CAPÍTULO XIV
Nel no durmió en toda la noche. Cuando el primer pájaro cantó, se levantó sin despertar a Fali y preparó té. Una de sus principales ventajas como ayudante de Fali era que la Anciana la había rescatado de la choza de su madrastra. Fali continuaba dormida cuando Nel salió con sigilo y se encaminó hacia el bosque.
Nigak no estaba en el claro cuando Nel llegó. Ronan se encontraba solo, y comía el ave que había cazado para desayunar. Levantó la vista cuando Nel se plantó a su lado.
—¿Hambrienta?
—Sí. Sólo he tomado té.
La muchacha se sentó en cuclillas junto a la pequeña hoguera. Ronan le tendió un pedazo del ave que había asado.
—¿Dónde está Nigak? —preguntó Nel. Arrancó un trozo de ave y se lo llevó a la boca.
—Ha ido a cazar. Ya volverá.
Nel comió el trozo de carne y se lamió los dedos. Ronan la miró con ojos sonrientes cuando arrancó otro trozo y lo engulló. Desayunaron en silencio.
—Bien —dijo Ronan después de tirar el último hueso al fuego—, cuéntame. ¿Cómo van las cosas en la tribu del Ciervo Rojo?
—Te has cortado la trenza —dijo Nel.
Él la miró.
—Sí, me he cortado la trenza. ¿Cómo se porta Morna?
—¿Por qué?
Ronan la miró.
—¡Porque quiero saberlo!
—Me refería a por qué te cortaste la trenza.
Ronan se rindió.
—En aquel momento me pareció lo más apropiado.
Nel siguió mirándole con aire pensativo.
—No puedo creer que hayas cambiado tanto —dijo Ronan.
—No esperarías que siguiera siendo una niña, ¿verdad?
Ronan frunció el ceño.
—Hasta tu cara es diferente, Nel. Tenías una carita puntiaguda, toda huesos y ángulos. Ahora…
Meneó la cabeza, perplejo.
—Bueno, tú también eres diferente, y no lo digo sólo por la trenza.
La expresión de Ronan se endureció.
—Me han ocurrido muchas cosas durante los últimos años.
Nigak apareció en el claro. En cuanto vio a Nel, se detuvo, levantó las orejas y empezó a menear la cola.
—¡Nigak! —exclamó ella y extendió la mano.
El lobo atravesó corriendo el claro, se detuvo, gimiendo se tendió de espaldas.
Ronan soltó una carcajada.
—Es evidente que Nigak no te encuentra diferente.
Nel rascó el vientre del lobo y se inclinó para susurrar algo al oído del animal. La trenza cayó sobre su hombro y dejó al descubierto la suave piel de su nuca.
En el claro sólo se oía el murmullo de la voz de Nel y los gemidos de placer de Nigak. Cuando la muchacha levantó la cabeza, Ronan la estaba mirando con una extraña expresión en los ojos, que desapareció en cuanto ella la advirtió.
—¿Aún vives con tu madrastra y tu padre? —se apresuró a preguntar Ronan—. ¿O te has mudado a la cueva de las mujeres?
—Vivo con Fali —contestó Nel. Nigak empujó su mano con la cabeza, y ella se inclinó de nuevo para hundir su cara en el cuello del lobo—. También te he echado de menos, Nigak —susurró—. A ti también.
—¿Fali? —preguntó Ronan.
—Sí. —Nel se enderezó y Nigak se estiró al lado de Ronan, con su largo morro blanco apoyado sobre el muslo del joven—. Ocurrió poco después de que te marcharas. Fali empezó a enseñarme sus artes curativas y luego me llevó a vivir a su choza, para que pudiera aprender más.
—¿Qué dijo Arika?
La pregunta pareció sorprender a Nel.
—Nada.
—¿Y Morna?
—Oh, a Morna no le hizo ninguna gracia, sobre todo porque le caigo mal. Sabe que no creo sus mentiras sobre ti. De hecho, hay muy poca gente en la tribu que las crea, Ronan.
—No me dio esa impresión hace tres años —replicó él con amargura.
