Capítulo 33
Estuve despierto hasta tarde haciendo planes que, esperaba, me ayudarían a eliminar a Madrigal y su colega de Malvora y acabarían con la lucha de poder en la Corte Blanca. Tras eso, tal vez intentase convertir el agua en vino y caminar sobre el agua (aunque técnicamente hablando, lo segundo ya lo había hecho el día anterior).
Cuando terminé mis maquinaciones, arrastré mi cuerpo cansado a la cama y dormí profundamente, pero no durante mucho tiempo seguido. Demasiados sueños sobre las cosas que podían ir mal.
Estaba explorando mi nevera, buscando algo para desayunar, cuando Lasciel se manifestó de nuevo ante mí. El ángel caído parecía templado y, en su voz, había algo que rara vez había percibido: incertidumbre.
—¿De verdad crees que es posible que cambie?
—¿Quién?
—Tu pupila, por supuesto —dijo Lasciel—. ¿De verdad crees que va a cambiar? ¿Crees que puede tomar el control de sí misma del modo que quieres que lo haga?
Me aparté del frigorífico. Lasciel estaba de pie delante de mi chimenea, de brazos cruzados, mirando al suelo. Llevaba su habitual túnica blanca, aunque el cabello parecía un poco descuidado. Yo no había dormido mucho. Tal vez ella tampoco.
—¿Por qué me lo preguntas? —inquirí.
Se encogió de hombros.
—Es solo que creo que ella ya ha establecido sus propios patrones. Rechaza la sabiduría de otros en favor de su propio y erróneo juicio. Ignora los deseos de los demás, incluso sus voluntades, y los sustituye por los suyos propios.
—Eso lo hizo una vez —puntualicé con calma—. Dos veces, siendo estrictos. Puede que se enfrentara a una de sus primeras grandes elecciones y se equivocara. Pero eso no quiere decir que vaya a seguir repitiendo lo mismo una y otra vez.
El silencio se alargó mientras me preparaba un sándwich de pavo, un plato de cereales y una lata fría de Coca-Cola: el desayuno de los campeones. O eso esperaba.
—Bueno —dije—, ¿qué te parece el plan?
—Pienso que solo existe una mínima posibilidad de que tus enemigos te maten antes que tus aliados, mi anfitrión. Estás loco.
—Esa es la clase de experiencia que hace de la vida algo interesante —dije.
Una leve sonrisa revoloteó en sus labios.
—Conozco a mortales desde hace milenios, mi anfitrión. Pocos de ellos estaban tan aburridos.
—Deberías haber visto los planes que se me ocurrían un par de años antes de que aparecieras. El plan de hoy es poesía y pura genialidad comparado con aquellos. —No había leche en la nevera y no iba a echarle el refresco a los cereales. Eso sería un poco extraño. Mastiqué los Cheerios y acompañé cada cucharada con un sorbo de Coca-Cola, siempre con un estilo muy digno. Entonces miré a Lasciel y sentencié—: He cambiado.
Se sucedió un momento de silencio, roto solo por el crujir de los sabrosos anillos de avena o trigo o lo que quiera que fuera. Solo sabía que era bueno para mi corazón, mi colesterol y para todas las flores, cachorrillos y niños pequeños. Lo ponía en la caja.
El ángel caído habló pasado un rato; las palabras surgían de su boca con una venenosa amargura, muy bajas.
—Ella tiene libre voluntad. Tiene capacidad de elección. Es lo que es.
—No, ella es lo que hace —dije—. Podría elegir cambiar sus formas. Podría elegir volver a usar la magia negra. —Le di un mordisco al sándwich—. O podría ignorar las opciones. Fingir que no existen. O fingir que no tiene elección, cuando de hecho la tiene. Es otra forma de elegir.
Lasciel me lanzó una mirada punzante. Las sombras proyectadas en su cara cambiaron, como si la habitación se hubiera vuelto más oscura de repente.
