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Thomas Lieven no sabía que era buscado como un alfiler por la Wehrmacht y el Abwehr del Gran Reich alemán. Por este motivo estaba fuera de sí de alegría cuando, dos días más tarde, el emigrante Walter Lindner, con el rostro sonrojado y con la respiración entrecortada, se precipitó dentro de la cocina del restaurante de Jeanne. Thomas estaba preparando en aquel momento una sopa de cebolla.
Lindner se dejó caer en un taburete, volcó de paso un frasco de pepinillos y gritó:
—Mi esposa..., mi esposa..., ¡he encontrado a mi esposa!
—¿Cómo..., dónde?
—¡Aquí, en Toulouse! Lindner lloraba y reía al mismo tiempo, parecía tratarse de un matrimonio feliz-. Entré en el pequeño café en la place de Capitole para reunirme con los fugitivos de Brueen que juegan allí al ajedrez... y entonces oigo una voz de mujer a mis espaldas que pregunta: «Perdone usted, ¿conoce a un tal señor Lindner?» Y al instante siguiente se pone a gritar: «¡Walter!», y se echa en mis brazos...
Lindner abrazó, lleno de emoción y alegría, a Thomas.
—Y ahora, en marcha, en marcha... al Consulado -gritó Lindner-. Ahora podemos ponernos en camino, de viaje, señor Lieven. No sabe cuánto me alegra empezar una nueva vida.
«Y yo más aún», se dijo Thomas Lieven.
Y los dos futuros socios de un Banco sudamericano que había de ser fundado aún empezaron rápidamente sus preparativos de viaje. Por aquellos días no había un solo país fronterizo con Francia que extendiera visados de entrada; lo mejor que podía conseguirse era un visado de tránsito, pero esto suponía estar en posesión del visado de entrada en algún país de ultramar.
Después de haberle demostrado Walter Lindner al cónsul argentino en Marsella que tenía una cuenta corriente de un millón de dólares en el Banco de La Plata, le extendieron rápidamente el visado de entrada para él y su esposa. Lindner declaró que quería hacerse acompañar a Buenos Aires por el señor Jean Leblanc, su futuro socio. Y entonces le dieron también al señor Jean Leblanc un visado legal en un pasaporte falso que le habían entregado en la escuela de espionaje en Nancy. El 26 de agosto les entregaban a los tres el visado de tránsito portugués. Podían emprender el viaje.
Thomas Lieven fijó un plan muy detallado. Mucho dependía de que se ajustara a este plan... incluso su propia vida. Después de haber conversado por teléfono, una vez más, con el comandante Débras, en Les Milandes, el plan era el siguiente:
28 de agosto: partida de Thomas Lieven y el matrimonio Lindner para Marsella.
29 de agosto: partida del comandante Débras, por tren, para Perpiñán, Barcelona, Madrid y Lisboa.
30 de agosto: partida de Thomas Lieven y el matrimonio Lindner, en avión, desde Marsella para Lisboa.
10 de septiembre: partida de Thomas Lieven y del matrimonio Lindner, desde Lisboa, a bordo del transatlántico portugués General Carmona, rumbo a Buenos Aires.
Desde el 3 de septiembre, el comandante Débras y Thomas Lieven estaban citados cada noche, a partir de las diez, en el casino de juego de Estoril para hacerle entrega de la cartera negra. Entre el 30 de agosto y el 3 de septiembre confiaba Thomas encontrar el tiempo suficiente para efectuar ciertos cambios en su contenido...
Con encantadora sonrisa penetró la mañana del 29 de agosto un joven caballero elegantemente vestido en las oficinas de la compañía americana Rainbow Airways, en la rue de Rome, en Marsella.
—Buenas días, monsieur, me llamo Leblanc... Vengo a recoger billetes del avión para Lisboa del matrimonio Lindner y mío.
—Un momento, por favor. -El empleado hojeó en sus listas-. Sí, aquí lo tenemos. Mañana, a las 15,45... -Y empezó a rellenar los billetes.
Ante las oficinas se detuvo un microbús, del que bajaron dos pilotos y una azafata. Por su conversación adivinó Thomas que acababan de aterrizar y que al día siguiente volarían en el mismo avión de las 15,45 a Lisboa. Y entonces se le ocurrió la idea.
La azafata, una mujer de apenas veinticinco años, se estaba maquillando. Tenía las formas de un yate de carreras, ojos oblicuos, pómulos muy altos, un cutis moreno dorado y maravilloso cabello castaño que le caía en un gran bucle sobre la frente. Daba la impresión de ser una mujer fría y tímida. Un cervatillo...
Thomas conocía este tipo de mujeres. Sabía muy bien cómo son. Cuando estos pedazos de hielo empiezan a fundir, no hay nada que lo pueda contener ya...
Thomas Lieven dedicó treinta segundos al recuerdo de su despedida de Mimí, Siméon y Jeanne y sus jóvenes en la rue des Berbéres. Todas le habían besado, incluso el coronel.
—¡Viva la libertad, camarada!
Y Jeanne se puso a llorar desconsolada cuando llegó el taxi. Ay, sí, había sido una bonita y conmovedora escena familiar.
Bien, los treinta segundos habían pasado. En fin, se dijo Thomas, las circunstancias son como son.
El cervatillo continuaba maquillándose. El cervatillo dejó caer el lápiz de labios.
«Actúo impulsado por motivos nobles», se dijo Thomas Lieven, pensando en lo que se proponía hacer. Recogió el lápiz de labios del suelo y se lo entregó a la joven de ojos pardos que brillaban en reflejos dorados.
—Muchas gracias -dijo el cervatillo.
—¿Podemos irnos ya? -preguntó Thomas.
—¿Qué significa esto?
—¿O tiene algo más que hacer aquí? Puedo esperar. Creo que lo mejor será que nos vayamos directamente al Gran Hotel; allí es donde estoy alojado, y que tomemos un aperitivo. Y será mejor que luego almorcemos en Guido, en la rue de la Paix. Y después del almuerzo nos iremos a bañar...
—Oiga usted...
—¿No quiere tomar un baño? Muy bien, en este caso nos quedaremos en el hotel y descansaremos...
—¡Nunca en mi vida he visto algo parecido!
—Señorita, procuraré que mañana pueda usted decir lo mismo.
Thomas sacó su amado reloj de repetición del bolsillo y abrió la tapa. Marcaba las once y media.
—Las once y media. Veo que esto la pone nerviosa. Sé que ejerce una gran atracción sobre las mujeres. Voilà, la espero en el bar del Gran Hotel, ¿digamos a las doce?
El cervatillo inclinó la cabeza hacia atrás y se alejó con paso orgulloso. Los altos tacones pisaban indignados las losas de piedra.
Thomas se encaminó al Gran Hotel, se sentó en el bar y pidió un whisky. El cervatillo llegó a las doce y tres minutos. Traía consigo el traje de baño.