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El 17 de agosto de 1943, el Alto Mando de la Wehrmacht anunciaba la evacuación de Sicilia. Una evacuación prevista, claro está, por el Alto Mando. Decía a continuación que en el recodo del Donetz los soviets, después de una intensa preparación artillera, habían pasado al ataque. Un ataque, claro está, previsto también por el Alto Mando.
Durante una manifestación cumbre del Partido Nacionalsocialista habló aquel mismo día el gauleiter Sauckel en París. Entre otras cosas, afirmó que el pueblo alemán vivía en aquellos momentos su época más gloriosa y más brillante. La victoria final, declaró Sauckel, no admitía dudas. En el cuarto año de guerra, Alemania se encontraba en una situación muy diferente a como había sido el caso durante la Primera Guerra Mundial. Antes se hundiría el mundo que Alemania pudiera perder esta guerra.
Al mismo tiempo que el gauleiter Sauckel agradecía al Führer con un triple Sieg Heil el haber llevado al pueblo alemán a tales alturas y grandezas solitarias, convocaba el coronel Werthe en su despacho del hotel Lutetia al capitán Brenner y al sonderführer Lieven.
—Caballeros -dijo el coronel-, acabo de recibir instrucciones de Berlín. El capitán Brenner, por sus méritos al liquidar el Maquis Crozant, ha sido ascendido, con fecha del 1 de agosto, a comandante. En nombre del Führer y Comandante Supremo, le impongo, además, la medalla al Mérito Militar de primera clase con espadas.
¡Aquélla fue la gran hora del capitán Brenner! Sus ojos brillaron tras los cristales de sus gafas como los de un niño feliz en la Nochebuena. ¡Adoptó la posición de firmes, encogió la barriga y sacó el pecho!
—¡Bravo! -exclamó el paisano Lieven, que aquel día llevaba un traje de verano color azul hecho a medida, una camisa blanca y una corbata a franjas grises y rosas-. ¡Le felicito, mi comandante!
El recién ascendido comandante Brenner dijo, avergonzado:
—Todo esto se lo tengo que agradecer única y exclusivamente a usted.
—¡Tonterías!
—No, no son tonterías. Únicamente a usted. Confieso que más de una vez me he opuesto a esta operación planeada por usted, pues consideraba se trataba de una locura y no tenía la menor confianza en usted.
—Si a partir de ahora tiene confianza en mí, olvidemos entonces el pasado -dijo Thomas, conciliador.
En efecto, a partir de aquel momento, Thomas contó en el comandante Brenner con un sincero y sumiso admirador que no había de objetar ya las operaciones más locas y osadas de su extraño sonderführer.
El coronel Werthe fue distinguido con el broche de la Cruz de Hierro de Primera Clase.
—La Cruz me la gané ya durante la Primera Guerra Mundial-declaró.
—Mire usted -le dijo Thomas al recién ascendido comandante-, hemos empezado dos guerras mundiales, una tan rápidamente después de la otra, que un hombre fuerte y sano puede tener la suerte de vivirlas en toda su grandeza heroica.
—¡Silencio! -le atajó el coronel-. ¿Y qué vamos a hacer con usted? Usted no es militar.
—Y deseo continuar en mi condición de paisano.
—Desde Berlín me preguntan qué condecoración le complacería a usted.
—No hay ninguna condecoración que pueda hacerme feliz, mi coronel -respondió nuestro amigo-. Pero si me permite exponer un deseo...
—¡Hable usted!
—Entonces preferiría un nuevo campo de actividades. No quiero ser destinado ya a la lucha contra los partisanos, señores. Soy un hombre que gusta de diversiones y de poder reír. Y durante las últimas semanas se me han pasado las ganas de reír. Si he de seguir trabajando para ustedes, desearía un trabajo más divertido y menos aburrido.
—Creo que tengo un trabajo ideal para usted, sonderführer Lieven.
—¿De qué se trata, mi coronel?
—El mercado negro francés -dijo Werthe.
En efecto, desde aquel momento -durante algún tiempo, por lo menos- desaparecieron todos los negros nubarrones del horizonte vital de Thomas Lieven, y nuestro amigo se lanzó de cabeza a un carnaval de grotescas aventuras.
—Nunca en la historia de la humanidad ha habido un mercado negro tan grande, tan loco y tan peligroso como el que hoy tenemos aquí en París -dijo el coronel Werthe.
Con gran asombro por su parte, se enteró Thomas de todo lo que sucedía tras la luminosa fachada de la alegre ciudad a orillas del Sena.
—Aquí compra todo el mundo, la Organization Todt, la Marina, la Luftwaffe, el parque móvil de la Wehrmacht... y ahora incluso interviene el SD.
El mariscal del Reich Goering, informó Werthe, había recomendado combatir el Marche noir. Debido al hecho de que los compradores alemanes se superaban cada cual por su lado, los precios habían alcanzado cifras astronómicas. Por la intervención de cinco o seis agentes en la compra de un torno corriente y vulgar, el precio normal de cuarenta mil francos llegaba a ser del orden de un millón.
Por todo lo expuesto, el SD organizó una «oficina para combatir el mercado negro», que instaló en la rue des Saussais, en el edificio de la Sûreté. El jefe de esta oficina era un SS-Untersturmbanführer. Los agentes del SD eran llamados de todas las zonas de Francia para recibir allí las instrucciones pertinentes.
Sin embargo, el SD no tuvo la menor suerte con esta oficina. ¡Los agentes destinados a combatir el mercado negro descubrían al poco tiempo que con ese Marche noir podían enriquecerse en un plazo de tiempo muy breve! Colaboraban con los franceses y efectuaban las transacciones más osadas.
Por ejemplo, cincuenta mil suéteres no fueron vendidos una sola vez, ¡sino cuatro veces el mismo día! Luego fueron muertos tres de los compradores y el cuarto ofreció los suéteres, al día siguiente, a un nuevo comprador.
Desaparecían seres humanos. Desaparecían locomotoras. Desaparecían centenares de kilos de papel de cigarrillos de primera calidad. Cada vez era mayor la locura que provocaba el SD con su nueva oficina. Los agentes se detenían mutuamente, se daban muerte entre sí. Los funcionarios de la Gestapo se presentaban como franceses y los franceses como funcionarios de la Gestapo.
Todo esto lo contó el coronel Werthe a Thomas Lieven, que no salía de su asombro. Y, al final, le dijo:
—¿Es éste un campo de acción para usted, Lieven?
—Creo que es precisamente lo que más me conviene, mi coronel.
—¿No es demasiado peligroso?
—Mire usted, gané mucha experiencia en este terreno durante mi estancia en Marsella -dijo Thomas Lieven-. Además, cuento con las condiciones previas necesarias para el mejor logro de mi misión. Resido en una villa en el Bois de Boulogne. Ya antes de la guerra contaba con una pequeña participación en un Banco de París. Doy la impresión de un hombre que inspira confianza...
Esto es lo que dijo en voz alta. Y añadió luego para sí:
«Por fin podré volver a llevar una vida burguesa. Ya es hora de que me aleje un poco de todos vosotros, amigos míos. Tal vez esté de suerte y logre pasar incluso a Suiza.»