CAPÍTULO 46

Shane echó un vistazo a través de la ventana de la cocina al grupo reunido en el césped comiendo y charlando mientras su padre se encargaba de la parrilla. El aroma de la carne a la brasa inundaba el aire, las cervezas frías abandonaban la nevera con hielo y el ambiente era agradable y cálido, a pesar de todo, era incapaz de quitarse de encima la certeza de que allí fuera había una loba desquiciada dispuesta a cortarle el cuello por el simple hecho de haber acabado del brazo del hombre que deseaba.

No, nada de hacerse a un lado elegantemente y dejar que el hombre hiciese con su vida y, con aquellos a los que decidía entrar, lo que le diese la gana. ¿Cuántas veces había visto algo parecido en las películas? ¿Leído en libros? ¿Narrado en las crónicas de un noticiario?

Oh, pero ella no tenía material de víctima, podía haberle metido una bala en el brazo al haberla pillado desprevenida e ignorante de lo que estaba pasando, pero no iba a quedarse de brazos cruzados esperando a que la muy hija de puta repitiese la faena. Esa zorra se había metido con quién no debía.

Luke le había pedido calma, que permaneciese dentro de la casa. Juntos habían hablado con su padre, quién se mostró serio y calmado durante todo el tiempo; el hecho de que conociese la verdadera naturaleza de su amante todavía era una sorpresa para ella. Héctor Pears guardaba más ases en la manga que un jodido mago.

Él había estado de acuerdo en seguir con lo planeado, confiaba en que mantener la tranquilidad y seguir con los planes establecidos para ese día lo cual ayudaría también a crear una ilusión de normalidad para que su confiada madre siguiese en la inopia y para que esa zorra psicótica no supiese que tenía un comité de bienvenida esperando su llegada.

Sonrió en respuesta al saludo que le dedicó Luke desde fuera, estaba al lado de su padre, con una cerveza en la mano y tan alerta como podía estarlo un lobo.

«Relájate. Los chicos están ahí fuera. No se atreverá a acercarse a ti ni a nadie mientras haya gente alrededor».

No habían perdido el tiempo para practicar también ese pequeño truco que les proveía su vínculo de emparejamiento. Si era capaz de concentrarse lo suficiente podía no solo escuchar su voz de su compañero, sino emitir también una respuesta.

Con un ligero asentimiento respondió a su comentario, no se sentía tranquila para intentar responderle a su manera.

«¿Quieres una hamburguesa?».

Enarcó una ceja y entrecerró los ojos.

«Guárdame una muy, muy hecha. Yo no quiero que la vaca me muja mientras trato de comérmela».

Escuchó su risa en su mente y le dedicó un guiño haciéndola consciente de que su respuesta le había llegado.

—¿Estás bien, cariño?

La inesperada pregunta hecha por su madre, quién recién entraba en la solitaria cocina, la sacó de su concentración.

—Sí, bien —aceptó girándose hacia ella—. ¿Necesitas ayuda? Creo que puedo llevar alguna cosa con una sola mano.

Sacudió la cabeza y desechó su ofrecimiento.

—No te preocupes, mientras tengan carne y cervezas, no necesitarán nada más —aseguró con jovialidad al tiempo que señalaba la escena que se veía a través de la ventana abierta—. Luke parece haber hecho buenas migas con tu padre, se entienden bastante bien.

—Ya sabes cómo son los hombres, solo necesitan hablar de deportes y política.

Su madre se rio y asintió.

—Sí, en eso tienes razón. Pero me alegra que esté aquí, me alegra que ambos lo estéis y sobre todo verte tan feliz.

Sus inesperadas palabras la sorprendieron.

—Sí, bueno… a decir verdad, tú tienes la culpa de que esté aquí —se zafó—, lo planeasteis a mis espaldas.

Chasqueó la lengua y contempló la escena con gesto satisfecho.

—¿Le quieres?

