Capítulo 31

Cerré los ojos y bloqueé mis sentidos, uno por uno. El olor del coche y del desodorante de Murphy fueron lo primero en desaparecer. Al menos, Molly había aprendido de la experiencia y prescindió de cualquier fragancia al tratar de usar el truco del velo por segunda vez. El sonido fue lo siguiente. El viejo y esforzado motor del Escarabajo, el ruido de los neumáticos en los baches de la carretera y la fuerza del viento, todo se desvaneció. Las luces de la noche de Chicago cesaron su irregular presión sobre mis párpados cerrados. Y el amargo sabor que el miedo dejaba en mi boca dejó simplemente de existir en cuanto me concentré en aquella improvisada variación del viejo y familiar hechizo.

Elaine.

Me apoyé en la misma imagen de siempre, la de Elaine durante nuestra primera visión del alma; la imagen de una mujer con poder, gracia y enorme temple superpuesta en el sonrojado rostro de una colegiala, desnuda por primera vez en compañía de su primer amante. Ya entonces sabía en lo que se iba a convertir, que sus desgarbadas y torpes extremidades y las mejillas con tendencia a ruborizarse se transformarían en confianza, serenidad, belleza y sabiduría. Tal vez la sabiduría todavía estaba en desarrollo, como demostraba la elección de sus primeros amantes. Por otra parte, a pesar de ser ya adulto, mis elecciones respecto a casi todo me incapacitaban para juzgar a nadie.

Lo que ella no conocía por aquel entonces era el sufrimiento.

Es verdad que nos habíamos enfrentado a ciertas cosas que la mayoría de los otros niños no. Por supuesto, Justin se había ganado el honor de asemejarse a un pequeño Marqués de Sade gracias a sus métodos de enseñanza orientados al dolor. Sin embargo, todavía no habíamos aprendido que crecer consiste en que te hagan daño. Y en superarlo luego. Te hacen daño. Te recuperas. Sigues adelante. Las probabilidades de que te vuelvan a hacer daño son muy altas. Pero cada vez que sucede se aprende algo nuevo.

Y cada vez te vuelves un poco más fuerte, y, en algún momento, te das cuenta de que hay más tipos de dolor que de café. Está el dolor vacío de cuando se deja algo atrás: al graduarse, al dar el siguiente paso adelante, al alejarse de algo seguro y conocido camino de lo desconocido. Existe también el torbellino de dolor propio de cuando la vida echa abajo todos tus planes y expectativas. Los agudos achaques del fracaso y los dolores más oscuros causados por los éxitos que no resultan tal como creías. El dolor malsano y punzante de las esperanzas arrebatadas. Los pequeños y dulces dolores que causa encontrar a otros, darles tu amor y alegrarte del curso que toman sus vidas a medida que crecen y aprenden. Y el dolor constante de la empatía, al que haces caso omiso con tal de estar al lado de un amigo herido y ayudarlo a soportar su carga.

Y si eres muy, muy afortunado vives ese raro, ardiente y pequeño dolor que se siente cuando te das cuenta de que te encuentras en un momento de absoluta perfección, un instante de triunfo, de felicidad o de alegría que, de manera irremediable, no es posible que dure pero, sin embargo, permanecerá contigo de por vida.

Todo el mundo ha caído en el dolor, pero olvidan algo muy importante al respecto: el dolor es para los vivos. Solo los muertos no son capaces de sentirlo.

El dolor forma parte de la vida. A veces es una parte importante y otras no lo es, pero, de cualquier manera, es una pieza del gran rompecabezas, la música de fondo del gran juego. El dolor hace dos cosas: te enseña, te dice que estás vivo. Luego pasa y te deja cambiado. A veces más sabio. A veces más fuerte. En cualquiera de los casos, el dolor siempre deja su huella, y todo lo importante que va a pasarte en la vida tiene, de una forma u otra, algo que ver con él.

