7

Thomas Lieven regresó a París a las 22.10 horas. En el hotel Lutetia le comunicaron, excitados, que el comandante Brenner le esperaba, ya desde hacía horas, con la mayor urgencia en el número 28 de la Avenue Mozart. El comandante había partido al frente de un comando.

—Hum -murmuró Thomas. Y se dijo: «Por amor de Dios, ¿qué hará Brenner, desde hace horas, en el apartamento secreto de ese Petersen?»

En el vestíbulo del hotel, vio a sus dos antiguos amigos, los radiotelegrafistas Raddatz y Schulberger, a los que había conocido en el curso de su aventura con el Maquis Crozant y hacia los que sentía un gran aprecio. El berlinés y el vienés le saludaron alegremente. Acababan de ser relevados de su servicio.

—¡Mira, Karli! -exclamó el delgado berlinés, que sentía tanta afición por las revistas francesas-:, pero si es nuestro sonderführer.

—Véngase con nosotros, señor sonderführer -invitó el vienés, que tendía ligeramente a la obesidad-. Vamos a darnos unas vueltas por la rue Pigalle a ver si encontramos unas gatitas.

—Escuchad, compañeros -les dijo Thomas Lieven-, olvidaos de vuestras loables intenciones y acompañadme. Tal vez tenga necesidad de vosotros.

Y a eso fue debido que, a las 23.00 horas estuvieran los tres frente a la puerta del apartamento, en el número 28 de la Avenue Mozart. Thomas tiró de la campanilla. Oyó unas voces y luego unos ruidos. Luego oyó acercarse unos pasos. Y, de repente, se abrió la puerta y vio al comandante Brenner, muy sonrojado, con la respiración entrecortada, despeinado y con manchas de lápiz de labios en el cuello. Y detrás del comandante vieron, Thomas y sus amigos, a una dama que llevaba un ensueño de camisa de dormir...

El comandante Brenner tartamudeó:

—Señor Lieven..., gracias a Dios que, por fin, ha llegado usted...

Muy galante, Thomas Lieven besó la mano de la dama que iba en camisa de dormir.

El comandante Brenner le expuso la situación, informó de todo aquello que, desgraciadamente, había hallado en el apartamento y de lo que, desgraciadamente, no había encontrado. Finalmente, habló de su prisionero.

—Próspero es mi amante -intervino Lilly Page, que, mientras tanto, se había echado una bata encima-. No sabe nada de los negocios a que se dedicara Petersen.

—Se dedicaba -la corrigió Thomas-. Erich Petersen ha sido asesinado, en Toulouse, por uno de sus socios...

Los bonitos labios de Lilly dibujaron una bonita sonrisa, y dijo con expresión de divina felicidad:

—Por fin han cazado al granuja.

—No se deje abrumar por el dolor, madame.

El pequeño comandante no entendía ya nada de nada.

—Pero, si yo creía que...

—¡Diablos! -interrumpió en aquel momento la sonora voz del radiotelegrafista Raddatz, al comandante-. Vaya, vaya...

—¿Cómo se atreve a interrumpirme? -le gritó Brenner. Dio media vuelta y vio entonces al delgado berlinés que había abierto la sospechosa caja de caoba, que también él había abierto aquella tarde, volviendo luego a cerrarla lleno de indignación.

Pero Raddatz no cerró la caja. Con ambas manos sacó lo que había en el interior de la misma y echó su contenido por el suelo. El hombre reía divertido, pero, de pronto, dejó de reír y exclamó atónito:

—¡Que me cuelguen! ¿Y qué hacen aquí estas letras de crédito del Reich con todo lo demás?

Se hizo un profundo silencio en el salón, un silencio de muerte.

Thomas Lieven hizo una ligera inclinación de cabeza ante madame Page, y dijo en voz baja:

—¿Permite la señora que registremos de nuevo la casa?

La hermosa mujer sonrió, cansada:

—Y le voy a decir también, muy gustosamente, dónde han de buscar ustedes. Por todas aquellas partes donde el señor comandante ha prohibido buscar a sus hombres...

Encontraron cinco millones de letras de crédito del Reich originariamente destinadas a Rumania. Thomas mandó a madame Page a su habitación e interrogó al pálido y asustado Próspero Longchemps. Diez minutos más tarde, entraba en el dormitorio de la señora.

La mujer estaba tumbada en la cama. Sus ojos ardían. Thomas se sentó al borde de aquélla.

—Digo la verdad..., Próspero es mi amor. Sólo por él he aguantado aquí... con ese Erich, ese cerdo... Pero usted no me cree...

—Sí, le creo -dijo Thomas-, he hablado con Próspero. Me ha dicho que se conocen ustedes ya desde hace dos años. Hace un año fue detenido por el SD...

