JACK DOUGHERTY fue durante los años veinte un apuesto actor secundario de westerns y películas de aventuras (Una llama en el espacio, The burning trail, Arizona Express), aunque quizás haya sido aún más conocido como marido de la actriz Virginia Brown Faire y luego de la alcohólica Barbara La Marr, quien murió de una sobredosis. En 1933, Dougherty intentó suicidarse y le salió mal. Pero, ya se sabe, si no sale bien a la primera… El 16 de mayo de 1938, se metió en el coche, puso en marcha el motor y murió asfixiado.

AUTOCIDIO

CHARLES BUTTERWORTH fue uno de los cómicos más vibrantes —y simpáticos— que durante los Dorados Años Treinta agraciaron el cine norteamericano. Por lo general a Butterworth le daban el papel de soltero rico, tímido y torpe que rara vez se come un rosco. Había nacido en 1896 en Indiana, estudiado Derecho en la Universidad de Notre Dame y por un breve período se había dedicado al periodismo. No obstante, su principal vocación fue la de actor y, tras haber participado en varios musicales y comedias de Broadway, en 1930 hizo su debut cinematográfico en Hollywood. Participó, junto a Boris Karioff y John Barrymore, en El ídolo de Michael Curtiz; en la obra maestra de Rouben Mamoulian, Ámame esta noche, es el admirador que sigue siempre a Jeannette MacDonald, el Conde de Savignac. Otras películas suyas son The cat and the fiddle, Magnificent Obsession, The boys from Syracuse, Second chorus y This is the army. En Every day’s a holiday, la estafadora Mae West le vende a Butterworth el puente de Brooklyn. Esta película de la West fue escenario de tres suicidios, ya que además de Butterworth actuaban en ella Hermán Bing y el amante de la protagonista, Johnny Indrisano, quienes también pusieron fin a sus días.

Oficialmente la muerte de Butterworth figura como un accidente, pero la verdad es que se dio muerte. Dusty Negulesco, esposa del director Jean Negulesco y amiga íntima de Butterworth y de su pareja, el humorista Robert Benchley, recuerda que, tras la muerte de éste, el actor quedó inconsolable. Pocos meses después, el 14 de junio de 1946, salió con su coche y se mató.

MUERTE POR AGUA

JOHN BOWERS fue el apuesto galán de muchas películas mudas; hoy pocos son los que lo recuerdan. El nombre de Norman Maine, en cambio, es moneda corriente para los cinéfilos —¿quién puede olvidar a Judy Garland afirmando «¡Te presento a la señora de Norman Maine!»?— Ocurre que Norman Maine era John Bowers o, más bien, la vida y la trágica muerte de John Bowers sirvieron de inspiración a las tres versiones fílmicas de Ha nacido una estrella.

Bowers era en realidad John Bowersox, de Indiana, y había entrado en el mundo del cine en 1916. Se había casado con la estrella Marguerite De La Motte, una morenita que había estudiado baile con la Pavlova y que se dio a conocer en muchas películas al lado de Douglas Fairbanks. Bowers y De La Motte actuaron juntos más de una vez: en Ricardo Corazón de León, en Pals in paradise y en Ragtime. Bowers fue uno de los muchos actores sometidos a prueba para el papel protagonista de Ben Hur. No consiguió el trabajo y, con el advenimiento del sonoro, su carrera quedó empantanada. De La Motte se divorció de él. Actuó en tres películas habladas —en papeles de ínfima importancia—, pero después no pudo encontrar ni una sola película más.

Perdió todos sus ahorros apoyando una escuela de aviación que se fundió. Alcohólico, cierta vez le confesó a un amigo que se mataría «cogiendo una barca y navegando hacia el crepúsculo». (La navegación era su pasatiempo favorito.) Y fue lo que hizo. A los treinta y seis años, el ex galán alquiló un velero el 15 de noviembre de 1936. Pocos días después la marea depositaba su cuerpo en la playa de Malibu.