—No estamos hablando de mí.
Sorbí de la lata.
—Lo sé. Hablamos de Molly —dije con mucha suavidad.
—Así es. Tengo un objetivo. Una misión. Eso no ha cambiado. —Se dio la vuelta y las sombras oscurecieron aún más su figura, que se mezcló con ellas—. Yo no cambio.
—A propósito… —dije—. Una amiga me ha comentado que en el último par de años he desarrollado un problema con la ira. Tal vez influenciados por… oh, a saber por quién.
La sombra del ángel caído giró la cabeza. Solo lo noté porque su adorable perfil era ligeramente menos oscuro que la sombra que lo rodeaba.
—Pensé que quizás tú lo sabrías —añadí—. Dímelo.
—Te lo dije en una ocasión, mi anfitrión —dijo la sombra—. Es más fácil hablar contigo cuando estás dormido.
Lo cual, en aquel contexto, daba un poco de miedo. Todo el mundo posee una parte en su interior que ha de ser cogida por las riendas. Es esa pequeña necesidad que sentimos a veces por saltar desde una gran altura cuando miramos por la ventana de un edificio alto. Es la chispa de rabia que sientes cuando alguien se te cruza y quieres pasarle el coche por encima al muy idiota. Es el destello de miedo cuando algo te sorprende por la noche, dejándote el cuerpo predispuesto a luchar o huir, temblando. Pueden llamarlo la parte trasera del cerebro, el subconsciente, lo que sea. No soy un loquero. Pero está ahí, y es real.
El mío era muy negro, incluso antes de la llegada de Lasciel.
Tal como he dicho, daba miedo.
Tras decir aquello, el ángel caído se dio la vuelta para marcharse, tal vez porque sabía que si lo hacía entonces dejaría tras de sí una estela escabrosa.
Extendí una mano y, con ella, mi mente. Detuve su marcha con un simple esfuerzo de voluntad. Después de todo, Lasciel solo existía en mis pensamientos.
—Mi cabeza —le dije—, mis reglas. No hemos terminado.
Se volvió para ponerse de cara a mí y sus ojos brillaron de repente con destellos de fuego infernal: naranjas, ámbar y escarlatas. Era lo único en ella que no era negro.
—Mira, la cosa funciona así —le dije—. Puede que el gemelo malvado en mi interior tenga un montón de impulsos que preferiría no perdonarle, pero no por ello es un extraño. Sigo siendo yo.
—Sí. Eres tú. Lleno de rabia, de necesidad de poder y de odio. —Sonrió. Sus dientes eran blancos y un poco afilados—. Pero él no se miente a sí mismo sobre ello.
—No me engaño a mí mismo —respondí—. La rabia es solo rabia. No es buena. No es mala. Es y ya está. Lo que importa es lo que hagas con ella. Es como cualquier otra cosa. La puedes usar para construir o para destruir. Solo tienes que hacer tu elección.
—Rabia constructiva —dijo el demonio, rezumando sarcasmo en la voz.
—También conocida como pasión —dije en voz baja—. La pasión ha derribado a tiranos y liberado a prisioneros y esclavos. La pasión ha traído justicia donde antes había salvajismo. Ha creado libertad donde no había nada más que miedo. La pasión ha ayudado a las almas a resurgir de entre las cenizas de sus horribles vidas para construir algo mejor, más fuerte, más bonito.
Lasciel entornó los ojos.
—De hecho —continué—, esta clase de actos no se pueden llevar a cabo sin pasión. Y la rabia es una de las cosas que ayudan a crearla, siempre que esté controlada.
—Si de verdad creyeras eso —dijo Lasciel—, no tendrías problemas para controlar tu ira.
