Capítulo 30
Murphy salió del edificio diez segundos después que yo.
—Thomas ha respondido al teléfono, dice que va de camino. En realidad sonaba un poco ido. He llamado a las dos habitaciones, pero las llamadas se desvían al buzón de voz del hotel —me informó, guardándose el móvil al tiempo que se acercaba a mí.
—¿Las llamadas se desvían solas?
—No, tienes que llamar a recepción y pedir el servicio.
—Maldita sea —dije, y le tiré mis llaves—. El Skavis lo tenía todo planeado. Conduce tú.
Murphy parpadeó sorprendida, pero se metió rápidamente en el Escarabajo.
—¿Por qué?
—Voy a intentar llegar hasta Elaine a mi manera. —Abrí la puerta del pasajero precipitadamente, quería entrar enseguida—. Tenemos que llegar lo antes posible.
—¿Magia en el coche? ¿No te lo cargarás?
—¿Este coche? Seguro que no —dije—. Espero que no. —Arrojé el bastón al asiento de atrás.
—¡Ay! —se quejó una voz.
La pistola de Murphy apareció tan rápido como mi vara; su punta brillaba con una incandescencia escarlata.
—¡No dispares, no dispares! —berreó una voz invadida por el pánico. Un instante después, Molly apareció en el asiento de atrás, con las piernas pegadas al pecho, los ojos muy abiertos y el rostro muy pálido.
—¿Molly? —grité—. Maldita sea, ¿qué demonios estás haciendo aquí?
—He venido a ayudar. He sido lo bastante hábil para seguir tu coche, ¿no lo ves?
—¡Te dije que te quedaras en casa!
—¿Por lo de esa estúpida pulsera? —me preguntó—. Es la mayor estafa de la historia. Yoda no le dio nunca una a…
—¡Fuego! —exclamé por pura frustración.
Mi inclemente ansiedad salió disparada de la punta de mi vara, unida a mi rabia, en forma de una lanza de fuego escarlata. Impactó en un cubo de basura frente al edificio de Marcone y… bueno, si dijera que se vaporizó estaría presumiendo. Hasta para mí era difícil hacer algo así. Lo que provocó fue una lluvia de metal derretido que bañó el exterior del edificio al tiempo que el contenedor se hundía en un socavón de medio metro en la acera. Se rompieron cristales, varias paredes se agujerearon y algunos marcos de madera empezaron a arder. El impacto hizo vibrar todas las ventanas a cien metros a la redonda y destrozó la cubierta de la farola más cercana, de modo que ahora proyectaba una iluminación fracturada. También saltaron media docena de alarmas de incendios.
Me volví hacia Molly y la encontré mirándome con la boca abierta. Mi sombra, proyectada por los pequeños incendios y la farola rota, se cernía sobre ella.
—¡Yo no soy Yoda, joder! —estallé.
Me quité el guante de la mano izquierda y lo sostuve en alto, con los dedos extendidos. Su aspecto no era tan horroroso como antes, pero todavía era lo bastante desagradable como para causar impresión en una chica de diecinueve años.
—¡Esto no es una maldita película, Molly! Si la cagas, no desapareces y dejas atrás una capa vacía. No te congelan en carbonita. A estas alturas, ya deberías saberlo.
Parecía sorprendida. Podía maldecir algunas veces, pero no solía blasfemar; al menos estando cerca de Michael y su familia. No creo que Dios se moleste mucho por que se me vaya un poco la lengua de vez en cuando, pero le debo bastante a Michael como para respetar sus deseos respecto a aquella particular faceta de la profanidad. Casi siempre.
Demonios, la injuria se creó para dar un énfasis adicional a las palabras cuando su mero significado no era suficiente. Y en ese momento me sentía bastante enfático.
Vociferando, ahuequé la mano izquierda, concentré mi rabia, y una esfera de luz y calor floreció a la vida. No era grande, tendría el diámetro de una moneda de diez centavos, sin embargo brillaba como un sol pequeño.
—Harry —dijo Murphy. Le temblaba un poco la voz—. No tenemos tiempo para esto.
—¿Crees que estás preparada? —le dije a Molly—. Muéstramelo.