Agregar dolor a la imagen de Elaine no era un proceso que consistiera en imaginar horrores, fantasear con la violencia o especular con el sufrimiento. No era diferente a lo que hace un artista que mezcla colores nuevos para añadir énfasis y profundidad a una imagen que, aunque brillante, no es fiel a sí misma o a la vida real. Así que tomé a la chica que conocía y le añadí los dolores a los que había tenido que enfrentarse la mujer con la que quería contactar. Elaine se había internado en un mundo que había dejado atrás desde hacía más de una década, y se encontró a sí misma luchando para enfrentarse a la vida sin depender de nadie más. Siempre me tuvo a mí y a Justin, así que, cuando ya no estuvimos, se refugió en una mujer llamada Aurora Sidhe en busca de ayuda y apoyo. Cuando ella también se esfumó, se quedó sola. Yo ya le había dado mi amor a otra persona, y Justin llevaba años muerto.

Sola en la ciudad, un ser diferente de todos los que la rodeaban, luchando por sobrevivir y construir una vida y un hogar.

Así que añadí al hechizo todos los padecimientos que yo mismo había sufrido. Desastres culinarios que había tenido que comerme de todos modos. Equipos y bienes que se rompen una y otra vez y necesitan constantes reparaciones. La locura de los impuestos y el ir por ahí tratando de abrirse camino entre una selva de números. Facturas atrasadas. Los trabajos desagradables que te causaban un horrible dolor de pies. Las miradas extrañadas de personas desconocidas cuando sucedía algo que se salía un poco de lo normal. La noche en que la soledad dolía tanto que te hacía llorar. El encuentro esporádico del que querías escapar para volver a tu apartamento vacío, con tanta ansia que estabas dispuesto a salir por la ventana del baño. Tirones musculares y achaques que nunca sufriste cuando eras más joven, el malestar por la, hasta cierto punto ridícula, subida del precio de la gasolina, la irritación que causaban los vecinos ruidosos, los famosos descerebrados de la tele y los políticos que podrían encuadrarse en la mitad del espectro cuyos extremos eran «estafador» e «imbécil».

Ya se sabe. La vida.

Y su imagen en mi mente ganó profundidad, claridad, adquirió personalidad. No hay manera simple de describirlo, pero lo reconoces cuando lo ves. Los grandes artistas pueden hacerlo, pueden deslizarse en las sombras del significado y el pensamiento y en las de la verdad para adentrarse en algo tan sencillo como la sonrisa de una mujer llamada Mona Lisa, aunque no puedan decirte exactamente cómo lo consiguieron.

La imagen de Elaine adquirió sombras, defectos, carácter y fuerza. Desconocía los detalles de las dificultades por las que había pasado, pero me bastaba con hacer algunas conjeturas. Cuando me concentré, aquella imagen en mi mente me absorbió por completo, igual que una vez lo había hecho la de la joven e inmadura Elaine. Me acerqué a ella por medio de mis pensamientos y la toqué, soplando un apacible aliento vital mientras, dentro de las bóvedas de mi mente, susurraba su verdadero nombre, que ella me dijo libremente cuando éramos jóvenes.

Elaine Lilian Mallory.

Y la imagen volvió a la vida.

Elaine inclinó el rostro hacia adelante, el cabello le caía sobre él sin que ocultara del todo la profunda desesperación y el cansancio de su expresión.

—Elaine —le susurré—, ¿me oyes?

Sus pensamientos aparecieron ante mí como un eco borroso, como cuando en las películas quieren crear confusión y ponen una voz en off.

—Creía que podía cambiar las cosas. Una persona no puede. Una persona no puede cambiar las cosas. No en el mundo real. Dios, qué arrogancia. Y han pagado por ella.

Le inyecté más voluntad a mis pensamientos.

—¡Elaine!

Levantó la vista un momento, examinando confusa la habitación. Su imagen se iba definiendo poco a poco; se encontraba en una habitación bien iluminada, sin muchos rasgos destacables. Casi todo era de color blanco. Elaine inclinó de nuevo la cabeza.

