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Entretanto, secándose las manos con una toalla desechable que acaba de extraer de su maletín, Gregor enumera para sus adentros otros proyectos espectaculares basados en la electricidad.

Será imprescindible, por ejemplo —viejo proyecto—, que se envuelva un día de éstos en una sábana de fuego frío que, a su juicio, bastaría para calentar a un hombre desnudo en el Polo Norte y del que éste saldría no sólo indemne sino mejorado: mente tonificada, órganos renovados, piel regenerada. Desde una perspectiva médica asimismo convendrá también implantar, en los hospitales, su idea de anestesia de alto voltaje. Será interesante también enterrar cables de alta tensión bajo las escuelas al objeto de estimular a los malos alumnos, y en los teatros instalar salas de vestuario eléctrico para poner a los actores en condiciones y acabar con el fenómeno del miedo escénico. Habrá que ocuparse de todo eso.

Pero todo eso no son sino detalles, nimiedades, comparado con su nueva invención, más grandiosa, consistente en la instalación de una luz nocturna terrestre. Se trata de alumbrar todo el planeta con una sola iluminación. Para ello bastaría enviar flujos de frecuencia bastante elevada a la alta atmósfera, donde reina un vacío parcial, y donde los gases son de la misma naturaleza que los que contienen ciertas bombillas imaginadas por Gregor. Además, de ese modo podrán iluminarse las ciudades sin recurrir a las farolas clásicas, tan costosas como poco elegantes, también mejorará enormemente la seguridad de la circulación terrestre, marítima y aérea.

Por lo común se explaya poco sobre sus proyectos, salvo con algunos especialistas internacionales que lo visitan. Pero cuando éstos le preguntan cómo conducirá esos flujos a semejante altura: es muy fácil, dice, encogiéndose de hombros y sin dar mayores explicaciones. Con él siempre se plantea el mismo problema, nunca se sabe exactamente si todo eso es posible o si no son más que sueños o baladronadas. Como su gran principio es no revelar sus métodos hasta haberlos comprobado en la realidad, a veces no acaba de saberse si quiere realmente desarrollar todas esas cosas o se las da de listo. Entretanto, al no haber dinero, esas ideas permanecen en la fase de ideas.

De momento, tras cortarse bien las uñas, para eliminar las partículas amasadas debajo, y lavarse por segunda vez las manos, Gregor se alisa el pelo frente al espejo antes de salir pitando hacia la estación para poder pillar el rápido Chicago-Nueva York. Meditará todo eso en el tren, a la hora de cenar estará de vuelta en el hotel.