Soplé la esfera y esta voló hacia el rostro de Molly desde mi mano.
—¿Qué?
—Páralo —dije con voz fría—. Si puedes.
Tragó saliva y levantó una mano. Noté que trataba de controlar la respiración y concentrar su voluntad. Sus labios murmuraban los pasos que yo le había enseñado.
La esfera no dejó de acercarse a ella.
—Será mejor que te des prisa —añadí. No hice nada por ocultar la rabia o el desprecio en mi voz.
Aparecieron pequeñas gotas de sudor en su piel. La esfera redujo la velocidad, pero no se detuvo.
—Está a noventa grados de temperatura —apostillé—, convertiría la arena en cristal. No creo que le siente muy bien a tu piel.
Molly alzó la mano izquierda y tartamudeó una sola palabra, pero su voluntad dudó y falló, creando apenas un puñado de chispas.
—Los malos no te van a dar tanto tiempo —espeté.
Molly siseó (hay que reconocerle que no se pusiera a gritar) y se alejó todo lo que pudo del fuego. Levantó un brazo para protegerse los ojos.
Durante un segundo, sentí el loco impulso de dejar que el fuego se acercara un poco más. No hay nada más pedagógico que una mano chamuscada, susurró una parte oscura en mi interior. Que me lo digan a mí.
No obstante, flexioné los dedos, usé mi voluntad para finalizar el hechizo y la esfera desapareció.
Murphy, de pie al otro lado del coche, me miraba fijamente.
Molly bajó la mano, moviendo el brazo como si le dieran pequeñas descargas. Se quedó allí sentada, temblando y mirándome. El pirsin de su lengua entrechocaba una y otra vez con sus dientes.
Las miré a los dos y sacudí la cabeza. Recuperé el control de mi temple. Me agaché, metí la cabeza en el coche y miré a Molly a los ojos.
—Esto va en serio, pequeña —dije en voz baja—. Ya te lo he dicho otras veces. La magia no es la solución a todos los problemas. Sigues sin escuchar.
Los ojos de Molly, asustados y enfadados, se llenaron de lágrimas. Apartó la cabeza y no dijo nada. Trató de no hacer ningún ruido, pero es difícil quitarse la cara de póquer cuando un loco gritón ha estado a punto de quemártela. No había tiempo que perder, pero le concedí a la chica unos segundos mientras se me enfriaba la cabeza.
La puerta del edificio de Marcone se abrió y salió Hendricks.
Marcone le siguió un momento después. Observó los daños. Luego me miró. Sacudió la cabeza, sacó un móvil del bolsillo de la chaqueta y volvió dentro mientras Hendricks me mantenía clavado donde estaba con sus diminutos ojos brillantes.
Los hechos de los que había sido testigo durante la visión del alma de Helen Beckitt continuaban rabiosamente frescos en mi memoria, así seguirían siempre. Marcone me había parecido mucho más joven con el pelo largo y alborotado y la ropa informal. O tal vez perdió la juventud al ver morir a la hija de Helen.
Aquel pensamiento se dio de bruces con la rabia que sentía en mi interior y me controlé ahora que aún podía. Respiré hondo. No le haría ningún favor a nadie si actuaba guiado por la rabia y sin usar la cabeza. Volví a respirar hondo y, al girarme, vi que Murphy estaba en movimiento.
Rodeó el coche y se puso delante de mí.
—¿Has acabado ya? —me preguntó con gesto grave—. ¿Quieres hornear un pavo, prenderle fuego a un parque infantil o algo así? El bis podría ser aterrorizar a un grupo de boy scout.
—Y luego quizás pueda decirte cómo hacer tu trabajo —proferí—, justo después de enterrar a la gente que haya muerto por quedarnos aquí de pie sin hacer nada en vez de movernos.
Entornó los ojos. Ninguno de los dos nos miramos ni nos movimos siquiera un centímetro. El desplante no fue largo, pero fue bastante intenso.
—Ahora no —dijo—. Ya hablaremos. Esto no ha acabado.
Asentí.
—Luego.
Nos subimos al Escarabajo, Murphy lo arrancó y nos pusimos en marcha.
—¿Puedo hacerte algunas preguntas por el camino?