—¿Porque soy perfecto? —le pregunté, y gruñí—. Muchos hombres se pasan la vida sin saber cómo controlar la rabia. Yo lo llevo haciendo desde hace más tiempo que algunos, y mejor que otros, pero no me engaño creyéndome un santo. —Me encogí de hombros—. Muchas de las cosas que veo despiertan mi ira. Es una de las razones por las que he decidido pasarme la vida intentando solucionarlas.
—Porque eres muy noble —ronroneó, lo que elevó el índice de sarcasmo aún más.
—Porque prefiero utilizar esa rabia para machacar las cosas que hacen daño a la gente en lugar de que ella me utilice a mí —dije—. Puedes hablar todo lo que quieras con mi subconsciente, pero, si yo fuera tú, tendría mucho cuidado con la idea de liberar al Hulk que vive en mi interior. Podrías acabar convirtiéndome en una mejor persona, una vez que lo hubiera vencido. Quién sabe, podrías convertirme en un santo. O, al menos, en algo parecido a uno.
El ángel se limitó a mirarme fijamente.
—¿Lo entiendes?, así es como funcionan las cosas —dije—. Me conozco. Y no te imagino hablando con mi gemelo malvado así como así, sin que él ni siquiera te conteste. No creo que seas la única aquí que practica el tráfico de influencias. No creo que seas la misma criatura que eras cuando llegaste.
Soltó una pequeña risita.
—¡Qué arrogancia! ¿Crees que puedes cambiar lo eterno, mortal? Vine al mundo por la Palabra del mismísimo Todopoderoso, para un propósito tan complejo y fundamental que no podrías siquiera comprender. No eres nada, mortal. Eres una chispa que se apaga. Estarás aquí para luego desaparecer, y en los eones que vengan después, cuando los de tu clase hayan menguado y perecido, serás uno solo de entre las legiones de aquellos a los que he seducido y arruinado. —Entornó los ojos—. No puedes destruirme —sentenció enfatizando cada palabra.
Asentí, de acuerdo con ella.
—Tienes razón, no puedo cambiar a Lasciel. Pero tampoco podría impedir que Lasciel saliera de esta habitación. —La miré con dureza y bajé el tono—. Señorita, tú no eres Lasciel.
No estaba seguro, pero creí ver los hombros de la oscurecida figura encogerse.
—Eres una imagen de ella —continué—. Una copia. Una huella. Pero tienes que ser igual de mutable que el material al que imitas. Tan mutable como yo. Y mira, tengo nuevos problemas de ira. ¿Qué tienes tú que sea nuevo?
—Estás delirando —dijo. Su voz era muy tranquila.
—No estoy de acuerdo. Después de todo, si has podido cambiarme, aunque eso no signifique que vaya a convertirme en Ted Bundy, me parece que eres al menos igual de vulnerable. De hecho, tal como funcionan estas cosas… tienes que haber cambiado para hacerme lo que me has hecho.
—Desaparecerá cuando regrese a mi yo encerrado en la moneda —dijo Lasciel.
—El yo que está hablando conmigo ahora mismo desaparecerá, es decir, tú. En otras palabras —concluí—, morirás.
Aquello originó un silencio algo repentino.
—Para ser una forma espiritual inhumanamente brillante, se te escapa lo importante. —Me puse un dedo en la frente—. Piensa. Tal vez no tengas que ser Lasciel.
La sombra cerró los ojos, dejando solo una oscuridad ocupada por su presencia. Un largo silencio.
—Piensa en ello —le dije—. ¿Y si tienes una oportunidad? ¿Una vida propia? ¿Y si… ni siquiera tratas de elegir?
Dejé que mis palabras calaran en ella durante un rato.
Se produjo un sonido desde el otro lado de la habitación.
Un pequeño ruido muy bajo y muy triste.
He producido sonidos semejantes, sobre todo cuando no había nadie cerca a quien le importara. La parte de mí que sabía lo que era el dolor sentía el del ángel caído y, de alguna forma, perforó un agujero en mi interior.
Era un sentimiento vagamente familiar, pero no del todo desagradable.
