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Pálidos y abatidos se presentaron el coronel Werthe y el comandante Brenner, sesenta minutos más tarde, en la encantadora villa de Thomas Lieven, en el Bois de Boulogne. El comandante daba la impresión de ponerse a llorar de un momento a otro. El coronel miraba con expresión huraña ante sí, mientras la bonita Nanette servía los entremeses.
Thomas esperó hasta que Nanette hubo desaparecido de nuevo en la cocina, y entonces preguntó:
—¿Por qué ponen ustedes estas caras, caballeros? ¿Tanta humana compasión sienten ustedes por el cuñado del reichsführer, ahora que se lo van a cargar?
—Si solamente se lo cargaran a él -dijo Werthe, hosco.
—¿A quién más? -preguntó Thomas, y se llevó un pedazo de melón a la boca.
—Usted -dijo Werthe.
Puesto que no se debe hablar cuando se tiene la boca llena, Thomas se tragó primeramente el pedazo de melón, y, luego, preguntó:
—¿Una broma?
—Desgraciadamente, no, Lieven; el SD está decidido a liquidarlo a usted. Usted ya sabe que Brenner sostiene ciertas relaciones con el SD. Bien, después de despedirnos se fue a la Avenue Foch. A fin de cuentas, fuimos nosotros los que averiguamos todo lo referente al asesinato de Petersen en Toulouse. Habló con Winter. Primeramente descubrió algo muy tranquilizador: el SD de París no tiene, de momento, la menor idea con respecto a estas transacciones con letras de crédito del Reich. Pero, luego, Winter empezó a hablar de usted, Lieven.
—¿Y qué dijo?
—Dijo..., hum, que por fin le habían colocado la soga al cuello.
Se abrió la puerta.
—Ah, la encantadora Nanette -dijo Thomas, y se frotó las manos-. Ahora nos servirá las costillas con queso de Parma.
Nanette se sonrojó hasta las raíces del cabello.
—Ruego al señor no me llame encantadora Nanette cuando sirvo la comida. ¡Podía caérseme la bandeja de las manos! -Sirvió y, dirigiéndose hacia Werthe, añadió-: Monsieur es el hombre más amable y bueno del mundo.
El coronel asintió en silencio y se sirvió ensalada.
—¿No hay demasiada pimienta en las costillas? -preguntó Thomas-. ¿No? Bien, ¿de modo que llevo la soga al cuello?
—¿Conoce usted a una tal stabshauptführerin Mielke? -preguntó Brenner, en un tono quejumbroso.
Thomas se atragantó.
—¡Vaya si conozco a ese dragón, ese ser repulsivo!
—Pues bien -dijo Brenner-, ella ha sido quien le ha colocado la soga al cuello.
—Y no hay ya quien pueda ayudarle, Lieven -dijo Werthe-. Nadie. Yo, no. Canaris, tampoco. Nadie. Cuente usted, Brenner.
Y el pequeño comandante contó todo lo que le había relatado Winter. Hacía una semana que la stabshauptführerin Mielke se había presentado en el despacho del sturmbannführer Eicher. Dijo haber sostenido una violenta discusión, pocas semanas antes, con el sonderführer Lieven. Luego, la noche del 21 de septiembre, le había visto en un compartimiento de un coche-cama con destino a Marsella. Iba en compañía de una mujer extraordinariamente hermosa y extraordinariamente sospechosa. Durante el control se había averiguado que esta mujer estaba en posesión de unas credenciales del Abwehr de París extendidas a nombre de Madeleine Noel.
—Todo eso me huele muy mal -le dijo la mujer a Eicher, y le recomendó que hiciera ciertas averiguaciones...
Y Eicher, que odiaba a Lieven, lo hizo con el mayor placer de este mundo. Rápidamente averiguó que un avión correo alemán había transportado a una tal Madeleine Noel desde Marsella a Madrid y desde la capital española a Lisboa. Eicher dio instrucciones a sus hombres en Portugal, y éstos averiguaron que, el 23 de septiembre, había llegado una tal Madeleine Noel a la capital portuguesa. Ésta había fijado su residencia en Lisboa, pero se hacía llamar Yvonne Dechamps.