Calculé las distancias en mi cabeza. El hechizo de comunión con Elaine fue creado para utilizarse a una distancia de dos metros como máximo. Lo habíamos usado sobre todo, ejem, a bastante menos. Supongo que podría ampliar el alcance alrededor de kilómetro y medio, tal vez. No era tan simple como verter más poder en el hechizo, pero tampoco era demasiado complicado. Aquello me concedió unos minutos para tranquilizar la respiración mientras Murphy conducía. Entretanto podía hablar, de hecho, me ayudaría a mantener la mente alejada del temor que me causaba la situación de Elaine. Ah, la razón, ese supresor del miedo… o un buen lugar para meter la cabeza en la arena.
—Adelante —le dije. No presté atención a Molly, prefería dar a la pequeña tiempo para pensar en su lección y recuperarse. No le gustaba que nadie la mirara cuando estaba nerviosa.
—¿Por qué crees que tu ex está en peligro? —preguntó Murphy—. ¿No debería ese Skavis salir huyendo ahora que sabe que tú estás involucrado?
—Si estuviera trabajando solo, sí —dije—. Eso sería lo más inteligente. Pero no va a huir, va a pelear.
—¿Entonces qué? ¿Tiene ayuda?
—Tiene rivales —repuse.
—Sí. Capa Gris y Madrigal Raith. —Murphy sacudió la cabeza—. ¿Qué significa eso?
—Considéralos depredadores —expliqué—. Un depredador ha clavado los dientes en algo bueno para comer.
—Carroñeros entonces —dijo Murphy—. ¿Tratan de arrebatarle la presa?
—Sí —afirmé—. Creo que eso es lo que están haciendo.
—¿Te refieres a Elaine? —dijo Murphy.
Sacudí la cabeza.
—No, no. Es algo más abstracto. El Skavis es metódico, mata a mujeres con talento mágico. No tendría por qué hacer eso para sobrevivir, puede alimentarse de seres humanos.
—Entonces, ¿por qué ha escogido esos objetivos? —preguntó Murphy.
—Exacto —convine—. ¿Por qué ellas? No es una cuestión de alimento, Murphy. Es un juego de poder.
—¿Poder? —irrumpió Molly desde el asiento trasero.
Me giré y le dediqué una mirada que reprimió al instante su interés. Se volvió a hundir en su asiento.
—La Corte Blanca —concluí—. Todo este asunto, de principio a fin, es una lucha de poder de la Corte Blanca.
Murph se quedó callada un segundo, absorbiendo aquello.
—Entonces… es mucho más complicado que unas muertes en varias ciudades.
—Si estoy en lo cierto —dije asintiendo—, sí.
—Adelante.
—De acuerdo. Y recuerda que a los vampiros de la Corte Blanca no les gusta pelear en público. Arreglan sus asuntos con sutileza. Van con pies de plomo, tiran de los hilos. La confrontación es para los perdedores.
—Lo pillo.
Asentí.
—El rey Blanco apoya las conversaciones de paz entre el Consejo y la Corte Roja. Creo que el Skavis intenta demostrar que no hacen falta conversaciones de paz, que nos tienen al borde del colapso y lo que deben hacer ahora es aguantar.
Murphy me miró con el ceño fruncido y abrió los ojos de par en par.
—Me dijiste en una ocasión que la magia se hereda, sobre todo por vía familiar.
—La ley sálica —apunté—. Fundamentalmente por la línea materna. Yo la heredé de mi madre.
Murphy asintió y devolvió la mirada a la carretera.
—¿Y cómo pueden empezar…? Desde su punto de vista, menguando el rebaño, imagino. Eliminando a las mujeres que tienen potencial para crear otros magos.
—Sí. El Skavis recorre una docena de ciudades de la nación más peligrosa para sus intereses y mata mujeres a discreción —argumenté—. Demuestra lo fácil que es. Identifica y caza a los mejores objetivos. De paso, crea desconfianza hacia el Consejo, provocando que las presas potenciales no se fíen de las únicas personas que pueden ayudarlas.
—Pero ¿qué espera conseguir? —dijo Murphy—. Es un solo tipo.