—Fue la palabra de Arika la que prevaleció aquel día, no la de Morna. La Señora buscaba una excusa para expulsarte.
—Pero ¿por qué? —Por primera vez desde aquel día, Ronan formuló la pregunta que le había atormentado—. ¿Por qué permitió que Morna hiciera aquello, si no la creía? —Sombras oscuras motearon su ceño—. ¿Por qué Neihle no opuso resistencia?
—Se lo pregunté en una ocasión —contestó Nel. Hizo una pausa, y su memoria evocó aquella escena entre la niña casi histérica que había sido ella y el hombre destrozado que había sido Neihle—. Me dijo que entendía por qué lo había hecho Arika, que te había expulsado por temor a que después de su muerte tú derrocaras a Morna.
—Él sabe cómo es Morna. ¡Morna no le sirve de nada a Neihle!
Nel suspiró.
—Creo que a Neihle le resulta imposible oponerse a su hermana. Es sagrada para él, Ronan. Es sagrada para toda la tribu. Para ellos, es como la Madre.
Las sombras oscuras de su entrecejo se acentuaron.
—En la tribu del Lobo hay gente de la llanura. Aquellas tribus aún siguen el Camino de la Madre, aunque estén dirigidas por un jefe.
—Fali me lo ha contado.
Ronan pareció sorprendido.
—¿De veras?
La muchacha asintió.
—Dice que por eso Arika considera tan importante para la tribu del Ciervo Rojo conservar su Señora. Fali dice que es la única tribu que conoce liderada por una mujer.
Ronan contempló con semblante pensativo el fuego. Nel le miró en silencio.
—¿Morna ha tenido hijos? —preguntó por fin.
Nel negó con la cabeza.
Ronan pareció apaciguarse. Parecía tan diferente sin su trenza, pensó Nel. Ya no parecía un muchacho.
—¿A qué dios seguís en la tribu del Lobo?
—La mayor parte de mi gente procede de tribus del Clan y elevan sus oraciones al Dios del Cielo, pero como ya te he dicho antes, hay algunas personas de la llanura que siguen a la Madre.
—¿Y tú?
—Yo sigo el Camino de Ronan.
Apartó a Nigak de su muslo, se levantó y empezó a pasearse por el claro. Fue entonces cuando Nel reparó en su cojera.
—¿Qué le ha pasado a tu pierna? —preguntó.
Ronan se detuvo.
—Me la rompí.
—¿Cuándo? ¿Cómo?
Parecía tan distante, pensó Nel, y reprimió el ansia de correr a consolarle. Enlazó las manos sobre su regazo y se obligó a permanecer donde estaba, mientras Ronan contestaba a regañadientes.
—Sucedió aquel primer invierno, cuando estaba solo en el campamento de verano. —No la miraba—. Trepaba en busca de alguna oveja y la tierra cedió bajo mis pies. Caí por la ladera de la colina.
—Oh —susurró Nel.
Los ojos de Ronan se desviaron hacia su rostro.
—Supe enseguida que estaba rota. Corté unas ramas y las até a la pierna para sujetarla. Después fui a buscar ayuda a la tribu del Búfalo.
Nel meditó sobre aquellos sucintos comentarios. Había sido en invierno. Había estado en el campamento de verano, y para llegar al territorio de la tribu del Búfalo tenía que haber atravesado aquel paso tan elevado. Nel suspiró. Era un milagro que no se hubiera congelado.
—¿Cuánto tardaste en llegar a la tribu del Búfalo? —preguntó.
Ronan se encogió de hombros.
—Un puñado de días.
—¿Caminaste con tu pierna rota?
—Me apoyaba en un bastón.
—No puedo entender cómo te salvaste de morir congelado.
Por fin, él la miró.
—Fue gracias a Nigak. Cuando me regalaste el lobo, Nel, me salvaste la vida. Me alimentó. De no haber comido, seguro que me habría helado.
—¿Que te alimentó?
—Sí. —El rostro de Ronan se distendió un poco—. ¿Sabes cómo alimentan los lobos a sus cachorros? —Nel abrió los ojos de par en par y asintió—. Bien, yo no podía cazar, no tenía comida, y me acordé de cómo alimentan los lobos a sus cachorros. Sabía que Nigak estaba cazando, y sabía que corría el riesgo de perecer congelado si no comía, de modo que cuando regresó después de una incursión de caza, le lamí el morro como hacen los cachorros de lobo.