—Confiar en mí para mantenerlas a salvo… casi hubiera sido mejor que yo misma apretara el gatillo. De todas maneras, soy demasiado cobarde para eso. Me limito a sentarme aquí. Dispongo las cosas de tal forma que no puedan fallar. No tengo que intentarlo. No tengo que preocuparme por ser nadie. Lo único que tengo que hacer es quedarme sentada.

No me gustaba cómo sonaba todo aquello.

—¡Elaine! —grité entre las bóvedas sin sentido de mi mente.

Miró de nuevo hacia arriba, parpadeando lentamente. Su boca empezó a moverse a la vez que sus audibles pensamientos.

—No sé qué creía que iba a conseguir. Una mujer. Una mujer que se pasa la vida huyendo. Rompiéndose. Las hubiera ayudado más si hubiera terminado antes de empezar, en lugar de arrastrarlas conmigo.

Sus labios dejaron de moverse pero, muy vagamente, oí que sus pensamientos me llamaban.

—¿Harry?

Percibí una diferencia con los otros pensamientos.

—Me sentaré —murmuró—. Casi ha terminado. Ya no seré de nuevo una inútil. A sentarse y esperar, y ya no podré hacerle daño a nadie. No le fallaré a nadie más. Todo habrá acabado y podré descansar.

No parecía la voz de Elaine. Existían sutiles diferencias. Sonaba… como si alguien hiciera una imitación. Se parecía a ella, pero no era ella. Había demasiadas, aunque pequeñas, inconsistencias.

Entonces lo entendí.

Era el Skavis, introduciendo pensamientos desesperados y afligidos en su mente del mismo modo que un Raith insuflaría a su víctima de lujuria y necesidad.

La estaban atacando.

—¡Elaine Lilian Mallory! —la llamé, y mi voz resonó dentro de mi cabeza como un trueno—. ¡Soy Harry Blackstone Copperfield Dresden y te ordeno que me oigas! ¡Escucha mi voz, Elaine!

Se produjo un silencio repentino y, entonces, el pensamiento-voz de Elaine reaccionó, esta vez con mayor claridad.

—¿Harry?

Y sus labios se movieron.

—¿Qué demonios? —dijo la voz que no era la de Elaine.

Los ojos de Elaine se encontraron de repente con los míos y la habitación adoptó una forma nítida a su alrededor.

Estaba en el baño del hotel, dentro de la bañera, desnuda.

El aire estaba denso por el vapor. Sangraba por un ancho corte en la muñeca. El agua estaba roja, el rostro terriblemente pálido, pero sus ojos no parecían nublados o idos. Todavía no.

—¡Elaine! —tronó mi voz—. ¡Estás sufriendo un ataque psíquico! ¡Priscilla es el Skavis!

Elaine abrió los ojos de par en par.

Alguien me dio una fuerte bofetada en la cara.

—¡Harry! —me gritó.

El mundo se abrió y se expandió a ambos lados con un acceso de movimiento y sonido cuando mis sentidos volvieron a mí. El Escarabajo estaba ocupando varias plazas del pequeño aparcamiento del hotel, tenía las dos puertas abiertas. Murphy tiraba de mi guardapolvos con la mano que no llevaba la pistola y me sacudía.

—¡Harry! ¡Levanta!

—Oh —dije—. Estamos aquí.

Salí a trompicones del coche, no sin antes coger mis cosas. Entretanto, Molly se colocó al volante.

—¿Y bien? —preguntó Murphy—. ¿Contactaste?

Abrí la boca para contestar, pero antes de que lo hiciera todas las luces se atenuaron. No es que se apagaran, no lo hicieron, simplemente menguaron, igual que el foco de una linterna si cubres el cristal. Era el mismo efecto que extraer el aire que rodea a una lumbre, la llama se atenuaría si una fuerza lo bastante grande absorbiera el fuego, lo inhalara.

