6

«Nunca, nunca en mi vida olvidaré a esa mujer», se dijo Thomas Lieven.

Con colores de madreperla se hundía el sol sobre Lisboa. Como un tigre irritado caminaba Thomas Lieven de un lado al otro de su celda.

Se había confesado con Lázaro. Lázaro sabía ahora cómo Thomas se llamaba en realidad, lo que había hecho, lo que le esperaba si caía en manos del servicio secreto alemán o inglés o francés.

Mientras tiraba de su cigarrillo contemplaba Lázaro preocupado a su amigo, y dijo:

—Horrible, esas mujeres histéricas. ¡Nunca sabemos de lo que son capaces!

Thomas se paró en el centro de la celda.

—Así es, y tal vez mañana mismo esa señora mande una carta al jefe de policía acusándome de un supuesto asesinato.

—O de varios.

—¿Qué?

—De varios asesinatos que no han sido explicados aún.

—No, eso no. Sí, sí, mi situación es desesperada. ¡Esa maldita pulsera me ha metido en un lío! ¡Voy a quedarme aquí hasta podrirme!

—Sí, y por ese motivo has de salir lo antes posible de aquí -dijo Lázaro.

—¿Salir de aquí?

—Sí, antes de que se complique tu situación.

—Pero, Lázaro, ¡esto es una cárcel!

—¿Y qué?

—¡Hay rejas y muros y pesadas puertas de hierro! ¡Y muchos jinetes y guardianes y carceleros!

—Exacto. Y con la misma facilidad que has entrado aquí, podrás salir de nuevo.

Thomas se sentó al borde de su camastro.

—¿Crees que existe una solución a todo esto?

—Desde luego que sí. Lo único que tenemos que hacer es un pequeño esfuerzo. Me has dicho que entendías algo en falsificaciones. -Sí.

—Hum... Tenemos una imprenta en los sótanos. Allí imprimen los formularios para los tribunales. Y ya encontraremos el sello que nos haga falta. Sí, todo depende de ti, pequeño.

—¿De mí? ¿Por qué?

—Tendrás que transformarte.

—¿En qué sentido?

Lázaro sonrió melancólico.

—En mi sentido. Tendrás que hacerte más pequeño. Habrás de cojear. Tendrás una joroba. Y unas mandíbulas más anchas. Tendrás un tic en la boca. Y, claro está, serás completamente calvo. ¿Te he asustado, pequeño?

—No, no... -mintió Thomas, muy valiente-. Qué..., qué no haremos por recobrar la libertad.

—Es el mayor don de esta vida -dijo Lázaro-. Y ahora presta atención a todo lo que voy a contarte.

Empezó a contar.

Y Thomas Lieven le escuchó con la mayor atención.

—Siempre es mucho más fácil entrar que salir de una cárcel -explicó el jorobado Lázaro Alcoba-. ¡Pero tampoco es tan difícil salir de la cárcel!

—¡Me alegra mucho el saberlo!

—Es una suerte que estemos en Portugal y no en tu patria. Allí no podríamos hacer uso de este truco, allí todo está demasiado bien ordenado.

—De modo que las cárceles alemanas son las mejores del mundo, ¿eh?

—¡He estado dos veces en la prisión de Moabit! -Y Lázaro se dio un golpe en el muslo-. Te lo digo yo, no pueden compararse con las cárceles portuguesas. Aquí carecemos del espíritu del deber, no sabemos lo que es la disciplina prusiana.

—Sí, esto es verdad.

El jorobado llamó a la puerta de la celda. Y al instante hizo acto de presencia el amable guardián Juliao.

—Oye, viejo, llama al jefe de cocina -le dijo Lázaro.

Juliao hizo una inclinación de cabeza y volvió a desaparecer.

Lázaro se volvió hacia Thomas.

—Tu huida la vamos a fraguar en la cocina.

Poco más tarde le decía Lázaro al obeso cocinero Francesco:

—Escucha, abajo, en los sótanos, tenemos una imprenta, ¿verdad?

—Sí, allí imprimen todos los formularios de que precisa la Justicia.

—¿Y también las órdenes de puesta en libertad que firma el fiscal? -Sí.

—¿Conoces a alguno de los presos que trabaje en la imprenta?

—No, ¿por qué?

—Porque necesitamos una de estas órdenes de puesta en libertad.

—Preguntaré -dijo el cocinero.

—Sí, pregunta -intervino ahora Thomas Lieven-. Puedes prometerle al que nos haga este pequeño favor que durante una semana comerá como nunca.

El cocinero se presentó dos días más tarde.

—Hay uno, pero quiere de comer durante todo el mes.

—Ni hablar de ello -replicó el jorobado-. Dos semanas, ni un día más.

—Preguntaré -dijo el cocinero.

