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El 28 de mayo de 1939, poco después de medianoche, un joven caballero muy elegante encargaba su minuta en el célebre local conocido por todos los gourmets y que respondía al nombre de Chez Pierre, en la plaza Graillon, en París.
—Emile, tomaremos unos pocos entremeses, luego una sopa de cola de cangrejo, filetes de lomo con champiñones. Y para postres, ¿qué tal una coupe Jacques?
El anciano maître de cabello blanco, Emile, miró sonriente y lleno de simpatía a su cliente. Conocía a Thomas Lieven desde hacía muchos años.
Al lado del joven caballero se sentaba una hermosa joven de reluciente pelo negro y divertidos ojos de muñeca en su rostro oval. La joven dama se llamaba Mimí Chambert.
—¡Tenemos hambre, Emile! Hemos ido al teatro Shakespeare con Jean Louis Barrault...
—En este caso, en lugar de entremeses fríos recomendaría yo tostadas con salmón, monsieur. Shakespeare agota mucho.
Rieron y el anciano maître d'hôtel desapareció.
El local era una sala larga y oscura, anticuado, pero muy confortable. Mucho menos anticuada resultaba la joven dama.
El vestido de seda blanco de Mimí lucía un profundo escote y era ceñido por los lados. La joven actriz era pequeña y delicada..., y siempre estaba de buen humor, incluso por las mañanas, cuando se despertaba.
Thomas hacía ya dos años la conocía. Sonrió a Mimí, respiró a fondo y dijo:
—Ah, París. La única ciudad donde todavía se puede vivir, mon petit chou.Vamos a pasar un par de semanas muy divertidas...
—Estoy tan contenta de que vuelvas a estar de buen humor, chéri. Esta noche estabas tan inquieto... Has hablado en tres idiomas a la vez, pero yo solamente he entendido el francés... ¿Le ocurre algo a tu pasaporte?
—¿Por qué?
—Has estado hablando repetidamente de extradiciones y de permisos de residencia... Hay tantos alemanes ahora en París que tienen preocupaciones con sus pasaportes...
El hombre besó emocionado las puntas de los dedos de su amiga.
—No te preocupes. Me ha ocurrido una cosa muy tonta. ¡Pero nada grave! -habló con firme convencimiento, creía sinceramente en sus palabras-. Han cometido una injusticia conmigo, ¿comprendes, mon chou? Me han engañado. Pero las injusticias no duran eternamente. Ahora tengo un magnífico abogado. Y este corto plazo de tiempo, mientras espero me presenten sus disculpas, lo pienso pasar a tu lado...
Se les acercó el camarero.
—Monsieur Lieven, hay dos caballeros que desean hablar con usted.
Sin recelos de ninguna clase, Thomas levantó la mirada. En la entrada vio a dos hombres con unos impermeables ya no muy limpios que le saludaban un tanto intimidados.
Thomas se puso en pie.
—Vuelvo al instante, ma petite.
Se dirigió a la entrada.
—Caballeros, ¿en qué puedo servirles?
Los dos hombres en los arrugados impermeables saludaron con un movimiento de cabeza. Luego habló el primero de ellos:
—Monsieur, hemos estado en el piso de la señorita Chambert. Somos agentes de la Brigada Criminal. Lo lamentamos, pero queda detenido.
—¿Y qué he hecho yo? -preguntó Thomas, en voz baja.
Estuvo a punto de reír...
—Será informado de todo.
«De modo que continúa la pesadilla», se dijo Thomas, y en voz alta añadió, muy amable:
—Caballeros, ustedes son franceses y saben qué gran pecado es interrumpir una buena comida. Les suplico esperen con mi detención hasta que haya cenado. Los dos agentes criminalistas vacilaron. -¿Podemos llamar a nuestro jefe? -preguntó uno de ellos.
Thomas dio el permiso. El hombre se encerró en una cabina y regresó al cabo de pocos instantes.
