9

Thomas Lieven no sabía que era buscado como un alfiler por la Wehrmacht y el Abwehr del Gran Reich alemán. Por este motivo estaba fuera de sí de alegría cuando, dos días más tarde, el emigrante Walter Lindner, con el rostro sonrojado y con la respiración entrecortada, se precipitó dentro de la cocina del restaurante de Jeanne. Thomas estaba preparando en aquel momento una sopa de cebolla.

Lindner se dejó caer en un taburete, volcó de paso un frasco de pepinillos y gritó:

—Mi esposa..., mi esposa..., ¡he encontrado a mi esposa!

—¿Cómo..., dónde?

—¡Aquí, en Toulouse! Lindner lloraba y reía al mismo tiempo, parecía tratarse de un matrimonio feliz-. Entré en el pequeño café en la place de Capitole para reunirme con los fugitivos de Brueen que juegan allí al ajedrez... y entonces oigo una voz de mujer a mis espaldas que pregunta: «Perdone usted, ¿conoce a un tal señor Lindner?» Y al instante siguiente se pone a gritar: «¡Walter!», y se echa en mis brazos...

Lindner abrazó, lleno de emoción y alegría, a Thomas.

—Y ahora, en marcha, en marcha... al Consulado -gritó Lindner-. Ahora podemos ponernos en camino, de viaje, señor Lieven. No sabe cuánto me alegra empezar una nueva vida.

«Y yo más aún», se dijo Thomas Lieven.

Y los dos futuros socios de un Banco sudamericano que había de ser fundado aún empezaron rápidamente sus preparativos de viaje. Por aquellos días no había un solo país fronterizo con Francia que extendiera visados de entrada; lo mejor que podía conseguirse era un visado de tránsito, pero esto suponía estar en posesión del visado de entrada en algún país de ultramar.

Después de haberle demostrado Walter Lindner al cónsul argentino en Marsella que tenía una cuenta corriente de un millón de dólares en el Banco de La Plata, le extendieron rápidamente el visado de entrada para él y su esposa. Lindner declaró que quería hacerse acompañar a Buenos Aires por el señor Jean Leblanc, su futuro socio. Y entonces le dieron también al señor Jean Leblanc un visado legal en un pasaporte falso que le habían entregado en la escuela de espionaje en Nancy. El 26 de agosto les entregaban a los tres el visado de tránsito portugués. Podían emprender el viaje.

Thomas Lieven fijó un plan muy detallado. Mucho dependía de que se ajustara a este plan... incluso su propia vida. Después de haber conversado por teléfono, una vez más, con el comandante Débras, en Les Milandes, el plan era el siguiente:

28 de agosto: partida de Thomas Lieven y el matrimonio Lindner para Marsella.

29 de agosto: partida del comandante Débras, por tren, para Perpiñán, Barcelona, Madrid y Lisboa.

30 de agosto: partida de Thomas Lieven y el matrimonio Lindner, en avión, desde Marsella para Lisboa.

10 de septiembre: partida de Thomas Lieven y del matrimonio Lindner, desde Lisboa, a bordo del transatlántico portugués General Carmona, rumbo a Buenos Aires.

Desde el 3 de septiembre, el comandante Débras y Thomas Lieven estaban citados cada noche, a partir de las diez, en el casino de juego de Estoril para hacerle entrega de la cartera negra. Entre el 30 de agosto y el 3 de septiembre confiaba Thomas encontrar el tiempo suficiente para efectuar ciertos cambios en su contenido...

Con encantadora sonrisa penetró la mañana del 29 de agosto un joven caballero elegantemente vestido en las oficinas de la compañía americana Rainbow Airways, en la rue de Rome, en Marsella.

—Buenas días, monsieur, me llamo Leblanc... Vengo a recoger billetes del avión para Lisboa del matrimonio Lindner y mío.

—Un momento, por favor. -El empleado hojeó en sus listas-. Sí, aquí lo tenemos. Mañana, a las 15,45... -Y empezó a rellenar los billetes.

Ante las oficinas se detuvo un microbús, del que bajaron dos pilotos y una azafata. Por su conversación adivinó Thomas que acababan de aterrizar y que al día siguiente volarían en el mismo avión de las 15,45 a Lisboa. Y entonces se le ocurrió la idea.

