CAPÍTULO 19
TENEMOS AMIGOS cuyos apartamentos habían sido desvalijados. Y todos decían lo mismo: era como si hubiesen sido violados.
Empezaba a comprender cómo se debieron de sentir esos amigos. Daba la sensación de que cada vez que salíamos a la calle, alguien o algo de la Tienda entraba en nuestra casa. A última hora de la tarde, cuando llegamos, después de nuestra «entrevista», descubrimos que había vuelto a ocurrir.
Cuando entramos en casa, Megan dijo:
−Al parecer, haremos una barbacoa para cenar.
En efecto: sobre la encimera de la cocina había una fuente con costillas de cerdo, un cuenco con puré de boniato y rebanadas de pan de maíz con mantequilla.
Lo único que me extrañó es que no nos extrañaba. Estábamos empezando a darnos cuenta de que aquella clase de violaciones formaba parte de la vida en New Burg.
Nuestros intrusos habían trabajado de lo lindo: habían reparado las bisagras del armario de la entrada y habían doblado y guardado en su sitio la ropa limpia que había en el lavadero.
−Me parece enfermizo. Alguien que no conozco ha tocado…, en fin, ha tocado mi ropa interior. Es de pervertidos.
−De violadores −dije−. Esto te hace sentir violado.
Megan negó con la cabeza.
El siguiente en hablar fue Alex. Como solía ocurrir a menudo, estaba delante del frigorífico.
−Eh, mamá, ¿recuerdas que te dije que la próxima vez que hicieras uno de esos pedidos que entregan los drones incluyeras alguna botella de Mountain Dew y tú me dijiste que no?
−En realidad, lo que te dije fue ni hablar. Lleva demasiado azúcar.
−He leído que lleva 250 mililitros de jarabe de maíz por cada 350 mililitros −añadió la profesora Lindsay.
−Pues bien, quienquiera que haya estado husmeando por aquí no parece estar de acuerdo. En la nevera hay dos packs de seis Mountain Dew cada uno.
En la planta de arriba, las camas estaban hechas. Y en el armario de nuestro baño habían dejado el jabón que el médico le había prescrito a Megan. En aquel momento interrumpí el inventario y dije:
−¡Oh, mierda! Tengo que comprobar algo.
Subí las escaleras que conducían al desván, a nuestro «estudio de trabajo». Y, evidentemente, las caóticas pilas de fichas habían sido ordenadas. En el suelo, junto a la impresora, había un tóner nuevo. Y −¡joder!− habían instalado un aparato de aire acondicionado en la pequeña ventana que había junto a nuestro escritorio.
−¡Megan! −grité−. ¡Sube!
−No puedo. Hay alguien en la puerta trasera.
Mientras bajaba los dos tramos de escaleras, Megan y Lindsay se dirigieron a toda prisa hacia la cocina.
−¿Habéis visto en el monitor quién había en la puerta? −pregunté.
−¿Quién quieres que sea? Son Ginger y Fred.
−¿Quiénes son Ginger y Fred? −preguntó Lindsay.
−Olvídalo, cielo. Tú ni siquiera habías nacido −dijo Megan.
−Bueno, en realidad nosotros tampoco habíamos nacido −añadí.
Megan les abrió la puerta a Bette y Bud. Besos y abrazos a mansalva.
−Me he enterado de que esta noche vais a hacer una barbacoa y hemos pensado en autoinvitarnos. Pero no venimos con las manos vacías −dijo Bud.
−Tarta de melocotón casera y un cuenco de auténtica nata montada −dijo Bette.
No nos molestamos en preguntarles por qué conocían nuestros planes para la cena. A esas alturas ya habíamos aprendido que las mágicas tabletas de la Tienda difundían cualquier información que querían que la gente conociera.
Nos sentamos en el salón y nos servimos cuatro copas de Jackie D, que era el nombre que Bud le daba al bourbon Jack Daniel’s, al que era muy aficionado.
−En una noche calurosa no hay nada como un Jackie D con hielo y ginger-ale.
«¡Maldita sea!», pensé. «Tengo una pregunta y voy a hacerla». Sí, sabía que las cámaras de vigilancia estaban grabando a todo trapo. Y sabía que en nuestra casa no había intimidad. Pero me daba igual. De modo que hice la pregunta.
−Chicos, cuando salís de casa…, por ejemplo, para ir a comprar o cuando estáis en el trabajo…, en fin, ¿la gente entra y hace cosas? ¿Cambia cosas de sitio? ¿Hace camas o repara la bañera?
Bette y Bud se rieron entre dientes. Sin embargo, habría jurado que detrás de sus risas había cierto nerviosismo.
−Cuando llegamos aquí pasaban cosas así a todas horas. Pero luego dejaron de ocurrir, y creo que es porque se dieron cuenta de que éramos demasiado pasotas para que algo así nos importara −dijo Bud.
−En general, no estamos muy dispuestos a cooperar. Es algo innato −añadió Bette.
Una extraña pausa interrumpió la conversación. Luego, Bette rompió el silencio.
−Evidentemente, esto es New Burg, por lo que no podéis estar seguros de que cuando os contemos algo estemos diciendo la verdad −dijo.
Otra incómoda pausa. Megan tomó un sorbo de Jackie D y luego dijo:
−Y, evidentemente, tampoco podéis dar por sentado que Jacob y yo estemos diciendo la verdad.
−Bueno, supongo que no −dijo Bud.
Acto seguido, los cuatro nos echamos a reír.
Aunque Megan no tenía nada más que decir, yo sabía qué estaba pensando.
Relájate y disfruta.