Capítulo 14 - Un nuevo amanecer

Un nuevo amanecer, lleno de esperanza, impregnaba con una espléndida luz solar la oscuridad que los rigots, horas atrás, habían implantado para hostigar la ciudad de Washington D. C.

Las autoridades de los Estados Unidos de América, al enterarse de mi hazaña, habían ordenado al ejército con un alto secreto, el traslado inmediato de mi cuerpo inconsciente a una base militar, rodeado de vigilancia y con atención continuada de médicos y científicos.

Habían pasado ocho horas desde mi proeza, y seguía inerte, tumbado en una cama de la habitación del hospital militar. Empecé a reaccionar lentamente; mientras abría los ojos todavía medio aturdido, pude escuchar unas voces de fondo…

—Es increíble… mira cómo sus heridas se han curado milagrosamente en cuestión de horas…

—Sí, sin duda, este chico no es humano…

Giré mi cabeza pausadamente, y me quedé contemplando a dos militares armados al lado de la puerta de la habitación; de ellos provenían las voces que acababa de escuchar. Al ver que me estaba despertando, uno de ellos apretó un pulsador de la pared y una ruidosa alarma empezó a sonar, juntamente con unas innumerables corredizas por el pasadizo de al lado. La habitación era parecida a la de cualquier hospital, aunque un poco más fría, y sin ninguna ventana. Pasados unos instantes, mientras se me estaba desvaneciendo todo el aturdimiento, la puerta de la habitación se abrió, entrando en ella un militar con numerosas condecoraciones en su indumentaria, acompañado de dos soldados más. Se quedó unos segundos admirándome seriamente, con un aspecto de respeto total hacia mí, hasta que comenzó a dialogar…

—Soy el general del ejército de los Estados Unidos de América, estoy aquí por órdenes directas del presidente, para esclarecer todo lo sucedido la noche pasada en Washington D. C. —La verdad es que no sabía cómo actuar. Los urkianos me habían repetido que no podía desvelar a nadie lo que sabía, pero a estas alturas, después de todo lo sucedido, sería difícil ocultarlo más tiempo. Mientras continuaba contemplándome formalmente, el general seguía parlamentando—. Lo que te voy a contar ahora es información clasificada, y un alto secreto de nuestro gobierno. Sin embargo, deduzco por lo ocurrido, que no te va a sorprender lo que te voy a relatar. Desde hace más de medio siglo, el gobierno de los Estados Unidos de América sabe de la existencia de otras especies inteligentes en otros planetas. No obstante, nunca hemos conseguido entrar en contacto con ninguna de ellas; tenemos pruebas irrebatibles de que han visitado nuestro planeta en numerosas ocasiones. Lo hemos mantenido en secreto hasta el día de hoy, por la convulsión social que causaría esta noticia. Ahora tengo que hacerte unas preguntas; espero que me las respondas con toda la sinceridad posible… ¿Cómo te llamas? —Me quedé en silencio, apartándole la mirada, hasta pasados unos segundos, cuando volvió a formular otra pregunta—: Está bien… pasamos a otra pregunta. ¿Eres de este planeta?

—Por supuesto que sí —afirmé.

—Tenemos diversos testigos, entre ellos miembros de este ejército, que te han visto hacer cosas que son impensables para un ser humano…

—Eso no significa que yo no sea de este planeta —reiteré interrumpiéndole.

—¿Pero eres un ser humano?

—Sí, más o menos.

—Si eres de este planeta, ¿en qué ciudad vives? —preguntó el general mostrando un poco de tensión.

—Esta respuesta prefiero guardármela para mí —contesté.

—¡Basta ya de eludir respuestas! —gritó el general mientras empezaba a andar por la habitación, suspirando para tranquilizarse—. Por lo que dicen los testigos, sabemos que seguramente has salvado la Tierra, y te estamos muy agradecidos. ¡Pero tienes que entendernos! ¡Hemos recuperado siete cuerpos de unos supuestos extraterrestres en los alrededores del parque La Elipse! ¡Tenemos parte de la ciudad y las afueras arrasadas! ¡Y con numerosas bajas civiles! —exclamó el general con nerviosismo.

—¿Siete? ¿Seguro que no eran ocho? —pregunté extrañado.

—Totalmente seguro, hace un rato he estado presente mientras les realizábamos las autopsias pertinentes, en una zona de aislamiento que está en esta base; y te aseguro que son siete —reveló el general—. ¿Por qué lo preguntas? ¿Sucede algo? —preguntó.