—Es exactamente lo que quiere que se diga —repuse—. Mira lo que un único vampiro ha conseguido trabajando solo. Mira qué fácil es. Raith es débil. Ha llegado el momento de extender la operación, ahora que el Consejo está debilitado, y a la mierda las conversaciones de paz. Cambio de guardia. Que la Casa Skavis lidere a partir de ahora.
—Y Capa Gris y Madrigal se han dado cuenta de que es un buen plan y están tratando de apuntarse en el último momento, de hacer a un lado al Skavis y llevarse el mérito del plan delante de la Corte —finalizó Murphy.
—Sí. Cantan al mismo son, solo tienes que sustituir Malvora por Skavis. —Sacudí la cabeza—. Lo peor de todo es que si Madrigal no tuviera una disputa personal conmigo, yo no me hubiera visto involucrado. Le hice quedar muy mal cuando trató de subastarme en eBay, el Espantapájaros se acabó comiendo a su djinn y él se fue huyendo como una niñita.
—¿Cómo una qué? —dijo Murphy, claramente ofendida.
—Ahora no es momento de ponerte quisquillosa —farfullé—. El orgullo herido de Madrigal le incita a dejar pistas que me implican; cree que Capa Gris o nuestro asesino Skavis le ayudarán a lidiar conmigo, pero se encuentran con otro problema.
—Thomas —dijo Murphy sin dudarlo.
—Thomas —confirmé—. Les arrebata sus objetivos para protegerlos.
—¿Y cómo las encuentra?
—Del mismo modo que ellos —dije—. Es un vampiro. Sabe los recursos que tienen y cómo piensan. Además, interviene a una escala tal que está arruinándoles el final del espectáculo a todos los involucrados en la trama.
Murphy asintió al entenderlo.
—Entonces Madrigal se agencia una banda de necrófagos con la intención de cargarse a su propio primo, pero se topa contigo y con Elaine.
—Eso es —acepté—. Madrigal es un perdedor, pero todavía puede dar algún golpe bajo y piensa: «Qué demonios, si el plan me sale bien recupero la hombría que el mago me arrebató».
—Todavía no entiendo por qué Thomas no dijo nada —admitió Murphy—. A ti, me refiero. Nunca creí que fuera capaz de ese secretismo.
—Eso es lo que me dio la pista —dije—. No hay muchas cosas que puedan hacer que Thomas se comporte así. De hecho, creo que él contaba con ello. Sabía que me enteraría.
Murphy sacudió la cabeza.
—Una llamada de teléfono hubiera sido más fácil.
—Si lo estaban vigilando, no. Y si había hecho una promesa, menos todavía.
—¿Vigilando? —dijo Murphy—. ¿Quién?
—Alguien que tiene más de una forma de controlarlo —expliqué—. Alguien de su familia que protege a la mujer que ama y que posee la clase de recursos necesarios para vigilarlo y la suficiente malicia para saber cuándo miente.
—Lara Raith —dijo Murphy.
—Su hermana mayor es una de las precursoras de las conversaciones de paz —dije—. Todos creen que es papá Raith, pero él es ahora una simple marioneta. El problema es que no mucha gente lo sabe.
—Si la autoridad de Raith es desafiada sin miramientos por el Skavis —concluyó Murphy atando cabos—, quedará al descubierto el hecho de que no tiene ningún poder. Y Lara tendría que luchar abiertamente.
—Un vampiro de la Corte Blanca al descubierto está perdido —dije—. Lara no podrá mantener el control sobre la Corte una vez se haya demostrado que ostenta el poder del trono en la sombra. No solo le falta la fuerza necesaria para mantenerlo, sino que, a ojos del resto de la Corte Blanca, el simple hecho de que todo se descubra la convierte en una manipuladora incompetente y, por lo tanto, inapropiada para el liderazgo.
Murphy se mordió un labio.
—Si papá Raith cae, Lara cae. Y si Lara cae…
—Justine cae con ella… —dije, asintiendo—. Ya no podrá protegerla en nombre de Thomas.
—Por eso le pidió a Thomas que no acudiera a ti, ¿verdad? —dijo Murphy.