Se lamió los labios y aceptó algo solo para ellas dos.

—Sí, cada hora que pasa creo que le quiero incluso un poco más —aceptó—, lo cual es verdaderamente una insensatez. Es el hombre más arrogante y dominante que he conocido en mi vida, debería estar huyendo de él, corriendo a toda velocidad en sentido contrario y en cambio… siempre acabo en el punto de partida y a su lado.

—Bien, así es como tienen que darse las cosas —aseguró satisfecha—. Te seré sincera, Shanelle, me tenías preocupada.

Su madre parecía dispuesta a sorprenderla una y otra vez durante aquella reunión.

—Sé que te guardas cosas para no preocuparme, que prefieres hablar con tu padre, pero soy tu madre, te he traído al mundo y puedo ver cuando mi hija ha pasado por algo difícil, especialmente cuando parece cambiar de la noche a la mañana.

—Mamá, no hay…

Ella negó con la cabeza.

—No te estoy pidiendo explicaciones —rectificó al momento y respiró profundamente—. Eres una mujer adulta, tienes tu propia vida y es justo y necesario que la vivas según tus propios deseos. Pero no puedes evitar que me preocupe por ti, te he parido cariño, nadie conoce a un hijo mejor que una madre.

—Mamá…

—Déjame terminar —la interrumpió de nuevo—. Lo que quiero decir es que sea lo que sea que te ocurrió entonces, te mantuvo apartada, apática e incluso un poco insegura, pero ahora… ahora vuelves a ser tú misma, estás incluso más resplandeciente y eso se ve sobre todo cuando Luke está a tu alrededor. Ese hombre me ha devuelto a mi hija y solo por eso, estaré más que encantada de abrirle las puertas de mi casa y de mi familia en cualquier momento.

Tuvo que parpadear para alejar las lágrimas que empezaban a picarle en los ojos.

—Sí, bueno —carraspeó para limpiarse la garganta—. Si me ha elegido a mí por encima de las Barbies con las que solía estar, es que tiene muy buen criterio.

Su madre se rio de buena gana.

—Oh, eso no lo dudes, cariño —le acarició la mejilla—, tú eres mucho mejor que cualquiera de esas mujeres de plástico. Tú eres auténtica.

Satisfecha con aquella respuesta, dio media vuelta y empezó a abrir cajones y revolver cuencos.

—Vaya, pensé que todavía quedaban aquí algunas zanahorias —murmuró. Entonces se enderezó, se llevó las manos a las caderas y la miró—. ¿Crees que podrías ir al almacén y traer el cesto que hay sobre la mesa con las que recogí esta mañana?

Se lamió los labios.

—¿Vas a hacer Carrot Cake? —Sabía que era el favorito de su padre y, qué demonios, el suyo también. Al pensar en el pastel se le hacía la boca agua.

—Para la cena —le guiñó el ojo—. Todos esos buitres pueden conformarse con las hamburguesas y las cervezas, si les pones algunos vegetales, saldrán huyendo.

Se rio con ganas ante la descripción de su madre. Solía referirse demasiado a menudo así a sus invitados, aun cuando era ella la que los había hecho venir en primer lugar para celebrar el cumpleaños de su padre.

—Estoy segura de ello —asintió e hizo una mueca al mirar de nuevo por la ventana y ver que su queridísima y cotilla vecina se acercaba en aquella dirección—. Ay, no. Con una sola vez ha sido más que suficiente. ¿Te puedes creer que lo primero que me ha preguntado nada más verme era si estaba embarazada?

Su madre resopló de risa.

—Ve a por las zanahorias, yo me encargaré de darle algo consistente de lo que hablar a esa buena para nada —aseguró al tiempo que la echaba—. Sal por atrás, así no tendrás que atravesar ese campo de minas.

Le hizo un saludo militar con el brazo bueno y echó un último vistazo hacia fuera hasta encontrarse con la mirada de su compañero, quien estaba ahora al teléfono.