—No sucede nada… tengo que irme —respondí mientras me ponía en pie.

—Ahora no puedes irte… El señor presidente se está dirigiendo hacia aquí para hablar contigo —dijo el general.

—Pues el señor presidente tendrá que esperar a otro día —repliqué.

—Por otra parte… ¿Si vuelven a atacarnos qué hacemos? Por eso necesitamos que nos expliques todo lo que sabes —expresó el general.

—Si vuelven a atacaros, volveré. Eso es lo único que puedo decirte.

—¿Qué garantías tenemos de que volverás? —cuestionó.

—Tendréis que confiar en mi palabra —respondí.

—Si la vida me ha enseñado algo, es que no se puede confiar en nadie… espero que tú seas diferente.

—Soy diferente —confirmé.

—De todas formas… no es tan fácil irse de aquí, estás en una base militar —comentó el general.

—Hay dos opciones, puedo irme con tu ayuda o sin ella —le advertí.

—A ver… impresióname… —añadió el general con incredulidad.

—Lo siento por los destrozos —dije mientras activaba todos mis poderes con una tímida sonrisa.

—¿Destrozos?... ¡Dios mío! ¿Qué te pasa en los ojos? ¡Te están cambiando de color! —exclamó el general asombrado, retrocediendo unos pasos juntamente con los otros soldados.

Delante de sus caras de pasmo, levanté los brazos y los crucé, poniéndolos delante de mi rostro. Posteriormente salí impulsado hacia arriba, atravesando el techo y el tejado. Irrumpí en el cielo a toda velocidad, dejando atrás la base militar y cogiendo camino al océano Atlántico, dirección a mi querida Barcelona.

El general y los soldados que permanecían allí salieron ilesos, pero llenos de escombros. Aún estupefacto por lo sucedido, el general cogió su teléfono móvil del bolsillo para realizar una llamada.

—Señor presidente… malas noticias, nuestro salvador ha escapado —dijo el general, mientras tosía y se limpiaba la ropa llena de polvo y algún escombro.

—¡¿Qué?! ¡Esto es inadmisible! ¡Solo teníais que retenerlo hasta mi llegada! —voceó alterado el presidente de los Estados Unidos de América.

—Usted no sabe lo sobrenaturales que son sus poderes —contestó el general.

—Espero que por lo menos… hayáis averiguado si es de este planeta —comentó el presidente.

—Él ha dicho que sí, pero no creemos que sea un ser humano.

—¿Cómo estás tan seguro de eso? —preguntó el presidente.

—Porque aparte de todos los testigos que le vieron hacer cosas extraordinarias, cuando lo recogieron en el parque La Elipse, tenía el cuerpo mutilado con múltiples heridas, todas parecidas a las de muchos soldados que estaban allí; es como si alguien les hubiera atacado rajándoles la piel de todo el cuerpo con un afilado cuchillo; e insólitamente, con las horas, estas heridas se le han ido sanando prodigiosamente. Además, señor…, tendría que haber visto la forma en que se ha escapado —reveló el general.

—Esto que me estás contando es increíble. Si es cierto lo que dices, tenemos que descubrir a toda costa dónde vive —dijo el presidente impresionado—. Pero antes de cualquier maniobra… ¡Quiero pruebas definitivas de que lo que dices es cierto! ¡Y de que no es humano! —exclamó.

—Señor, mientras estaba inconsciente le hemos extraído sangre y unos tejidos corporales. En breve tendremos los resultados, y probablemente nos desvelaran algunas de estas incógnitas —dijo el general.

—Infórmame cuando los tengáis. ¿Ha desvelado algo de los seres que nos han atacado?

—No, señor. Pero ha prometido que si volvían a atacarnos, regresaría —respondió el general.

—Espero que sea cierto —añadió el presidente, mientras colgaba el teléfono.

Entre tanto, el general y los soldados que le acompañaban salían de la habitación donde había escapado hacía unos minutos; entonces, un científico se acercó a ellos…

—¿Qué ha sido este alboroto? —preguntó el científico, mientras observaba extrañado la ropa llena de polvo del general.

—No ha sido nada —respondió el general—. ¿Alguna novedad?