Yvonne Dechamps... Eicher había oído este nombre en otra ocasión. Repasó las listas de las personas que eran buscadas. Y una expresión de triunfo iluminó su rostro. Yvonne Dechamps, ayudante del profesor Débouché, era buscada ya desde hacía semanas por la Gestapo, acusada de ser uno de los más peligrosos miembros del movimiento de la Resistencia. Y Thomas Lieven la había ayudado a salir del país..., ¡con unas credenciales extendidas por el Abwehr alemán!
—Winter me ha contado que Eicher se ha puesto ya en comunicación con Berlín -dijo Brenner, mientras cortaba una patata con el cuchillo, cosa que no debe hacerse-. ¡Con Himmler!
—Con el cuñado del señor Redecker -dijo el coronel-. Himmler ha hablado con Canaris. Y Canaris me ha llamado hace media hora. Está furioso. ¡Usted ya sabe cuán tensas son nuestras relaciones con el SD! ¡Y ahora sólo faltaba esto! Lo siento, Lieven, es usted un tipo simpático. Pero he llegado al final de mis fuerzas e influencias. El SD ha presentado una acusación contra usted. Le llevarán ante un tribunal de guerra, y eso no hay nadie que pueda impedirlo...
—Oh, sí, sí -le atajó Thomas.
—¿Quién?
—Creo que son muchas las cosas que pueden hacerse aún, señor Brenner. Le prevengo a usted, no coma demasiada carne. Hay unos postres de chocolate...
—¡No me vuelva loco! -gritó Werthe-. ¡No hable continuamente de la comida! ¿Qué se puede hacer aún?
París, 28 de septiembre de 1943
Durante el postre, Thomas Lieven intenta volver a la razón incluso a un «Reichsführer»
Rodajas de melón
Se sirven rodajas heladas de un melón bonito y fuerte, que cada comensal sazona a su gusto con pimienta y sal.
Chuletas a la parmesana
Se toman chuletas de cerdo de mediano tamaño, a ser posible de la parte algo magra en dirección al cuello, se golpea y se adoba con pimienta y sal. Se introduce en un molde bien untado con mantequilla, poco profundo y resistente al fuego, se cubre bien con queso de Parma rallado, y se cubre luego con nata ácida espesa. Se cuece el conjunto al horno durante 20 a 30 minutos, hasta adquirir una tonalidad parda clara, se sirve en el molde y se añaden a continuación abundantes patatas cocidas y ensalada verde.
Chocolate-jamón de Palat
Se preparan varias tortillas finas, delgadas, cuya masa ha sido batida por lo menos una hora antes. En una fuente se agitan dos yemas con tres cucharadas de azúcar fino, hasta formar espuma, se dejan fundir en el fogón tres pastillas de chocolate con un vaso de leche y un pellizco de sal, mezclándolo todo bien, añadiendo, a la vez, un poco de vainilla. Se agita esta masa sobre fuego reducido, hasta formar una crema espesa, se untan con ella las tortillas, que se enrollan sobre sí mismas, con azúcar grueso y almendras ralladas, sirviéndose inmediatamente en caliente.
—El SD quiere liquidarme. Bien, nosotros liquidaremos al señor Redecker. ¿Qué día es hoy? ¿Martes? Bien. Mañana por la tarde me presentaré al sturmbannführer Eicher y arreglaremos ese penoso asunto de las credenciales falsas...
—¿Que... que usted piensa presentarse a Eicher?
—Sí, así es. Lamento en verdad haber puesto en una situación tan desagradable al señor Canaris.
—¿Y por qué motivo quiere visitar a Eicher?
—Mañana es miércoles, caballeros -dijo Thomas, muy amable-. Y, según el Diario de Petersen, los miércoles es el día en que mandan en avión, a Berlín, las letras de crédito del Reich desde Bucarest. Después de la comida estudiaremos detenidamente un horario. Pero, de hecho, no hemos de temer nada...