—Está bien, monsieur. El jefe sólo hace un ruego. -¿Cuál?
—Si puede venir aquí y cenar con usted. Durante una buena comida todo se habla más fácilmente.
28 de mayo de 1939
Con este menú se convirtió Thomas Lieven en un agente secreto
Sopa de cola de cangrejos
Se prepara en primer lugar un buen caldo de ternera. Luego se toma, para cuatro personas, una docena de cangrejos grandes, que deben hervir durante un cuarto de hora con fuerza. Se separa luego la carne de las tenazas y las colas; se trituran, sin exagerar, los caparazones en un mortero, calentándose luego con 125 gramos de mantequilla hasta que ésta empieza a subir y se vuelve roja. Se añade luego una cucharada de harina, a continuación un litro de caldo de carne y se hace pasar toda la mezcla por un finísimo tamiz. Poco antes de servirlo se calienta, una vez más, la sopa y se añaden las colas de cangrejo. La sopa no debe ser demasiado espumosa, cosa que debiera evitarse, por principio, en todas las sopas servidas en acontecimientos sociales.
Canapés calientes de salmón
Se empapan con leche delgadas rebanadas de pan blanco, se cubren con lonjas de salmón, adecuadamente cortadas reblandecidas previamente en leche, recubriendo a continuación con una rebanada de pan blanco empapada en leche. En la parte superior se cubre con queso rallado, luego con copos de mantequilla, y se coloca al horno sobre una plancha engrasada.
Solomillos con champiñones
Los solomillos se asan brevemente por ambos lados en grasa caliente, y se les añade la siguiente preparación de champiñones: se rehoga una cebolla en mantequilla, se hace hervir con un cuarto de litro de vino blanco, añadiéndose a continuación tres yemas de huevo, una cucharada de mantequilla, el zumo de medio limón, sal y pimienta. Se añade luego el vino y se bate la masa sobre el fuego al baño María hasta que se espesa. Por separado, se hierven los champiñones con cebollas tiernas, con mantequilla y un vaso de vino blanco. Entretanto, se prepara una masa con una cucharada de mantequilla, una cucharada de harina, medio litro de caldo, al que se han adicionado los champiñones y la salsa, dejando hervir de nuevo toda la masa.
Coupe Jacques
Una porción de helado de vainilla se cubre con nata. Encima se dispone una ensalada de frutas (frescas o de conserva), impregnada previamente durante una media hora en Maraschino. Se coloca encima una capa de helado de frambuesa y se adorna la copa con nata y cerezas escarchadas.
—Bien, conformes. Pero, si me permiten preguntarles, ¿quién es su jefe de ustedes?
Los dos agentes se lo dijeron.
Thomas volvió a su mesa y llamó al anciano camarero.
—Emile, espero a otro invitado. Traiga un tercer cubierto.
—¿A quién acabas de invitar? -preguntó Mimí, sonriente.
—A un tal coronel Siméon.
—¡Oh! -Y en contra de su costumbre sólo dijo «Oh».
El coronel Jules Siméon resultó ser un caballero simpático. Llevaba unos bigotes muy cuidados, tenía nariz aguileña y unos ojos irónicos e ingeniosos que recordaban a Adolphe Menjou, aun cuando era más alto y fuerte que el actor. Saludó lleno de respeto a Thomas y a Mimí como si fuera una vieja conocida suya, lo que inquietó en cierto modo a nuestro amigo.
El traje azul oscuro de Siméon había sido confeccionado, sin duda alguna, por un sastre de primera, pero brillaba ya un poco en los codos y en la espalda. El coronel lucía una aguja de corbata de oro con una perla y pequeños gemelos de oro, pero los tacones de sus zapatos estaban ya un poco desgastados.
