Capítulo 16 - La ira de Grishko
En el tenebroso planeta gris, llegaban noticias del estrepitoso fracaso que había tenido su expedición a la Tierra.
Uno de los lacayos de Grishko estaba en un oscuro habitáculo de control, rodeado de paneles holográficos, observando cómo la información se iba actualizando en ellos. Al ver lo que indicaban dichos paneles, no dudó en acudir hasta el aposento donde se hallaba Grishko, con uno de sus apoderados de confianza.
—Mi honorable señor, lamento notificarle que hemos perdido contacto con la nave enviada al planeta Tierra —comunicó el lacayo.
Grishko, lleno de ira, se levantó de su majestuoso asiento, y se dirigió directo a un panel holográfico que tenía detrás de él. Mientras lo estudiaba, empezó a girar lentamente su furioso rostro, dirigiéndolo a su apoderado, y sin contestar al lacayo por la información que le acababa de revelar.
—Mi honorable señor, no se preocupe…, todo esto debe tener una razonable explicación. Es posible que la nave esté situada en un lugar oculto de esa zona, y por alguna razón no detectemos su presencia —dijo el lacayo.
—No digas más sandeces o te elimino ahora mismo —amenazó Grishko con una maligna expresión.
—No, por favor. Perdóneme, mi honorable señor, no era mi intención importunarle —suplicó el lacayo, aterrorizado, postrándose delante de él.
—Es evidente que la nave ha sido destruida, y nuestros guerreros eliminados. Sin duda, el aliado de los urkianos es más poderoso de lo que creíamos —razonó Grishko.
—Mi honorable señor, con todos los respetos, es impensable que el aliado de los urkianos haya realizado esta hazaña él solo. Mi humilde opinión es que los urkianos estaban allí para ayudarlo —replicó el lacayo.
—Sabes que soy un ser supremo, y cuando digo algo es desde un conocimiento evidente. Por otra parte, te he avisado de que no dijeras más sandeces. Es la última vez que me replicas —dijo Grishko lleno de cólera.
Ante la cara de pánico de su lacayo, Grishko se elevó un metro del suelo acercándose a él. Sus ojos empezaron a brillar de un color rojo muy intenso, con una rabiosa mueca mostrando sus pequeños dientes afilados. Unos segundos después, el lacayo se desplomó con los ojos en blanco, muerto, por el terrible ataque mental que le acababa de proporcionar. En ese momento, Grishko había apaciguado sus ansias de matar, pero no las de su venganza…
—Aunque no lo sabía del cierto, ya me imaginaba que nuestra expedición en la Tierra había fracasado —reveló Grishko.
—Con los inigualables poderes que tiene usted, ya sospechaba que alguna cosa había intuido —dijo el apoderado respetuosamente.
—Así es. Hace un rato he percibido una punta de energía muy potente que provenía de esa zona. Esa energía solo puede surgir de un colosal guerrero urkiano, y por raro que parezca, estoy seguro de que ha sido su aliado —manifestó Grishko.
—Mi honorable señor, en este caso tendríamos que eliminarlo, realizando una ofensiva mucho más potente contra la Tierra —sugirió el apoderado.
—No. De momento nuestros planes de futuro están alejados de este insignificante planeta —replicó Grishko—. ¿Te acuerdas lo que te expuse hace un tiempo? —preguntó.
—Sí, mi honorable señor —afirmó el apoderado.
—Ha llegado el momento de realizar esa invasión. Quiero que a partir de ahora, todo habitante de este planeta, se concentre únicamente en preparar la invasión al planeta Urko. También es de suma importancia que avises a nuestro infiltrado entre los urkianos de estas nuevas órdenes, porque sin él esta invasión no sería posible.
—Mi señor, tenga en cuenta que para preparar una invasión de tal calibre, necesitaremos tiempo —resaltó el apoderado.
—Soy consciente de ello. Aunque el tiempo no juegue a nuestro favor, es muy importante que se prepare todo detalle meticulosamente. Quiero que tú te encargues personalmente de ello, y que me tengas informado de todo.
—Lo que usted diga, mi honorable señor —dijo el apoderado postrándose—. Me complace mucho saber que después de tanto tiempo, haya decidido volver a deleitarnos con sus exquisitos poderes de lucha —añadió.
—Solamente presiento que ha llegado el momento.
—¿No teme que suceda como la última vez que combatió? —preguntó el apoderado.
—Sabes que está totalmente prohibido hablar de ese suceso —replicó Grishko furioso.
—Lo sé, mi honorable señor. Pero yo solamente sufro por su valiosa vida. La imagen de ese urkiano que le puso al límite de la muerte no es agradable para nadie de este planeta.
—¡No te atrevas a mencionar nunca más todo esto! —volvió a replicar Grishko enfurecido—. Además, todos sabéis que mis poderes han ido en aumento durante estos años de ausencia. Ahora mismo, dudo mucho que exista alguien capaz de vencerme. Por otra parte, ese urkiano desapareció misteriosamente, y tengo la percepción de que por alguna razón acabó muriendo.
—Por cierto, ¿qué haremos con su poderoso aliado? —preguntó el apoderado.
—Su aliado no sabe en qué guerra se ha metido… Correrá la misma suerte que todos los urkianos: la muerte —añadió Grishko con un rostro de maldad absoluta.