La azafata, una mujer de apenas veinticinco años, se estaba maquillando. Tenía las formas de un yate de carreras, ojos oblicuos, pómulos muy altos, un cutis moreno dorado y maravilloso cabello castaño que le caía en un gran bucle sobre la frente. Daba la impresión de ser una mujer fría y tímida. Un cervatillo...

Thomas conocía este tipo de mujeres. Sabía muy bien cómo son. Cuando estos pedazos de hielo empiezan a fundir, no hay nada que lo pueda contener ya...

Thomas Lieven dedicó treinta segundos al recuerdo de su despedida de Mimí, Siméon y Jeanne y sus jóvenes en la rue des Berbéres. Todas le habían besado, incluso el coronel.

—¡Viva la libertad, camarada!

Y Jeanne se puso a llorar desconsolada cuando llegó el taxi. Ay, sí, había sido una bonita y conmovedora escena familiar.

Bien, los treinta segundos habían pasado. En fin, se dijo Thomas, las circunstancias son como son.

El cervatillo continuaba maquillándose. El cervatillo dejó caer el lápiz de labios.

«Actúo impulsado por motivos nobles», se dijo Thomas Lieven, pensando en lo que se proponía hacer. Recogió el lápiz de labios del suelo y se lo entregó a la joven de ojos pardos que brillaban en reflejos dorados.

—Muchas gracias -dijo el cervatillo.

—¿Podemos irnos ya? -preguntó Thomas.

—¿Qué significa esto?

—¿O tiene algo más que hacer aquí? Puedo esperar. Creo que lo mejor será que nos vayamos directamente al Gran Hotel; allí es donde estoy alojado, y que tomemos un aperitivo. Y será mejor que luego almorcemos en Guido, en la rue de la Paix. Y después del almuerzo nos iremos a bañar...

—Oiga usted...

—¿No quiere tomar un baño? Muy bien, en este caso nos quedaremos en el hotel y descansaremos...

—¡Nunca en mi vida he visto algo parecido!

—Señorita, procuraré que mañana pueda usted decir lo mismo.

Thomas sacó su amado reloj de repetición del bolsillo y abrió la tapa. Marcaba las once y media.

—Las once y media. Veo que esto la pone nerviosa. Sé que ejerce una gran atracción sobre las mujeres. Voilà, la espero en el bar del Gran Hotel, ¿digamos a las doce?

El cervatillo inclinó la cabeza hacia atrás y se alejó con paso orgulloso. Los altos tacones pisaban indignados las losas de piedra.

Thomas se encaminó al Gran Hotel, se sentó en el bar y pidió un whisky. El cervatillo llegó a las doce y tres minutos. Traía consigo el traje de baño.