Algo grande y con una respiración muy honda.

Una voz que resonaba con una rabia fría recorrió el aire, levantando a su paso una capa de polvo en forma de ola al tiempo que se extendía un clamor parecido al eco de un clarinete.

¡Fulminaris!

Se produjo un resplandor de luz verde y blanca tan brillante que para mis recién despiertos sentidos supuso dolor físico incluso; el rugido fue tan intenso que hubiera podido ahogar a una banda de música. La pared frontal de la habitación del hotel que habíamos alquilado ese mismo día salió disparada del edificio hacia la calle.

Levanté el escudo sobre mi cabeza antes de que comenzaran a llovernos los restos. Gracias a él pude proteger de los cascotes a Murphy, a mí mismo, al parabrisas del Escarabajo y a la chica que miraba con los ojos de par en par a través de él. Escudriñé entre los fragmentos de edificio, muebles y rocas que caían y conseguí distinguir una figura humana rota, con la cabeza apoyada en la calle y los pies sobre la acera. El cuello vuelto de Priscilla estaba ardiendo, y el cabello que le salía del cráneo quemado y ennegrecido estaba bastante alborotado. Se arrancó el jersey, sumida en un tembloroso y desorientado ataque de pánico y revelando un sujetador con relleno. También se lo arrancó, y lo que quedó, si bien esbelto y lampiño, era obviamente el torso de un hombre pálido y afeminado.

Se produjo un movimiento en las fauces abiertas de lo que había sido la habitación de hotel de Elaine, y una mujer apareció entre los escombros. Iba vestida con la cortina de plástico de la bañera. Tenía una gruesa cadena enrollada alrededor del brazo izquierdo, cinco centímetros por encima del ensangrentado corte de la muñeca; un improvisado torniquete. Estaba seca para venir de donde venía, y el cabello le flotaba sobre la cabeza, crepitando con pequeños destellos de electricidad estática cada vez que se movía. Se desplazó con parsimonia y cuidado por el suelo sembrado de cascotes. En la mano derecha llevaba un pequeño trozo de madera tallada que parecía una enorme espina de algún tipo, y apuntaba con el extremo afilado hacia el hombre semidesnudo del aparcamiento. Partículas del pequeño rayo verde revoloteaban alrededor del filo de la varita, parpadeando de vez en cuando al tocar los objetos cercanos y emitiendo sonidos similares a pequeñas explosiones.

Con los ojos entornados, Elaine mantuvo la pequeña y mortífera varita fija en el Skavis.

—¿Quién es ahora la zorra inútil? —dijo con voz seca y áspera.

Me limité a mirar fijamente a Elaine. Después, intercambié una mirada con Murphy, quien parecía tan sorprendida e impresionada como yo mismo.

—Murph —apunté—, creo que sí conseguí contactar.

El agente Skavis se puso en pie y se dirigió hacia nosotros, tan rápido como un pensamiento.

Levanté mi bastón y liberé una descarga de energía. Puede que el Skavis fuera muy fuerte, pero una vez en el suelo, sin nada a lo que empujar, era un cuerpo con masa y aceleración. El golpe de mi bastón lo zarandeó en el aire y acabó aterrizando en el suelo, no muy lejos del Escarabajo. Enseguida le propiné un nuevo golpe que lo arrojó al otro lado del aparcamiento y aumentó la distancia entre nosotros.

—Gracias, Harry —dijo Elaine forzando el tono áspero de su voz. A continuación, alzó la varita y espetó—: ¡Fulminaris!

Apareció otro resplandor de luz cegadora, resonó otro trueno casero y un globo de luz verde y blanca rodeó al vampiro. Se oyó un grito y el cuerpo cayó al suelo, con un hombro y gran parte del pecho ennegrecido. Olía a beicon quemado.

Elaine levantó la mandíbula mostrando el brillo en sus ojos. Bajó la varita y, al hacerlo, las luces recuperaron su intensidad habitual. Asintió una sola vez. Entonces se trastabilló hacia un lado, luchando por mantener el equilibrio.

