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Brillaba la lucecilla roja de la grabadora. Norma preguntó: —¿Quienes son sus clientes?
—¡Huy, tengo tantos...! —respondió Sasaki, inclinándose hacia ella—. Pongamos como ejemplo su país, la República Federal de Alemania. Entre un diez y un quince por ciento de los matrimonios no pueden tener hijos. El hombre no es capaz para la procreación, o es la mujer la que falla. En el caso de las mujeres, hay un treinta por ciento que tiene problemas con las trompas. ¡Créame que veo cada tragedia! Pero piense en las lesbianas. En los inválidos. En las viudas. Hasta en algunos muertos. ¡También ellos pueden ser padres genéticos! Recuerdo... —y una sonrisa iluminó el rostro de Sasaki— el caso de una mujer a la que fecundamos con el semen de su marido ya muerto. Le he mostrado que congelamos las donaciones de semen, ¿no? Pues bien: aquel hombre estaba ocupadísimo. No tenía tiempo para dedicarlo a un hijo. Lo dejaba siempre para más adelante. Pero por si acaso le sucedía algo, nos hizo congelar su semen. ¡Qué decisión tan sabia! Luego, su mujer me dio las gracias de rodillas. Porque no había recibido el semen de otro hombre, sino el de su querido esposo...
Sasaki se emocionó ante el carácter caritativo de sus esfuerzos científicos, pero superó rápidamente aquel momento solemne y volvió a sonreír.
—Sigamos... ¿Cuántas mujeres no están en situación de llevar a cabo la gestación de un embrión in vitro, ya sea por falta de tiempo o por otros motivos? Pues entonces, estas mujeres eligen una madre de alquiler, en la que es implantado el embrión. Sasaki rió de nuevo, y el papagayo silbó.
—En América, esto se ha convertido en una industria gigantesca. Los abogados hacen de mediadores y redactan contratos, porque la cosa ha de ser dejada bien clara por adelantado: un niño in vitro tiene los mismos derechos ante la Ley, respecto de la herencia, de la manutención, de la legitimidad, etcétera, que otro engendrado de la manera normal. Como digo, hoy día es una industria supermillonaria en los Estados Unidos y una bendición para la Humanidad —explicó el japonés con tanto entusiasmo, que no hacía más que quitarse las gafas y volvérselas a poner. Norma miró a Barski, que no apartó la vista. Un mundo feliz, de Aldous Huxley, obra escrita en los años treinta, parecía un chiste en comparación con todo eso. Kiyoshi Sasaki continuó con ardor:
—¡Imagínese usted aquellas pobres mujeres minusválidas que no pueden concebir ni soportar un embarazo corriente! ¿Acaso no tienen derecho a ser madres? O bien: una mujer está tan sobrecargada en el aspecto profesional, que sólo de esta forma puede tener un hijo. Mujeres de carrera. O una gran estrella de cine, por ejemplo —dijo Sasaki, tirándose de los puños—. ¡Una ocasión sensacional! Antes de perderse una superproducción hollywoodense, busca una madre de alquiler a la que le es implantado el embrión producido por su propio óvulo, y que lleva a término la gestación. Cuando no hubo problemas para aplicar este sistema, el Diario Popular de Pekín, órgano del Partido Comunista chino, publicó estas palabras, que repito con toda exactitud: «Si es posible tener hijos sin una gestación, la madre que ejerce una profesión ya no necesitará tomarse un descanso. Ésta es una buena noticia para las mujeres.» Ahí pueden ustedes ver cómo piensan los Gobiernos. ¡Claro que es una buena noticia! Y no sólo para artistas o mujeres que dirigen grandes consorcios, sino también para amplios sectores del pueblo, principalmente en aquellas sociedades donde la mujer trabaja tanto como el hombre. Los mismos soviets quedaron entusiasmados con la idea. En Rusia, más del ochenta por ciento de todas las mujeres en edad de trabajar ejercen alguna profesión. ¿Se dan ustedes cuenta, ahora, de la envergadura de nuestras investigaciones? ¿De lo que hemos hecho, conseguido, logrado, creado, realizado, hecho posible...? Se me ocurriría una docena de sinónimos. —Es extraordinario —murmuró Norma.