La primera versión de Ha nacido una estrella, con Janet Gaynor en el papel de Vicki Lester y Fredric March en el de Norman Maine, se realizó cuando el suicidio de Bowers aún estaba fresco en el recuerdo de muchos, en especial en el de Dorothy Parker, autora del guión. El film es, por supuesto, la historia de la ascensión y la caída de una joven de una pequeña ciudad que alcanza la fama en Hollywood y gana un Oscar. Su marido, un ex astro, se adentra caminando en el Pacífico.

John Bowers: navegando hacia el crepúsculo

En 1936, se encontró flotando en el río Hudson el cadáver de un vagabundo harapiento y barbudo. Era JAMES MURRAY, figura estelar de Y el mundo marcha, una obra de King Vidor que se encuentra entre los mejores films norteamericanos. Murray había nacido en el Bronx y estudiado en Yale, donde participó en un cortometraje estudiantil. Marchó luego a Hollywood para hacer carrera en el cine. Hasta el día en que, hallándose a la puerta de la oficina de repartos de la MGM, atrajo la atención de King Vidor, Murray no había obtenido más que papeles irrelevantes y de extra. Vidor planeaba realizar un film cuyo protagonista, si bien no insulso, fuera «sólo uno de tantos», una excepción dentro de los rostros de Hollywood. Al ver a Murray comprendió que era el hombre que buscaba. Lo abordó, se dio a conocer, le entregó su tarjeta y le pidió que le llamara al día siguiente. Murray no llamó. Vidor le siguió la pista por todo el estudio; resultaba que Murray no se había creído que aquel hombre era realmente el director de El gran desfile y pudiese darle un empleo. Le hicieron una prueba y, cuando se la enseñaron a Irving Tharberg, el productor, confirmó a Vidor que se hallaban ante uno de los mejores actores intuitivos que habían desfilado por allí.

Mientras viajaban en tren a Nueva York, donde se rodaría Y el mundo marcha, Murray iba enseñándole a Vidor las distintas poblaciones donde había cargado carbón o fregado platos y donde se había metido de contrabando en los furgones para llegar a Hollywood.

Y el mundo marcha se estrenó en el Capitol Theater de Nueva York, donde años antes Murray trabajara de acomodador. Recibió grandes elogios por parte de la crítica y de inmediato se convirtió en un clásico: fue la última gran película muda producida por la MGM. (Involuntariamente creó cierta conmoción por ser la primera película norteamericana en donde aparecía un water en el cuarto de baño).

A continuación Murray hizo en Rose-Marie, junto a Joan Crawford, el papel de Jim, el misterioso soldado de fortuna. Por desgracia, se había convertido en un alcohólico crónico, que no podía parar de beber en el plato y, aunque obtuvo trabajo en otras películas, su carrera declinó con rapidez.

James Murray: la llamada del río

En 1933, Vidor estaba eligiendo el elenco de El pan nuestro de cada día y pensó en Murray para el papel de protagonista. Nadie sabía en Hollywood dónde se había metido. Un día, en Vine Street, el director fue abordado por un mendigo que pedía dinero para comer. Era Jimmy Murray. Vidor le dio diez dólares y le invitó a cenar en el Brown Derby. Murray se empeñó en sentarse en la barra. Después de la primera copa, Vidor le preguntó si se veía capaz de recuperarse en caso de que le dieran el papel principal en El pan nuestro de cada día. Murray respondió que creía que sí. Cuando Vidor agregó que tendría que someterse a sus normas, Murray contestó: «Tú crees que puedes darme órdenes porque te he parado en la calle para pedirte dinero. En lo que a mí se refiere ¡puedes meterte ese papel roñoso donde te quepa!». Se secó los labios con la manga y salió. Vidor no volvió a verlo más.

Hay en Y el mundo marcha una escena en la que John Sims (Murray), habiendo tocado fondo, está a punto de suicidarse, pero es retenido por su hijito que le tira de la manga juguetonamente urgiéndolo a seguir adelante. Por desgracia, en la vida real Murray no tuvo a nadie que le tirara de la manga.