—¡Vigílalo! —le ladré a Molly señalando al vampiro caído.

Murphy y yo salimos corriendo hacia Elaine para tratar de evitar que se cayera. Al menos logramos moderar la fuerza de la caída. El suelo estaba lleno de escombros.

—Jesús —dijo Murphy—. Harry, tenemos que llevarla a un hospital.

—Están vigilando los…

—¡Qué les jodan! —dijo Murphy al tiempo que se levantaba—. Pueden vigilarla igual con una fila de policías delante. —Se apartó de mí para hacer una llamada de teléfono.

Me mordí el labio cuando sentí la mirada de Elaine y la débil sonrisa que me ofrecía.

—Maldita sea. Cada vez que vengo a Chicago me tienen que rescatar. Es una vergüenza —exclamó arrastrando un poco las palabras.

—Por lo menos esta vez no he sido yo el que se ha cargado el edificio —dije.

Hizo un sonido que hubiera sido una risa de haber tenido más fuerzas.

—El cabrón me pilló por sorpresa. Se metió en mí. No me di cuenta.

—Así funciona el rollito psíquico —le dije en voz baja—. Se desmorona cuando empiezas a darte cuenta de que no eres tú misma la que está barajando la idea del suicidio.

—Si no me hubieras advertido, las cosas habrían sido muy diferentes —dijo. Me miró de nuevo a los ojos—. Gracias, Harry.

Le sonreí y examiné su muñeca.

—No tiene buen aspecto. Vamos a llevarte al médico, ¿de acuerdo?

Sacudió la cabeza.

—En la habitación de arriba. Abby, Olivia y las otras. Asegúrate de que están bien.

—Dudo que hayan perdido tanta sangre como tú —dije. Murphy, en cambio, iba dos pasos por delante de mí y ya estaba camino de las escaleras que conducían al segundo piso y a la habitación—. Venga, vámonos. —Cogí a Elaine en brazos, con cuidado de que la cortina de baño no se le cayera—. Vamos. Puedes quedarte sentada en el coche hasta que llegue la ambulancia. A ver si encuentro algo mejor con lo que presionarte el brazo, ¿eh?

—Si encuentras mi bolso —dijo con los ojos cerrados y una pequeña sonrisa en los labios—, puedes usar mi lazo dorado.

Me volví hacia el coche justo cuando la bocina empezó a sonar con insistencia.

Me giré.

El agente Skavis se estaba moviendo de nuevo. Tenía las rodillas debajo del cuerpo.

—Maldita sea —dije, y me apresuré hacia el coche. Abrí la puerta del pasajero y eché dentro a Elaine mientras el Skavis se ponía en pie—. ¡Murphy!

Murphy gritó algo que no entendí. El Skavis se volvió hacia mí. Su rostro, con un lado deformado por las quemaduras, se retorció en una malévola sonrisa.

La pistola de Murphy comenzó a ladrar a un ritmo deliberado de disparos. Saltaron chispas del suelo muy cerca de sus pies y le alcanzó una bala; la parte superior del Skavis se retorció.

Me levanté, vara en mano.

Se oyó un rugido, más propio de un gato grande que de un perro, y el sonido de unos cristales que se rompían en la segunda planta. Ratón voló desde lo alto de la barandilla, aterrizó pesadamente en el suelo y se abalanzó contra el Skavis.

El perro estaba a menos de quince centímetros del agente Skavis cuando este se acercó a mí levantando el brazo que le quedaba útil para… bueno, para pegarme. Pero, considerando lo fuerte que iba a ser el puñetazo, aumentaré la intensidad del término a sacudirme. Estaba a punto de sacudirme.

Thomas apareció de la nada con su sable de caballería y cercenó el brazo a la altura del hombro.