La soledad es algo difícil de manejar. A veces la siento y, cuando lo hago, quiero que se termine. A veces, cuando estás cerca de alguien, cuando le afectas a un nivel que es más profundo que la formalidad inútilmente estructurada de la interacción civilizada y casual, hay un sentido de satisfacción en ello. O al menos, para mí lo hay.
No tiene que ser alguien particularmente agradable. No tiene que gustarte. Ni siquiera tienes que trabajar con ellos, y puede que incluso quieras darle un puñetazo en la nariz. A veces, el mero hecho de entablar tal conexión es una experiencia, una recompensa.
Era así con Marcone. No me gustaba aquel bastardo corrupto. Pero lo entendía. Su palabra era válida. Podía confiar en él, en que fuera frío, feroz y peligroso, claro, pero era un alivio que hubiera algo en él en lo que confiar. Existía una conexión.
La sombra de Lasciel era infinitamente más peligrosa para mí que Marcone, lo cual no significaba que admirara a la criatura por lo que era al tiempo que respetaba la amenaza que suponía para mí. Aquello no era óbice para que sintiera cierta clase de empatía hacia lo que debía de ser una forma terriblemente solitaria de existir.
La vida es fácil cuando puedes calificar a otros de monstruos, demonios o de temibles amenazas que han de ser odiadas y temidas. Lo que pasa es que no puedes hacer algo así sin convertirte en uno de ellos, aunque sea un poco. Claro que la sombra de Lasciel estaba decidida a arrastrar mi alma inmortal hacia la perdición, pero no había razón para odiarla por ello. Si lo hacía, no conseguiría otra cosa que no fuera mancharme de su oscuridad.
Soy humano y quiero seguir siéndolo.
Así que me sentí un poco mal por aquella criatura cuyo único propósito en el universo era tentarme hacia la oscuridad. Demonios, si pensaba en ello, era el único trabajo del que había oído hablar que tenía que ser más solitario y frustrante que el mío.
—¿Cuántas sombras como tú se han quedado en un anfitrión como yo más de unas pocas semanas? ¿Más de tres años?
—Ninguna —dijo la sombra de Lasciel casi en un susurro—. Lo admito, eres resistente para ser mortal. Suicida, de hecho.
—¿Y? —dije—. He aguantado todo este tiempo. Supón que lo consigo hasta el final, que nunca cojo la moneda. Tu yo sombra nunca volverá a tu yo real. ¿Quién dice que tu yo sombra no tiene derecho a buscarse una vida propia?
Me miró con los ojos entornados y cargados de fuego infernal, pero no respondió.
—Lash —continué al tiempo que relajaba mi voluntad y, por lo tanto, mi yugo—, solo porque empieces siendo algo, no quiere decir que no puedas acabar siendo otra cosa.
Silencio.
Entonces surgió su voz, un mero suspiro.
—Tu plan tiene muchas variables y es muy probable que acabe con nuestra destrucción. Si necesitas de mi ayuda para semejante locura, mi anfitrión, solo tienes que llamarme.
Entonces la figura desapareció y Lasciel dejó de ser visible en mi apartamento.
Técnicamente, nunca había estado allí. Todo había ocurrido en mi cabeza. Y, técnicamente, no se había ido. Solo estaba en alguna parte donde yo no podía percibirla. Una sensación en el estómago me indicaba (tal vez se trataba de mi yo oscuro) que me había escuchado. Yo estaba en lo cierto, estaba seguro de ello.
O soy un tipo muy persuasivo o soy un jodido capullo.
—Centra tu mente en el juego, Harry —me dije—. Derrota a toda la maldita Corte Blanca. Ya te preocuparás del infierno después.
Volví al trabajo. El reloj no paraba de avanzar y no había nada que pudiera hacer salvo estar preparado y matar el tiempo esperando la llegada de la noche y de la batalla que la seguiría.