—Sí, ya tenemos los resultados de todos los análisis. Todo está dentro de la normalidad; es la sangre de un ser humano joven y sano, y los tejidos corporales igual.

—¿No habéis visto nada extraño? —rebatió.

—No —reiteró el científico ante la cara de circunstancias del general.

—¡Vuelve a repetir las pruebas! —ordenó el general.

—Pero… si ya le dicho que los resultados… son corrientes —dijo el científico extrañado.

—Mira…, me da igual si tardáis un mes, dos o tres, o si tenéis que inventaros unas pruebas nuevas haciendo algún descubrimiento científico. Pero quiero que encontréis qué misterio oculta esta sangre, porque algo extraño tiene que haber…

—Es que… ya le dicho que los resultados son normales —reiteró el científico.

—¡¿Qué me estás intentando decir?! ¡¿Que me he vuelto loco?! Tú mismo has visto cómo las heridas han desaparecido increíblemente. Entra tú mismo en la habitación de donde acaba de escapar… Y explícame cómo es posible que un ser humano haya destrozado todo esto en cuestión de segundos —dijo el general irónicamente.

El científico, confuso, asomó tímidamente la cabeza en la habitación.

—¿Quieres más pruebas de que esta sangre tiene que tener algo extraño? —expuso el general.

—No… —respondió el científico estupefacto.

—¡Pues haz lo que te dicho! —ordenó el general alterado.

—Está bien… volveremos a realizar más pruebas, e investigaremos más a fondo esta sangre —añadió el científico, mientras se marchaba desconcertado.

Ya había dejado atrás tierras americanas, y estaba penetrando en la grandiosidad del océano Atlántico. A medida que seguía avanzando, un imponente sol iba deslumbrando cada vez más el mar, y un aire puro y fresco se escurría por mi cuerpo, dándome una impresionante sensación de libertad. Tenía el instinto totalmente serenado, eso me indicaba que no había peligro alguno, ya que por momento mis alarmas se encendieron, al oír al general que solamente hallaron siete cuerpos de los rigots. Aun así, me comuniqué con los urkianos para advertirles…

—Hola, soy Marc del planeta Tierra. He estado inconsciente durante unas horas, debido al gran esfuerzo que realicé para expulsar la nave de los rigots.

—Hola, soy Ribix. Nos congratula mucho recibir este mensaje, y saber que estás bien. La verdad… es que todavía estamos un poco desconcertados por tu gran proeza. Nunca nadie como tú había logrado lo que has hecho. Nos gustaría que nos comentaras un poco lo que sucedió.

—Si te tengo que ser sincero, la verdad es que no sé cómo lo hice. Únicamente recuerdo que la gran esfera estaba a punto de tomar contacto con la Tierra para destruirla. Inmediatamente, casi sin ser consciente de ello, empecé a pensar en todas las personas que quiero de este planeta; principalmente en una. Luego, una gran rabia transformada en energía empezó a invadirme, se canalizó hasta mis manos, hasta extraerla por los dedos, provocando la expulsión de la nave. Después perdí el conocimiento y no recuerdo nada más.

—¡¿Provocando la expulsión?! Marc, para tu información, despedazaste la nave de los rigots. Nosotros mismos estábamos llegando a la Tierra, y la vimos con nuestros propios ojos —reveló Ribix.

—No lo sabía, y desconocía que era capaz de hacerlo.

—Lo que realizaste fue el ataque más poderoso de nuestra raza, llamado el efecto urkiano. Solamente unos pocos hemos logrado hacerlo, y es totalmente inaudito que alguien que no es de raza pura como tú, haya conseguido consumarlo —dijo Ribix.

—¿Pero cómo es posible? Alguna explicación tendrá que haber… —pregunté pasmado.

—Hay algo que tienes que tener en cuenta. Los urkianos, aunque poseemos grandes poderes para la lucha, somos seres de paz y amor. Más de una vez se ha dado el caso de que cuando uno de nosotros tiene un sentimiento muy fuerte de amor, en una situación límite, se multiplican nuestras fuerzas, solo por el hecho de defender este sentimiento. Por lo que dices de esos pensamientos que tuviste, tengo la hipótesis de que seguramente eso es lo que te pasó a ti. Sin embargo, esto nunca había ocurrido con alguien que no fuera de raza pura.

—Entonces… si mis poderes provienen de una alteración genética… ¿cómo es posible que haya logrado realizar este ataque? —pregunté extrañado.