JAMES WHALE se dio muerte el 29 de mayo de 1957. Entre 1930 y 1936 este gran director había hecho una docena de las películas más entretenidas y sofisticadas nunca producidas por los estudios de Hollywood.

La nota que dejó Whale fue descubierta por una criada, quien la entregó al representante del director. Al morir éste, la nota pasó a manos de David Lewis, compañero de Whale durante muchos años. Whale era homosexual y tenía un círculo de amigos íntimos de ambos sexos, tan brillantes como devotos a él. Pero, más allá de ese círculo, ese artesano difícil, agudo, exigente y cáustico no era muy querido en Hollywood. Por cierto tiempo la nota del suicidio permaneció en secreto y mientras no salió a la luz, circularon insistentes rumores de que algo sucio había en torno a la muerte del director en la piscina de su casa.

Whale había nacido en Inglaterra en 1896. Durante la primera guerra mundial dio sus primeros pasos como actor en un campo alemán de prisioneros de guerra. No le gustaba la guerra; odiaba ser prisionero de los alemanes, pero intentó aprovechar la experiencia. En los años de posguerra trabajó en el London Theater como actor, escenógrafo y director de escena. Montó Journey’s end, una obra sobre la vida en las trincheras, en Londres y luego en Broadway, obteniendo un gran éxito en las dos ciudades. En 1930, lo trajeron a Hollywood para que llevara la obra al cine. Whale se estableció aquí e hizo una larga serie de películas de distintos géneros, todas cultas y amenas, la mayoría para la Universal.

Su fama se asienta en cuatro magníficos films de horror y fantasía: Frankestein —fue Whale quien eligió a Boris Karloff para interpetar al monstruo—, La novia de Frankestein, El caserón de las sombras y El hombre invisible. Todas ellas llevan el sello personal de Whale: amanerado humor negro, trabajo de cámara ágil y estilizado y montaje de gran precisión. Los restantes films que dirigió en los años treinta dan sobradas pruebas de gusto, imaginación y adecuada dirección de actores: Recuerdo de una noche, una deliciosa comedia melodramática; El puente en Waterloo, A la luz del candelabro, El beso ante el espejo, The great Garrick, Estigma liberador, soberbio melodrama judicial; y la elegante, minuciosa Show Boat con Irene Dunne, Helen Morgan y Paul Robeson. La de Whale es, con mucho, la mejor de las tres versiones cinematográficas de este musical de Jerome Kern. Tan bien recibido por la prensa como por el público, rindió cuantiosos beneficios y pasó a ser la película estelar de la Universal en 1936. Pero para el director de tantas obras maestras se avecinaban problemas.

Bajo la batuta de los sultanes Cari Laemmle y Cari Laemmle Jr., Whale había disfrutado en el estudio de amplia libertad creativa.

James Whale: la primera y última vez que se metió en su piscina

Como los films se vendían bien, le permitían elegir los actores y dirigirlos a su modo; sólo se supervisaba el producto final. En 1935, Laemmle se vio obligado a vender la Universal y Júnior tuvo que renunciar a su puesto de jefe de producción. Uno de los mayores triunfos de Júnior había sido Sin novedad en el frente (1930), basada en la famosa novela antibélica de Erich María Remarque. Había ganado dos Oscars a la mejor película y al mejor director y contribuido mucho a aumentar el prestigio de la Universal. Aún hoy se la considera como una de las mejores películas sobre la primera guerra mundial. En 1936, asignaron a Whale la dirección de otra obra de Remarque sobre la guerra, situada en Alemania, De regreso.

En pleno rodaje del film, el cónsul alemán en Los Angeles se dirigió por carta a los veinte actores principales, al equipo de producción y a los ejecutivos de la Universal, amenazando con boicotear la actividad posterior de los implicados en aquel rodaje; serían boicoteados en Alemania para siempre si no abandonaban la película. El rodaje terminó según lo previsto. La revista «Life» envió a sus críticos al preestreno, nombró la obra Película de la Semana y le dedicó un encendido elogio. Entretanto, el Ministerio nazi de Propaganda había aumentado la presión sobre la Universal: si De regreso se distribuía sin cambiar drásticamente algunas secuencias, en Alemania se impediría la difusión de cualquier film pasado y futuro de la Universal. Todo lo que se considerase ofensivo para la Raza Dominante debía someterse a censura.