—Oh —exclamó Nel, con ojos enormes.
—Lo que me trajo no era muy apetitoso —dijo con sorna Ronan—, pero lo preparé y no quedó mal. Me mantuvo caliente y me mantuvo con vida.
—Oh, Ronan. —Nel se volvió hacia Nigak, que estaba tendido de costado, dormitando con las cuatro patas blancas frente a él—. Nigak es estupendo.
—Sí —afirmó Ronan—. Lo es. Se quedó conmigo durante todo el viaje, Nel, y cuando me derrumbé fue en busca de ayuda.
Un estremecimiento recorrió el cuerpo de Nel y cruzó los brazos sobre su pecho.
—¿Hasta dónde llegaste? —preguntó.
Ronan empezó a pasearse de nuevo. La cojera apenas se notaba, pensó la muchacha. En un hombre que careciera de la agilidad de Ronan, sería casi imperceptible.
—Hasta el río Atata —contestó—. Tuve suerte de que hubiera cazadores en la zona. —Se interrumpió y contempló al lobo dormido—. Nigak condujo a uno de sus perros hasta mí. Al menos, eso me dijeron. No me acuerdo. Estaba a mitad de camino de mi viaje al País de los Muertos.
Nel se estremeció de nuevo y pensó en lo cerca que había estado de perderle.
—¿Los hombres de la tribu del Búfalo te cuidaron? —preguntó.
—Sí. Me quedé con ellos todo el invierno y al llegar la primavera, cuando mi pierna sanó, me marché.
—La pierna sanó bien. Tuviste suerte.
—Cojeo.
Nel sacudió la cabeza.
—Lo advertiste enseguida —dijo él.
—Alguien que no te conociera no lo habría notado.
—Bien, no importa.
Ella le dedicó una sonrisa radiante.
—No importa en absoluto.
Ronan la miró con aquella extraña expresión que ella había sorprendido en sus ojos un rato antes. Después parpadeó dos veces, muy deprisa, como si bajara de las nubes.
—Nel, quiero hablar con Tyr. ¿Está en casa? No le vi en el campamento de verano.
—Sí, está aquí. Dana parirá muy pronto; por eso Tyr no ha ido al campamento de verano este año.
—Quiero verle. ¿Podrías traerle aquí?
—Por supuesto. —Nel se levantó—. Se alegrará mucho de verte, Ronan. Te ha echado mucho de menos.
—Mmmm —gruñó Ronan.
Nel escudriñó el cielo.
—Será mejor que vaya a buscarle ahora, antes de que salga a cazar.
—¿No te importa, pececillo?
—Claro que no.
Nel sonrió, dio media vuelta y corrió con agilidad hacia el bosque circundante.
Nel regresó pasado el mediodía, acompañada de Tyr, tal como había prometido. Tyr se conmovió cuando vio a su viejo amigo.
—¡Ronan! —Apoyó las manos sobre los hombros de Ronan, el saludo tradicional de los hombres de la tribu—. ¡Me alegro de verte!
—Tyr.
Ronan se mostró mucho más sereno que Tyr. Escrutó los ojos azul oscuro de un viejo camarada y se sorprendió al ver lo poco que había cambiado Tyr.
Se produjo un silencio. Tyr dejó caer sus manos de mala gana.
—¿Te dieron tus hombres mi mensaje? ¿Has venido por eso?
—Recibí tu mensaje, pero he venido por Nel.
—¿Nel?
Los tres se encontraban de pie al borde del claro. Tyr a la sombra de un árbol, Ronan al sol, Nel entre ambos.
—Me voy con Ronan al valle del Lobo —dijo ella, con un timbre de felicidad en la voz.
El rostro de Tyr se endureció, y Ronan comprendió entonces que su amigo era más viejo que el muchacho de sus recuerdos.
—¿Lo sabe Fali? —preguntó Tyr.
—Por supuesto que no. —Nel frunció el ceño—. No se lo digas.