Él enarcó una ceja y ella levantó el pulgar a modo de respuesta.

«Voy al almacén a buscar unas zanahorias. Estoy bien».

Luke asintió en respuesta.

«Tengo a Quinn al teléfono. Ya están aquí. Si tienes algún problema o ves algo extraño, llámame de inmediato y entra en casa».

«¡Sí, mi general!».

Él sacudió la cabeza y le dio la espalda para seguir hablando.

Carrot Cake —canturreó mientras atravesaba la puerta de atrás y cruzaba el patio que separaba la casa principal del pequeño almacén que había construido su padre a modo de despensa—. Espero que quede suficiente como para poder llevarme después un trozo a casa.

Su madre era incluso mejor repostera que ella.

Entrecerró los ojos al salir, el sol parecía brillar hoy incluso más que ayer, cerró los ojos un segundo y disfrutó del calor en el rostro antes de volver a ponerse en marcha. El peludo Border Collie de su padre apareció trotando a su lado con la rosada lengua cayéndole por un lado de la delgada boca.

—¿Vas a ser mi escolta, Duffy?

El perro ladró en respuesta, todavía era un cachorro de poco más de año y medio y tan activo que tenía locas a las gallinas e incluso a los caballos.

—Ya veo que eres todo un personaje, amigo.

Sonrió al escuchar el característico relincho de los caballos y se lamentó de no poder disfrutar de una de sus pasiones. Le hubiese gustado poder montar, sentir el viento en el rostro y la libertad que encontraba ahí fuera, dónde solo había extensiones de tierra ante ella y ningún problema la aquejaba. Eso sin duda debía ser lo que sentía Luke al correr en su forma lupina, esa libertad, ahora se percataba, era lo que sintió por primera vez cuando lo vio correr.

—Mi lobo —murmuró para sí—. Mi propio lobo.

Cerró los ojos y saboreó los momentos compartidos durante las últimas horas, la ternura que no escudaba, la pasión con la que retozaron en medio del prado. Tembló. Lo deseaba. La forma en que su cuerpo reaccionaba al suyo iba más allá de cualquier cosa que hubiese conocido hasta entonces, le gustaba la forma en que cuidaba de ella, incluso disfrutaba con sus desafíos, enfrentándole y alzándose con la victoria o quedando en tablas.

—Me he enamorado de un pomposo y engreído hombre de negocios que tiene más dinero que cordura —se rio para sí.

Era repentino y una auténtica locura, pero le quería. Todo en él la atraía y la hacía derretirse de muchas maneras. Las cosas que iba descubriendo de él, las que compartía, las que descubría por sí misma, era como una misteriosa aventura en la que el premio era el hombre que la derretía con tan solo una mirada.

Tenía miedo de estar cayendo tan deprisa en sus redes, de que el naciente amor que sentía por él fuese el que la condujese después a un dolor mucho mayor del que había sentido ya por la pérdida de Christian.

No. No lo perderé. No dejaré que nadie me lo arrebate. Es mío, mi lobo.

Aquel pensamiento le dio fuerzas y ahuyentó cualquier duda o temor causado por la inestable situación en la que se encontraban.

Abrió la puerta del almacén, entró y buscó a tientas la llave de la luz. La pulsó, pero la bombilla no cobró vida como debía hacerlo.

—¿Otra vez? Si te he cambiado ayer —siseó ante el repentino inconveniente—. Papá va a tener que revisar esta instalación, no puede ser que se estén fundiendo las bombillas cada dos por tres.

Volvió a probar con el interruptor cuando Duffy empezó a gruñir. Se giró hacia el perro, el cual estaba enmarcado por la luz del exterior, lo vio con todo el pelo erizado y el hocico desnudo enseñando una larga y contundente fila de dientes en su dirección.

—¿Duffy? ¿Qué pasa, chico?