Charles R. Rogers y J. Cheever Cowdin, que habían comprado el estudio a la familia Laemmle, se rindieron a los nazis sin chistar. Con este escándalo del Hollywood de 1937 —infinitamente más repulsivo que una historia de drogadicción o que las peculiares inclinaciones de ciertas estrellas—, Adolf Hitler se permitía dar órdenes a un estudio cinematográfico norteamericano (fundado por judíos) de cómo debía nacer las cosas. El film se retiró del circuito comercial y fue adecentado; secuencias enteras fueron cortadas. El total de cortes fue de veintiuno, y las secuencias eliminadas se reemplazaron por estúpidas escenas de humor interpretadas por un cómico de segunda, Andy Devine. En realidad, la película fue rehecha por otro director, Ted Sloman, y otro montador, de tal modo que acabó por obtener la venia del gobierno nazi. Whale, que odiaba la guerra y aún más a los nazis, no salía de su perplejidad. Habían estropeado De regreso, originalmente una de sus mejores obras. Sólo la versión cortada y manipulada sobrevive hoy.

Amargado, el director aceptó entonces trabajo para la MGM y la Columbia, cuyos respectivos burócratas le asignaban flojos guiones que no le permitían mejorar. Él no solía tener tacto con los productores y pronto perdió todo interés en hacer películas sobre las cuales no tenía control creativo alguno. Sus últimas obras llevan apenas la impronta de su genialidad: Whale no sabía qué hacer con historias de tercera clase como las de They dare not love o Green Hall, protagonizada por George Sanders, otro suicida.

Pese a que Whale había invertido razonablemente en acciones y propiedades, su vida empezó a desmoronarse. Poco después de llegar a Hollywood, había conocido a David Lewis, un actor joven y bien parecido que más tarde, en la MGM, llegaría a ser ayudante personal de Irving Thalberg.

Whale compró una casa en el 788 de Amalfi Drive, Pacific Palisades (entre Beverly Hills y Malibu), y Lewis se fue a vivir con él.

En la MGM, como productor ejecutivo de un film con la Garbo Camille, y de otras obras importantes, Lewis disfrutó de una trayectoria triunfal. Tras la muerte de Thalberg, trabajó un tiempo para la Warner Bros, donde fue productor asociado de King’s row (en la que Ronald Reagan desempeñó su mejor papel: «¿Y dónde está lo que queda de mí?») y de El cielo y tú con Bette Davis. Su última gran película fue El árbol de la vida.

Hacia comienzos de los años cincuenta la relación con Whale se había desinflado. Whale pasó un año en Europa donde conoció a un joven francés llamado Pierre Foegel, a quien contrató como chofer y acompañante. De regreso en Hollywood, anunció que instalaría a Foegel en la casa que compartía con Lewis. Lewis se largó, no sin que antes se produjeran algunas escenas amargas. Foegel no tardó en trasladarse, y Whale le puso una gasolinera.

Fue más o menos por esa época cuando Whale se hizo construir una piscina. Como no sabía nadar, la piscina servía sobre todo para las fiestas en las que el director disfrutaba viendo a los jovencitos en bañador. En esas fiestas al lado de la piscina, Whale solía leer a sus invitados un diario íntimo de sus fantasías sexuales homosexuales. No a todos les hacía gracia.

Profesionalmente era un hombre olvidado. Al no trabajar en el cine, se dedicó a pintar. Al parecer nada le interesaba más en la vida que los puros de calidad; cuando una vez su casa empezó a incendiarse, él se metió en el edificio en llamas y salvó, no las pinturas, sino una caja de sus inapreciables habanos.