—Gracias —dijo Sasaki, halagado, ya que lo consideraba un gran cumplido—. ¡Bebamos un poco más! Santé... Pero volviendo a las madres de alquiler y a América... James Watson, el biólogo molecular y premio Nobel, aquél de la estructura helicoidal, como ustedes sin duda sabrán, declaró que, para encontrar una madre de alquiler, no hacían falta las medidas coercitivas de un Estado totalitario. Añadió que había ya unas opiniones muy diversas, con respecto a la santidad del acto generador humano, y que la monótona insignificancia de la vida de muchas mujeres podía ser ya suficiente motivo para que éstas participaran de forma voluntaria en un experimento semejante. Ya en febrero de 1977..., ¡de 1977, repito...!, aparecieron los primeros anuncios en busca de madres de alquiler. Tengo entendido que hoy día, en Los Angeles, los niños engendrados por encargo alcanzan precios de hasta cincuenta mil dólares. Ésta fue la cantidad pagada por un matrimonio sin hijos de Los Ángeles, que por medio del álbum de un abogado eligió, entre las muchas fotografías de atractivos jóvenes solteros de ambos sexos, al donante del semen y a la portadora femenina. En California, el negocio de los bebés se ha hecho tan lucrativo, que las autoridades ya temen que pronto intervenga la Mafia en el asunto, si es que no lo ha hecho ya. Que intervenga, se meta, organice, dirija, controle, vigile, etcétera, etcétera...
Sasaki se quitó las gafas, se las puso de nuevo y se las volvió a quitar.
—Nosotros congelamos donaciones de semen. Pero los veterinarios están aún más adelantados. Ellos dominan el arte de congelar embriones. La primera ternera procedente de un congelador obtuvo el nombre de Frosty. El biólogo veterinario Hafek, hombre muy prestigioso y de grandes ideas, predijo que manadas enteras de supervacas podrían ser transportadas al otro lado del océano en una sola coneja que hiciera de madre de alquiler, y para el ser humano profetizó que, en un futuro muy próximo, cualquier mujer podría adquirir un diminuto embrión congelado, quizá..., jajá..., en un supermercado. Genéticamente, ese embrión no tendría nada que ver con ella, pero después de serle implantado en el útero por el médico y llevarlo la mujer en su seno durante los nueve meses, daría a luz como si hubiese sido concebido en el propio cuerpo. Claro que, al efectuar la compra, recibiría un certificado de garantía conforme el embrión no tenía ningún defecto genético, y en el que constarían, además, los datos referentes al color del pelo y de los ojos, al sexo, a la probable estatura posterior y al cociente intelectual aproximado.
—Ahora entramos en el terreno de la ciencia-ficción —dijo Norma.
—¿Así lo cree? —respondió Sasaki con amable sonrisa—. ¿Por ejemplo, si se trata de producir bebés varones o hembras?
—Sólo sé que, en la India, cada vez son más las mujeres que acuden al médico para averiguar si el feto que se desarrolla en su seno es de sexo masculino o femenino —continuó Norma—. Si es niña, se hacen provocar el aborto, porque la India es un país muy pobre y, para la mayoría de madres, las hijas son una carga que no pueden permitirse. Los hijos varones, en cambio, pueden trabajar y, según esperan ellas, algún día serán su sostén. Si todas las mujeres indias pensaran igual, pronto ya no habría pequeños indios.
Sasaki soltó una risita.
—Creo que yo he puesto remedio a ello.
—Lo veo difícil —objetó Norma.
—¿Por qué?
—Quiero decir que intervienen muchos factores en el problema. El hambre. La espantosa miseria que hay en la India. O la radiación. Piense en Chernobyl.
—No nos entendemos, Madame. Todo eso escapa a mi responsabilidad. De lo que sí me hago responsable es de que, con un noventa y ocho por ciento de seguridad, hoy puedo servir lo que me pidan: niño o niña. Pero voy mucho más allá... —agregó, a la vez que se tiraba de los puños, admirando los gemelos—. ¿Quién tiene un interés enorme, no sólo en determinar el nacimiento de niños o niñas, sino también en producir, crear, lograr, criar, construir, confeccionar unos determinados tipos de personas con unas determinadas disposiciones y unas formas de comportamiento también muy determinadas? Ahora estamos en su terreno, mi estimado colega, porque hemos llegado al ADN recombinado.
—Y estamos más metidos que nunca en la ciencia-ficción —insistió Norma.
Otra sonrisa de Sasaki.
—En el edificio de enfrente, adonde no puedo conducirles, realizan experimentos desde hace mucho tiempo. Muchos experimentos. Allí fue donde entró a robar el individuo llamado Pico Garibaldi. Pico Garibaldi, de GÉNESIS TWO. Y se llevó los documentos más importantes. ¿Para quién? ¿Qué sospechan ustedes? Yo estoy convencido de que lo hizo por encargo de aquellos círculos tan interesados en formar seres humanos a medida. Sí; tengo la certeza. ¿De veras opinan que es ciencia-ficción? Pero, de ser así, ¿hasta cuándo? ¿Hasta cuándo?
Sasaki, que se había excitado al máximo, trató de calmarse y se levantó, sonriendo de nuevo.
—Vengan conmigo. Voy a mostrarles algo encantador, referente a la elección de niño o niña. ¡Quedarán asombrados, chére Madame, cher colega!