8
- ¿Qué?
—Yo mismo no lo supe hasta ahora, cuando estuve en Wiesbaden. Lo que hizo esa mujer, ni siquiera es un ejemplo típico. Por regla general, los miembros de la unidad especial se encargan de cosas más difíciles.
—¿Por qué dice que me salvó la vida? —preguntó Norma.
—¿Recuerda usted la noche en que acudió con el doctor Barski al «Atlantic», y él explicó todo lo ocurrido en el instituto?
—Naturalmente.
—Usted llevaba la bandolera, como hoy. Dentro tenía la grabadora, la cámara, etcétera...
—Sí. ¿Y qué?
—Usted lo dejó todo en la bandolera y en el coche del doctor Barski, en el aparcamiento del hotel.
—Sí, porque yo pedí a Frau Desmond que no grabase nada —intervino el científico.
—Lo comprendo, doctor —dijo Sondersen, y agregó de cara a todos—: Lo que ahora voy a exponer, no lo supe hasta ayer. Alguien tuvo que estar enterado de lo que iba a explicar el doctor Barski y en el acto se lo reveló a una de las dos partes.
—¿Quién afirma eso?
—¡Espere, doctor, espere! Ese alguien tuvo que revelarlo, porque Frau Desmond debía de ser asesinada lo antes posible, a su salida del hotel.
—En efecto, cuando yo ya estaba acostada —asintió Norma—, me amenazaron de muerte por teléfono, y al instante disparó sobre mí aquel Antonio Cavaletti de «Génesis Two». Me habría liquidado de no morir él mismo en aquel momento, a manos del famoso Horst Langfrost, que sin duda trabajaba para la parte contraria. Sondersen meneó la cabeza.
—Cavaletti sólo disparó contra usted por haber fallado el primer intento de asesinato. Por suerte, el segundo también fracasó. Vea: el coche en que iban los dos guardaespaldas del doctor Barski aguardaba delante del «Atlantic», mientras ustedes permanecían en el hotel con Herr Westen... ¿No estaba muy lleno el aparcamiento?
—Mucho. Nos costó encontrar sitio —declaró Barski. —Mis agentes tuvieron que quedarse junto a la entrada, desde donde no dominaban bien la situación. La cosa es que un hombre o una mujer logró abrir el «Volvo» del doctor y cambiar la cinta de su grabadora, Frau Desmond. —¿Para qué?
—Para matarla inmediatamente, cuando el doctor Barski ya no estuviera a su lado. A él hay que mantenerle con vida, ya que el doctor Barski y sus colaboradores lo saben todo con respecto al virus y, ahora, sobre la vacuna. ¡Usted era la que debía desaparecer en seguida, Frau Desmond!
—¿Porque estaba enterada de todo, al abandonar el hotel? —preguntó Norma—. ¿Para que no se lo pudiera contar a nadie?
—Sí. También Herr Westen lo sabía todo, ahora, pero él tenía guardaespaldas y no había manera de suprimirle. Al menos era muy difícil, aunque en Berlín casi lo consiguen... Usted, Frau Desmond, aún no tenía protección, aquella noche. Y quisieron aprovechar la ocasión.
—Eso significa que alguien estaba al corriente de lo que yo acababa de averiguar en el hotel.
—¡Es lo que digo! —exclamó Sondersen—. Y me pregunto: ¿cómo es que ese desconocido que hasta ahora la ha telefoneado tres veces, el hombre de la voz desfigurada, está informado prácticamente de todo lo que hacemos y de dónde estamos en cada momento? ¿Ha reflexionado usted sobre esto?
—Es muy extraño —admitió Norma—, pero..., ¿de quién puede tratarse?
—De momento, no hay forma de saberlo —dijo el kriminaloberrat—. Pero sigamos. Alguien cambió una de sus cassettes por otra. Mis hombres no se dieron cuenta, en aquel aparcamiento tan repleto. Pero sí lo observó un miembro de la unidad especial. Mis agentes reciben por radio cierta palabra clave, cuando deben mantenerse a la espera y no obstaculizar la intervención de la unidad. Y esa palabra clave les llegó poco antes de que usted y el doctor Barski salieran del hotel. Herr Westen, que había bajado también les dijo adiós desde la explanada.
—Así fue —confirmó el ex ministro.
—Usted, doctor Barski, acompañó a Frau Desmond a su casa de la Parkstrasse. Al pasar por la Reeperbahn, les adelantó un coche a toda velocidad.
—Exactamente. Aquel tipo me enfureció —dijo Norma.
—Pues aquel tipo era una mujer —continuó Sondersen—. La mujer cuya foto acabo de quemar. La misma que luego les paró, se introdujo en el automóvil y se comportó como una zorra muy atrevida. Usted la empujó hacia atrás, doctor, cuando ella intentó besarle y, de paso, hizo caer al suelo la bandolera de Frau Desmond. Todo su contenido quedó desparramado. La mujer a la que había tomado por una ramera lo recogió todo mientras usted, doctor, trataba de sacarla del coche.
—En efecto —dijo Norma.
—Y la mujer aprovechó para cambiar de nuevo la cassette.
—Pero..., ¿por qué?
—Porque la cassette que habían introducido en su bolso en el aparcamiento del «Atlantic» contenía un explosivo de plástico —contestó Sondersen—. Tan pronto como usted estuviese sola, debía ser activado a distancia. Pero al conseguir cambiar aquella joven la cassette, les fastidió. Fue entonces cuando enviaron a Antonio Cavaletti, de «Génesis Two», para matarla —explicó el kriminaloberrat—. Fracasó también este plan, y usted supo proporcionarse una especie de seguro de vida cuando, a la mañana siguiente, telefoneó por segunda vez aquel desconocido y usted, en presencia de todos nosotros, declaró haber transmitido ya toda su información que en el caso de su muerte sería publicada inmediatamente.
—O sea que escapé por un pelo —dijo Norma.
—¡Por un pelo! —repitió Sondersen—. Sin la rapidez y la habilidad de la zorrita de la Reeperbahn, que no era tal, usted hubiese muerto hace muchos días.