La salud de Whale empezó a flaquear en 1956. Sufrió varios achaques y lo tuvieron que hospitalizar; innecesaria y estúpidamente, le sometieron a un tratamiento de electroshocks. A principios de 1957, le dieron de alta, pero ya no podía pintar, ni conducir, ni leer un libro. Su existencia carecía de sentido. Hacia finales de mayo, había tomado ya la decisión. El director de Frankestein encontraba que la vida se había convertido en algo demasiado monstruoso para ser vivida, a pesar de su riqueza y de su brillante entorno. Se puso su traje favorito y se sentó en su gabinete a escribir una nota:

A TODOS LOS QUE QUIERO

No me compadezcáis. Tengo los nervios destrozados y desde hace un año, día y noche, me siento agonizar, salvo cuando las píldoras me hacen dormir… He gozado de una vida maravillosa, pero se ha acabado y mis nervios están cada vez peor y me temo que al fin tendrán que volver a internarme… El futuro no es más que vejez y dolor… Mi último deseo es ser cremado para que nadie pueda llorar sobre mi tumba. Nadie tiene la culpa.

Jimmy

Metió la nota en un sobre y la dejó encima del secante de su escritorio. Después, caminó hasta la piscina y, arrojándose a la parte menos honda, se rompió la crisma contra el fondo.

Era la primera y última vez que Whale utilizaba su piscina.

LAS CHICAS DEL GAS

BARBARA BATES, modelo nacida en Denver en 1925, debutó cinematográficamente en Salome, where she danced, un film absurdo, el típico producto para culturistas ñoños. (También aparece en él Albert Dekker, otro candidato al suicidio). La muchacha se buscaba una «imagen» y le aconsejaron que se tiñera de rubio. Cuando en 1947 firmó con la Warner Bros., el productor William Orr le advirtió: «Tú no eres el tipo para una rubia. Sé tú misma». Rubia o morena, demostraría ser una chica muy desequilibrada.

Barbara Bates: abrió la llave del gas

Trabajó en la Warner dos años; uno de sus mejores papeles fue en June bride con Bette Davis. Compartió el papel estelar con Danny Kaye, en El inspector general, pero por insistencia de Sylvia Fine, señora de Kaye, se suprimieron muchos metros de película en los que salía Barbara. Se sentía desdichada en la Warner y tuvo problemas personales. Hizo entonces el primero de una serie de intentos de suicidio, pero Los Angeles es una ciudad de cotillas, y el estudio se cuidó de mantener a los periódicos alejados. Para la Fox trabajó en Trece por docena y apareció en una escena clave al final de Eva al desnudo, encarnando a Phoebe, la ambiciosa muchacha que trata de congraciarse con Ann Baxter. (Obviamente Phoebe es una Eva en potencia). Su papel en ese memorable film era breve, pero gracias a él la recordaremos siempre. (Eva fue una película SSS, o «tres veces suicida»; además de Barbara, integraban el reparto George Sanders y Marilyn Monroe).

A continuación Bates participó en Marino al agua de Richar Quine. (Este fue SS, ya que junto a Barbara aparece Ray McDonald). El director Quine señaló: «Se trabajaba bien con ella, pero tenía tendencia a la depresión». En 1953 hizo el papel de novia de Jerry Lewis en El caddy y en 1954 la MGM la contrató para hacer de estudiante de música junto a Elisabeth Taylor en Rapsodia. Los problemas personales empezaron a interferir en la labor profesional: la retiraron de dos películas importantes cuando ya se había iniciado el rodaje. Su última película fue Apache territory (1958) para la Columbia. Se la veía cansada; su fulgor se había apagado. Su marido, un inglés bastante mayor que ella llamado Coan, murió de cáncer. Bates consiguió un trabajo de asistente en un consultorio dental. Cortó todos los vínculos con Tinseltown y regresó a Denver, donde encontró trabajo en un hospital y se casó con un novio de la infancia. Poco después, el 18 de marzo de 1969, abrió la llave del gas.