Próspero Longchemps, el hombre que hacía tan feliz a las mujeres, había cometido infinidad de delitos. Cuando un año antes había sido detenido por el SD, fue interrogado por un tal untersturmführer Petersen. Una tal Lilly Page se presentó a él, solicitando clemencia para Próspero. A Petersen le gustó la dama. Prometió ser muy condescendiente con Próspero si..., y Lilly Page, por la fuerza de las circunstancias, se convirtió en la amante de Petersen, y Petersen soltó a Próspero.

—Oiga usted, madame, estoy dispuesto a proteger a Próspero. Con una condición.

—Entiendo -dijo la mujer. Sonrió y se movió voluptuosa...

—No creo que me entienda usted -respondió Thomas, muy amable-. Petersen está complicado en una gran estafa. Quiero saber cómo ciertas letras de crédito del Reich han llegado a Francia. Si usted nos ayuda, nosotros ayudaremos a Próspero.

Lentamente, Lilly se incorporó en la cama. «Es muy bonita -se dijo Thomas-, y ama a un individuo de esa calaña... La vida, en verdad, es muy extraña...»

—¿Ve usted este cuadro? -preguntó Lilly Page-. Leda con el cisne. Bájelo de la pared.

Thomas obedeció. Detrás del cuadro descubrió una pequeña caja fuerte empotrada en la pared.

—Marque la combinación 47132 -dijo la mujer, tumbada en la cama.

Thomas marcó la combinación 47132. Abrió la caja fuerte, en la que había un libro con cubiertas de piel negra, nada más.

—Erich Petersen era un hombre repugnantemente pedante -dijo la mujer-. Lo anotaba todo. Con respecto a los hombres, las mujeres, el dinero. Éste es su Diario. Léalo usted. Y entonces lo sabrá todo...

Aquella noche, Thomas Lieven durmió muy poco. Leyó el Diario del untersturmführer Erich Petersen. Cuando amanecía, estaba al corriente de uno de los más grandes fraudes de la guerra.

Aquella misma mañana, cansado y agotado, informó al coronel Werthe, que había regresado a París.

—¡Al parecer, todos están complicados en este asunto! Altos funcionarios del Reichssicherheitshauptamt en Berlín. Altos funcionarios del SD en Rumania. Tal vez, incluso, Manfred von Killinger, el embajador alemán en Bucarest. Y aquí, en París..., el obersturmführer Redecker, el cuñado de Heinrich Himmler.

—¡Dios todopoderoso! -musitó el coronel Werthe, mientras el comandante Brenner se dejaba caer en su sillón.

—Todo empezó con Redecker -informó Thomas-. En 1942, trabajaba para el SD de Bucarest- Por aquel entonces, los rumanos estaban obligados a aceptar las letras de crédito del Reich, pero se sentían dichosos y felices si les pagaban en dólares, libras esterlinas u oro. Al curso que fuera, aun el peor de todos. No importaba. ¡Pero no querían esos papeles mojados!

Redecker fue destinado a París. Allí conoció al untersturmführer Petersen. Redecker le habló de sus experiencias en Rumania, y juntos organizaron el gran negocio.

Petersen viajaba por Francia. Compraba, robaba y requisaba el oro. El oro era transferido a Berlín en aviones correo. En el Reichssicherheitshauptamt contaban con «colaboradores» de confianza. El oro francés era transferido en aviones correo del SD a Bucarest. También allí contaban con colaboradores de confianza.

Los agentes del SD en Bucarest compraban, a un curso muy bajo, las letras de crédito del Reich con la serie rumana. Y éstas, a su vez, eran mandadas a Berlín y desde la capital alemana a París...

—... tal como sospechaba el banquero Ferroud -terminó Thomas su informe-. Sólo los alemanes podían haber organizado este fraude. Y con estas letras de crédito, que habían obtenido a precio tan bajo, los dos hombres efectuaban sus compras en Francia. Pero Petersen jamás confió enteramente en Redecker. Esto me lo contó Lilly Page. Por este motivo tenía el apartamento secreto y allí guardaba el Diario en el que anotaba todas las operaciones en las que estaba implicado Redecker. Quería tenerlo en su poder... -Thomas cogió el libro de tapas negras de encima de la mesa-. No solamente el nombre de Redecker figura en estas páginas. Aquí hay muchos nombres. Con este libro, caballeros, podemos destruir esta gigantesca confabulación.

—Oiga usted, Lieven -dijo Werthe, irritado-, ¿sabe usted con quién vamos a enfrentarnos? ¡Con el cuñado de Himmler! ¡Con un embajador! ¡Con los más altos funcionarios del SD! ¡Usted mismo acaba de decirlo!

—Por este motivo hemos de meditar muy bien los pasos que vamos a dar a continuación, mi coronel. ¿Y dónde encontrar la mejor solución, si no es durante una buena comida? He dispuesto todo lo necesario en mi casa. Les espero a ustedes dentro de una hora en casa...

¡Ay!, pueden suceder tantas cosas en el curso de una hora.

No sólo de caviar vive el hombre
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