El perro no se movió, siguió en la misma posición, con la mirada clavada en el interior y gruñendo incluso más fuerte.

—¿Duff? —se apartó lentamente hacia un lado y comprobó que ella no era la fuente de la desconfianza del perro. Eso quedó demostrado así mismo cuando emergió un gruñido distinto a sus espaldas.

Se tensó, giró como un resorte y se quedó mirando hacia el interior, en aquella oscuridad apenas podía ver el contorno de algunos muebles. Luchó contra el creciente pánico y empezó a retroceder muy lentamente pero no llegó a alcanzar siquiera el umbral que estaba a pocos pasos cuando una mano de uñas rojas y perfecta manicura salió de entre las sombras y se clavó en su brazo herido mientras el cañón de una pistola le apuntaba ahora al rostro.

El grito que salió de sus labios ante el dolor que le atravesó el brazo quedó ahogado por el desesperado ladrido del Border Collie, el cual apenas resultó una breve distracción para la recién llegada. Emergiendo de la oscuridad pudo ver que vestía de negro, su pelo rubio ahora tenía un tono castaño oscuro y su rostro era una máscara de odio y locura. Sus ojos, no humanos, la miraban con tal fijeza que activaron todas sus alarmas y empezó a gritar.

—¡Cállate perra!

Un sordo dolor le atravesó la cara cuando descargó el puño con el arma contra su mejilla. Saboreó la sangre y se sobresaltó cuando escuchó al mismo tiempo el sonido de un disparo seguido de un angustioso quejido animal.

Giró la cara y el aire se le atascó en los pulmones cuando vio el pobre cachorro tirado en el suelo inerte y la sangre empapando su pelaje.

La muy zorra le había disparado a un pobre perro indefenso.

—¡No! —gritó una vez más, las lágrimas nublándole la visión—. ¡Duffy! —se giró hacia ella, entre aterrada y cabreada—. ¡Hija de puta! ¡Solo era un perro! ¡Has matado a un pobre perro!

Los dedos que se aferraban a su brazo se hincaron incluso con más saña haciéndola gritar una vez más, la humedad traspasó al mismo tiempo el vendaje y el cabestrillo empapando la tela con su sangre pero fue el frío acero de la pistola empujada contra su garganta la que cortó sus palabras en seco.

—Tú… sucia y estúpida humana —siseó acercando su rostro al de ella. Sus ojos parecían inyectados en sangre, sus labios cuarteados a través de un intenso carmín dejaban a la vista un par de desarrollados colmillos—. ¿Pensabas que podías alejarlo de mí? ¿De su verdadera compañera? ¡Su verdadera compañera!

Parpadeó y comenzó a temblar. Una película de frío sudor le cubrió la frente mientras el terror le oprimía la garganta. Esa mujer no era humana.

«¿Shane?».

La voz de su compañero penetró en su mente como una manta de absoluta tranquilidad.

«Está aquí. Le ha disparado a Duffy. Ha matado a Duffy, Luke».

Por alguna extraña razón era incapaz de pensar en nada más, el cuerpo del pobre cachorro allí tendido y desangrándose.

«Tengo miedo. Sus ojos… no es humana… no es tú».

El brutal tirón que ejerció sobre su brazo herido hizo que gritase una vez más, las lágrimas escaparon de sus ojos mientras apretaba los dientes en un intento por respirar a través del dolor.

—Eres una pequeña e inservible zorra, ¿verdad? —continuó con su monólogo—. Oh, pero él está equivocado y verá la verdad. Verá que soy yo la única tan pronto como desaparezcas.

Su voz sonaba enloquecida, prácticamente escupía al hablar y sus ojos reflejaban la locura que habitaba en su interior. Tiró de ella con fuerza arrastrándola fuera del almacén, pasaron al lado del cuerpo inerte del perro y tropezó varias veces con sus propios pies haciendo que tuviese que llevarla prácticamente a rastras. Esa mujer tenía una fuerza descomunal.