En junio de 1951, el sultán de la Fox Darryl Zanuck y su esposa Virginia se encontraban en París. Una mañana vieron a un actor amigo de ellos, Alex D’Arcy, sentado en la terraza de un café de los Campos Elíseos. (D’Arcy era especialista en papeles de gigoló). Lo acompañaba una muchacha muy sensual que de inmediato interesó a Zanuck. De todos los caciques algo «marranos» de Hollywood, Zanuck era el que tenía mejor olfato para descubrir intérpretes. La muchacha era Bayla Wegier, nacida en Polonia. A los doce años, los nazis la habían encerrado en un campo de concentración. En 1950, se había casado con el acaudalado comerciante Alban Cavalade y junto a él había conocido todas las mesas de juego de la Riviera. Pronto se divorciaron.

Al día siguiente del encuentro en los Campos Elíseos, Bayla envió un ramo de flores a Mrs. Zanuck. Poco después, Mr. Zanuck empezó a «mimar» a la polaquita. Ella le contó que había tenido que vender toda su ropa para pagar deudas de juego. Zanuck fe dio 2.000 dólares para cancelar sus deudas con los casinos y la invitó a Hollywood. Llegó a Tinseltown en noviembre de 1952 y fue directamente a la casa de Zanuck en la playa de Santa Mónica. Susan Zanuck —hija del magnate— y la polaca advenediza se odiaron a primera vista.

Zanuck le hizo una prueba a Bayla y cambió su nombre por el de BELLA DARVI, de Darryl y Virginia. (Se dice que durante un tiempo los Zanucks y Darvi formaron un ménage à trois. Lo cierto es que Mrs. Zanuck había hecho sus pinitos en el cine en su juventud: bajo el nombre de Virginia Fox había actuado junto a Buster Keaton en varios cortos hechos por el gran cómico a principios de los años veinte).

Bella Darvi: gas en Montecarlo

El departamento de publicidad de la Fox se volcó a propagar la acostumbrada recua de mendaces imbecilidades en torno a la nueva actriz, todo lo cual fue debidamente recogido por los periódicos. El «New York Journal-American» de Hearst informó a sus lectores que «una explosión equivalente a la de una carga de TNT se había producido en Hollywood con la reciente llegada de una muñeca francesa que respondía al nombre de Bella Darvi, tenía la voz de Marlene Dietrich, los ojos de Simone Simón y la pinta de Corinne Calvet. Posee chispa, casta y ángel, y en el parlez-vous es arrebatadora, chichi y tres élégante».

Zanuck encerró a la «muñeca francesa» en un submarino, en el papel de hija de un científico francés destinado a una misión secreta en aguas del Ártico junto a una banda de adustos marineros. La película era El diablo en aguas turbias de Samuel Fuller.

Luego la eligió para la cortesana Nefer en la versión en cinemascope de Sinué, el egipcio, best-seller de Mika Waltari. El coprotagonista debía ser Marlon Brando. Se acordó programar unas cuantas lecturas con los dos actores antes de empezar el rodaje. La noche después de su primera sesión de lectura con el director Michael Curtiz, Zanuck recibió una llamada telefónica del agente de Brando. Marlon acababa de marcharse a Nueva York, había decidido no hacer la película. «No puede soportar a Bella Darvi», informó el agente del actor.

A Zanuck le picó lo que los franceses llaman le démon du midi, sin eufemismos: la locura menopáusica del macho maduro. Empezó a comportarse como un colegial enfermo de amor. En una fiesta de disfraces en el Ciro’s para dar la bienvenida a Terry Moore, que había estado entreteniendo a «los muchachos» en Corea, totalmente borracho se quitó los tirantes y empezó a hacer números de acrobacia encima de la mesa. Quería demostrar que aún gozaba de las fuerzas de un potrillo. Los fotógrafos se pusieron las botas. Virginia tuvo que llevárselo a casa a rastras. Al día siguiente, Zanuck telefoneó a su amigo Henry Luce de Nueva York para pedirle que borrara todo testimonio gráfico de sus payasadas. Sin embargo, «Life» publicó toda una página de fotos del magnate haciendo el indio en el trapecio. Susan le aseguró a Virginia que el comportamiento del marrano de su papá se debía a su encoñamiento con la Darvi. Virginia echó a Bella de la casa.

