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Thomas Lieven residió en el Barrio Viejo de Marsella hasta una desgraciada noche de tormenta de septiembre del año 1942. Vivía en casa de Chantal Tessier. El amor-odio de estos dos seres era cada vez más apasionado, cada vez más intenso.

Por ejemplo, la hermosa bestia se colgaba apasionada del cuello de su amante después de haber obtenido feliz éxito en un golpe -habían vendido por dos veces el mismo hotel a unos compradores alemanes-, para al instante siguiente decirle:

—Me repugna tu sonrisa de superioridad... ¿Crees que lo has hecho todo tú solo, eh? ¿Que nosotros somos unos pobres imbéciles? Escúchalo de una vez para siempre: ¡Estoy harta de esta sonrisita tuya! ¡No quiero volver a verte nunca más! ¡Lárgate!

Y muy sumiso, Thomas Lieven se fue a vivir a casa de su amigo Bastián. Pero apenas dos horas más tarde, le llamaba Chantal:

—Tengo un revólver en la mano. Si no regresas ahora mismo, mañana me encontrarás cadáver.

—¡Pero si has dicho que no querías volver a verme nunca más!

—Perro... Maldito perro, me falta el aire para respirar cuando no estás a mi lado.

Thomas regresó al instante a la casa en la rue Chevalier Rose. Se reconciliaron, una reconciliación que duró dos días. Y a continuación, nuestro amigo se dedicó de nuevo a la misión que se había impuesto de robar a los malos en el país... y ganar, de paso, una fortuna, verdaderamente una fortuna.

Dado que la vida de Thomas Lieven está tan llena de peligros, de osados golpes y bonitas mujeres, nos vemos obligados a proceder de un modo resumido. De la gran cantidad de empresas que organizó durante los años 1941 a 1942, séanos permitido destacar tres, o sea: El caso del platino de la Rusia zarista, el caso de los diamantes industriales y el caso de los Decretos de la Falange falsificados.

En agosto de 1941 se presentó en Tolosa un tal Wassili María Orlow, príncipe Leskov. Este hombre había surgido, al parecer, de la nada, puesto que resultaba del todo imposible averiguar su pasado. Aquel aristócrata delgado y muy engreído ejerció desde un principio una gran fuerza de atracción sobre los agentes secretos alemanes, ingleses, franceses, incluso los rusos, y también sobre los miembros de la banda de Dantes Villeforte.

Pero mientras todos esos agentes secretos en Tolosa se comportaban de un modo ostensible, había un sexto grupo que se mantenía en segundo término. Este grupo lo formaban unos pocos caballeros de la banda de Chantal. Thomas les había ido educando mientras tanto con el mismo éxito que a los caballeros De la Rue y Meyer...

No en vano el príncipe Leskow había despertado tal interés y sensación..., puesto que era portador de grandes cantidades de platino. Enseñó como muestra un lingote de platino, pero había dicho que tenía muchos más en su poder.

El platino, este metal tan noble, era usado en instrumentos de alta precisión en la industria del armamento, sobre todo en la construcción de aviones.

Los agentes alemanes, franceses e ingleses querían adquirir el platino para el bien de su patria, en tanto que los soviets lo consideraban ya de antemano como de su propiedad.

Los hombres de Dantes Villeforte iban incluso más lejos que los soviets en cuanto a la apreciación de la propiedad.

Thomas Lieven, por el contrario, desplegaba una filosofía comercial muy propia de él:

—Esperemos y confiemos.

Esta frase irritaba a Chantal.

—¿Qué es lo que pretendes hacer ahora, perro frío?

Tal como había previsto Thomas, el engreído príncipe desplegó una inusitada actividad, lo que tuvo por consecuencia que dos agentes secretos, un alemán y un soviet, se mataran a tiros la mañana del 24 de agosto de 1941, a las 0.30 horas.

Veinticuatro horas más tarde hallaron muerto al príncipe en la habitación de su hotel. Los lingotes de platino que guardaba siempre bajo su cama habían desaparecido.

Rápidamente fue avisada la policía francesa. Se sospechaba de dos hombres en impermeables negros, los últimos que habían visitado al príncipe y que luego habían abandonado la ciudad en un Peugeot negro en dirección norte.

Estos dos hombres se presentaban pocas horas más tarde en el pueblo de Grisolles, cerca de Montauban. Habían perdido su coche y todo lo que llevaban con ellos. Iban descalzos y en calzoncillos. Alegaron haber sido obligados a detenerse por un camión que circulaba en dirección contraria a la suya y que les habían robado hasta la camisa. Explicaron que la banda que les había robado estaba compuesta por seis enmascarados.

Los lingotes de platino desaparecieron de Francia, pero poco después se encontraban en las grandes cajas fuertes de un tal Eugen Walterli, súbdito suizo, que las había alquilado el 27 de agosto de 1941 en el Banco Nacional de Zurich. El señor Walterli había llegado desde la Francia no ocupada a Suiza, sin pasar por el puesto fronterizo. Su amiga Chantal Tessier, muy experta en el cruce de fronteras, le había señalado el camino. Eugen Walterli, alias Thomas Lieven, se había mandado falsificar un pasaporte suizo por los expertos del Barrio Viejo.

No sólo de caviar vive el hombre
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