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La amiga de Mitsuko se había enterado porque una conocida suya había estado enamorada de Watanuki y había pedido a un intermediario que preguntara a su familia por la posibilidad de casarse con él, pero, a saber por qué, sus padres se anduvieron por las ramas y no dieron una respuesta directa y, cuando se los instó a dar su consentimiento, ya que los dos jóvenes parecían desear ardientemente casarse, dijeron que, por ciertas razones, no podían aceptar una prometida para Eijiro. Después de investigar más, resultó que de niño había tenido paperas, que habían provocado una inflamación de los testículos… Según dijo Mitsuko, no acababa de entenderlo, pero preguntó a un médico y parece que las paperas pueden provocar complicaciones graves. Desde luego, eso era simplemente lo que le habían dicho: tal vez fuese consecuencia de toda su disipación. En cualquier caso, desde entonces la muchacha no pudo, sencillamente, soportar a Watanuki…
Según le había dicho su amiga, ese aspecto hacía sentir pena de él, pero ¿por qué había de perseguir a las mujeres e intentar ganárselas con sus seductoras cartas? Y no solo hacía comentarios taimados sobre «una esposa ideal» y demás; invitaba a la muchacha a dar un paseo y se dirigía derecho a algún lugar solitario y en sombras. Estaba claro que lo hacía en busca de su propio placer. En una palabra, se ponía la máscara de amante para aprovecharse de las mujeres.
Lo que resultaba aún más exasperante era que Watanuki dijese: «Creo que no está bien tener relaciones físicas antes del matrimonio», y fuese muy admirado por su excelente carácter. Después decía a la muchacha: «Debemos mantener esto en secreto», pero, cuando después ella se lo comentaba, despechada, a sus amigas, se enteraba de que otras habían tenido la misma experiencia. Watanuki sabía perfectamente que era apuesto, muy atractivo para el sexo opuesto, y se presentaba con descaro donde solía haber mujeres. Era difícil escapar a sus insinuantes encantos. Aun así, por apasionada que fuera la respuesta, insistía en preservar un casto amor platónico, que por lo general inspiraba a la mujer admiración de su virtud y una mayor idolatría de él. Entonces la tenía en su poder y, después de que el idilio llegara a su culmen, la dejaba plantada sin falta.
—¿Ah, sí? ¿Te ocurrió también a ti?
—Sí, sí, exactamente lo mismo.
Todas contaban lo mismo: en determinado momento desaparecía sigilosamente. Otra rareza era la de que, a diferencia de un auténtico amor platónico, en el que incluso los besos estarían descartados, sus amoríos no eran tan castos. Ninguna de las mujeres había advertido lo que ocurría, pero, una vez acabada la relación, todas contaban la misma historia. Las había dejado plantadas del mismo modo.
«En cuanto se hablaba en serio de matrimonio, sencillamente desaparecía», decían.
Naturalmente, algunas sentían compasión de él, pero Watanuki seguía divirtiéndose con una virgen tras otra, sin saber cuántas mujeres conocían su secreto. Siempre había alguna otra inocente para que la sedujera.
«El señor Ligón tiene otra conquista…».
«¡Eso no es motivo para sentir celos!».
Para quienes estaban al corriente, era el hazmerreír.
—Me imagino que también tú desconocías su fama, Mitsuko —le había dicho su amiga—, por lo que quería avisarte. Si crees que no puede ser verdad, pregunta a cualquiera.
—Pero, bueno, ¡qué hombre más repulsivo! Aún no me ha besado, pero supongo que no tardará en hacerlo.
Mitsuko lo dejó así, sin revelar sus propias relaciones con él, pero, en cuanto llegó a casa, contó a Ume todo lo que le había dicho su amiga y le preguntó si le parecía que era todo cierto.
Ume le devolvió la pregunta.
—¿No puede usted, señorita, decir si es cierto o falso?
No cabe duda de que Ume pensaba que Mitsuko no podía dejar de saber. Aun así, era su primera experiencia amorosa con un hombre y no tenía motivo para sospechar cuando él le dijo que debían procurar no tener hijos. La verdad es que ella no sabía si creer a su amiga o no, cosa que asombró a Ume.
—Tal vez estuviera difamándolo, porque usted y ese caballero hacen una pareja tan perfecta, como un par de muñecos. ¿Por qué no encargamos a alguien que lo investigue por nosotras?