Y el público la echó de la pantalla. Por mucha alharaca que armara el estudio, los cineadictos no la tragaban. No había clubs de admiradores de Bella Darvi. Era como si su «chispa, casta y ángel» se esfumaran en el trayecto entre la oficina de distribución de la Fox y las salas de cine. Los críticos hablaron de ella con expresiones como «poco convincente», «falta de encanto», «sin toque alguno de magnetismo» e «incapaz de aportar algo al film». Sinué, el egipcio fue juzgada como una «ridícula y pretenciosa parodia».

Bella regresó a Francia. Zanuck fue tras ella. Era el comienzo del fin de su carrera (si bien es cierto que al menos una vez más se apuntaría un triunfo con El día más largo). Había sido jefe de producción de la Fox durante veinte años. Pero los tiempos estaban cambiando; el viejo Hollywood estaba por irse al traste. En lugar de permanecer sobre el terreno para consolidar su posición, Zanuck se había largado a Europa detrás de un par de piernas. En 1956, renunció a su cargo de jefe de producción de la Fox. Haría películas independientes —cuyos guiones podrían haber sido escritos especialmente para su amante.

Darvi volvió muy pronto a las mesas de juego de Montecarlo, y perdió una fortuna. Zanuck andaba mal de dinero. Tuvo, que pedirle prestado a Howard Hughes para pagar las deudas de Bella. Y el romance, tuvo un final amargo. Zanuck se consoló entre los brazos de Juliette Greco, y luego entre los de Irina Demick y más tarde entre los de Geneviève Gilles.

Darvi intentó suicidarse en Mónaco en agosto de 1962, en Roquebrune en abril de 1966 y en su hotel de Montecarlo en junio de 1968, y fracasó en cada uno de los intentos. La encerraron entonces en una clínica de la Costa Azul. Tenía la cara abotargada, llena de manchas y espinillas; ya no era ni chi-chi ni très élégante. El Hotel de París de Mónaco le había confiscado la ropa a cambio de una factura impagada. Zanuck se ocupó de saldar la deuda. Ella se apresuró a volver al tapete y encontró un nuevo acompañante dispuesto a tapar agujeros… temporalmente.

Pronto se halló en la ruina, sin amigos y abrumada de deudas. Zanuck ya no estaba dispuesto a sacarla de apuros. El telón caería para ella el 10 de septiembre de 1971. Abrió los grifos del gas de la cocina de su modesto apartamento de Montecarlo. Una semana después, descubrieron su cadáver ya descompuesto.

En 1931, el público tuvo oportunidad de ver a una graciosa adolescente ingenua —CLAIRE MAYNARD— en dos películas de la Fox: Over the hill, lacrimógeno sermón de Henry King sobre el amor materno, protagonizado por Mae Marsh y James Dunn, y Good sport, en la cual Miss Maynard aparecía junto a John Boles, Minna Gombell y Hedda Hopper. La exigua rubia había nacido en Brooklyn y había captado la atención de un buscador de talentos de la Fox durante un pase de modelos en una boutique. La Fox no le renovó el contrato y, tras unos años trabajando en un escenario, Claire sintió que había llegado al tope y que carecía de temple para tomárselo con calma. Abrió la llave del gas en el mes de julio de 1941.

26 DISPAROS EN MEMORIA DE LOS SUICIDAS DE HOLLYWOOD

Alto, buen mozo y elástico, ROSS ALEXANDER había nacido en Brooklyn en 1907. Actuó en una comedia de Broadway titulada Let us be gay, fue contratado por la Paramount y vino a Hollywood en 1932. La mayor parte de su carrera posterior transcurrió en la Warner Bros., donde sus films más importantes fueron Flirtation walk de Frank Borzage, en el papel de Oskie; Sueño de una noche de verano, de Max Reindhart, donde era Demetrio, y El capitán Blood de Michael Curtiz, en la cual secundaba a Errol Flynn encarnando a Jeremy Pitt. Su primera esposa, la actriz Aleta Freel, no tuvo una carrera muy afortunada; en 1935 se mató con un rifle.