Tyr apretó los labios.
—Ha de saberlo —contestó.
—¡No! —rugió Nel.
—No sabía que Fali sintiera tanto afecto por Nel —dijo Ronan.
Tyr se volvió hacia Ronan.
—Se trata de algo más que afecto —dijo con tono sombrío.
—No te entiendo —contestó Ronan, y arqueó las cejas como exigiendo una explicación.
Tyr se la dio.
—No puedes llevarte a Nel, Ronan. Fali la está preparando para que sea la nueva Señora.
—¿Qué? —exclamó Nel—. ¿De qué estás hablando, Tyr? ¡Morna será la siguiente Señora!
—No; será Nel —dijo Tyr—. Fali la ha adiestrado para que se convierta en la Señora después de Arika.
La cara de Nel expresaba ira y perplejidad.
—Fali me ha enseñado el arte de curar.
—Te ha enseñado algo más que eso. ¿No te has dado cuenta?
—¿Sabe Arika lo que está haciendo Fali? —preguntó Ronan con tono áspero.
—Sí.
Nel respiró hondo.
—¿Quién más lo sabe? —preguntó Ronan.
—El consejo de matriarcas. Neihle. Erek. Yo. A eso me refería cuando te comuniqué que la disposición de la tribu había cambiado. No aceptaremos a Morna como Señora, y Arika lo sabe. Aún no se lo ha dicho a Morna oficialmente, pero…
—¿A qué está esperando? —le interrumpió Ronan.
—A que Nel se haga mujer.
Los dos jóvenes se volvieron hacia la muchacha erguida entre ambos. Estaba inmóvil como una piedra y la sombra de una hoja que colgaba sobre su cabeza dibujaba una diminuta marca, como una mariposa, sobre su mejilla iluminada por el sol.
—Nel —dijo Tyr—, Arika piensa pedirte que celebres los Sagrados Esponsales durante los Fuegos de Invierno.
Nel emitió un leve sonido, el gemido de un animal acorralado. Siguiendo la costumbre de muchos años, Ronan extendió su brazo hacia ella. Nel reaccionó al instante y se acurrucó a su lado, como cuando era niña.
Ronan advirtió de inmediato que no era el cuerpo de una niña el que se apretaba contra él. Respiró hondo antes de hablar:
—Nel no celebrará los Sagrados Esponsales este invierno. Se viene conmigo.
Notó que cierta tensión abandonaba el esbelto cuerpo acurrucado a su lado.
—Además —dijo Nel, refugiada tras su brazo—, Morna jamás permitiría que ocupara su lugar. Me odia.
—Morna tendrá que callarse —contestó Tyr. Miró a Ronan—. Esto ocurrió después de tu marcha. Neihle y Arika sostuvieron una larga conversación, Arika y las matriarcas hablaron a continuación, y Arika consintió por fin en que Fali tomara a Nel bajo su tutela. Por eso te envié el mensaje. Cuando Nel sea Señora, podrás volver a casa.
—Me cuesta creer que Arika accediera a desplazar a Morna —comentó Ronan con amargura.
—La Señora no ha vuelto a ser la misma desde que te expulsó —replicó Tyr.
Ronan lanzó una carcajada.
—No —dijo Nel, y hundió la cara en el hombro de Ronan.
Un pesaroso silencio cayó sobre los tres.
—Bien, pececillo —dijo Ronan con voz inexpresiva—, ¿qué quieres hacer?
La muchacha alzó los ojos hacia él. A la luz del sol de mediodía, su piel cremosa, se veía, inmaculada.
—Quiero ir contigo —dijo.
—¡No puedes! —gritó Tyr.
—Necesito a Nel más que vosotros, Tyr —intervino Ronan—. Y creo que mi necesidad y la vuestra puede ser la misma algún día.
Tyr miró a Ronan con una mezcla de ira y curiosidad.
—¿Qué quieres decir?
—¿Has oído hablar de una tribu llamada los Domadores de Caballos?
—¿De veras crees que la tribu del Ciervo Rojo corre peligro? —preguntó Tyr. Estaban sentados alrededor de los restos de la hoguera de Ronan. Tyr escuchaba el relato de Ronan con creciente horror.
