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Thomas Lieven superó sano y salvo su primer salto en paracaídas. También todos los demás aterrizaron ilesos. Sólo el ucraniano se fracturó la pierna. Lo llevaron al hospital con fractura y shock nervioso. Aquella tarde aprendieron en una gran nave a recoger los paracaídas. Se oyeron muchos comentarios en el grupo.
El noruego abogaba apasionadamente por un asesinato colectivo. Bieselang dormía en un cuarto aislado, lejos de los dormitorios comunes. Y dormía muy profundamente.
Los alemanes eran partidarios de quejarse al comandante del campamento y negarse a prestar servicio.
El italiano y los indios eran partidarios de no matar al sargento, pero sí dejarlo medio muerto de una paliza. Todos los hombres habían de intervenir en la acción y así ninguno de ellos podría ser castigado.
—Estáis locos de remate -les dijo Thomas a los conjuradores, durante una pausa en el trabajo-. ¿Sabéis lo que ocurrirá? Bieselang será ascendido y a nosotros nos meterán en el calabozo.
El noruego rechinó de rabia con los dientes.
—Pero ese perro..., ese maldito perro... ¿Qué vamos a hacer con él?
—Ya lo he pensado -respondió Thomas, muy suavemente-. Le invitaremos a comer.
De esta comida, que se celebró el 26 de febrero de 1943, se habla aún hoy día. Tuvo efecto en la posada de Friedrich Ohnesorge en Wittstock. Elfriede Bieselang, la hermosísima hija del sargento, trabajaba de camarera en la posada de Ohnesorge.
En un colmado había descubierto Thomas algunas pequeñeces que precisaba sin falta: setas secas, pasas y otros ingredientes.
Mientras la hermosa Elfriede le ayudaba a preparar la carne de buey, se quejaba de su progenitor:
—¡No merece la pena hacer todo esto por él! ¡Ese repugnante guerrero! No hace otra cosa que hablar de sus heroicidades... Todos los demás son unos cobardes... ¡Y él siempre es el héroe más héroe de todos!
—Elfriede -dijo Thomas-, dígame usted, hermosa hija: ¿y su madre de usted, en paz descanse, escuchaba también los relatos heroicos de su padre de usted?
La rubia Elfriede se echó a reír.
—¿Mamá? Salía corriendo de la habitación tan pronto empezaba con sus cuentos. Mamá solía decirle siempre: «En Grecia has disparado lo que has querido; en casa, no.»
—Sí, sí -dijo Thomas, muy serio-. Una cosa va aparejada con la otra.
—¿Qué quiere decir con esto, señor Lieven?
—El ser humano, hermosa, joven y rubia Elfriede, es el producto de su medio ambiente... Si se me permite expresar esta teoría marxista en nuestra maravillosa era nacionalsocialista...
—No tengo la menor idea de lo que está hablando usted... -dijo Elfriede, y se acercó peligrosamente a Thomas-. Pero es usted tan amable, tan cariñoso, tan educado...
Wittstock, 26 de febrero de 1943
Thomas Lieven ablanda a un furioso sargento con sus recetas culinarias
Caldo
De carne de ternera, huesos y hierbas para sopa; es capaz de prepararlo toda buena ama de casa.
Filet à la Colbert
Se toman tres libras de filete de ternera, sal, pimienta, 30 gramos de mantequilla, 30 gramos de cebollas, 30 gramos de champiñones o setas en conserva ablandadas, 5 gramos de perejil, una col rizada, medio kilo de tocino fresco y 150 gramos de manteca para asar. Se corta el filete en su parte longitudinal superior, de tal modo, que un extremo de un centímetro de grueso del filete pueda doblarse como una tapa. Se pican finamente cebollas, perejil y champiñones, se tuestan con mantequilla caliente y se rellena con la masa la parte levantada del filete. Se quitan las hojas de la col rizada, se cortan delgadas las fuertes costillas y se hierven las hojas durante un minuto en agua salada hirviendo. Se envuelve ahora el filete en las hojas de la col, después en delgadas lonjas de tocino, se ata con hilos y se pone en el horno.
Antes de servirlo, se separa el caldo del asado y se agita rápidamente con mantequilla y caldo para la salsa.
Plumpudding
Se baten 4 yemas con 250 gramos de harina, 3/8 de litro de leche, 80 gramos de azúcar, 250 gramos de pasas, 250 gramos de pasas de Corinto, 250 gramos de grasa de riñón finamente picada, 30 gramos de piel de naranja y 30 gramos de citronato -las dos finamente cortados-, 1/4 de nuez moscada rallada, 1/2 vaso de ron y algo de sal. Se agita todo bien entre sí, se añade la clara batida en nieve y se pone al horno durante cuatro horas en un molde de pudding bien engrasado. Al servirlo se vierte el pudding con ron, se prende fuego y se lleva en llamas a la mesa.
Chaudeau
Se agita 1/4 de litro de vino blanco, 2 huevos, 50 gramos de azúcar, la miel rallada de un cuarto de limón y el zumo de medio limón y 5 gramos de harina de patatas. Se agita la salsa al baño maría hasta formar espuma y se sirve inmediatamente.
Elfriede estaba tan cerca de él, y sus labios tan entreabiertos, que a Thomas no le quedó otro remedio que besarla. Fue un beso muy largo.
—Tú serías el hombre para mí-susurró la muchacha en sus brazos-. Nosotros dos, juntos... Ay, pero eres demasiado distinguido para mí. Lo de mi viejo nadie me lo había explicado tan acertadamente como lo has hecho tú...
—Sé un poco más amable con él -le aconsejó Thomas-. ¿Lo harás? Escúchale un poco cuando cuente sus relatos de guerra. Y muchos hombres en el campamento te lo agradecerán.
Elfriede rió y le volvió a besar. Pero a pesar del beso de la muchacha de diecisiete años, pensaba Thomas en Chantal, y se dijo: «Pienso en Chantal cuando beso a otra mujer. Oh, Dios mío, amo, amo a Chantal...»
La comida, a la que todos los invitados se presentaron con escepticismo, se convirtió en un sonado éxito.
Thomas dirigió una corta alocución al invitado de honor, Adolf Bieselang, que terminó con las siguientes palabras:
—... Y nosotros le quedamos profundamente agradecidos, querido y apreciado señor sargento, que con increíble dureza, con espíritu de sacrificio y una preocupación constante por todos nosotros, sí, cuando era necesario también con puntapiés, nos ha ayudado a vencer a ese maldito cerdo que llevamos todos dentro de nosotros.
Adolf Bieselang, con lágrimas en los ojos, se puso en pie y pronunció un discurso, que empezó con las siguientes palabras:
—Mis muy apreciados caballeros, jamás hubiese podido confiar que la vida me deparara unos momentos tan maravillosos...
Se había roto el hielo. Dejaron hablar al sargento Bieselang. Después de muchos años, le dejaron decir todo lo que tenía que decir... Y habló de Noruega y de Grecia, y, mientras tomaban el postre, de Creta.
A la mañana se presentó un Adolf Bieselang muy cambiado ante el grupo, y dijo:
—Caballeros, les doy las gracias por la hermosa velada. Si tienen la bondad de acompañarme al avión, desgraciadamente hemos de seguir ensayando los saltos...