—Tenemos una teoría que de momento no te puedo revelar, y que sería una razonable explicación de todo. No te preocupes, que no es nada malo, ya llegará el momento en el que te lo explicaremos.

—Pero… ¿Qué sucede? ¿El tratamiento genético que me aplicasteis no salió del todo bien?

—Sí que salió bien, de hecho, fue todo un éxito, Marc; este es otro tema un poco más complejo; cuando lo sepas lo entenderás —añadió Ribix.

—Cambiando de tema…, uno de los rigots nombró a un tal Grishko. ¿Vosotros sabéis quién es? —pregunté.

—Sí, Marc… Grishko es el instigador de la guerra milenaria contra nosotros, y uno de los seres más poderosos y malignos del universo. Para los rigots es un ser supremo, su dueño, y acatan todas sus órdenes. Podríamos decir que es como si fuera su emperador, aunque ellos nunca lo han nombrado así.

—Entiendo… Por otra parte, hay alguna incidencia que debéis saber. Durante mi desfallecimiento, el gobierno de los Estados Unidos de América me ha aislado en una de sus bases militares. Al recobrar el conocimiento, he estado conversando con un militar de alto rango y me ha interrogado; he evitado las respuestas más comprometedoras. De todas formas, me ha comentado que sabían de la existencia de otras especies inteligentes en otros planetas —le informé.

—Sabemos que lo saben… de hecho es lógico, llevamos estudiando vuestra civilización desde hace siglos, y no somos los únicos. Hay más razas que os han visitado, entre ellas los rigots… Desgraciadamente, estamos al corriente de que tiempo atrás habían secuestrado seres humanos para torturarlos e investigar vuestra anatomía, y así ver si podían sacar algo provechoso para ellos; los rigots siempre actúan de esta forma en civilizaciones desconocidas. Por eso es normal que en numerosas ocasiones hayan detectado vehículos de otros mundos por los cielos de tu planeta, y más ahora que vuestra tecnología comienza a estar más evolucionada.

—Ya imaginaba que mis gobiernos sabían algo… También creo que, durante mi desfallecimiento, deben haber analizado mi sangre y estudiado mi anatomía. Espero que esto no suponga ningún problema… —le advertí.

—No, porque cuando te aplicamos el tratamiento genético, ya programamos tu sangre para que, en estos casos, no fuera posible encontrar nada extraño y tu sangre pareciera totalmente humana —reveló Ribix.

—Perfecto entonces… Además, por otra parte, ha mencionado algo que me ha dejado un poco preocupado… Ha dicho que solamente han encontrado siete cuerpos de los rigots, en el lugar donde se había originado la lucha, pero yo recuerdo perfectamente haber vencido a ocho —le comenté.

—Tú siempre tienes que guiarte por tu instinto; si ahora lo tienes calmado, eso significa que no hay peligro. Además, los rigots son muy escurridizos, puede que haya embarcado en la nave que has destruido sin que tú te dieras cuenta. Pero de todas formas estate alerta.

—De acuerdo…, así lo haré, seguimos en contacto —ratifiqué.

Al cortar la comunicación extrasensorial conmigo, Ribix recibió un reproche de Mordix...

—Ribix, sabes que tarde o temprano tendrás que decirle que su abuelo era de nuestro planeta —dijo Mordix, mientras ambos admiraban un panel holográfico en el interior de su nave.

—Lo sé…, pero ya sabes que nuestro gobierno todavía no se ha manifestado sobre este tema —replicó Ribix.

—Marc tiene que saber la verdad, y tú lo sabes —reiteró Mordix.

—Sí…, pero quizás todavía no haya llegado el momento de decírselo; un poco de paciencia, amigo mío —añadió Ribix.

Una vez terminada mi conversación con Ribix, la incógnita de lo que me había dicho perturbaba mi mente… «¿Qué es esa misteriosa teoría que no pueden desvelarme?».

Yo confiaba plenamente en los urkianos, de tal forma que decidí aplazar los pensamientos sobre esta incógnita para otro momento. Tenía que centrarme en resolver cómo justificaría mi inesperada ausencia durante todas estas horas, delante de mis padres, amigos y sobre todo de Anna. No sabía qué excusas creíbles darles, pero tenía que hacer acto de presencia lo más pronto posible. Así que cogí la velocidad máxima que permitían mis poderes, dirección a mi amada Barcelona.