—Lo creo posible. Si esta tribu continúa camino del sur, siguiendo el curso del río Dorado, todas las tribus de las montañas correrán peligro.
—No sabíamos nada de esto —dijo Tyr—. Llegamos tarde a la Reunión de Primavera y no oímos nada.
—Mis hombres oyeron rumores en la reunión y yo envié exploradores al norte para hacer averiguaciones. Así descubrí lo que acabo de contarte.
—¿Enviaste exploradores?
—Sí. Hombres de confianza que no se dejarían influir por habladurías. Hombres que las comprobarían por sí mismos.
—¿Es verdad que esa tribu ha aprendido a domar y montar caballos? —preguntó Nel.
Ronan asintió.
—Es verdad.
Los grandes ojos verdes de Nel centellearon.
—¡Ha de ser maravilloso!
Ronan sonrió con ironía.
—La tribu del Búho no estaría de acuerdo contigo, Nel.
La muchacha se mordió el labio.
—Es cierto.
—En el valle del Lobo hay caballos —dijo Ronan, y la observó con atención—. Un rebaño de yeguas y un semental. Hace tres años que vivimos en armonía con ellos, Nel. —Hizo una pausa—. Estoy convencido de que podríamos domarlos.
Los ojos de Nel se agrandaron.
—Si alguien puede hacerlo, Nel, eres tú. Siempre has poseído el don de la Madre con los animales.
—¿Habéis intentado domarlos? —preguntó.
—No. Decidí que antes vendría a buscarte.
—Ya.
Tyr escuchaba el diálogo con creciente incredulidad.
—¿Vas a intentar montar en un caballo? —preguntó.
—Si esos saqueadores siguen viajando hacia el sur, Tyr, será muy conveniente que les plantemos cara con sus propias armas.
—¿Hablas en plural?
—Sí. La tribu del Lobo y la del Ciervo Rojo y la del Leopardo y la del Búfalo, y todas las tribus del Clan que habitan estas montañas. Esos extranjeros son muy numerosos, Tyr. Equivalen a un puñado de nuestras tribus, como mínimo.
Tyr se tiró de la trenza.
—Vaya. Es difícil asimilar todo lo que has dicho.
—Ahora ya sabes por qué quiero que Nel me acompañe.
Los dos hombres miraron a Nel.
—Es cierto que tiene habilidad con los animales —dijo Tyr—. Ha domesticado a un lobo. Y a una gata cimitarra.
Nel calló.
Tyr se volvió hacia Ronan.
—¿Qué vamos a hacer con la Señora? La Anciana ha declarado que Nel es la auténtica Elegida. La tribu aceptará que Nel desplace a Morna, pero no estoy seguro de que acepte a otra.
—Fali nunca me contó nada de esto —dijo Nel con voz ahogada.
—Estaba esperando —explicó Tyr—. Sabía que te mostrarías… reticente.
—Y estaba en lo cierto —dijo Nel—. Me muestro más que reticente. —Su expresión se endureció—. Me niego.
Ronan apoyó la cabeza contra la nuca de Nel, un gesto que se remontaba a su infancia.
—No tengas miedo, pececillo —dijo—. Mientras yo esté contigo, nadie te obligará a actuar contra tu voluntad.
Nel miró de soslayo a Ronan, y luego clavó la vista en Tyr.
—Nel vendrá conmigo al valle —dijo Ronan—. Te explicaré cómo encontrarlo, Tyr, y cuando sepas que ha llegado el momento de proclamar una nueva Señora, envíanos un mensaje. Entonces decidiremos qué es lo más conveniente para nosotros.
—No quiero ser Señora, Ronan —susurró Nel.
Ronan acarició su nuca para tranquilizarla.
—Te he oído, pececillo.
Los ojos de los dos hombres se encontraron, y Tyr asintió lentamente.
Nel sugirió a Ronan que lo mejor sería partir de noche.
—En cuanto Fali vea que mis pieles de dormir han desaparecido, sabrá que algo ha pasado. Si viajamos toda la noche, les llevaremos una buena ventaja.