No sólo de caviar vive el hombre
titlepage.xhtml
sec_0001.xhtml
sec_0002.xhtml
sec_0003.xhtml
sec_0004.xhtml
sec_0005.xhtml
sec_0006.xhtml
sec_0007.xhtml
sec_0008.xhtml
sec_0009.xhtml
sec_0010.xhtml
sec_0011.xhtml
sec_0012.xhtml
sec_0013.xhtml
sec_0014.xhtml
sec_0015.xhtml
sec_0016.xhtml
sec_0017.xhtml
sec_0018.xhtml
sec_0019.xhtml
sec_0020.xhtml
sec_0021.xhtml
sec_0022.xhtml
sec_0023.xhtml
sec_0024.xhtml
sec_0025.xhtml
sec_0026.xhtml
sec_0027.xhtml
sec_0028.xhtml
sec_0029.xhtml
sec_0030.xhtml
sec_0031.xhtml
sec_0032.xhtml
sec_0033.xhtml
sec_0034.xhtml
sec_0035.xhtml
sec_0036.xhtml
sec_0037.xhtml
sec_0038.xhtml
sec_0039.xhtml
sec_0040.xhtml
sec_0041.xhtml
sec_0042.xhtml
sec_0043.xhtml
sec_0044.xhtml
sec_0045.xhtml
sec_0046.xhtml
sec_0047.xhtml
sec_0048.xhtml
sec_0049.xhtml
sec_0050.xhtml
sec_0051.xhtml
sec_0052.xhtml
sec_0053.xhtml
sec_0054.xhtml
sec_0055.xhtml
sec_0056.xhtml
sec_0057.xhtml
sec_0058.xhtml
sec_0059.xhtml
sec_0060.xhtml
sec_0061.xhtml
sec_0062.xhtml
sec_0063.xhtml
sec_0064.xhtml
sec_0065.xhtml
sec_0066.xhtml
sec_0067.xhtml
sec_0068.xhtml
sec_0069.xhtml
sec_0070.xhtml
sec_0071.xhtml
sec_0072.xhtml
sec_0073.xhtml
sec_0074.xhtml
sec_0075.xhtml
sec_0076.xhtml
sec_0077.xhtml
sec_0078.xhtml
sec_0079.xhtml
sec_0080.xhtml
sec_0081.xhtml
sec_0082.xhtml
sec_0083.xhtml
sec_0084.xhtml
sec_0085.xhtml
sec_0086.xhtml
sec_0087.xhtml
sec_0088.xhtml
sec_0089.xhtml
sec_0090.xhtml
sec_0091.xhtml
sec_0092.xhtml
sec_0093.xhtml
sec_0094.xhtml
sec_0095.xhtml
sec_0096.xhtml
sec_0097.xhtml
sec_0098.xhtml
sec_0099.xhtml
sec_0100.xhtml
sec_0101.xhtml
sec_0102.xhtml
sec_0103.xhtml
sec_0104.xhtml
sec_0105.xhtml
sec_0106.xhtml
sec_0107.xhtml
sec_0108.xhtml
sec_0109.xhtml
sec_0110.xhtml
sec_0111.xhtml
sec_0112.xhtml
sec_0113.xhtml
sec_0114.xhtml
sec_0115.xhtml
sec_0116.xhtml
sec_0117.xhtml
sec_0118.xhtml
sec_0119.xhtml
sec_0120.xhtml
sec_0121.xhtml
sec_0122.xhtml
sec_0123.xhtml
sec_0124.xhtml
sec_0125.xhtml
sec_0126.xhtml
sec_0127.xhtml
sec_0128.xhtml
sec_0129.xhtml
sec_0130.xhtml
sec_0131.xhtml
sec_0132.xhtml
sec_0133.xhtml
sec_0134.xhtml
sec_0135.xhtml
sec_0136.xhtml
sec_0137.xhtml
sec_0138.xhtml
sec_0139.xhtml
sec_0140.xhtml
sec_0141.xhtml
sec_0142.xhtml
sec_0143.xhtml
sec_0144.xhtml
sec_0145.xhtml
sec_0146.xhtml
sec_0147.xhtml
sec_0148.xhtml
sec_0149.xhtml
sec_0150.xhtml
sec_0151.xhtml
sec_0152.xhtml
sec_0153.xhtml
sec_0154.xhtml
sec_0155.xhtml
sec_0156.xhtml
sec_0157.xhtml
sec_0158.xhtml
sec_0159.xhtml
sec_0160.xhtml
sec_0161.xhtml
sec_0162.xhtml
sec_0163.xhtml
sec_0164.xhtml
sec_0165.xhtml
sec_0166.xhtml
sec_0167.xhtml
sec_0168.xhtml
sec_0169.xhtml
sec_0170.xhtml
sec_0171.xhtml
sec_0172.xhtml
sec_0173.xhtml
sec_0174.xhtml
sec_0175.xhtml
sec_0176.xhtml
sec_0177.xhtml
sec_0178.xhtml
sec_0179.xhtml
sec_0180.xhtml
sec_0181.xhtml
sec_0182.xhtml
sec_0183.xhtml
sec_0184.xhtml
sec_0185.xhtml
sec_0186.xhtml
sec_0187.xhtml
sec_0188.xhtml
sec_0189.xhtml
sec_0190.xhtml
sec_0191.xhtml
sec_0192.xhtml
sec_0193.xhtml
sec_0194.xhtml
sec_0195.xhtml
sec_0196.xhtml
sec_0197.xhtml
sec_0198.xhtml
sec_0199.xhtml
sec_0200.xhtml
sec_0201.xhtml
sec_0202.xhtml
sec_0203.xhtml
sec_0204.xhtml
sec_0205.xhtml
sec_0206.xhtml
sec_0207.xhtml
sec_0208.xhtml
sec_0209.xhtml
sec_0210.xhtml
sec_0211.xhtml
sec_0212.xhtml
sec_0213.xhtml
sec_0214.xhtml
sec_0215.xhtml
sec_0216.xhtml
sec_0217.xhtml
sec_0218.xhtml
sec_0219.xhtml
sec_0220.xhtml
sec_0221.xhtml
sec_0222.xhtml
sec_0223.xhtml