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6 de septiembre de 1940. 22.30 horas.
En la Casa Senhora de Fatima, la confortable residencia del servicio de información de la Embajada alemana en Lisboa, se celebraba una conferencia. El jefe del servicio de información había mandado salir a su encantadora amiga, la bailarina Dolores, una mujer de cabello castaño y piernas largas. Y allí se hallaban reunidos, tomando unas copas de champaña: el anfitrión, el agregado naval y el agregado aéreo de la Embajada alemana. Estos dos últimos habían dado permiso por aquella noche a sus respectivas amigas.
El jefe del servicio de información fue el primero en tomar la palabra:
—Caballeros, el tiempo urge. Berlín quiere a Lieven... lo antes posible. Les ruego expongan sus planes.
El agregado aéreo:
—Propongo narcotizar al hombre y llevarle en avión a Madrid. Desde allí, en avión correo, a Berlín.
—Soy contrario a esta forma de proceder -dijo el agregado naval-. Acabamos de sufrir una «pana» en Madrid. Sabemos que los agentes ingleses y americanos pululan por el aeropuerto. Sabemos que todos los pasajeros son fotografiados. No podemos exponernos a un nuevo incidente diplomático en Madrid.
—Soy de la misma opinión -asintió el jefe del servicio de información.
El agregado naval:
—Por consiguiente, señores, propongo se le saque de aquí en un submarino. Propongo establecer inmediatamente contacto con Werner en Madrid. Werner colabora con el comandante en jefe de los submarinos y siempre sabe dónde están las diferentes unidades. Puede solicitar la presencia de un submarino rápido en aguas extraterritoriales de Portugal.
—¿Y cómo llevar al comerciante Jonás hasta el submarino?
—En una barca de pesca.
—¿Y cómo le metemos en la barca de pesca?
—Tengo un plan.
Y el agregado naval expuso su plan.