Contrataron a un detective privado para que lo hiciese y, en efecto, informó de que Watanuki tenía una deficiencia sexual. No podía decir si era a consecuencia de las paperas, pero parecía haber existido desde la infancia. Sin embargo, lo extraño era que el detective había descubierto que, antes de sus relaciones con chicas como Mitsuko, Watanuki había frecuentado los burdeles del Barrio Meridional; las indagaciones allí hechas revelaron que incluso mujeres veteranas del barrio, una vez que Watanuki empezaba a visitarlas, solían enamorarse locamente de él. Era todo muy misterioso, por apuesto que fuera, y la gente decía que debía de tener una técnica extraordinaria. Por un tiempo se hizo increíblemente popular, aunque ninguna de esas mujeres quería hablar del asunto, conque corrieron los rumores y hasta que siguió toda clase de pistas no se enteró el detective de que Watanuki había logrado al principio mantener en secreto su defecto… hasta que cierta mujer se enteró y, como resultó ser una lesbiana experta, le enseñó a satisfacerla sexualmente, pese a su deficiencia. Más adelante, empezaron a llamarlo, al parecer, «sarasa» o «mariquita», pero por aquella época dejó de visitar aquel barrio. No volvió a aparecer nunca por ninguno de los salones de té. Yo misma vi el informe de aquel detective y era extraordinariamente minucioso; había investigado hasta el último detalle y lo más exhaustivamente posible.
De modo que, mientras Watanuki se divertía en el barrio de los burdeles, debió de cobrar confianza, la suficiente para perseguir a mujeres inexpertas, momento en que Mitsuko cayó en su red… Es una simple suposición, pero estoy segura de que eso es lo que ocurrió. Cuando Mitsuko comprendió que la habían burlado así, tuvo la sensación de que no iba a poder seguir viviendo. Me dijo que había pensado en matarse, pero decidió plantearle su agravio antes de hacerlo.
—¿Y si nos casáramos oficialmente? —le preguntó un día para ver qué respondía—. Yo ya he obtenido la aprobación de mis padres, si a ti te parece bien.
Inmediatamente, él se mostró evasivo.
—Desde luego, eso es lo que deseo, pero ahora no es el momento propicio… Hemos de esperar uno o dos años.
—En realidad, tú no puedes casarte, ¿verdad?
Watanuki se puso pálido.
—¿Por qué no? —preguntó.
—No sé —respondió ella—, pero he oído rumores sobre ti.
Según le dijo, «como ya habían llegado tan lejos», él no podía limitarse a dejarla; ella pensaba que debían suicidarse juntos, pero él siguió insistiendo en que los rumores eran puras mentiras. Entonces ella le enseñó el informe del detective y él se mostró abrumado.
—Lo siento mucho —dijo—. Perdóname, te lo ruego —y añadió—: Estoy dispuesto a morir contigo.
Pero entonces el suicidio pareció menos conveniente y, después de haber aireado toda su amargura, Mitsuko empezó a sentir incluso compasión por él una vez más. Al final, accedió a seguir viéndolo.
Supongo que fue porque, en lo más profundo de su corazón, Mitsuko no podía dejar de amarlo y quería continuar la relación durante el mayor tiempo posible. Watanuki debió de advertirlo y preguntarse por qué debía negar su estado, ya que ella sabía todo aquello y, aun así, parecía seguir enamorada. Dijo a Mitsuko que siempre esperaba que las mujeres lo rechazaran en cuanto descubrieran su limitación física, independientemente de lo que hubiesen sentido antes por él. Sabía que tenía un defecto, pero, aun así, no le parecía que fuese tan terrible. Si eso lo incapacitaba como hombre, ¿cuál era el valor esencial de un hombre? ¿De verdad era tan superficial? Si así era, no le interesaba ser un hombre. ¿Acaso el santo ermitaño Gensei de Fukakusa no había colocado moxa ardiente en el emblema mismo de su masculinidad, porque era un obstáculo para la virtud? ¿Y acaso no habían sido todos los mayores dirigentes espirituales —incluso Cristo y Buda— casi asexuales? Tal vez él mismo estuviera cerca de un ideal humano. En la escultura griega, por ejemplo, se podía ver una belleza andrógina, ni del todo masculina ni del todo femenina. Incluso los bodhisattvas Kannon y Seishi tenían esa clase de belleza. Pensándolo bien, se comprende que son las formas más exaltadas de la humanidad. Había ocultado su debilidad solo porque temía verse abandonado. En realidad, desear traer hijos al mundo, en nombre del amor, era simplemente un impulso animal. Eso sería insignificante para cualquiera que apreciara un amor espiritual…