Durante la sopa y los entremeses hablaron de París. Cuando sirvieron los filetes de lomo, el coronel Siméon fue al grano:
—Monsieur Lieven, ruego nos disculpe usted por molestarle durante la noche y ahora durante la cena. Estas pommes chips están en su punto, ¿no le parece? He recibido una orden de mis jefes. Le andamos buscando ya durante todo el día.
Desde lejos creyó percibir Thomas de pronto la voz de Jean Louis. Barrault, que aquella noche, en la obra de Shakespeare, había interpretado a Ricardo III. De un modo ininteligible oía un verso. Pero no llegaba a descifrarlo.
—Sí-dijo, por tanto-, sí, unas deliciosas pommes chips, coronel. Aquí saben cómo hacerlas, pasarlas dos veces por el baño de aceite. Ah, sí, la cocina francesa...
Thomas apoyó una mano en el brazo de Mimí.
El coronel sonrió.
«Este coronel me gusta cada vez más», se dijo Thomas.
El coronel dijo:
—Pero usted no ha venido solamente a París por su cocina. También nosotros tenemos a nuestros agentes en Colonia y en Londres. Sabemos que fue visitado usted por el gran amigo comandante Loos..., ¿sufre todavía del hígado?
De nuevo creyó Thomas oír la voz de Jean Louis Barrault; de nuevo creyó oír un verso del inmortal Shakespeare, pero no llegaba a entenderlo.
¿Por qué sonreía Mimí? ¿Por qué sonreía de aquel modo tan dulce?
—Monsieur Lieven -dijo el coronel-, le aseguro mi simpatía. Ama usted Francia. Ama usted su cocina. Pero yo tengo mis órdenes. He de expulsarle del país, monsieur Lieven; es usted demasiado peligroso para un país pobre y amenazado. Esta misma noche le acompañaremos hasta la frontera. Ya nunca más podrá volver a pisar estas tierras...
Thomas empezó a reír.
Mimí se lo quedó mirando. Y por vez primera desde que la conocía no rió con él. Y por ello dejó de reír.
—... a no ser -dijo el coronel, y se sirvió una nueva ración de champiñones-, a no ser, monsieur Lieven, que dé usted media vuelta y trabaje para nosotros, el Deuxième Bureau.
—Thomas echó la cabeza hacia atrás.
«Vamos, tan borracho no estoy todavía», y añadió en voz muy baja:
—¿Me propone usted trabajar para el servicio secreto francés en presencia de mademoiselle Chambert?
—¿Y por qué no, mon chéri? -dijo Mimí, muy cariñosa, y le besó en la mejilla-. ¡También yo pertenezco a esa compañía!
—Tú... -y Thomas tragó saliva.
—Pequeña, muy pequeñita..., pero soy de ellos. Así me gano un sobresueldo. ¿Estás enfadado?
—Mademoiselle Chambert es la patriota más encantadora que conozco -anunció el coronel.
Y, entonces, de pronto, aquella voz que atormentaba ya desde hacía rato a Thomas Lieven, la voz de Jean Louis Barrault, el actor, se hizo audible en sus oídos y Thomas entendió claramente las palabras que decía el rey Ricardo III:
—Monsieur Lieven -preguntó el coronel con la copa de vino tinto en la mano-, ¿quiere usted trabajar para nosotros?
Thomas volvió la mirada hacia Mimí, la dulce y delicada Mimí. Luego miró al coronel Siméon, un caballero. Y vio también la buena cena ante él.
«No existe otro camino para mí -se dijo Thomas Lieven-. Me he hecho una imagen equivocada de este mundo. He de cambiar mi estilo de vida, y esto ahora mismo, si no quiero hundirme en este mar de locuras.» La voz de Mimí sonaba en su oído: -Vamos, chéri, sé bueno y únete a nosotros. ¡Tendremos una vida tan bonita!
La voz de Siméon sonaba en su oído:
—Monsieur, ¿se ha decidido usted?
Y la voz del actor Jean Louis Barrault sonaba muy fuerte:
—Consiento -dijo Thomas Lieven, en voz baja.