El Skavis soltó un grito que sonaba a cualquier cosa menos a humano e intentó morderme. Me aparté de su camino rodando y, de paso, le di un empujón en la espalda.

Ratón le saltó encima y ahí acabó todo.

Miré a Thomas al tiempo que Ratón se aseguraba de que el resistente vampiro no volvía a levantarse. Nunca más. Había faltado poco. El Skavis había calculado bien sus movimientos. Otro segundo, más o menos, y me hubiera partido el cuello.

—Bien —le dije a Thomas con la respiración todavía acelerada—. Ya era hora.

—Más vale tarde que nunca —respondió. Miró a la ensangrentada Elaine y se relamió—. Necesita ayuda —dijo.

—Está de camino —intercedió Murph—. Por aquí son más lentos, dales un par de minutos. Todo el mundo arriba está bien, Harry.

Thomas soltó un suspiro aliviado.

—Gracias a Dios.

Aquella expresión, viniendo de él, me sonó extraña. Sin embargo, no podía decir que no estuviera de acuerdo con su sentimiento.

Molly seguía sentada tras el volante del Escarabajo, respirando acelerada y con los ojos muy abiertos. Desde donde estaba no podía ver a Ratón mascando su juguete, pero tenía la mirada fija en el capó, como si lo atravesara con los ojos y contemplara a Ratón finalizando su mortífera labor.

—Entonces —le dije a Thomas—, ¿qué hizo Lara para obligarte a prometer que no hablarías?

Mi hermano se volvió hacia mí y me dedicó una enorme sonrisa. Acto seguido la borró de su cara.

—No sé de qué estás hablando, centinela Dresden —soltó en el tono de un locutor de radio anunciando Prozac, y me guiñó un ojo—. No obstante, hablando hipotéticamente, puede que me dijera que Justine estaba en peligro y se negara a contarme nada más hasta que le prometiera que mantendría la boca cerrada.

—¿Y la dejaste salirse con la suya? —le pregunté.

Thomas se encogió de hombros.

—Es de la familia —dijo.

Molly asomó de repente la cabeza por la ventanilla del asiento del conductor del Escarabajo y vomitó ruidosamente.

—Parece un poco frágil —dijo Thomas.

—Se está acostumbrando —respondí—. Madrigal y su amigo de Malvora están todavía sueltos, ¿no?

—Sí —dijo Thomas—. ¿Y?

—Que esto solo ha sido un calentamiento. Todavía son una amenaza. Ya tienen suficientes cuerpos para revelarle el asunto a la Corte Blanca y convertir a gente como la de la Ordo en algo parecido al bufé de un casino. Si eso ocurre, habrá algo más que un Skavis por ahí tratando de demostrar su teoría. Será una campaña completa. Morirán miles de personas.

Thomas gruñó.

—Sí. Pero tampoco es que podamos hacer mucho respecto a eso.

—¿Quién lo dice? —repliqué.

Me miró ceñudo y ladeó la cabeza.

—Thomas —me dirigí a mi hermano en voz baja—, ¿por casualidad va a haber pronto una reunión de la Corte Blanca? ¿Tal vez referente a las charlas propuestas para la cumbre?

—Si hubiera una reunión de los cien nobles más poderosos de la Corte prevista para pasado mañana en la mansión de la familia, no podría hablarte de ello —respondió Thomas—. Le di mi palabra a mi hermana.

—Tu hermana tiene agallas —repuse—. Y sabe muy bien cómo montar un espectáculo. —Miré el hotel destrozado y bajé la mano para rascarle las orejas a Ratón. Era la única parte de su cuerpo que no estaba manchada con aquella sangre tan clara—. Claro que a mí también se me conoce por haberla armado a lo grande un par de veces.

Thomas se cruzó de brazos, esperando. Su sonrisa era astuta.

—Llama a Lara —le pedí—. Transmítele un mensaje de mi parte.

Thomas entornó los ojos.

—¿Un mensaje?

Mi respuesta le llegó en forma de sonrisa.