4
—Escriba usted, señorita -dijo el comisario Manuel Vayda, de la Brigada Criminal de Lisboa, a su secretaria, y dictó-: El cadáver hallado en la playa de Cascais corresponde, sin duda alguna, a un hombre, hum..., borre eso de «sin duda alguna», de unos cuarenta y cinco años de edad. El dictamen médico adjunto, hum, hum..., dice que la muerte fue causada por una bala de una pistola de reglamento del Ejército americano, de nueve milímetros... Punto aparte.
»En las ropas del muerto..., ¿me sigue usted, señorita...?, han sido hallados: ochocientos noventa y un dólares y cuarenta y cinco centavos, dos facturas de sendos locales de Nueva York, la cuenta del hotel Waldorf Astoria, en Nueva York; un carnet de conducción alemán, extendido a nombre de Thomas Lieven; un anticuado reloj de repetición, y cuatro pasaportes: dos alemanes a los nombres de Thomas Lieven y Emil Jonás y dos franceses a los nombres de Maurice Hauser y Jean Leblanc... Punto aparte.
»Las fotografías de Jean Leblanc y Emil Jonás, respectivamente, que se encuentran en los archivos de esta Brigada Criminal, concuerdan con las del difunto. Y se corresponden igualmente a las fotografías en los cuatro pasaportes hallados en poder del muerto. De todo ello puede sacarse la conclusión de que el muerto es el agente Thomas Lieven, que durante los últimos años tanto ha dado que hablar de sí. Sin duda alguna, ha sido víctima de un acto de venganza. La aclaración del caso proseguirá sin desmayo...
«Tonterías, como si alguna vez hubiese sido descubierto el asesino de un agente secreto. ¡Quién sabe donde estará ya el asesino a estas horas! Dígame, señorita, ¿ha perdido usted el juicio? ¿Cómo se le ha ocurrido escribir mis últimas frases?