—No puede permitir que se sepa que le pidió ayuda al equipo rival, Murph. Incluso entre sus propios seguidores, eso supondría un desastre. Pero no olvides que sabe mover los hilos, tal vez mejor que nadie en activo ahora mismo. No le importaría que yo me involucrara y me topara con los agentes de Skavis y Malvora.
Murphy gruñó.
—Entonces le prohíbe a Thomas que hable contigo del tema.
—Es demasiado inteligente para eso; Thomas se pone tozudo cuando alguien pretende darle órdenes. Lara le hace prometer que guardará silencio, así consigue, de paso, lo único que sabe que le hará desafiar el espíritu de la promesa. No puede venir a hablar conmigo porque lo ha prometido, pero desea atraer mi atención.
—Ya veo —dijo Murphy—. Entonces le da la vuelta a la tortilla. Actúa descuidadamente a propósito. Se deja ver repetidas veces con las mujeres que está rondando.
—Y deja un montón de pruebas en una pared de su apartamento para que yo las vea, sabiendo que, cuando me involucre, voy a querer saber por qué ha sido visto con las mujeres desaparecidas cuando ni siquiera me coge el teléfono. No puede hablar conmigo del tema, pero me deja un mapa. —Me di cuenta de que mis pies estaban pisando un acelerador y un embrague imaginarios.
—Deja de moverte —dijo Murphy. El Escarabajo se sacudió al pasar sobre las vías del tren, marcando oficialmente muestro paso al lado equivocado—. De todas formas, conduzco mejor que tú.
Hice una mueca, pues era cierto.
—Entonces, ahora mismo —continuó Murphy— crees que Priscilla es el topo del agente Skavis.
—No, ella es el agente Skavis.
—Creía que pensabas que era un hombre —dijo Murphy.
—¿No te parece raro que Priscilla lleve cuello vuelto en pleno verano?
Murphy dijo una palabra que no debería pronunciarse delante de niños pequeños.
—Si estás en lo cierto, va a cargarse a Elaine y a todas las madres.
—Y a los niños también —dije—. Y a cualquiera que se interponga.
—Ratón —dijo Molly en tono preocupado.
No le grité que se callara. Yo también estaba preocupado por él.
—El Skavis sabe que Ratón es especial. Vio la demostración. Es lo único que le ha impedido actuar antes. Si el vampiro hubiera utilizado sus poderes, Ratón lo habría notado y habría sido descubierto. Ratón es el primero de su lista.
Murphy asintió.
—Entonces, ¿cuál es el plan?
—Llegar al motel —dije. Ya estábamos lo bastante cerca para comenzar a probar el hechizo.
—Voy a tratar de comunicarme con Elaine.
—¿Y luego?
—No puedo darle uso a ninguna cosa que haga lo que hace esta cosa —dije—. ¿Tú sí?
Sus ojos azules brillaron cuando el coche pasó bajo una solitaria farola.
—No.
—Y, según tengo entendido, ahora mismo estás de vacaciones.
—Y pasándolo requetebién —gruñó.
—Entonces no nos vamos a preocupar demasiado de reservarnos nada para después —concluí. Me volví y llamé Molly.
Casi pude oír cómo giraba la cabeza hacia mí.
—¿Eh? ¿Qué?
—¿Sabes conducir?
Guardó silencio un momento, luego asintió con un movimiento brusco de cabeza.
—Cuando salgamos, quiero que te pongas al volante y dejes el motor en marcha —le pedí—. Si ves venir a alguien, toca el claxon. Pero si ves a una mujer con un jersey de cuello vuelto salir corriendo, quiero que le pases el coche por encima.
—¿Yo? Pero… pero…
—Querías ayudar, ¿no? Pues vas a ayudar. —Me di la vuelta—. Hazlo.
Su respuesta llegó con la velocidad y el automatismo de un reflejo.
—Sí, señor.
—¿Y qué pasa con Capa Gris y Madrigal? —me preguntó Murphy—. Aunque eliminemos al Skavis, pueden aparecer en cualquier momento.
—De uno en uno —dije—. Conduce.
Entonces cerré los ojos, acudí a mi voluntad y esperé ser capaz de llamar a Elaine… y que estuviera viva para oírme.