El arma se balanceaba ahora a un lado, la había retirado de su garganta y la utilizó para enfatizar sus gestos mientras hablaba y rumiaba incoherencias.

—Te apropiaste de mi vida… tú, pequeña impostora… me quitaste mi lugar…

El dolor era más allá de insoportable, unos puntos negros empezaron a aparecer ante sus ojos amenazando con arrebatarle la conciencia, algo que no podía permitirse. Tiró con fuerza pero todo lo que logró fue hacerse más daño. Entonces, en un gesto desesperado se dobló sobre el brazo que la sujetaba y le mordió con toda la rabia que llevaba dentro.

El aullido que emergió de la garganta femenina no era humana, la miró con odio y descargó una vez más la mano con la pistola contra su cabeza, golpeándola en un costado y enviándola al suelo.

—¡Perra!

Cayó sobre el brazo herido logrando quedarse sin aire por el insoportable dolor. Sintió náuseas, su visión volvió a coquetear con los puntos negros y tuvo que luchar para girarse y aliviar la presión antes de que terminase desmayándose a sus pies.

Cuando consiguió levantar y enfocar la mirada, se encontró con su sombra sobre ella, la pistola apuntándola desde una mano que no dejaba de temblar. La boca femenina se abría y cerraba, la saliva escapaba de sus labios como si escupiese las palabras pero tenía tal zumbido en la cabeza que apenas podía registrar nada de lo que le decía.

—… ¡Mío! ¡Te metiste en medio! ¡Es mío! ¡Mío! —se desgañitaba—. ¡Usurpaste mi lugar! ¡Impostora!

«¡Shane!».

La voz de Luke volvió a resonar en su mente, atravesando la nebulosa que la envolvía.

«¡Por lo que más quieras, compañera, háblame!».

Cerró los ojos y luchó por alcanzarle, por sentirle.

«Está loca… me está apuntando… el arma… tiembla demasiado».

Se lamió los labios y saboreó su propia sangre.

«Shane. Escúchame. Aléjate de ella. No dejes que se te acerque. Estoy casi ahí».

—Esta vez no fallaré… —continuaba la perra con su monólogo, al tiempo que retiraba la pistola y se rascaba el cuero cabelludo antes de volver a apuntarla—. Eres una simple humana. Tenías que ser más fácil de matar. Pero no. Insistes en permanecer con vida. Si te hubieses alejado no habría pasado nada, pero te quedaste. Usurpaste mi lugar… ¡yo soy su compañera! ¡YO!

Estaba loca, no había ni gota de cordura en esa mujer, bestia o lo que fuese. Era consciente de ello como lo era de su precaria situación. El dolor era penetrante, la cabeza le dolía y notaba sangre en la boca, intentó moverse pero apenas podía hacer otra cosa que deslizarse sobre una mano e impulsarse con los pies.

Esa desquiciada la seguía con cada milímetro que retrocedía, escupía y le gritaba como si ella fuese la única culpable de todos sus problemas, de su locura.

—¡Es mío! ¡No puede preferirte a ti! ¡Lo has engañado! —insistía apuntándola una vez más con la pistola—. Pero se acabó… tú vas a desaparecer y yo recuperaré mi vida, la vida que me robaste.

La vio amartillar el arma y el poco color que le quedaba huyó de su rostro. Iba a matarla, si no hacía algo la mataría allí y a sangre fría. Luke la perdería… así como ella lo perdería a él.

—No… no… no… —gimió, resbaló una vez más hacia atrás y sus dedos toparon con un olvidado trozo de madera en el suelo.

No pensó, sencillamente cerró los dedos alrededor de aquel improvisado salvavidas, se impulsó hacia delante y lo descargó con todas las fuerzas que le quedaban.

El reverberante sonido de un disparo le arrebató la respiración.