Ronan se mostró de acuerdo y, como había luna llena y el cielo estaba despejado, decidieron marchar aquella misma noche sin más dilación.
Cuando Nel regresó, encontró a Fali sentada ante su choza, raspando pieles. La muchacha se detuvo un momento para serenar su rostro y después se aproximó a la Anciana.
—Buenas tardes, madre mía —saludó Nel. Dejó en el suelo la cesta de hierbas que había recogido a toda prisa, para justificar su ausencia—. ¿Cómo te encuentras?
—Bien —contestó Fali. Examinó a Nel. Sus ojos castaños brillaban de una forma sorprendente entre la red de arrugas que era su cara—. Te marchaste pronto, Nel.
—Sí. —Nel confió en que su sonrisa pareciera natural—. Hacía buen día y tenía ganas de salir.
Fali asintió.
—Eres inquieta, pero a tu edad es natural. Es una pena que tu sangre lunar no fluyera antes de los Fuegos de Primavera, en lugar de después.
—¡No! —replicó Nel—. En absoluto. Me alegro de que aún no fuera mujer en los Fuegos de Primavera, madre mía. No estaba preparada.
Fali la miró fijamente y Nel sostuvo su mirada sin pestañear.
—Es cierto que algunas muchachas no están preparadas mentalmente, aunque su cuerpo diga lo contrario. Yo fui una de ésas. No tomé pareja hasta un año después de que mi sangre lunar empezara a fluir, pero de ti jamás lo habría pensado, Nel. Siempre creí que eras mayor para tu edad.
Nel se encogió de hombros y empezó a seleccionar hierbas de la cesta para escapar al escrutinio de Fali.
—En cualquier caso, no estaba preparada para tomar pareja durante los Fuegos de Primavera —dijo.
—¿Y en los Fuegos de Invierno? —preguntó Fali. Su voz era un poco más mordaz que antes.
—Estaré preparada en los Fuegos de Invierno. —Nel levantó la vista—. ¿Podré escoger al hombre?
—Pues claro que podrás escoger al hombre —contestó Fali. La mordacidad había desaparecido de su voz—. No hay un hombre en la tribu que no sueñe en yacer contigo, Nel.
Nel se agachó sobre la cesta para ocultar la irritación que sintió. Claro que podría escoger al hombre, sobre todo si era ella la que celebraría los Sagrados Esponsales, pensó. Era una infamia por parte de Fali ocultarle el secreto.
—Me halagas —fue su única respuesta.
—No. No te halago. Al contrario que Morna, no comprendes el poder de tu belleza.
Nel levantó la cabeza con brusquedad.
—Tu afecto te ciega, madre mía. Yo no soy tan hermosa como Morna.
—Es cierto —admitió Fali—. No eres tan hermosa como Morna. Eres hermosa como Nel.
Nel sonrió, asintió y se levantó.
—Prepararé un poco de té —dijo, y se escabulló al interior de la cabaña.
La Anciana se acostó pronto, lo cual Nel agradeció. La velada había resultado difícil. Quería mucho a Fali y siempre le había agradecido inmensamente que la liberara de la custodia de la huraña esposa de su padre. Ahora, la certidumbre de qué ocultos motivos habían espoleado a Fali atemperó dicha gratitud. Nel recordó aquellos motivos durante toda la velada, y utilizó el resentimiento para apaciguar la culpabilidad que experimentaba por abandonar a Fali a una edad tan avanzada.
Cuando Fali llevaba dormida un buen rato, Nel guardó sus pieles de dormir y demás pertenencias. Se deslizó con todo sigilo hasta la puerta de la cabaña y salió. Nada se movía. Se alejó de la cabaña con cautela. Los perros no ladraron. Nel atravesó el campamento dormido como una sombra bajo la luz de la luna, sin atreverse apenas a respirar.
Ronan la estaba esperando en el lugar acordado, de pie sobre la ribera rocosa. Aún no la había visto, y Nel se detuvo un momento para mirarle con fascinación. Entonces Nigak corrió hacia ella, con las orejas dobladas hacia adelante. Ronan se volvió y pronunció su nombre. Nel caminó a su encuentro.