio una voltereta en el aire antes de aterrizar de pie.

Yo no quería caer con demasiada fuerza sobre el hielo, pero tampoco quería esperar y servir de cena a un necrófago. Hice todo lo posible para minimizar el impacto y comencé a correr a través de la crujiente capa de hielo. Al dar el segundo paso, se abrió una grieta tras el pie que tenía menos adelantado. Mierda. Tal vez había subestimado la energía necesaria para hacer aquello. Tal vez eran dos trillones de trillones.

Di un paso más y sentí el hielo crujiendo bajo mis pies. Aparecieron más grietas. Estaba a tan solo seis metros del muelle, pero, de repente, me parecían kilómetros de distancia.

Oí la carga de los necrófagos detrás de mí, arrojándose temerariamente sobre el hielo al verme de espaldas.

—Esto es malo, esto es malo, esto es malo —balbuceé para mis adentros. Detrás de mí, el hielo se quejó de repente y uno de los demonios se desvaneció en el agua con un grito de protesta.

Más grietas, y cada vez más grandes, comenzaron a abrirse delante de mí.

—¡Harry! —gritó Thomas al tiempo que señalaba por encima de mi hombro.

Volví la cabeza y vi a Madrigal Raith en la cubierta del Escarabajo de Agua, a no más de tres metros de distancia. Me dedicó una placentera sonrisa.

Entonces, levantó un pesado rifle de asalto y abrió fuego.