Cuando desapareció el cocinero, le dijo Thomas a Lázaro:

—Vamos, no seas tan avaro; a fin de cuentas, es mi dinero.

—Es una cuestión de principios -dijo el jorobado-. No debes elevar los precios. Por lo demás, confío serás capaz de falsificar el sello.

—No hay sello que yo no pueda falsificar. He hecho mi aprendizaje con el mejor falsificador del país -dijo Thomas. Y pensó: «Monstruoso hasta qué punto puede caer el ser humano... ¡Incluso me siento orgulloso de una cosa así!»

Al día siguiente se presentó el cocinero y dijo que el impresor estaba conforme.

—Bien, ¿y el formulario?

—El impresor dice que primero quiere comer como nunca durante dos semanas.

—Hay confianza o no hay confianza -gruñó Lázaro-. O nos entrega inmediatamente el formulario o que se olvide del negocio.

Una hora más tarde tenían el formulario.

Desde su ingreso se presentaba Lázaro a diario en la administración de la cárcel para llevar los partes diarios. Cada día pasaba a máquina varias docenas de cartas. El encargado leía el periódico y le dejaba hacer.

Sin ser molestado por nadie, el jorobado extendió el permiso a su nombre. Escribió a máquina el nombre, sus datos personales y el número de su expediente. Y como fecha, puso el 15 de noviembre de 1940, a pesar de que sólo era el 8 de noviembre. Thomas y él necesitaban de toda una semana para hacer lo que proyectaban. Y la carta necesitaba un día... De modo que Thomas, si todo salía a pedir de boca, podría abandonar la cárcel el 16 de noviembre. El 16 era un sábado, y los sábados el amable Juliao tenía siempre su día libre. Pero... no nos adelantemos a los acontecimientos.

En el formulario de orden de puesta en libertad estampó Lázaro la firma del fiscal general, que copió fácilmente de una carta que sustrajo de la oficina.

Cuando regresó a la celda le preguntó a Thomas:

—¿Has sido aplicado?

—He estado ensayando toda la tarde.

Habían convenido que Thomas se presentaría en lugar de Lázaro tan pronto llegara la orden y llamaran al «encartado Lázaro Alcoba». Para ello era necesario que Thomas, externamente, se pareciera lo más posible a aquél... Una empresa muy difícil si tenemos en cuenta que Lázaro tenía una joroba y apenas un pelo en la cabeza, unas mandíbulas impresionantes, y era también mucho más bajo que Thomas y, además, sufría de un tic nervioso en la boca. Por este motivo, insistió el jorobado que Thomas se ejercitara a diario.

Thomas se metió pan masticado entre las mejillas y el paladar, con lo que, efectivamente, logró aumentar el volumen de sus mandíbulas. Y luego empezó a tener un tic nervioso en la boca. A continuación intentó imitar la voz del jorobado.

Thomas se limpiaba el sudor de la frente.

—No me gusta eso del tic en tu boca.

—No todos son tan guapos como tú. ¡Y esto es solamente el principio! Espera a que te queme el pelo.

—¿Quemarme el pelo?

—¿Crees, acaso, que ésos nos darán máquina de afeitar o tijeras?

—Eso no lo aguanto -gimió Thomas.

—Deja ya de decir tonterías, y continúa ejercitando. Ponte mi abrigo para comprobar hasta dónde has de doblar las rodillas. Toma ese almohadón y vamos a ver si sabemos fabricarte una joroba decente. Y ahora déjame en paz. Tengo que hacer ciertas averiguaciones por la casa.

—¿Qué quieres averiguar?

—Si alguien tiene una carta del fiscal general. Con su correspondiente sello. Para que tú lo puedas imitar.

Mientras Thomas Lieven se probaba el abrigo del jorobado y paseaba por la celda cojeando, empezó Lázaro a golpear con su zapato contra la pared de la celda. Y para ello empleó el alfabeto más sencillo de todos: a = tres veces, b = dos veces, c = una vez; luego: d = seis veces, e =cinco veces, f = cuatro veces; luego: g = nueve veces, h = ocho veces, i = siete veces. Etcétera.

Lázaro transmitió su mensaje y esperó la respuesta mientras fijaba la mirada en Thomas, que cojeaba de un lado al otro de la celda.

Al cabo de una hora recibió una respuesta desde la celda contigua. Lázaro escuchó muy atentamente y asintió en silencio.

Finalmente, dijo:

—En la tercera planta hay un preso llamado Maravilha. Tiene en su poder la carta del fiscal general en que éste rechaza su solicitud de ponerle en libertad. La guarda como recuerdo. Lleva un sello.

—Está bien, ofrécele una semana de comida como nunca... -dijo Thomas, mientras trataba de imitar el tic nervioso del jorobado.

No sólo de caviar vive el hombre
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