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Todos le miraban.

De nuevo sonó el teléfono.

Descolgó Westen.

—Un momento —dijo, y le pasó el auricular a Norma—. Tu gente. Acaba de llegar de Hamburgo.

—¡Hola, Franziska! —saludó la periodista a su compañera—. ¡Qué prisa os habéis dado! Esperad en el vestíbulo, por favor. Todavía no sé cómo irá la cosa. Ya os llamaré... No, no podéis subir. Tened un poco de paciencia... Gracias. Hasta luego.

Instantes más tarde anunció una voz de hombre por radiotelefonía:

—El coche está aquí, Herr kriminaloberrat. El color, la matrícula, el distintivo, ¡todo concuerda!

—Entonces cortad la calle. Avisad a la brigada móvil. Por precaución hay que evacuar a los vecinos. Puede tratarse de una trampa. A lo mejor hay una bomba en el maletero. O un cadáver.

—¿Un cadáver?

—El tipo que disparó en la iglesia. La monja. Un hombre. Quizá. No sé. Pero no podemos arriesgarnos. Llamad a los especialistas. ¡Que examinen el maletero desde fuera, con sus artefactos! Si nada indica la existencia de una bomba, que lo abran. Pero con mucho cuidado... ¿Sabéis qué? Ya voy yo.

Tomó el aparato, se levantó y les miró a todos.

—Ustedes me dan su palabra de que no abandonarán estas habitaciones. Si lo intentaran, los hombres que dejo de guardia en el pasillo les detendrían.

—¡Tenemos una cita con Herr Bellmann, kriminaloberrat! -le recordó Westen.

—Telefonéele. Explíquele lo ocurrido.

—De acuerdo. Pero si en el maletero aparece el terrorista de la iglesia, ¿nos permitirá ir a ver a Bellmann?

—Bajo ciertas condiciones. Ahora debo acudir a Grunewald. Tendrán noticias mías en cuanto haya averiguado algo.

Y se encaminó a la puerta.

—¡Un momento! —exclamó Norma—. Tengo reporteros abajo. Y un fotógrafo. ¿Pueden ir?

—Lo siento. No.

—Si de veras hay un cadáver en el maletero, usted debe comunicarlo en un plazo de un par de horas. Y yo tengo preferencia. ¡Bien que se enterará de todo la gente de la Lassenstrasse! ¡Se lo suplico, Herr Sondersen!

El kriminaloberrat vaciló.

—Bueno —gruñó—. ¡Un reportero y un fotógrafo!

—Gracias —dijo Norma—. Alquilarán un coche y le seguirán.

—¡Pero únicamente hasta donde está cortada la calle! ¡Que luego no me vengan con trucos! Y usted me promete, además, que sólo transmitirán a Hamburgo lo que yo diga.

—Prometido.

—Hasta luego. ¡

Cuando Sondersen se hubo marchado, Norma corrió al teléfono y pidió a la joven de la centralita que avisara a uno de los periodistas que aguardaban en el vestíbulo. No tardó en oír una voz.

—Soy Jimmy.

—Escucha, Jimmy. Ahora baja Sondersen en el ascensor. Tú ya le conoces. Tú y Franziska, sólo vosotros dos, tenéis permiso para seguirle a Grunewald. A la Lassenstrasse, y únicamente podrás fotografiar desde el cordón de Policía. Y que Franziska sólo transmita a Hamburgo lo que Sondersen le diga.

- Okay, Norma. Ya viene Sondersen. Adiós. Va hacia la salida.

Y se cortó la comunicación.

Norma se sentó junto a Barski. Al cabo de un rato dijo éste:

—Bestias. ¡Bestias salvajes!

—¿A quién se refiere? —quiso saber Westen.

—A todos —intervino Norma—. A los del circo, al de hoy en la iglesia. Criminales. Personas sin conciencia ni escrúpulos. No tienen la más mínima compasión con los inocentes. ¡Ni con los niños, Alvin, ni con los niños!

El anciano contempló la alfombra, callado. Finalmente murmuró:

—Creo que hasta los animales más fieros son capaces de sentir cierta compasión. Yo no. Por consiguiente, no soy una fiera.

—¿Quién dice eso?

- Ricardo III, de Shakespeare. Más o menos. Todo es aún mucho más horrible de lo que tú supones, mi querida Norma. No tardarás en saberlo. Las personas a las que nos enfrentamos, no son fieras, sino... seres humanos. ¡Seres humanos, Norma! Eso es lo más horrible de todo.

Durante casi media hora reinó el silencio en el salón. Luego sonó el teléfono. Westen contestó.

—Habla Sondersen. En efecto, en el maletero del coche estaba el cadáver del individuo que nos atacó en la iglesia. Con un tiro en la sien. Aún llevaba el hábito de monja.

—Así, pues...

—Pueden ir a casa de Bellmann, sí. Pero en el coche blindado, que utilizarán también para el regreso. Toda la zona de Im Dol quedará vigilada desde este mismo momento por mis mejores hombres. Frau Desmond se atendrá a lo acordado y, a última hora de la tarde, me informará del modo más completo.

Con los payasos llegaron las lágrimas
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