Ross Alexander: reemplazado por Reagan

Alexander se casó entonces con otra actriz de la pantalla, Anne Nagel, que apareció con él en varias películas. El 2 de enero de 1937, abrumado por las deudas, el actor, con veintinueve años, entró al establo de su rancho y se pegó un tiro en la cabeza. Meses después, Ronald Reagan iniciaba su carrera en la Warner. Se dijo en más de una ocasión que el estudio contrató a Reagan para sustituir a Alexander, y que su voz y sus gestos se parecían a los del actor difunto. (Los dos tenían una voz de locutor radiofónico). La diferencia estribaba en que Alexander poseía talento y encanto.

Aunque siempre se consideró a PEDRO ARMENDARIZ como un actor mexicano, su madre, Della Hastings, era norteamericana. Cuando ella murió, Pedro se fue a vivir con sus parientes a San Antonio y más adelante estudió ingeniería en la Politécnica de California. Una vez se hubo convertido en el super galán de México, actuó en los Estados Unidos en más de cuarenta películas. Su presencia viril apuntaló una buena cantidad de películas de John Ford: The fugitive, Fort Apache, Three godfathers. Apareció en We were strangers de John Huston e hizo el papel de Sultán en el Francisco de Asís de Michael Curtiz. En 1952, le concedieron un Oscar mexicano. En 1955, trabajó en El conquistador de Mongolia, un film «maldito» sobre Genghis Khan, protagonizado por su amigo íntimo John Wayne y rodado en Nevada, muy cerca del lugar donde acababa de realizarse una prueba nuclear. Tanto el director de la película, Dick Powell, como los de las estrellas principales, Wayne y Agnes Moorehead, morirían de cáncer de pulmón; la protagonista —Susan Hayward—, de un tumor cerebral. Mientras trabajaba en De Rusia con amor, Armendáriz se enteró de que tenía cáncer linfático. El 18 de junio de 1963, una vez ingresado en el Centro Médico de la Universidad de Los Angeles, se pegó un tiro con el revólver que había logrado introducir de escondidas. Mrs. Armendáriz aseguró que su esposo llevaba casi siempre un revólver encima.

Pedro Armendáriz: disparo en el hospital

DONALD «RED» BARRY vino al mundo en 1912, en Houston, con el nombre de Donald Barry D’Acosta. En la escuela secundaria fue astro del fútbol, más tarde adquirió cierta experiencia escénica y en 1936 debutó en el cine con un chabacano producto de la RKO titulado Night waitress. Su carrera no se consolidó seriamente hasta 1940, cuando obtuvo el papel estelar de una serie, The adventures of Red Ryder, convirtiéndose así en habitual intérprete de historias del Oeste. Un sondeo de popularidad realizado por el «Motion Picture Herald» en 1942 lo destacó como uno de los diez vaqueros de ficción más taquilleras del momento.

Participó en Sinners in paradise, dirigida por el también suicida James Whale, así como en varios films de Howard Hawks: Avidez de tragedia, Sólo los ángeles tienen alas y Río Lobo. Durante la histeria anticomunista del período McCarthy, los productores le pidieron que cambiara de nombre («Red» significa «Rojo»). Cuando Barry se negó, las revistas de fans publicaron artículos explicando que el apodo de «Red» no provenía de las inclinaciones políticas del actor, sino de su cabello pelirrojo, tan reluciente como el de Susan Hayward —con quien actuó en I’ll cry tomorrow—. En 1953, Barry dirigió y protagonizó Las mujeres de Jesse James. Es posible verle asimismo en Orca y SOS tidal wave.

Se casó con la actriz Peggy Steward. El 17 de julio de 1980, después de una discusión con su esposa, «Red» Barry se disparó un tiro y se dio muerte.

Hollywood Babilonia 2
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